LA TUMBA DE SEMIRAMIS

(Sellada herméticamente)

Anónimo
Traducción: A. Ballester

CAPITULO PRIMERO

Del sujeto físico de la Piedra de los Filósofos

El comienzo de nuestra obra debe ser «el temor del Señor», y el fin «la caridad y el amor del prójimo». Por lo cual, antes de emprender esta obra divina, es necesario saber primero cuál es el sujeto sobre el que debemos trabajar, pues, tal como el labrador en vano prepara la tierra, si no sabe de donde tomar la semilla que a ella debe lanzar, del mismo modo se labra inútilmente el campo químico si se ignora lo que debe sembrarse en él. Es sobre esto en particular, que hoy en día muchos se equivocan y caen en mil opiniones distintas que sería demasiado largo discutir aquí . Diremos, solamente , que mientras unos buscan su materia en el reino animal, en lugares como la sangre, el esperma, el sudor, la orina, los cabellos, los excrementos, los huesos, las serpientes, los sapos y las arañas, otros se afanan vanamente en el vegetal y, particularmente, sobre el vino con el que imaginan hacer el Magisterio; y aún siendo cierto que en cada uno de estos reinos, pueden encontrares grandes remedios para la salud, sobre todo en el hombre y en el vino donde se encuentran reunidas todas las virtudes de los animales y de los vegetales, tal como las de los minerales se encuentran en el Oro, sin embargo, ninguno de los Adeptos jamás pensó hacer con ellos la gran Obra. De lo cual se deduce, que en el reino mineral es donde debe buscarse nuestra materia, pero aquí es donde uno se encuentra dividido entre tantas opiniones distintas, que sin un Edipo es comple-tamente imposible vencer todos esos obstáculos; unos pretenden que debe sacarse de los minerales y los demás de los medios minerales, como la sal, el nitro, el alumbre y otros parecidos, pero es en vano, ya que no hay en ellos ninguna plata viva en la que puedan ser resueltos, y aquí está el primer cenagal en que nos caímos en el tiempo de nuestra ignorancia.

Queda claro que únicamente los metales son el sujeto físico de nuestra piedra bendita, pero aún aquí se encuentra una doble senda, pues entre los metales unos son perfectos y otros imperfectos. Para abreviar, diremos que todos los metales, principalmente aquellos que aunque imperfectos no han sufrido desunión por medio de una depuración íntima de su mancha original (lo cual es muy difícil y casi imposible) pueden ser el sujeto de la Piedra; lo cual hizo decir a F1amel: «Algunos han trabajado sobre Júpiter, otros sobre Saturno, pero yo he trabajado sobre el Sol y lo he encontrado». También en la Turba leemos: «que todos los metales puros o impuros son en el interior Sol, Luna y Mercurio, pero sólo uno es el verdadero Sol, a saber, el que se extrae de ellos». Y el autor de EL SECRETO HERMÉTICO Can. XVI nos advierte que: «quien busca el arte de perfeccionar los metales imperfectos fuera de los metales mismos, camina en el error, ya que la especie metálica debe buscarse en la naturaleza de los metales, como en el hombre la del hombre, y en el buey la del buey». Y aún en el Can. XVIII dice: «Los cuerpos perfectos están dotados de una simiente más perfecta; así bajo o la dura corteza de los metales más perfectos, está oculta una simiente perfecta, que si alguien sabe extraer por una resolución física, puede afirmar que se encuentra en la vía real». Al igual FILALETEO en su entrada al Palacio Real Cap. XIX en que trata del progreso de la Obra en los primeros cuarenta días, dice: «Nuestro oro está en todos los metales, incluso en los vulgares, pero está mucho más próximo en el oro y la plata». Sin embargo , añade este autor, «hay aún un sujeto en el reino metálico de un admirable origen, en el cual nuestro oro está mucho más próximo que en el oro y la plata vulgares, en tanto que uno sepa tomarlo a la hora de su nacimiento; y se funde en nuestro Mercurio como hielo en agua .caliente».

