Carlos del Tilo
No puede hablarse de los Maestros del saber de Hermes del siglo XVII sin citar a uno de los más célebres: Pierre-Jean Fabre de Castelnaudary. Su obra impresa suma cerca de veinticinco tratados.
Fabre o Fabrí significa ‘herrero’ en lengua de Oc. Cuando examinamos las armas de este curioso personaje en el Armorial général du Languedoc, comprendemos que se trataba de un herrero un tanto especial: «Un herrero vestido de plata sosteniendo con su mano derecha un martillo de plata y con la otra unas pinzas también de plata, con las que aguanta una moneda de oro sobre un yunque de plata, todo ello acompañado de rayos de sol de oro que se mueven desde el ángulo izquierdo del escudo». (1)
En la fachada de la mansión que había hecho construir en las cercanías de Castelnaudary, hizo grabar sobre una placa de mármol rojo la siguiente inscripción: «La alquimia ha elevado estas piedras (de esta casa), ella que (por lo general) dilapida todo el resto para procurarse la piedra (filosofal)». (2)
Pierre-Jean Fabre nació hacia 1588 en Castelnaudary, a unos treinta kilómetros de Carcasona. Al ser su padre, Antoine Fabre, un hombre acomodado, pudo seguir cursos de medicina en la facultad de Montpellier, donde los estudios alquímicos aún gozaban de gran consideración entre los sabios médicos de esta célebre escuela. Arnaldo de Vilanova, amigo de Ramón Llull y consejero del Papa Clemente V, había profesado allí a finales del siglo XIII. Siguiendo su ejemplo, Pierre-Jean Fabre daba mucha importancia a las influencias astrales y, por lo tanto, a los momentos favorables para ejercer su terapia por ser, según él, indisociable la alquimia de la astrología.
Hacia 1610 el joven médico se instaló en Castelnaudary. Se casó tres veces.
Podemos presumir que realizó la Gran Obra en el año 1627, cuando tenía unos cuarenta años. Al menos esto es lo que afirma en una de sus obras, escrita en latín, llamada Alchymista Christianus (El Alquimista Cristiano) y fechada en 1632: «El año del Señor 1627, en Castelnaudary, el 22 de julio, fiesta de santa Magdalena, experimenté la virtud de esta famosa sal física, en presencia y con la ayuda de varias personas dignas de confianza…» (3) y sigue una relación minuciosa de la operación.
Fabre insistía mucho en el hecho de que la alquimia no puede ser practicada sin una cierta «preparación espiritual», necesaria, pero no suficiente para la realización de la Gran Obra.
Sin caer en el error de la «alquimia espiritual» (4), no hace sino reafirmar el gran principio de la Ciencia Hermética: Ora et labora (‘reza y opera’), debiendo ser el Oratorio adyacente al Laboratorio.
Parece ser que Fabre viajó a Alemania y se instruyó con maestros alemanes de la alquimia, o al menos por sus obras. Es lo que explica en otro de sus escritos, el Hydrographum spagyricum (1639): «Dios, se sirvió, para revelarme el conocimiento de la Fuente (de los sabios), de todos los tratados insertos en el Museo Hermético (impreso en Francfort). (5) Son tratados muy doctos y preciosos que me hicieron salir del error y me enseñaron cuál era la verdadera materia química. Doy gracias eternas a los autores de estos escritos y de todo corazón les ofrezco cuanto poseo. Si los conociera, les haría grandes dones, no con la esperanza de pagar la deuda que he contraído con ellos, por lo que me han comunicado y transmitido, sino a fin de al menos testimoniarles toda mi gratitud. Si mi pequeño tratado De las Fuentes cae en sus manos, les ruego que lo acojan como procedente de una mano generosa y fraternal, pues les pertenece y nunca habría visto el día sin ellos». (cap. XIII, p. 246). (6)
P.J. Fabre había leído todos los tratados de hermetismo conocidos en su época desde Hermes Trismegisto hasta Basilio Valentín y Paracelso.
