REFLEXIONES
SOBRE LA QUÊTE
Artículo
aparecido en LA PUERTA nº 1, 1981. Para designar la búsqueda
personal de los misterios centrales de las tradiciones se ha
usado en diversas ocasiones en nuestras publicaciones el término
francés Quête que no tiene equivalencia en
castellano, y que significa tanto búsqueda en el estudio e
investigación, como demanda de ayuda a la gracia universal
Carlos del Tilo
Lao Tsé decía que «sólo aquel
que no está acaparado exclusivamente por la lucha por la
existencia, puede apreciar sabiamente la vida».
Si, para estudiar los misterios de
la Tradición, hay que disponer de tiempo. Y para meditar las
obras de los profetas y de los santos filósofos es necesario que
el espíritu del buscador no esté ocupado únicamente por las
preocupaciones sin cesar renovadas de la existencia.
Por ello, si bien muchos se
sienten atraídos por el perfume de la Ciencia de Dios, no saben,
sin embargo, que hacer para dedicarse a ella y viven añorando
profundamente una búsqueda que creen imposible emprender hasta
que, poco a poco, el olvido de sí borra su recuerdo.
Querríamos que LA PUERTA
fuese también para todos ellos, a fin de que no se desanimen
en su búsqueda apenas iniciada. Evidentemente, no podemos darles
ni el tiempo ni la libertad de espíritu necesarios para la
búsqueda, pero al menos podemos ofrecerles documentos, textos y
referencias que nos esforzamos en escoger entre los más
auténticos, como materia de meditación.
Es como una puerta abierta a los
misterios de la Tradición, a través de los maestros que la han
poseído, y que, tal vez, les facilitará la aproximación a este
estudio.
Pero debemos volver al trabajo y a
las preocupaciones materiales de este mundo, que son como una
maldición que nos cierra el paso hacia la Fuente de nuestra
vida.
Existe una sentencia sacada de las
máximas de los Padres de la tradición hebraica que resume en
una formula, de una concisión y brevedad extraordinarias, todo
el problema de la búsqueda en relación con las contingencias de
la vida material del buscador:
«Si no hay harina, no hay Torá;
y si no hay Torá, no hay harina». (Tratado Abot III, 21).
Esta sentencia parece decir que si
no hay ni medios de subsistencia ni tranquilidad de espíritu
(que es la consecuencia), no hay búsqueda. El hombre que debe
luchar para vivir no tiene ni el tiempo ni el gusto para
dedicarse al estudio de la Tradición. Sin embargo, si el hombre
abandona esta ocupación, se ve privado de su subsistencia y a
causa de ello, de la tranquilidad de espíritu. En otras
palabras, si el hombre desprecia el estudio de la enseñanza
divina, Dios le retira su protección. Así pues, esta máxima
parece colocarnos ante una contradicción totalmente irresoluble.
Examinemos primeramente la segunda
parte, o sea «si no hay Torá, no hay harina».
Parece evidente que muchos de los
que nunca se han preocupado ni de las cosas de Dios ni de su
ciencia sagrada, están generosamente provistos al menos de
medios de subsistencia: por lo que se refiere a la tranquilidad
de espíritu, es otro cantar. Pero entonces, ¿por qué se afirma
que si no hay Torá, no hay harina, no hay riquezas?
A mi parecer, la razón consiste
en que si bien la riqueza está en la tierra que el hombre
trabaja, es, sin embargo, el cielo quien la libera y la da al
hombre.
Así hablaba Salomón: «Es la
bendición de Dios la que proporciona la riqueza y todos nuestros
esfuerzos no añaden nada».
El hombre del mundo se gana la
vida y cuenta consigo mismo y con su trabajo para enriquecerse,
pero ignora que esta riqueza esté envenenada sin la bendición
del cielo. Cree que sólo depende de si mismo y no obstante un
día no muy lejano, se verá reducido a la pobreza más integral,
que es la de la tumba.
El buscador de la ciencia sagrada
debe, él también, ganarse la vida para sobrevivir en el mundo,
pero sabe que sin la bendición del cielo, no puede nada, por
ello conserva la tranquilidad de espíritu tan necesaria para su
búsqueda.
Todos están sometidos a la lucha
para adquirir la subsistencia material, pero, ¿cuántos tienen
la inteligencia para aplicar estas palabras conocidas pero a
menudo mal interpretadas?: «Buscad primero el reino de Dios y su
justicia y todo el resto os será dado por añadidura» (Mat. VI, 33).
Así pues, hay que creer y
experimentar que aquel que se dedica al estudio de las cosas de
Dios, atrae sobre él la protección de Dios, incluso al nivel de
la subsistencia material.
Si deseamos que Dios se ocupe de
nuestros asuntos, empecemos por preocuparnos por los asuntos de
Dios.
Pero algunos dirán entonces:
¿Qué se puede hacer cuando se está sumergido y totalmente
absorbido por las preocupaciones y el trabajo en el mundo para
ganarse el pan? ¿No dice la sentencia: «Si no hay harina no hay
Torá»?
Se podría responder que no hay
nadie, por muy absorbido que esté por ganar su subsistencia, que
no disponga de algunas horas para indagar sobre el secreto de su
vida.
«Consagremos nuestro ocio al
Señor y el Señor multiplicará nuestro ocio» dice el Mensaje
Reencontrado y esta es la llave que tiene cada cual para
hallar de nuevo la paz del corazón y del espíritu.
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