ZEUS INFERNAL

S. d’Hooghvorst

Zeus es el fundamento
de la tierra, así como
del cielo estrellado.

Poemas órficos

«Zeus puede también fácilmente proporcionar una inmensa fortuna

Si es la riqueza (ploutos) lo que tu corazón desea, sigue, pues, mis consejos y haz suceder trabajo tras trabajo». (Hes. O. 379-382).

Así habla Hesíodo antes de comenzar un capítulo dedicado a los trabajos del campo, en cuya explicación, a propósito de la siembra, da el siguiente consejo:

«Rogad a Zeus Infernal y a la pura Deméter para que den paso en su madurez al trigo sagrado de Deméter».(Hes. O. 465-466).

Así, estos versos de los Trabajos y los días dan la impresión de que Zeus proporciona la riqueza. Esta riqueza es sin duda, para el agricultor, al cual Hesíodo se dirige, el peso del grano que produce para él la tierra.

Pero ¡el autor nos habla de Zeus, y un poco más abajo, cita a Zeus Infernal! Parece ser, según dice, que hay dos modos de hablar de Zeus, y que los dos dan riquezas.

Busquemos una confirmación.

Dom Pernety(1) dice: «Es sin duda lo que ha hecho que fuera nombrado ya sea Júpiter Olímpico o el Celeste, ya sea Júpiter Infernal, como a menudo lo vemos tanto en Homero como en Virgilio».

Otro rastro de este aspecto Infernal de Zeus aparece en el siguiente verso de Virgilio:

«Quiero realizar el sacrificio a Júpiter Estigio…» (Eneida IV, 640).

Bien parece demostrarse lo que nos había parecido: hay dos. ¿Son los mismos estos dos dioses?

Es curioso notar que la declinación de la palabra Zeus en griego sigue un modelo irregular, basado en la existencia de dos raíces muy distintas. Concretamente, la palabra tiene dos temas para su declinación: Zeu y Di. El nominativo y el vocativo se declinan según el primero: Zeu, y los otros tres casos según el tema Di.

Nos podrán explicar los gramáticos que la irregularidad del tema o raíz de una palabra proviene de su empleo frecuente y por esto tiende a derivar en distintas formas. Seguro que es un argumento, pero quizás esta dicotomía tenga otra explicación que no se apoye únicamente en un punto de vista lingüístico.

A este respecto, Platón, en su Crátilo, proporciona unas pinceladas interesantes acerca de este problema:

«En efecto, el nombre de Zeus es como una palabra: cortándolo en dos, nos servimos de una parte dividida o de la otra parte dividida. Ya que unos lo llaman Zena, los otros Día; reunidas en una muestra, deloi, («manifiesta», «revela», «vuelve visible») la naturaleza del Dios, lo que es, precisamente, lo que un nombre debe producir. Ya que no hay nadie, para nosotros y para todos los otros, que sea causa de toda la vida, zen, sino el jefe y el rey de todos. Este Dios se reúne, symbainei, («se armoniza», «se reconcilia») por el hecho de ser bien nombrado, éste, mediante el cual todos los seres vivos obtienen la vida, zen. Pero, el nombre, siendo uno, fue, como lo digo, separado en dos, en Día y Zena» (Crat. 396 a-b).

Las aserciones de Platón sobre la naturaleza y utilidad de las raíces «Di-» y «Ze-» confirman este aspecto de la dualidad de Zeus.

Además de la imagen de Júpiter (el Zeus de los latinos) corrientemente admitida como divinidad celeste, la tradición latino también ha dejado testimonio del concepto de un Júpiter de abajo y, curiosamente, su fonética es muy parecida a la de la raíz griega Día de la que acabamos de hablar.

Por ejemplo, Varrón, en su De Lingua Latina explica:

«El mismo Júpiter recibe el nombre de Dis Pater como dios de abajo, asociado a la Tierra, donde todos los seres aparecen y donde desaparecen» (V,66).

Dis (en latín) o Dite, es un personaje que también aparece en Virgilio. A juzgar por lo que nos narra el autor – cuando Eneas va al encuentro de la Sibila para pedirle que le sirva de guía en el Infierno-, este Dite no parece habitar en un lugar muy agradable. Ésta le advierte de la siguiente forma acerca de los peligros que le acechan:

«Es fácil, le dice, descender al Averno: día y noche permanece abierta la puerta del negro Dite, pero volver de él y escaparse de nuevo hacia las luces de arriba, he aquí la obra, he aquí el trabajo. Fueron pocos quienes lo pudieron hacer. Nacidos de los dioses, fueron a la vez amados de Júpiter y llevados hacia el éter por una ardiente virtud» (Eneida VI, 126-131).