Pero sin detenernos ahora en los metales imperfectos, declaramos que los dos luminares perfectos, el Sol y la Luna o, dicho de otro modo, el oro y la plata son el sujeto físico de la Piedra, y ésta es la vía que la mayor parte de los Filósofos han seguido con éxito, siguiendo lo que enseña AUGUREL en el 2º libro de la Crisopea, en estos términos: «Toma el metal purgado de todo mancha, en el centro del cual se encuentra retirado el espíritu, y donde vive oculto bajo una dura corteza, esperando que una vez libre de sus ataduras pueda dejar su prisión para elevarse a los aires» . Igualmente, en la Crisopea libro I, dice: «En absoluto busques fuera los principios del oro, ya que en el oro está la semilla del oro, aunque muy escondida, y no puede obtenerse sin una larga labor». Además Ramón Llull, este astro de la Filosofía espagírica, hablando de la dignidad de estos dos luminares, en su Codicilio pág. 28 dice: «Hay dos más depurados que los otros, a saber el oro y la plata, sin los cuales nuestro Arte no puede realizarse; ya que en ellos se encuentra la purísima substancia del azufre perfectamente purificada por la naturaleza, y de estos dos cuerpos preparados con su azufre y su arsénico se extrae nuestra medicina, y sin ellos no puede hacerse». Y el Autor del libro titulado CLANGOR BUCCINAE: «Debes trabajar con discreción y prudencia, ya que sin simiente no podrá haber ni Sol ni Luna, y no puede ser útil otra simiente o fermento que no sea el oro para el rojo y la plata para el blanco; dichos cuerpos previamente sutilizados con peso y medida, deben ser sembrados seguidamente a fin que se pudran y corrompan y que siendo destruida su primera forma se introduzca una mucho más noble, lo cual se hace por medio de nuestra agua única». De donde un cierto Anónimo perfectamente concluye: «así como el fuego es principio de ignición, el oro es principio de aurificación, siendo el efecto tal como la causa, el hijo tal como el padre, el fruto tal como la semilla, engendrándose un hombre de un hombre y de un león un león».

Pero alguien quizás me alegará que los Filósofos nos aseguran que nuestra materia es tal «que el pobre puede tenerla tanto como el rico y que Dios ha dado buscar este gran tesoro a todos los hombres, indistintamente, rehusando solamente este gran bien a aquel que se vuelve indigno por sus males sentimientos». Y Geber añade: «no es necesario en absoluto, que consumas tus bienes, ya que los principios de nuestro Arte se encuentran a bajo precio y debes saber que si para realizar el Magisterio nos fuese preciso el oro o algo muy caro, los pobres estarían obligados a abandonar esta obra admirable, es casi imprescindible que el artista yerre muchas veces, y el pobre después de haber fallado ya no podría comenzar de nuevo». Y Lillum dice: «Esta piedra se adquiere a bajo precio y si los que la venden la conociesen bien, ya no la venderían a ningún precio, sino que la guardarían para sí mismos». Y otro Anónimo: «nuestros gastos no sobrepasan la cantidad de dos florines». Lo cual confirma Arnau de Vilanova en estos términos: «ten por cierto que los gastos de nuestro nobilísimo Arte, no exceden el precio de dos escudos de oro en su primera compra, es decir, en su primera operación». Y Geber: «Si dispensas tus bienes trabajando, no lo atribuyas a nosotros, sino a tu imprudencia, pues nuestra Ciencia no requiere grandes gastos». A esto respondemos que jamás hemos negado que aparte del oro y la plata no existiera algún otro sujeto de menor precio, y es por esto que anteriormente hemos citado el testimonio de Filaleteo cuando dice: «Hay un sujeto de un admirable origen en el reino metálico…etc.» Aunque muchos Filósofos quieren que se entienda dicho bajo precio, solamente en relación a nuestro menstruo disolvente.

