INTRODUCCION
AL ESTUDIO DE LOS SÍMBOLOS
Artículo
aparecido en LA PUERTA. SIMBOLISMO
Carlos del Tilo
Cuando el
símbolo es una realidad, es imposible
descubrirlo sin
la Ayuda de Dios
El mensaje
Reencontrado II, 44
René Guénon había formulado la
siguiente pregunta en su obra Les Symboles fondamentaux de la
Science Sacrée: «¿Por qué se encuentra tanta hostilidad,
más o menos confesada, respecto al simbolismo? Ciertamente
decía -, porque es un modo de expresión que se ha
convertido en algo completamente ajeno a la mentalidad moderna, y
porque el hombre está naturalmente inclinado a desconfiar de
aquello que no entiende,... el simbolismo es todo lo contrario de
lo que le conviene al racionalismo y todos sus adversarios se
comportan, algunos sin saberlo, como verdaderos racionalistas».
En efecto, el símbolo se dirige a
la intuición de la fe y no a las especulaciones de la razón,
puesto que el símbolo encierra una realidad que sólo puede
conocer aquel que la ha experimentado. Por ello, mientras sea el
símbolo objeto de fe, el hombre no puede sino explicar un
símbolo mediante otro, y corre así el riesgo de contentarse con
este juego, olvidando que los símbolos sólo existen para
recordar los misterios de la ciencia divina.
Hablando de símbolos, es
necesario en primer lugar comprender de qué se trata, y para
este fin, se precisa, como siempre, buscar el sentido
etimológico de la palabra. Símbolo significa «signo de
reconocimiento», pues, éste es el sentido exacto de la palabra
griega symbolon, del verbo symballo, juntar,
reunir; symbolé significa ajuste. El término se refería
primitivamente a «un objeto partido en dos del que dos personas
conservaban cada una mitad, y que transmitían a sus hijos. Estas
dos mitades reunidas servían para que aquellos que las llevaran
se reconocieran, y para demostrar las relaciones de hospitalidad
que habían existido anteriormente».
Las dos partes separadas, una vez
reunidas se ajustaban exactamente la una con la otra, para formar
de nuevo el objeto primitivo. Es necesario pues que el símbolo
sea reunido con su otra mitad natural, para poder constituir «el
signo de reconocimiento».
Existe un símbolo esencial al que
se refieren todos los demás de la ciencia sagrada y este
símbolo por excelencia es el Hombre, creado a la imagen (en
hebreo: bidmut) de Dios (1) Génesis V, 1.
Comparemos este versículo que se refiere al hombre después de
la caída, con otro versículo Génesis I, 26 que habla de
la creación del Hombre primitivo, es decir, antes de la caída:
«Haremos el Hombre a nuestra semejanza como a nuestra imagen Betzalmenu
kidmutenu». En el principio, Dios creó al hombre uniendo su
Semejanza con su Imagen Tzelem y Demut.
Como consecuencia del pecado
original, el Hombre perdió la semejanza divina, que se refiere
al primer término Tzelem, y se quedó sólo con la imagen
divina Demut, lo que representa precisamente el Símbolo
incompleto del Hombre primitivo.
De ahí el epígrafe de esta
reflexión: «Cuando el Símbolo es una realidad, es imposible
descubrirlo sin la ayuda de Dios».
Esta realidad que no puede ser
reconocida, sino mediante la reunión con su otra mitad
substancial y representada por la Ayuda de Dios, es el secreto
del Hombre esencial, símbolo o mitad de la Divinidad, que está
sepultado en las tinieblas del exilio de este mundo.
Veamos, releyendo el capítulo II,
18 a 25 del Génesis, que esta Ayuda de Dios consiste en
algo concreto.
Así dice el Profeta: Vers.18 :
«Y dijo el Señor Dios: no es bueno que el hombre esté solo, le
haré una ayuda conforme a él...» Vers. 20: «El hombre
pronunció los nombres de todos los animales domésticos, de las
aves del cielo y de todos los animales salvajes del campo, pero
no encontró ayuda conforme a él». Vers.21: «Y el Señor Dios
hizo caer sobre el hombre un sueño Tardemah (2) y
durmió, y cogió una de sus costillas Tzela (3). Vers.22
: «Y el Señor Dios construyó a partir de la costilla que
cogió del hombre, una mujer, y la hizo venir hacia el hombre.
Vers.23 : «Y dijo el hombre: Ésta, esta vez es hueso de mis
huesos y carne de mi carne, y se llamará Ishah, ya que
del hombre Ish, ha sido cogida.»
Por sí mismo, el hombre no había
podido encontrar a la Ayuda conforme a él; era necesario que
Dios interviniera caer su sueño Tardemah sobre él;
entonces dijo el hombre: Esta vez, sí he encontrado mi
complemento.
Asimismo, para descubrir el
símbolo o sea el Hombre esencial, es necesario reunirlo con su
«Ayuda conforme a él.»
Y esto, dicho de otra manera,
viene a ser lo mismo que la «Semejanza» reunida con la
«Imagen», en Génesis I, 26.