Nuestro médico-alquimista se hizo muy célebre sobre todo a raíz de la epidemia de peste que diezmó la región hasta Barcelona, en 1628. Se le encargó organizar la lucha contra esta epidemia y tuvo tanto éxito que las autoridades de Castelnaudary hicieron imprimir a sus expensas su Tratado de la peste según la doctrina de los médicos espagíricos (Toulouse, 1629), como testimonio de su agradecimiento.
P.J. Fabre murió el 9 de enero de 1658 y fue enterrado en la capilla de los Penitentes blancos de Castelnaudary, en la tumba de sus antepasados.
Hemos escogido y traducido para nuestros lectores algunos pasajes de una de sus obras más importantes: L’abrégé des secrets chymiques, oú l’on voit la nature des animaux, végétaux et minéraux entièrement découverte, avec les vertus et propriétés des principes qui composent et conservent leur être, et un » traité de la médicine générale», París, 1636.
QUE LA ALQUIMIA ES LA ÚNICA Y VERDADERA FILOSOFÍA NATURAL Y ENGLOBA EN SÍ TODA LA NATURALEZA (Capítulo II)
Para comprender con claridad que la Alquimia es la única y verdadera filosofía y que posee el conocimiento de todas las cosas naturales, debemos aclarar qué entendemos por Alquimia.
Definición de la Alquimia.
Algunos Filósofos han querido definir la Alquimia como un Arte que enseña a transmutar unos metales en otros, o sea, los imperfectos en perfectos. En este cambio intervienen toda clase de depuraciones y selecciones entre las cosas metálicas y minerales, y las impurezas cadmias, terrestridades y feculencias que existen en el género mineral. Pero esta distinción es muy limitada y no abarca su definición, pues la Alquimia engloba mucho más que el género mineral. Los vegetales y los animales no pueden evitar sus poderes; como tampoco cuatro vastos cuerpos que denominamos los cuatro Elementos (que son las columnas del mundo) pueden impedir, por su grandeza y amplia solidez, ni que…
La Alquimia penetra toda la naturaleza.
… la Alquimia los penetre totalmente ni que vea, mediante estas operaciones, tanto lo que tienen en su vientre como lo que hay escondido en lo más profundo de su centro desconocido. El Cielo, que está por encima de nuestros sentidos corporales y que sólo podemos comprender mediante operación intelectual de nuestra alma, no puede ser excluido del campo de la Alquimia, ya que ella ve y toca las materias superiores y celestes mediante la materia incorruptible de las cosas inferiores que están en su centro; así como ve, por el mismo medio y vía, que las materias inferiores son similares y de idéntica substancia que las superiores y celestes, y que sólo se diferencian por lo puro e impuro que hay en cada individualidad.
Verdadera definición de la Alquimia.
Diremos, pues, en vista de tantas maravillas, que la Alquimia no es tan sólo un Arte o una Ciencia para enseñar la transmutación metálica; sino que es, también, una ciencia sólida y verdadera que enseña a conocer el centro de todas las cosas. En lenguaje divino se le denomina Espíritu de vida, que Dios infundió en todos los elementos para producir las cosas naturales, nutrirlas y mantenerlas. Dicho Espíritu de vida se corporifica en el centro de todas las cosas como cuerpo incorruptible, permanente y fijo, a fin de poder resistir todas las alteraciones que se deben padecer para acomodar las diversas generaciones que deben nacer de su centro.
Así pues, la Alquimia, al enseñar esta substancia divina y espiritual que hay en todas las cosas, al mostrar, mediante sus operaciones Químicas, cómo extraerla y separarla de la confusión y corrupción Elementales, para permitirle gozar de los poderes y virtudes casi infinitos que su creador le ha otorgado, ,merece ser calificada como la única Filosofía natural; pues, muestra la base, el fundamento y la raíz de todas las cosas creadas, y enseña cómo depurarla y exaltarla; de ahí provienen la transmutación metálica de los metales, la fertilidad de los vegetales y la prorrogación de la vida de los animales con todas sus manifestaciones.