Se dirá aún que Sendivogius en el Tratado XI dice que en nuestras operaciones no hemos de servirnos de «oro y de plata vulgares ya que están muertos», a lo que nosotros respondemos concediendo que verdaderamente del oro y la plata vulgares tal como son, mientras estén muertos, no podría hacerse la piedra de los Filósofos, pero una vez están revivificados y reducidos a su primera materia seminal, es decir, vueltos semejantes al oro de los Filósofos, entonces no dan tan solo la simiente, sino que además sirven de fermento, lo cual el Filósofo confirma con estas palabras: «Los presentes y los pasados no han hecho oro sino del oro, ni plata sino de la plata y entonces ya no son oro y plata vulgares».

Por ello parece que el oro de los Filósofos no es oro del vulgar, ni en color ni en substancia, sino que es la tintura blanca y roja que de ellos se extrae.

CAPITULO SEGUNDO

Lo que es el oro de los Filósofos

El oro o la plata de los Filósofos es un cuerpo metálico reducido a su última materia que es la primera de la piedra, a saber, en Mercurio, y esto se demuestra, ya que todo procede de la cosa en la cual se resuelve. Ya que todos los metales se reducen a plata viva, de ahí viene que todos los Filósofos de común acuerdo hayan dicho que en el Mercurio se encuentra todo lo que los sabios buscan y que el Mercurio es la raíz de la Alquimia, ya que de él, por él y en él son todos los metales. Teofrasto, este pozo de ciencia de la Filosofía espagírica, tratando de la primera materia de los metales habla así: «Extraer el mercurio de los cuerpos metálicos no es otra cosa que resolver los metales en su primera materia, es decir, en Mercurio fluyente tal como era en el centro de la tierra, antes de la generación de los metales, o sea, en vapor húmedo y viscoso que es el oro y la plata de los Filósofos, y que contiene invisiblemente en sí el Mercurio y el azufre de la naturaleza, principios de todos los metales. Un Mercurio tal está dotado de una fuerza y de una virtud inefables y encierra secretos muy divinos».

CAPITULO III

De la preparación de los cuerpos para formar el Mercurio de los Filósofos.

Avicena nos declara: «Si quieres trabajar como es debido, debes necesariamente comenzar tu obra por la solución y sublimación de los dos luminares, pues el primer grado de la obra es hacer de ellos la plata-viva, pero como nuestros cuerpos, cuanto más perfectos son tanto más compactos, y han sufrido una mayor coagulación, para que puedan ser reducidos a Mercurio, es necesario que tengan de antemano una preparación y una calcinación Física; no obstante, para la plata-viva no es tan necesaria, pues a causa de su blandura y pureza. nuestra agua puede actuar sobre ella con facilidad, lo que no ocurre con el oro y los demás metales, que precisan de toda una calcinación previa, tras la cual nuestra agua puede fácilmente actuar sobre ellos, especialmente si estén depurados, a causa de la uniformidad de su substancia».

Referente a la calcinación de los cuerpos, el divino Doctor y Obispo de Trento en su obra secreta de la Piedra de los Filósofos nos advierte que: «antes de disolver los cuerpos en la Leche de la Virgen, es necesario calcinarlos y purgarlos. Para ello tómese Luna muy fina y muy sutilmente limada, disuélvase en agua fuerte y luego hágase precipitar en cal blanca por medio de agua de lluvia destilada a la cual se le habré disuelto cal amoniacal o sal común; habiéndose separado el agua, lávese y adúlcese con nueva agua de lluvia hirviente, a fin de eliminar toda la salubridad y toda la acrimonia, seguidamente hágase secar y se obtendrá una cal purísima. En cuanto al oro, se debe calcinar del siguiente modo: toma oro depurado por el cuerpo del águila negra, a fin de tenerlo bello y resplandeciente, y haz amalgama con Mercurio bien purgado por la sal y el vinagre y pasado por la gamuza; pon esta amalgama en agua fuerte bien preparada, de modo que todo el Mercurio se disuelva, separa el agua fuerte de la cal del Sol, lava esta cal como antes con agua caliente y sécala a calor lento, después de esto si se la reverbera ligeramente y con artificio, impidiendo su fusión, se volverá como bellísimo azafrán».

