SOBRE EL PROLOGO DEL QUIJOTE

Pere Sánchez

En el prólogo del Quijote, Cervantes nos muestra la joya de su arte, la de un orfebre sutil y perfecto que abre, y al mismo tiempo corona, un texto para «los venideros tiempos» (1). Con palabras concisas, nos cuenta cuál ha sido al génesis de la obra, su intención al realizarla y a quién va dirigida; pero son confesiones hechas en la discreción, veladas, para que la pieza maestra sólo sea del todo comprendida por aquel a quien va dirigida. No obstante, los lectores atentos podrán descubrir la naturaleza y la virtud del texto que tienen ante sus ojos y podrán mesurar el alcance del mismo, con la ayuda de las Musas que lo inspiraron.

El laborioso placer de su lectura nos acercará al fruto que sacia mejor, o tal vez nos invada el recuerdo de un gozo ya sabido, porque la memoria de Cervantes es nuestra memoria, nuestro patrimonio, y forma parte del único tesoro que es lícito acumular en este mundo, porque es el que no nos será quitado. Cuando, dentro de treinta o cuarenta años, muchos admiren su obra inmortal con otros ojos, habremos recuperado una parte esencial de nosotros mismos. Como se ha dicho, es nuestra herencia.

En la medida de nuestras posibilidades, intentaremos acercarnos a este hermoso prólogo medido con precisión.

A un lector

Al leer el prólogo, se desprende, en primer lugar, que no va dirigido a cualquiera, sino a un «desocupado» y «suave» (2) lector.

«Desocupado» para que, sin trabas (3), pueda llenarse de la Verdad de la Mancha.

«Suave», del latín suavis, pulido, sin asperezas, porque esta Verdad sólo puede ser percibida por quien tiene los sentidos bien suavizados y purificados(4). Escribe para un discípulo, y no para un hombre ordinario. Se trata de un lector del que puede decirse:

·  «… estás en tu casa, donde eres señor della, como rey de sus alcabalas …»(5),

lo cual nos indica que el libro va destinado a un cabalista(6). Veamos pues, cuáles son las palabras que dirige a tan peculiar destinatario.

Cervantes viene a decir que le hubiera gustado escribir un libro puro y abierto, pero como ha sido compuesto en el exilio y es para ser leído en él, está pues oscurecido por las cortezas de la literatura de este siglo,

«… como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento…»(7).

En cuanto a la historia, le dice a su lector:

«Sólo quisiera dártela monda y desnuda»(8).

«Monda», porque viene del latín mundo, limpiar, purificar(9) y «desnuda» porque procede, según Covarrubias, de nudo, sin velo, sin vestido. Ya iremos viendo que en este prólogo no hay una sola palabra puesta al azar.

Como Cervantes es hombre honesto y veraz, a las pocas líneas se ve obligado a confesar que él no es más que el padrastro de la novela, puesto que el verdadero padre es un sabio, el «sabio historiador Cide Hamete Benengeli»(10). No obstante, como el humano Cervantes escribe en el exilio de este mundo, que sólo otorga a los hombres un «estéril y mal cultivado ingenio […] seco avellanado»(11), nuestro autor ha introducido muchos errores en la obra(12), por lo cual el desocupado y suave lector deberá descubrir la substancia que se oculta bajo el tejido de la historia, obra de ese Señor de la Verdad, hijo de los ángeles, con quien don Miguel ha establecido tan singular relación. Gracias a ella, el ingenio estéril del «hombre viejo, seco»(13) será convertido en ingenio bien labrado y fecundo.

La obra ha sido un parto laborioso, pues como él dice,

«muchas veces tomé la pluma […] y muchas la dejé, por no saber lo que escribiría…» (14).

Todos los cabalistas han tomado la pluma, porque han pesado esa materia en extremo volátil, sin la cual no hay éxito posible. Ciertamente, fijar el cielo no debe ser tarea fácil si no nos es concedido el Don.