DE LOS PRINCIPIOS DE LA ALQUIMIA QUE PERMITEN CONOCER EL INTERIOR DE TODA LA NATURALEZA (Capítulo III)
El fundamento de la naturaleza es una substancia espiritual.
La Alquimia, al ser la quintaesencia y la virtud de la Filosofía natural, después de haber hecho la anatomía de la naturaleza general y particular, y después de haber hurgado en lo más recóndito de su interior; ha encontrado que la fuente y la raíz de todas las cosas es una substancia espiritual, homogénea y similar a sí misma, que no tiene ninguna parte diferente que diversifique su esencia, a la que los Filósofos antiguos han denominado Substancia vital, Espíritu de vida, Luz, Bálsamo de vida, Mumie vital, Calor natural, Húmedo primogénito, Espíritu y Alma del Mundo, Fuerza y Vigor de toda la naturaleza, Principio del movimiento, Entelequia y Quintaesencia, y Mercurio de vida, así como otros muchos nombres que no es necesario transcribir para no extendernos demasiado….
La semilla radical es denominada azufre, mercurio y sal a causa de su fuego, de su humedad y de su sequedad.
Volveremos a emprender nuestro discurso diciendo que esta substancia, radical y fundamental en todas las cosas, es verdaderamente única en esencia y de denominación triple (si me está permitido hablar así para expresar nuestras intenciones y pensamientos); pues esta substancia, por su fuego natural, es llamada azufre; por su alimento y el pasto de este fuego, Mercurio; y por su sequedad radical, cemento y vínculo de este húmedo y de este fuego, se denomina Sal. De tal modo que una misma cosa, única en esencia, tiene tres nombres, y, sin embargo, no tiene tres substancias diferentes unas de otras, como veremos más particularmente en los siguientes capítulos donde trataremos de explicar y de hacer comprender estas tres substancias.
DEL FUEGO NATURAL DE TODAS LAS COSAS QUE EN QUÍMICA SE LLAMA AZUFRE (Capítulo IV)
¿Qué es el fuego natural?
Cuando los Filósofos químicos hablan del fuego natural, que engendra y produce todas las cosas, no se refieren al fuego material que vemos aquí abajo en nuestros hogares y hornos, sino a un fuego vital invisible, principio de todo movimiento y acción, que no es diferente sino, por el contrario, totalmente semejante a las influencias celestes generales y particulares. Al hablar de las generales me refiero a las influencias del primer móvil: fuente y principio de este fuego; y se entienden particulares las influencias de todos los Planetas y constelaciones celestes, siendo la del Sol la más importante, pues es el centro de este globo celeste.
El fuego natural es más potente en el Sol que en todos los demás planetas.
En el Sol, por lo tanto, el espíritu de vida, o fuego natural, es más potente que en todas las otras partes de este gran cuerpo superior, ya que Dios lo ha llenado más de espíritu de vida y de este fuego que a las otras partes del mundo; como si la cabeza y cerebro del mundo fuera donde debe estar el hogar y la mina de este fuego vital, para así vivificar todas las partes que están atadas a esta gran cabeza mediante una cadena invisible y, sin embargo, imposible de romper.
Por lo tanto, este fuego es astral y celeste; o sea, que se parece más a la naturaleza de los astros que a cualquier otra cosa. Pero, en verdad y hablando con propiedad de la Filosofía cierta y verdadera, no es ni astral ni celeste, sino algo más puro que el Cielo y de lo que éste y todos los demás Elementos han sido llenados para hecerlos potentes y capaces de producir y engendrar todas las cosas naturales que vemos producirse a diario…
Este fuego vital es la luz.