El oro se calcina aún de otro modo, a fin de poder reducirlo a su primera materia, es decir en Mercurio de los Filósofos, siguiendo lo que enseña Paracelso en el libro VII que lleva por título «Metamorfosis», en los siguientes términos: «Calcínese el metal con Mercurio revivificado, poniendo el Mercurio junto con el metal en un vaso sublimatorio y haciéndolos digerir hasta que se forme una amalgama, seguidamente sublímese este mercurio a un fuego moderado y de nuevo, tritúrese con la cal metálica y reitérese como antes la digestión y la sublimación, y así tantas veces hasta que aproximando la cal a una candela encendida se deshaga como el hielo o como la cera. Pon el metal así preparado en digestión al vientre de caballo o al baño María razonablemente caliente, haciéndolo digerir durante un mes, y el metal será convertido en mercurio viviente, es decir en su primera materia llamada el Mercurio de los Filósofos o dicho de otro modo el Mercurio de los metales que muchos buscan y que pocos encuentran».

Joachim Poleman en su tratado del Misterio del Azufre Filosófico, opina que el metal debe dividirse en átomos muy sueltos por medió de su doble corrosivo y debe triturarse bien, a fin que el menstruo ígneo disolvente pueda extraer el alma tingente.

En cuanto a nosotros, calcinamos el oro por una vía mucho mejor y a esta calcinación la denominamos la primera disolución. Se realiza vertiendo sobre la cal del Sol o de la Luna vino de vida que es nuestro menstruo (del cual trataremos en nuestro cap. VI) de modo que cubra la materia con el espesor de un dedo, luego colocando una montera, deben ser digeridos en el fuego de cenizas.

Una vez coagulados y vertido por encima nuevo menstruo se digieren y coagulan, esto hasta tres o cuatro veces, de modo que si la cal metálica se aproxima a la luz, se deshaga como la cera o como el hielo, lo que es signo evidente de una coagulación perfecta y filosófica, que se realiza conservando la virtud metálica, tal como declara Aristóteles en el Rosario: «Une Gabritius, el más querido de tus hijos, con su hermana Beya que es una bella muchacha, resplandeciente, dulce y tierna».

CAPITULO IV

De la segunda ó verdadera disolución de los cuerpos o reducción en mercurio.

Hecha la calcinación o primera disolución, de cual hemos tratado en el capítulo precedente, y que según cierto autor anónimo (en su Tratado de la Piedra de los Filósofos) ha de ser dulce y completamente natural, disolviendo el sujeto sin violencia y conservando su humedad radical, entonces, hay que poner dichos cuerpos así calcinados en un vaso sellado herméticamente y hacerlos digerir y pudrir a un fuego dulce de baño María o de rocío, durante el espacio de un mes filosófico, (ya que como dice el Filósofo, una solución dulce y voluntaria es mejor que una violenta, y una moderada a una precipitada), así se realiza la segunda y verdadera disolución del metal, en agua viscosa o cierta untuosidad, con la conservación de su humedad radical donde reposa el verdadero azufre metálico y al mismo tiempo el verdadero y muy precioso mercurio, siendo cada uno de ellos el amador del otro, permaneciendo el disolvente con el soluto sin poder ser separado de él a causa de la uniformidad de su substancia; lo cual hizo decir a los antiguos Filósofos que la natura se alegra en natura y que natura sobrepasa a natura y la transmuta. Así se distingue la disolución formal y esencial de la corrosiva y violenta. Hay que saber además que de la Luna se engendra el licor o tintura verde que es el verdadero Elixir lunar, y un remedio soberano para fortificar el cerebro y que del Sol, por una putrefacción semejante se produce el licor rojísimo que es el verdadero Elixir del Sol y la quintaesencia del metal, de la cual GEBER dice: «Hacemos el oro sanguinolento mejor que el producido por la naturaleza y que la naturaleza no podría hacer». De esta misma viscosidad GEBER declara aún en su suma: «Hemos experimentado exacta-mente todas las cosas y por razones tomadas de ellas mismas, pero jamás hemos podido encontrar algo que fuese permanente al fuego, excepto la humedad viscosa, única raíz de todos los metales; todas las demás humedades se escapan fácilmente del fuego y sus elementos se separan unos de otros ya que no están bien unidos en homogeneidad; pero la humedad viscosa, a saber el mercurio, no se consume jamás en el fuego y su agua nunca se separa de la tierra, ya que todo permanece junto o todo se va».

