SOBRE LA TRADICIÓN HISPÁNICA
Editorial de LA PUERTA. ESOTERISMO EN LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
.A ninguno de los amantes de la literatura castellana del Siglo de Oro les
puede pasar por alto que, en muchos casos, sus autores proponen dos niveles
de lectura, uno superficial, «a sobre peine», y otro más
interior y profundo, «meditado y rumiado bien». El primero va dirigido
a todo el mundo, el vulgo, el segundo está reservado a unos pocos. Pongamos
algunos ejemplos evidentes: Al principio del prólogo del Lazarillo de
Tormes, el autor anónimo escribe:
«Yo por bien tengo que cosas tan señaladas y por ventura nunca
oídas ni vistas vengan a noticia de muchos y no se entierren en la sepultura
del olvido, pues podría ser que alguno que las lea halle algo que le
agrade, y a los que no ahondaren tanto, los deleite».
Mateo Alemán es aún más explícito al dividir el
prólogo del Guzmán de Alfarache en dos parte, una dirigida «al
vulgo, otra al discreto lector», al primero le dice:
«Libertad tienes, desenfrenado eres, materia se te ofrece: corre, destroza,
rompe, despedaza como mejor te parezca, que las flores holladas de tus pies
coronan las sienes y dan fragancia al olfato del virtuoso».
Al lector discreto le propone una lectura que trasciende los valores eruditos
y estéticos explicándole en el texto:
«Recoge, junta esta tierra, métela en el crisol de la consideración,
dale fuego de espíritu, y te aseguro hallarás algún oro
que te enriquezca».
En la única carta que conservamos de Góngora donde explica el
sentido de la poesía, defendiendo sus Soledades, escribe:
«Pregunto yo: ¿han sido útiles al mundo las poesías
y aún las la profecías (que vates se llama al profeta como al
poeta)?»
Después comenta la necesidad de ahondar en el sentido profundo de los
poemas, que nunca se podrán entender por medio de una lectura superficial;
que la poesía es importante para avivar el ingenio, y su fin es «hacer
presa en verdades», por lo que escribe:
«Eso mismo hallará V. m. en mis Soledades, si tiene capacidad
para quitar la corteza y descubrir lo misterioso que encubren».
Cervantes, en el Quijote, propone que las obras dramáticas pasen un
riguroso examen antes de representarse, pues así:
«Se conseguiría felicísimamente lo que en ellas se pretende:
así el entretenimiento del pueblo, como la opinión de los ingenios
de España» (I-48).
No sería difícil aumentar las citas, pero valgan las propuestas
e intentemos dar otro paso, procurando entender a qué se refieren nuestros
clásicos cuando hablan de dos niveles de lectura. Sin movernos del Quijote
encontramos que el Caballero habla de dos sendas, que equivalen a la lectura
superficial y a la profunda; dice Don Quijote:
«Sé que la senda de la virtud es muy estrecha, y el camino del
vicio, ancho y espacioso; y sé que sus fines y paraderos son diferentes;
porque el del vicio, dilatado y espacioso, acaba en muerte, y el de la virtud
angosto y trabajoso, acaba en vida que se acaba, sino en la que no tendrá
fin». (II-6)
El angosto camino que conduce a la vida es el que sigue el sabio, quien quita
las cortezas y ve lo recóndito, que no se deja llevar por las apariencias
de las cosas sino que descubre lo esotérico, lo interior, las perlas
que los cerdos pisan con sus pies. Recordemos los conocidos versos de fray Luis
de León:
«¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruido
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido »
Los grandes autores del Siglo de Oro no hablan abiertamente de lo esotérico,
sino que lo proponen hábil y discretamente para que el lector sutil y
buscador pueda comprenderlo; en sus textos parecen imitar al gran cabalista
gerundense Rambán, que al terminar una explicación siempre afirmaba:
«Y el inteligente comprenderá».
Hasta donde nuestra comprensión ha sido capaz de llegar, hemos ahondado
en algunos aspectos de nuestra tradición para, como escribe Góngora,
«hacer presa en verdades». Esta verdad es el único objeto
de estudio del esoterismo, es la sólida raíz que ha inspirado
a los grandes poetas y artistas de todas las épocas.
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