SOBRE EL SIMBOLISMO

No vamos a ocuparnos del simbolismo como corriente estética, sino como estudio del símbolo tradicional, más allá de corrientes y concepciones esteticistas.

El símbolo es como la parábola, el rito o el cuento, un transmisor de la Sabiduría, que nos ayuda a superar nuestra amnesia. El símbolo no explica (de ex: afuera, exterior, y plico: plegar; o sea desplegar, extender), no profana (de pro: delante y fanum: templo; o sea estar delante del templo), sino que sugiere, impresiona, revela, en la medida en que penetra en nosotros y nosotros penetramos en él.

Hoy en día hablar de estas cosas, afirmar el mensaje de los profetas, la finalidad de la verdadera Sabiduría, hace reír a los científicos y sabios oficiales; y es que, desde el punto de vista simbólico, nunca estuvo el mundo tan atrasado como ahora. Nadie, o casi nadie, cree ya en la omnipotencia divina y sin creer en ella, no podemos ni plantearnos la vía de la búsqueda del contenido de los símbolos, pues se escapará continuamente y sólo retendremos en nuestras manos su envoltura exterior, sin aliento ni eficacia.

Por ello, encararnos con los símbolos por su fascinación estética o mística no tiene ningún sentido ya que nos alejaremos cada vez más de su centro precioso y nos instalaremos en un árbol sin raíz. Tampoco nos pueden servir de nada las interpretaciones científicas; por muy avanzadas que estén en nuestra época las técnicas del conocimiento de los significados, ya sean antropológicas, sociológicas, biológicas, psicológicas, etc. Sólo sirven para acceder a las variaciones de los cuerpos opacos que los envuelven, siendo imposible explicar el sentido interior que manifiestamente se desconoce.

Los símbolos, así como los ritos, los cuentos o imágenes, han sido en la tradición los medios para recordarnos nuestro primer origen y su asombrosa proximidad en nosotros mismos; en el Corán, Dios dice: «Hemos creado al hombre… Estamos más cerca de él que su misma vena yugular».

Este recuerdo nos es propuesto por los enviados de Dios, los sabios conocedores de la Ciencia que salva de la muerte; sólo a través de ellos podremos aproximarnos al sentido oculto de los símbolos; ellos son, han sido y serán la vía del retorno al origen y a la identidad, por ello hemos de seguir sus pasos, su estela, como canta Dante: «Podéis entraros en el alto mar con vuestro navío, atentos seguir mi estela, tras la que el agua se cierra de nuevo» (Paraíso II-13).

En LA PUERTA nos hemos propuesto abordar una serie de símbolos, sin ninguna pretensión exhaustiva, dirigiéndonos para su comprensión a los autores y textos sagrados; lo importante no estará en nuestras interpretaciones o conclusiones, sino en lo que realmente digan los textos inspirados por la Sabiduría de Dios. Nos sentiríamos plenamente satisfechos en la medida en que abriésemos al lector ocioso esta caja donde se hallan escondidos los misterios de los símbolos, la fuente originaria de su sentido, las palabras capaces de ridiculizar a la muerte.