Pero quizás se me pedirá: ¿en qué peso hay que juntar el menstruo al metal? EL ROSARIO DE LOS FILÓSOFOS responderá por mí: «Al igual que un poco de levadura hace subir mucha pasta, un poco de tierra es suficiente para la nutrición de toda la piedra». Aristóteles también nos muestra el peso diciendo: «Trabaja y cuece hasta que la tierra (es decir el oro) haya bebido diez partes de su agua». Y el autor de la Nueva Luz al final de su libro nos dice: «Se precisan diez partes de agua contra una parte de cuerpo, y por esta vía hacemos nuestro mercurio sin el mercurio vulgar, tomando diez partes de nuestra agua mercurial (es decir de nuestro aceite mercurial de sal putrificado y pasado por el alambique) contra una parte del cuerpo del oro y habiéndolos encerrado en un vaso, por una cocción continua el oro se convierte en mercurio, es decir en un vapor untuoso que no es el mercurio vulgar como falsamente han imaginado algunos.

CAPITULO V

Qué es propiamente la quintaesencia.

Paracelso en el libro tercero titulado «de Vita Longa» en el cap. 2º declara: «La quintaesencia no es mas que una perfección de la naturaleza, por la que ésta es conducida a un cierto temperamento o mezcla espagírica, en la que no se encuentra ninguna contrariedad ni nada corruptible».

El mismo autor en el Libro 4º de las Archidoxias nos dice que: «La quintaesencia es una materia que se extrae corporalmente de todo lo que crece y que tiene vida una vez separada de toda impureza y mortandad, sutilizada, purificada y separada de todo elemento»; un poco mas bajo nos dice: «Debes saber que la quintaesencia se encuentra en pequeña cantidad en un tronco, en una hierba, en una piedra o cosa parecida y que el resto es puramente cuerpo ; de aquí hemos aprendido que es la separación de los elementos». Rupescissa en el cap. 5º de la quintaesencia hacia el final leemos: «Hemos conocido por divina inspiración, que por contínuas ascensiones y descensiones se realiza la separación de la quintaesencia que buscamos, del cuerpo corruptible y de los cuatro elementos y esto ocurre así, porque lo que esté sublimado dos o mas veces es tanto mas sutil, mas glorificado y mas exento de la corrupción de los cuatro elementos que lo que sólo ha sido sublimado una vez ; de este modo, lo que se sublimará hasta mil veces por una continua ascensión y descensión, llegaré a un tal punto de glorificación que el compuesto sería tan incorruptible como el Cielo o la materia del Cielo. Por ello es llamado quintaesencia y es en relación al cuerpo lo que el Cielo en relación al mundo y tanto como el Arte se acerca a la naturaleza mas semejante a ella se vuelve.

CAPITULO VI

Del fuego Filosófico o menstruo disolvente, o dicho de otro modo de nuestro licor Alkaest.

Los Filósofos han ocultado siempre con gran cuidado la preparación de esta agua o jugo muy noble, lo cual hizo decir al Conde Trevisano en su segundo libro que había hecho voto a Dios, a los Filósofos y a la equidad, de jamás exponerla a nadie en palabras claras ya que el secreto más oculto de la obra; en efecto, si este licor fuera conocido por todos, hasta los niños se burlarían de nuestra ciencia, los ignorantes serían iguales a los sabios y todo el mundo, sin distinción, se inmiscuiría en nuestra Filosofía y se destruiría a sí mismo, sin considerar en absoluto los deberes recíprocos de la equidad y de la caridad.