La Visita y el Don

El genio español estaba angustiado y pesadumbroso porque no sabía cómo afrontar la labor que se había impuesto. Afortunadamente, todo vino a solucionarlo una deseada, aunque inesperada, visita que «entró a deshora», esto es, en lo más profundo de la noche, la hora del silencio, porque «deshora», en latín intempestas tiene ese significado(15). Atención a esta visita, porque va a darle la vuelta a aquella incómoda situación. El estado en que se encontraba Cervantes en el momento de recibirla es descrito así:

«y estando una [vez] suspenso(16), con el papel delante, la pluma en la oreja»(17).

Es decir que está en «suspenso», del latín suspendo, ofrendar(18), estar en éxtasis. Tiene «la pluma en la oreja», como quien por medio de su órgano receptor que son las orejas(19), recibe el Don del cielo en una visita que fija el volátil.

A continuación nos habla de este encuentro:

«entró a deshora un amigo mío, gracioso y bien entendido …»(20).

Aquí Cervantes nos confiesa que recibió la visita del verdadero amigo, del ángel iniciado «gracioso», porque es la Gracia del cielo. Decimos nosotros que se presenta en forma de bella visión, porque dicha palabra significa también hermoso(21). Es un amigo en el sentido latino de amicus, amado, porque procede de amo, amor.

Así pues, permaneciendo en un estado adecuado, Cervantes recibió la visita de un hombre inmortal que no debió ser otro que el propio Cide Hamete Benengeli, bajo la forma que requería la ocasión. Un día, que probablemente era de noche, fue agraciado con esa misteriosa visita de la que hablan los Adeptos: la del espíritu de Elías, que viene de edad en edad y que como el Espíritu Santo es un Maestro que habla, instruye, inspira las Sagradas Escrituras, concede el don de profecía y es, según Isidoro de Sevilla, «el espíritu del consejo y de la fortaleza»(22).

Afortunado y enriquecido por el Don celeste, la Puerta le fue abierta y su perturbación le fue resuelta con suma facilidad. Cada vez que esta puerta se abre, un tesoro es ofrecido a la vista de todos y un nuevo Siglo de Oro nace entre los hierros del siglo.

La visita viene a realizar su labor y le dice:

«estadme atento y veréis cómo en un abrir y cerrar de ojos(23)confundo todas vuestras dificultades y remedio todas las faltas que decís que os suspenden …»(24).

Esto nos indica que la falta antigua, el pecado original va a ser remediada, porque «confundir» procede del latín cum-fundo, consolidar, construir, fundar, y así será borrada su dificultad difficultas, carencia, impedimento.

Cervantes le pregunta:

«¿De qué modo pensáis llenar el vacío de mi temor y reducir a claridad el caos de mi confusión?»(25).

Entiéndase que la instrucción está en la pregunta, pues ésta nos indica que la graciosa visita viene a despertar, iluminar o «llenar» un oro que duerme «vacío»(26), porque aún no ha sido fecundado como la tierra antes de la Creación. Se va a producir el fiat lux en ese vacío caótico. Entendemos que «llenar el vacío de mi temor», alude a la creación verdadera, pues, como afirma el Zohar, Dios creó el cielo y la tierra con ese principio que es el temor(27). Uno de los nombres de Dios en griego es phobos, temor.

En la segunda parte de la pregunta, dice que viene a:

·  «reducir a claridad»,

esto es, reducir: re-ducere, conducir o restaurar una cosa a su estado primero; claridad, de claritas, evidencia, y también verdad. ¿Pero qué es lo que va a restaurar a su primer estado luminoso y verdadero?

·  «El caos de mi confusión».

Cervantes -que sabe lo que dice- está refiriéndose al tohu va bohu(28) del Génesis bíblico, I, 2 el pasaje del comienzo de la Creación, porque tohu significa caos, confusión y bohu, vacío. Según Nahmánides, dichos conceptos hacen referencia a una substancia perceptible por los sentidos, relacionada con los cuatro elementos(29)

Es de notar como en esta densa pregunta, la visita es asimilada a la verdadera creación, que consiste en poner orden en el caos. Somos una tierra oscura, confusa y vacía, que debe ser visitada y fecundada. Pero en ese caos, es donde reside el tesoro de oro(30).