Pues, todos los elementos, antes de poseer este espíritu, estaban vacíos, vanos, inútiles y llenos de tinieblas; tal como nos dicta el Espíritu Santo en la Santa Escritura: «La Tierra estaba caótica y vacía, y las tinieblas estaban sobre la superficie del abismo». Pero después de la creación de la luz, que es este espíritu de vida, fuego natural y azufre vital, todo se llenó instantáneamente de vida y nada fue inútil, ni vacío, ni vano; todo fue bueno y muy importante.
Así pues, este fuego natural al que llamamos azufre es este espíritu de vida con su luz inseparable, creado por la Omnipotencia divina e infundido en todos los Elementos para vivificar toda la naturaleza y, primordialmente, en el Cielo, siendo éste el elemento primero y principal; en el Cielo, este fuego natural es tan potente que desde allí es comunicado a todas las partes del Universo. Por esto, todos los Filósofos antiguos nos han dejado escrito que el ser principal de todas las cosas inferiores, que decían ser su forma y esencia verdadera, dependía del Cielo…
El fuego vital es protector de las formas.
…pues, han asegurado, que bajo las formas particulares de todos los individuos elementales, las cosas inferiores eran producidas y engendradas por este fuego celeste; el cual, introduciéndose en las semillas inferiores, suscita y hace aparecer la forma interior desde lo más profundo de la materia con todas sus manifestaciones; he aquí cómo se produce la generación por medio de este fuego celeste y cómo todas las cosas elementales dependen de él aquí abajo, por ser su verdadera fuente y origen.
DEL HÚMEDO RADICAL DE TODAS LAS COSAS QUE EN QUÍMICA SE LLAMA MERCURIO (Capítulo V)
Qué es el mercurio y el húmedo radical.
…El húmedo radical de todas las cosas, que en química se llama Mercurio, es la substancia húmeda, primogénita de la semilla de todas las cosas, sobre ella actúa el fuego natural o azufre vital, para hacer crecer las formas escondidas en el tesoro de su abismo. Denomino abismo las virtudes y propiedades casi infinitas que tiene para extraer de sí mismo todo tipo de formas. Tan sólo los diferentes lugares, que corresponden a las diversas matrices, impiden y son la verdadera causa de que en un mismo lugar y en una misma matriz no crezcan varias y distintas formas al mismo tiempo y del mismo sujeto; el lugar le determina la obra y la tarea, y le ordena trabajar de un cierto modo y no de otro…
… Y es denominado Mercurio porque este planeta, como han observado los Astrólogos antiguos y modernos, tiene, además y por encima de su virtud particular, la capacidad de producir este húmedo radical en todas las cosas y de conservarlo. Su Creador también le ha otorgado el don y la virtud de que cuando está en conjunción con el Sol es Sol y tiene las virtudes solares; cuando está conjunto a Saturno tiene las virtudes de Saturno e infunde como él; conjunto a Marte es como Marte, y así con todos los planetas. Del mismo modo, este húmedo radical, además y por encima de todo esto, produce, conserva y aumenta el húmedo radical particular de todas las cosas: es peral en el peral, col en la col, oro en el oro, plomo en el plomo, etc…; de tal modo que en todo y por todas partes sigue las propiedades y virtudes del planeta Mercurio. Por lo tanto, los Químicos tienen todo el derecho y la razón de llamarlo Mercurio.
DE LA SAL CENTRAL PRINCIPIO RADICAL DE TODAS LAS COSAS (Capítulo VI)
Del por qué el principio de la sal ha sido escondido por los antiguos.