Así, Dis parece referirse a un dios inferior, entendido como dios de abajo. De

«inferior», justamente, proviene, según la etimología, la palabra «infierno».

Dante, en su Divina Comedia, cuenta que en el fondo del infierno hay un lago de hielo donde está Dite atrapado hasta la cintura.

Intentemos, a la luz de todo lo dicho hasta ahora, poner un poco de orden para ver más claro. El infierno es el Hades de los griegos; está directamente relacionado con Plutón, así lo expresa Platón:

«Respecto a Hades, parece ser que la mayoría admite que este nombre expresa lo invisible (aeides), y es por miedo a este nombre que lo llaman Plutón» (Crat.403a).

Así, el Dis latino y Plutón se refieren a lo mismo, ambos los podemos asimilar a una misma cosa. Pierre Grimal, en su diccionario, (2) nos apoya en este sentido:

«Dis Pater, el Padre de las riquezas, es, en Roma, un dios del mundo subterráneo. Muy pronto es asimilado al Plutón de los griegos».

Pasemos ahora a ver el sentido de los nombres en sus respectivas lenguas, y nos daremos cuenta de que estas dos palabras aún están más ligadas.

Dis proviene de un adjetivo latino que significa «rico», «el que posee riquezas».

En cuanto a Plutón, Plouton, tiene su origen en la palabra ploutos, «riqueza», «fortuna», «tesoro». Asimismo, según Esquilo, Plouton también era el nombre de un río que llevaba oro en sus aguas.

De este modo, vemos que, tanto en latín como en griego, este dios infernal, uno de los aspectos de Júpiter, tiene una relación con la riqueza, tal como lo sugería Hesíodo.

«Plutón, este Dite temible, señor de los infiernos, es un tesoro invisible y sin peso en las tinieblas. Es una luz que brilla en la misteriosa gruta de nuestro padre Adán. Pero es hermano de Zeus, «Padre de los dioses y de los hombres», que mora en el Olimpo, el dios glorioso de designios eternos».

Son, pues, «Júpiter Olímpico o Celeste y Júpiter Infernal», tal como lo expresa Dom Pernety. ¡Las dos partes del nombre separadas!

Así, hay dos padres, uno arriba y otro abajo. Podríanse comparar, respectivamente, con la luz del sol y con un tesoro sepultado en la tierra.

¡Todo esto son símbolos! -dirán-, Pero ¿qué tiene que ver esto con nosotros? Mas veamos la opinión de Douzetemps, un filósofo del siglo XVIII (3):

«[…] en la más profunda raíz, o el fondo más íntimo de la naturaleza, se encuentra un espíritu cruel, severo, amargo, agudo, austero, de un frío tan helador como de un calor ardiente, por encima de toda imaginación y de toda expresión: cuando se descubre y se despliega en una criatura, es el infierno.

Mas este fondo del hombre, que era su mayor amigo en su armonía con la sabiduría divina, siendo la base y el vínculo eterno, que vuelve al hombre inmortal, se vuelve su mayor enemigo doméstico, a menos que, mediante la ayuda de la gracia y de la luz, que ilumina a todo hombre al nacer, no lo vuelva a poner en el orden y en la concordia, para los cuales el Creador había destinado. Este fuego […] es un Imán […] que atrae a él lo que encuentra, para saciarse y refrescarse: si se dirige hacia la luz […] recibirá el maná celeste […] que procede de la boca de Dios […] mediante el cual se producirá una feliz metamorfosis de este espíritu de fuego y de este fondo tenebroso en un niño de luz; pero este mismo fondo se convierte en un enemigo y en un verdugo cruel si sólo se le da, por alimento […] las cosas de este mundo.

Vemos, pues, que este Dite-Júpiter-Infernal-Plutón-Hades-Padre de abajo está en nosotros mismos y es una espada de doble filo. En esto reside el efecto de la caída. No se puede menos que esperar que se vuelva para nosotros el Padre de las riquezas, que «este dios se reúna por el hecho de ser bien nombrado», es decir, que el dios de arriba libere al dios de abajo, y de este modo nos proporcione lo que los latinos llamaban el Pater Liber, «el Padre Libre».

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(1) Dom A. J. Pernety Les Fables Egyptiennes et Grecques dévoilées… Chez Delalain, París, 1786 (Vol. 2, p. 50)

(2) Pierre Grimal: Dictionnaire de la Mythologie Grecque et Romaine P. U. F., París, 1982 (p. 128). Existe una edición castellana en Ed. Paidós.

(3) Douzetemps: Le Mystére de la Croix, Ed. Sebastiani, 1975 (p. 16-18)