Aquí el autor del Quijote nos indica la naturaleza de la visita y las consecuencias de la misma. No es poca cosa, en verdad, recibir un destino en el mundo por venir.

La instrucción

Con la visita viene la instrucción, y como se trata de escribir un prólogo, el amigo bien entendido,

·  «dándose una palmada en la frente y disparando una carga de risa»(31),

le instruye acerca de como debe escribir, no sólo el prólogo del Quijote, sino toda la obra, pues, creemos que intencionadamente, en ningún momento queda claro si lo escribió antes o después de redactar la novela.

«Disparando una carga de risa», es una forma de decir que recibió de la visita el peso(32) de una risa coaguladora(33).

Ante la negativa de Cervantes de utilizar la erudición en boga -su erudición es de otra naturaleza-, el amigo le reconforta diciéndole que el libro no tienen necesidad de acotaciones, ni citas cultas,

«pues, este vuestro libro no tiene necesidad de ninguna cosa de aquellas que vos decís que le falta …»(34).

Esto es, que el libro está completo, por lo cual Cervantes ve así realizado su deseo, expresado en el comienzo del prólogo :

«quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse»(35).

Curiosamente, las cualidades aquí descritas son las que adornan al amigo que le visita: es «hermoso» porque es la Gracia. Es «gallardo» -del galo-romano galia, fuerza, lleno de vida- porque el Espíritu Santo es también la Fuerza y la Vida. Es «discreto»(36)del latín discretus, y éste de discerno separar, porque el ángel de la visita sabe discernir, separar la vida de las cortezas. Es «hijo del entendimiento» porque es hijo de un sabio bien entendido, y no del «ingenio» del hombre viejo, «seco, avellanado».

El libro será, pues, de la misma naturaleza de aquel que lo ha inspirado, y quien pida su ayuda e inspiración gozará del texto abierto, como «desocupado y suave lector».

Ahora el amigo le alecciona acerca de cómo escribir su obra, que será el testimonio de su buena fortuna. Le recomienda algunos de los buenos autores, como Homero, Virgilio, Ovidio, Plutarco, León Hebreo, el Libro de los Reyes, los Evangelios … y le da un consejo importante:

«haced de modo como en vuestra historia se nombre el río Tajo», ya que «es opinión que tiene las arenas de oro»(37).

Con dicha mención, Cervantes se mostrará como «hombre erudito en letras humanas»(38).

Entendemos aquí que quien conoce las letras de Adán, padre de la generación humana, que son el abecedario de la creación, posee el oro de ese río, citado por cabalistas y alquimistas.

Tajo es el «corte que se da con algún instrumento»(39), y procede del latín taleo, que a su vez proviene de talea, retoño, brote, vástago(40). Covarrubias afirma que Tajo puede proceder de tagos, princeps, jefe o de tajos, celeritas, rápido. Como el Pactolo, es un río aurífero que fluye sobre el oro terrestre(41). En una obra alquímica del siglo XVII se puede leer este epígrafe : «penas nos unda Tagi», en mi poder las ondas del Tajo(42)..

Los Adeptos nos proponen cultivar el juego de la hermenéutica; pon este nombre en tu texto y tu lector sabrá que conoces el oro de los sabios y que posees las eruditas letras humanas : las cinco vocales, que -dice Covarrubias-«son el origen y la vida de las demás»(43), y las consonantes, del latín cum-sono, con el son, que despierta el alma para que ésta recobre la memoria. Así el destinatario comprenderá al autor, que le dice: tengo el oro, tengo la palabra.

Es necesario además, le aconseja el amigo, que,

«leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa y el risueño la acreciente» (44).

Se trata pues de rehabilitar este Saturno caído, signo de la melancolía, palabra griega formada por melas, negro y khole, cola, engrudo. Nuestro dios sepultado en su pegajosa oscuridad y entrampado en un sueño sin cuerpo, debe ser regenerado por efecto de la risa mesiánica, como María, que también recibió la visita de un ángel, Gabriel, «llenando el vacío de su temor y aclarando el caos de su confusión». Una vez purificada la tierra oscura y caótica, su vacío será fecundado, para que en ella germine la Edad de Oro de nuestro Señor.