Todos los Filósofos Químicos antiguos han hablado manifiestamente del azufre y del mercurio, principios radicales de todas las cosas, pero muy pocos han hablado de la Sal radical que también es principio de todo. Esto es debido a que consideraban que manifestando este principio sería desvelada y descubierta toda la naturaleza al declarar cual es su esencia. He aquí porque Hermes Trismegisto ha dicho: In sole et sale naturae sunt omnia (‘Todas las cosas están en el Sol y en la sal de la naturaleza’). Tanto es así que escondían cuanto podían este principio de todas las cosas, y, cuando se veían obligados a hablar de él, lo hacían superficialmente, tratando someramente lo más escogido de este conocimiento, para testimoniar que sabían de lo que hablaban y que si escondían esta doctrina era para no permitir entrar a todo el mundo en esta ciencia divina. Pues, en verdad, la anatomía de la Sal es tan elevada y sublime…
¿Qué es la sal?
… que quien la sepa hacer como es debido, y unir todas las partes que la integran, verá que es el asiento fundamental de toda la naturaleza en general y en particular, que es el punto y el centro donde todas las virtudes y propiedades celestes y elementales desembocan y terminan, y que de ella se puede formar y establecer su verdadera definición de la siguiente manera: la sal central de todas las cosas es su principio radical y seminal, ella encierra en sí el fuego natural, o azufre vital, el húmedo radical, o mercurio de vida con todas las virtudes Celestes y Elementales. Es, en consecuencia, la abreviatura de toda la naturaleza, constituyendo un microcosmos en cada individuo donde está encerrada como principio de corporificación, siendo el nudo y el vínculo de los otros dos principios, el azufre y el mercurio, a los que da cuerpo para hacerlos visibles a los ojos de todos.
La sal de la que hablo no es ni la sal marina común ni el salitre (que está expandido por toda la tierra), aunque estos contengan una gran cantidad de la sal que hablamos; como también la contienen los otros mixtos cada uno por su parte. Ninguna cosa natural, sea la que fuere, puede vivir sin ella, pues ella la hace subsistir; si falta, es decir, si está impedida para producir sus acciones, es necesario que el mixto y el individuo donde está este impedimento se disuelva y destruya en sus principios, para que éstos, una vez desembarazados y desenredados de ésta mezcla extraña, recomiencen un nuevo mixto, actuando en este individuo producido de nuevo, hasta que otra vez sean impedidos por nuevos excrementos contraídos por el alimento que están obligados a buscar y recurrir para alimentarse. Pues estos principios (azufre, mercurio y sal) reunidos mediante un nudo indisoluble y gordiano necesitan alimento y comida para persistir y conservarse en los mixtos que producen. Ahora bien, estos alimentos son excrementicios y ni su sexagésima parte es alimento verdadero, siendo el resto excremento que no puede ser debidamente separado por la facultad de exclusión del mixto que ingiere este alimento.
El alimento puro está en pequeña cantidad.
Tanto es así, que, con el tiempo, estos excrementos crecen y se multiplican tanto que impiden las acciones vitales de estos principios, por lo que sobreviene la muerte y la destrucción del mixto que contiene esta multiplicación de excrementos y de cosas ajenas a la esencia de los principios vitales.
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(1): Citado por A. Fourès: Les homes de l’Aude, dernières séries, Narbona, F. Gaillard, 1891, p. 141.
(2): Hos lapides erexit alchymia, quae reliquia delapidat pro lapide. Cf. R. Nelli: Histoire secrète du Languedoc, Albin-Michel, 1978, p. 110.
(3): Op. cit. p. 116.
(4): Patrich Burnout, introducción al Abrégé des secrets chymiques, Gutemberg Reprint, 1980. Del ejemplar de la Biblioteca Nacional de París, cota te. 131 – 169).
(5): Musaerum Hermeticum omnes sopho-spagiricae artis discipulos fidelissime erudiens…, Francofurti, 1625. Este volumen de más de 700 páginas contiene quince tratados. Entre ellos podemos encontrar los de Madathanus, Lambsprinck, Michel Maier, el Cosmopolita, Basilio Valentín, Tomas Northon, etc…
(6): R. Nelli, Op. cit. p. 115.