Encontramos la misma enseñanza en
la tradición islámica: Después del pecado, Adán y Eva cayeron
en dos lugares diferentes de la tierra (alusión a la pérdida
por Adán de su Ayuda conforme a él). Arrepentido, Adán, como
todo buen musulmán, emprendió el Peregrinaje a la Meca y allí,
muy cerca de la ciudad santa, en el monte Arafa, encontró y
reconoció a Eva que erraba tras su caída. La palabra Arafa
significa precisamente: conocer, reconoce (4). Ahí, sobre la
montaña santa «se reconocieron», y Adán pudo pronunciar esas
palabras: «Esta, esta vez, es hueso de mis huesos...»
Descubrir el Símbolo, o sea, el
Hombre, consiste en reconocer la realidad física que encierra, y
ello mediante la Ayuda de Dios, es decir, lo único que permite
este reconocimiento (como la llave y la cerradura).
Reconocer es «renacer con», lo
que implica una experiencia sensible. Los que han hablado o
escrito sobre este conocimiento experimental o Gnosis, se
llaman pues Conocedores, porque describen este nacimiento y este
crecimiento natural; y todas las imágenes que utilizan, no son
más que los símbolos de esta única experiencia, cuyo sentido
no podemos descubrir mientras no la hayamos vivido.
De lo dicho se deduce fácilmente
que existe gran peligro en intentar explicar y especular por
nosotros mismos sobre el sentido de los símbolos tradicionales,
ya que no «conocemos» (etimológicamente) a qué se refieren;
así es como nos engañamos a nosotros mismos y a los demás.
Eso no significa que no haya que
estudiar los símbolos, sino que debemos dejar sólo a los
conocedores el cuidado de explicárnoslos, ya que ellos siempre
nos volverán a conducir al único símbolo que es el Hombre
esencial reconocido y experimentado, mediante su Ayuda natural. Y
todos los símbolos tradicionales no son más que las diversas
expresiones de este único misterio interior.
En cambio, nosotros, los
proyectamos al exterior, es decir, intentamos aprehender la
revelación física que transmite el símbolo con nuestros
sentidos impuros y exteriores, que resultan de la caída
original.
Hay que resaltar que con mucha
frecuencia en las Escrituras encontramos las siguientes
advertencias: «¡Que aquel que pueda coger, que coja!», o,
«¡Que aquel que tenga oídos, que oiga!», etc. ¿Cuáles son
estos sentidos? Son los sentidos purificados que nos permiten
oír, ver y captar las cosas de Dios, pero los sentidos del
hombre exiliado se han vuelto groseros y carnales y por ello, el
ídolo del que hablan las Escrituras se refiere al hombre carnal
que no puede oír, ni ver, ni asir la vida. Por ejemplo, en el Salmo
CXV, 4 a 8, está dicho: «Sus ídolos son plata y oro, obra de
la mano del hombre. Boca tienen y no hablan, ojos tienen y no
ven, oídos tienen y no oyen, olfato tienen y no huelen, manos
tienen y no palpan, pies tienen y no andan, y no echan voz de su
garganta; semejantes a ellos serán los que los hacen, todo el
que en ellos confía».
Encontramos en el libro de Ezequiel
VIII, 3 algo interesante sobre el ídolo: «Y vi la figura de una
mano extendida que me cogió de una guedeja de mi cabeza y,
levantándome en espíritu entre cielo y tierra, evióme a
Jerusalén en una visión de Dios, junto a la puerta interior del
Templo que miraba hacia el Norte, donde estaba colocado el ídolo
de los celos, para provocar los celos del Señor (5)». Este
ídolo ciertamente es el hombre; está situado en la entrada del
Templo para representar su modo grosero de entender la imagen
simbólica de la revelación, sus figuras y ritos, que provocan
continuamente la cólera del Santo bendito sea. Y esto ocurre
precisamente porque el hombre-ídolo tiene ojos y no ve, oídos y
no oye, boca y no dice las cosas de Dios.
El ídolo está colocado al Norte
del Templo, porque representa el lugar donde no hay luz, aunque
es de allí de donde procede. Así comprendemos que el Ídolo, la
imagen, es lo mismo que el Símbolo, separado de su complemento
natural.
Por todo lo dicho, podemos
afirmando os concluir que el símbolo es una realidad sensible
que debe ser reunificada para convertirse en el «signo de
reconocimiento». En el caso contrario, no es más que un ídolo
inútil.
El Símbolo es como la cerradura de
la puerta que nadie puede abrir, sino es con la llave que le
corresponde exactamente
Todos los símbolos se refieren a
una realidad física, pero escondida, a la que todos nos podemos
aproximar por la fe y que luego se puede experimentar mediante
una revelación de Dios.
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1. «Si se considera más
particularmente al hombre, ¿acaso no sería legítimo afirmar
que él también es símbolo, por el hecho mismo de haber sido
creado a de Dios?» René Guénon, op. cit., pág. 37.
2. Tardemah: sueño; la
Biblia griega (de los Setenta) traduce: éxtasis.
3. Los comentaristas hacen notar
que la palabra Tzela, costilla, significa también lado.
4. Le Coran. Trad. y
comentarios del Cheik Si Hamza. Sura XXII (nota del vers.129)
pág. 686.
5. Ver también Salmo
LXXVIII-58 : «Con sus ídolos han excitado sus celos...»
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