Otra indicación del amigo es que el libro sea escrito,

«a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas(45).

Es natural que un libro al que no le falta nada esté compuesto «a la llana»: «cosa que no tiene estropieço»(46), del latín planus, liso, claro, evidente, sin asperezas. Con «palabras significantes», del latín significo, marcar con una señal, distinguir. «Honestas», procede de honestus, noble, hermoso, como si dijéramos honestus natus, de noble origen. «Y bien colocadas», porque Cervantes ha recibido el don de la elocuencia, de loqui, hablar y locus, lugar, que consiste en hablar con recto discurso, puesto que la palabra debe ser colocada en su lugar(47). Compréndase, pues, que el Quijote es un libro puro, claro, lleno de signos, hermoso, elocuente y de noble origen. Tiene las cualidades de su padre, el sabio Cide Hamete Ben Engeli.

Es también lógico que sea un libro con fundamento,

·  «que habrá de derribar la máquina mal fundada destos caballerescos libros»(48).

Es decir, los falsos libros de caballería porque, según Covarrubias, «una cosa sin fundamento» es aquella que «tiene ruin principio y falso»(49).

Otro consejo de la ilustre visita : que escriba «pintando […] vuestra intención» (50).

Cervantes ha de hacer visible, manifiesto(51) su propósito y su fin a quien le lea sin malicia. Colegimos pues, que quien siga las huellas de la luz bajo el velo de la historia quijotesca, descubrirá la «intención» de su autor(52). Así es cómo entre autor y lector, se establece el juego sutil de las intenciones y la complicidad. Así se vinculan, como maestro y discípulo, aquellos que beben de una misma fuente y tienen por objeto un único amor.

Quien escribe, sabe que quien comparta su mismo amor por la Verdad, descubrirá con facilidad sus trazas y comprenderá su «intención». Por su parte, el lector a quien va destinado el libro, descubrirá que en las singulares aventuras de un caballero y su escudero sólo se habla de la Verdad. Así se encuentran, gracias a un soporte textual, quien ha escrito y quien ha leído.

La visita auxiliadora le recomienda asimismo que siga la regla tradicional de la «imitación», esto es imitar, en la forma y en el fondo los textos revelados, los autores inspirados, cuyo objetivo es transmitirnos una única Verdad. Tanto en el prólogo como en varios pasajes del Quijote, Cervantes repite que ha seguido ese método tradicional(53). El padre tuvo a su vez un padre.

No se trata de inventar nada, sino de volver a decir lo esencial; lo único nuevo es la forma de velar, y ese es el sentido de revelar. Lo que nuestros contemporáneos consideran plagios o fuentes de inspiración en Cervantes, Quevedo y otros, no son sino avisos y guiños de complicidad, para que el lector bien intencionado sepa en qué clave está cifrado cierto pasaje o algunas palabras.

La herencia

Cervantes también fue en su día un «desocupado y suave lector» que, como él mismo declara en este prólogo, tuvo la «buena fortuna de hallar en tiempo tan necesitado consejero»(54).

Es precisamente gracias a la visita del gran consejo que se convierte en un bienaventurado(55)y escribe un libro de caballerías, o tal vez podría decirse, cabalallerías.

Señalemos que halló tan necesitado consejero «en tiempo». Covarrubias(56), siempre instructivo, nos dice que tener tiempo es «tener lugar», y que el «jeroglífico del tiempo es una culebra»(57). Tal vez se no dé aquí alguna indicación precisa acerca del lugar donde se le manifestó la visita, así como la naturaleza de la misma.

A su cabal lector, le dice Cervantes que supondrá para él

«un alivio hallar tan sincera y tan sin revueltas la historia del famoso Don Quijote de la Mancha… »(58).

Vemos aquí cómo, con otras palabras, de nuevo le recuerda la cualidad del libro: es ligero porque «alivio» procede de allevo, aligerar, exaltar. Es puro e intacto, porque ese es el significado de sincerus. Y está libre de «revueltas», del latín volvo, lo que da vueltas sobre sí mismo, en círculo. Por lo tanto es una obra libre de la prisión circular donde está enrejada nuestra vida.

Los beneficios de la lectura serán múltiples, pero aquí Cervantes tiene interés en señalar dos, el primero es:

·  «dar a conocer tan noble y honrado caballero»,

lo que no es poco, ya que es el verdadero protagonista de nuestra vida, aquel a quien están reservadas «las grandes hazañas, los valerosos hechos»(59). En el segundo pone más énfasis:

«quiero que me agradezcas el conocimiento que tendrás del famoso Sancho Panza, su escudero, en quien, a mi parecer, te doy cifradas(60) todas las gracias escuderiles … »(61).

Hay pues una gracia que posee el escudero, como una bendición de la que puede ser portador si, efectivamente, va unido a su señor Don Quijote. Cervantes quiere indicarnos, según lo entendemos, que existe un misterio, una cifra por desvelar en la condición de Sancho, un signo revelador.

Don Miguel parece decirnos que en el escudero podemos reconocer algo que debe importarnos mucho. Su intención es que nos fijemos en el carnal Sancho, tal vez porque la Edad de Oro debe nacer en la de hierro de este mundo, patria terrena de todos los Sanchos. Debemos reconocer nuestra herencia.

El «propósito principal» de la obra que nos ocupa, es, según su autor, hablar de «la verdad» y no de las «frías digresiones»(62). Y la verdad está en las palabras, en la medida en que su fuerza y su potencial creador son el reflejo del único Verbo de Dios.

A nuestro entender el prólogo de Cervantes es un testimonio de como se escribe una obra inmortal.

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(1) «…en los venideros tiempos, cuando salga a la luz la verdadera historia de mis famosos hechos…», Cervantes, Quijote, I, cap. 2, p. 80. Para la realización del presente trabajo he seguido la edición de Luis Andrés Murillo, Ed. Castalia, Madrid, 1991, 2 vol.

(2) Ibídem, pp. 50 y 58.

(3) Hace ya varios años que Juli Peradejordi publicó en esta misma revista un interesante trabajo sobre el prólogo y el nombre del Quijote, donde se habla de esta traba, entre otras cosas; La Puerta, nº 3, Barcelona, 1981, pp. 39-45. Es un artículo que, desde luego, merece ser leído.

(4) Según Covarrubias, herramienta básica para leer los autores del Siglo de Oro español, «suave cosa» es aquel que percibe el sentido; Tesoro de la lengua castellana o española, Ed. Alta Fulla, Barcelona, 1987.

(5) Cervantes, op. cit., p. 51.

(6) J. Peradejordi, op. cit., pp. 42-43.

(7) Hay aquí una alusión al concepto de exilio de la tradición hebrea, según la cual, el hombre se encuentra fuera de su verdadera patria. Está exiliado en Mizraím, Egipto, de la radical MZR, que significa angustia, estrechez, incomodidad, aflicción. Platón afirma que la parte divina sobre la cual se asienta nuestra vida está encarcelada en el cuerpo (Fedón 82, 83; Fedro, 250). Recordemos también que la inspiración divina «viene de la puerta estrecha, escondida en la sombra de nuestra prisión terrestre», Louis Cattiaux, El Mensaje Reencontrado, Ed. Sirio, Málaga, 1978, libro XVIII, 45′.

(8) Cervantes, op. cit., p. 51.

(9) «Mondar», del verbo latino mundare, que vale limpiar, dice Covarrubias.

(10) Ver C. del Tilo en «La hechicera», La Puerta «Alquimia», Ed. Obelisco, Barcelona, 1993, p. 85 (y nota).

(11) Cervantes, op. cit., p. 50.

(12) Ver E.C. Agrippa, «De la incertidumbre, vanidad y abusos de las ciencias», La Puerta «Magia», Ed. Obelisco, Barcelona, 1993, pp. 56-57.

(13) Ese es el significado que da Covarrubias de avellanado.

(14) Cervantes, op. cit., p. 51.

(15) Cfr. Diccionario de autoridades, voz deshora, y Varrón, De lingua latina, VI, 7.

(17) En la p. 53, dice Cervantes «suspensión y elevamiento»; esta última palabra significa según Covarrubias: «transportarse en contemplación levantado el espíritu a la especulación de las cosas inmateriales y divinas, que por otro nombre dezimos arrobarse». Elevamiento proviene del latín elevo, alzar y en sentido figurado aminorar, disminuir.

(18) Cervantes, op. cit., p. 51.

(19) Nos parece de utilidad leer al respecto E.C. Agrippa, La Filosofía Oculta, libro III, cap. 59.

(20) Afirma Covarrubias, citando a Plinio que «las orejas en el hombre no tienen movimiento». Según Varrón, auris, orejas, procede de aveo, deseo ardiente, op. cit., VI, 83. Las orejas estaban dedicadas a Mnemosine, diosa de la memoria y madre de las Musas; era representada clavando un clavo y su fuente era de efectos opuestos a los del Leteo. Heráclito, el Retor, afirma que la memoria es la madre de las Musas porque las diosas que tienen a su cargo la palabra «cobraron vida en el seno de la memoria», Homero, Alegorías, Ed. Gredos, Madrid, 1989, pp. 121-122. Ver también F. Rabelais, libro V, cap. 44, el poema dedicado a la botella: «Oh, botella, toda llena de misterios, por una oreja te escucho […]. Canta la bella palabra te lo ruego…». Acerca de las orejas receptoras, ver Louis Cattiaux, op. cit., libro XVI, 1-2: «Mutilando nuestras antenas receptoras…».

(21) Cervantes, op. cit., p. 52.

(22) Según Covarrubias, «gracioso es el que tiene buen donayre y da contento el mirarle». El Diccionario de Autoridades da como referencias iniciales a santa Teresa, Cervantes y Quevedo.

(23) San Isidoro de Sevilla, Etimologías, Ed. B.A.C., Madrid, 1982, VII, 3.

(24) Ver Louis Cattiaux, op. cit., libro XXII, 13: «…¡el Señor puede cambiarlo todo si lo quiere en un abrir y cerrar de ojos! Es todopoderoso para hacer germinar la simiente celeste sepultada en la tumba».

(25) Cervantes, op. cit., p. 54.

(26) Cervantes, op. cit., p. 54.

(27) Ver sobre este oro, E.H., «El Hilo de Penélope» III, La Puerta, «La Tradición Griega», Ed. Obelisco, Barcelona, 1992, pp. 31-38.

(28) Ver R. Arola, «Comentarios sobre el Cant espiritual» de Ausias March, La Puerta, «Esoterismo en la España del Siglo de Oro», Ed. Obelisco, Barcelona, 1991, pp. 113-119. En los textos alquímicos, el principio o materia con que se realiza la Obra es llamado Caos. Ver I. Filaleteo, La Entrada abierta al palacio cerrado del rey, Ed. Obelisco, Barcelona, 1986, pp. 36-37. Ver también Concordancia Mito-Físico-Cábalo-Hermética, Ed. Obelisco, Barcelona, 1986, pp. 65-67. Sobre el lugar del temor, ver Zohar, II, [79a].

(29) Génesis I, 2.

(30) Nahmánides comenta estas dos palabras diciendo que tohu es «algo que se puede percibir con los sentidos», y lo relaciona con el verbo taha, mirar con asombro, sentir, degustar, recordar. De bohu, dice que significa «algo que contiene en él la substancia», como si dijéramos «en esto, bo, hay algo que es, hu». A continuación afirma que con los cuatro elementos: ver la edición catalana -no existe en castellano-, Mossé Ben Nahmán, El llibre de la redempciò i altres escrits, Ajuntament de Girona/Univ. de Barcelona, Barcelona, 1993, pp. 137-139. Sobre ese caos, ver también Louis Cattiaux, op. cit., libro XII, 33 y 34: «La mujer y el hombre interiores son los que tenemos que hacer emerger del caos, mediante el auxilio divino de la gracia que abre y del amor que fecunda».

(31) E. Filaleteo, Tratado del Cielo Terrestre, La Puerta, nº 28, 1987, p. 61 y pp. 34-35.

(32) Cervantes, op. cit., p. 53.

(33) Ver Covarrubias, op. cit., voz carga.

(34) «Y dijo Sara : Dios me ha hecho una risa», Génesis XXI, 6. El fruto de esta risa es Isaac que significa risa. También Abraham «cayó sobre su rostro y se rió» Génesis XVII, 17. En el Siglo de Oro se pare riendo.

(35) Cervantes, op. cit., p. 57.

(36) Cervantes, op. cit., p. 50.

(37) «La discreción de mi amigo», Cervantes, op. cit., p. 58.

(38) Cervantes, op. cit., p. 56.

(39) Cervantes, op. cit., p. 56.

(40) Diccionario de Autoridades, op. cit.

(41) Talea significa también cayado y lingote; podría proceder del griego thalia que tiene el mismo sentido. Por eso se la representa con un cayado en la mano. Es una de las tres Gracias, consagrada al teatro, que se representaba en honor de Baco.

(42) Ver C. del Tilo, «La Ilustre Fregona» en esta misma Puerta y Pernety Les Fables Egyptiennes et Grecques, París, 1786, tomo I, p. 556 y 558.

(43) Anónimo, atribuido a Jean d’Espagnet, La Obra secreta de la filosofía de Hermes, La Puerta, nº 20, 1985, p. 7.

(43) Covarrubias, op. cit., voz letra. Aquí las letras son asimiladas a los «primeros elementos», y se refiere a que las sílabas y las dicciones se producen por «una manera de contienda hiriéndose unas a otras»; a continuación se explica, resumida la «fábula de Cadmo» (léase la voz fábula en este rico diccionario). Covarrubias afirma que las letras fueron creadas por nuestro padre Adán.

(44) Cervantes, op. cit., p. 58.

(45) Cervantes, op. cit., p. 58.

(46) Covarrubias, op. cit.

(47) Varrón, op. cit., VI, 56-57.

(48) Cervantes, op. cit., p. 58.

(49) Ver voz fundar.

(50) Cervantes, op. cit., p. 58.

(51) Ver Covarrubias, op. cit., voz pintar.

(52) E.C. Agrippa, op. cit., libro III, cap. LXV, también habla de esta «intención».

(53) Imitatio procede de imitor, y este imago, imagen, figura, representación. Cervantes alude a la imitación como modo de expresión en las páginas 303, 304, 305, 319, 364 y 370 del Quijote, parte I.

(54) Cervantes, op. cit., p. 58.

(55) Ver Mateo V, 3-12.

(56) Voz tiempo.

(57) Ver Diccionario de Autoridades, op. cit., voz tiempo : «tiempo […] vale ocasión»; se trata del kairos, para lo que aquí nos interesa. Esta palabra griega que en latín se traduce por occasio, significa medida conveniente, medida justa, y también ocasión, momento oportuno, conveniente, decisivo; los griegos hicieron de Kairos, un dios. En un tratado hermético del siglo XVII, sobre la Ocasión, se dice : «recibe esta nueva dote […] ¡con qué ternura la Ocasión, el Tiempo y la ayuda que yo aporto del Cielo os asisten!». «Oh, feliz y bienaventurado por la suerte amiga…» : Theodorus Galus, Tipus Occasionis, presentado por H. van Kasteel, Le Fil d’Ariane (Rue des Combattants 11, B-1457 Walhain-St.-Paul), nº 38, 1989, pp. 29-62.

(58) Cervantes, op. cit., p. 58.

(59) Cervantes, cap. XX, p.238.

(60) Ver Covarrubias, op. cit., voz cifra, escritura enygmática… Más adelante afirma que procede de una palabra griega que significa oculto. Ver Diccionario de Autoridades, op. cit., voz cifra, modo ú arte de escribir, dificultoso de comprehender sus cláusulas, sino es teniendo la clave.

(61) Cervantes, op. cit., p. 58.

(52) Cervantes, op. cit., II, cap. 18, p. 169. Según Covarrubias, op. cit.: «Llamamos frío al hombre que no tiene brío, ni gracia en quanto dize». Digresión, en latín digressio, dis-gradior : caminar desviado, desviación del camino recto. Aquí también Cervantes ha medido sus palabras