Augurel nos designa este menstruo por el nombre de Mercurio o plata-viva. Ripleus es de este mismo parecer, cuando en el Prefacio de sus doce puertas nos dice: «Te mostraré que los Mercurios que son una llave de esta ciencia son lo que Ramón Llull denomina sus menstruos, sin los cuales nada puede hacerse. Con respecto a Geber, este los llama de otro modo: «Por el Dios Altísimo, -dice-, este agua que enciende la lampara, que ilumina las casas y da la abundancia de riquezas. ¡Oh! nuestro mar, ¡Oh! nuestra agua, ¡Oh! nuestra sal nitro que estés derramada en el mar del mundo, ¡Oh! nuestro azufre fijo y volátil, ¡Oh! cabeza muerta o heces de nuestro mar».

Trindensinus en su obra secreta de la Piedra de los Filósofos: «Los Filósofos han llamado al agua de la cual se sirven para realizar la obra la leche de la Virgen, el coagulado, el rocío de la mañana, la quintaesencia, el agua de vida, la hija de los Filósofos, etc.» Paracelso la llama con distintos nombres, a veces Azoth, a veces espíritu de vino, temperamento, circulado o agua mercurial; Sendivogius la llama Acero. Rupescissa el vinagre noblemente disuelto, y el muy profundo Filósofo Van Helmont se sirve del nombre del licor Alkaest: «El licor Alkaest, dice, reduce todo cuerpo palpable y visible a su primera materia, conservando su especie seminal, lo que ha hecho decir a los químicos: el vulgar consume con fuego y nosotros con agua».

A nosotros nos place llamarla un aceite mercurial de sal putrificada y pasada por el alambique, siguiendo la licencia filosófica que nos permite dar a nuestros hijos el nombre que queramos; en efecto es un aceite exaltado hasta el más alto grado de perfección ígnea y este aceite es el fundamento de toda solución metálica, sin la cual nada puede servir en nuestra obra, lo que es útil remarcar. Ejerce en nuestra obra las funciones de hembra y con justicia es llamada esposa del Sol y matriz. Además es la llave que abre las puertas metálicas, ya que calcina los metales calcinados, los calcina, los pudre, los vuelve volátiles y espirituales, los tiñe de todos los colores y en fin, es el comienzo, el medio y el fin de las tinturas. Y aún más es de la misma naturaleza que el oro, tal como lo asegura Arnau de Vilanova, aunque la naturaleza del oro es completa, digerida y fija y la naturaleza de nuestra agua es incompleta, indigesta y volátil, en una palabra es el fuego de los Filósofos con el cual el árbol hermético es convertido en cenizas.

De este fuego Jean Pontanus habla así en su carta: «El fuego de los Filósofos no es en absoluto el fuego de baño, ni de estiércol, ni ningún otro fuego semejante a los que los Filósofos mencionan en sus libros, pero es un fuego mineral, igual y continuo que no se evapora si no esté demasiado excitado; participa del azufre y esté tomado no de la materia sino de otra parte, lo destruye todo disuelve y congela; es un fuego que no cuesta nada o muy poco y con él se realiza la obra entera; aplícate pues en su estudio, para poder comprenderlo, ya que si yo lo hubiese conocido antes no hubiera errado doscientas veces antes de conocer la verdadera practica; es por eso que yerran, erraron y erraren siempre ya que este agente propio no ha sido enseñado en los libros de los Filósofos, a excepción de uno llamado Artefius, aún que habla sólo para si mismo; si no hubiese leído a Artefius y comprendido lo que quería decir nunca hubiera llegado a la perfección de la obra, etc.» Consulta pues este autor y comprenderás lo que es nuestro menstruo; que lo dicho baste.

CAPITULO VII

De si el menstruo disolvente debe ser corrosivo.

Geber parece ser de esta opinión cuando en el capítulo cincuenta y dos de la Suma de Perfección dice que todo lo que disuelve debe necesariamente tener la naturaleza de sal, de alumbre o semejante. Y Paracelso, al principio del libro de la Quintaesencia dice así: «Es difícil, y casi imposible, extraer sin un corrosivo la esencia de los metales, especialmente el oro, que sólo puede ser resuelto por un corrosivo que separe la quintaesencia del cuerpo y que luego pueda ser separado de él». Y además en el capítulo 3º del libro titulado «de Vita Longa», tomo III, dice: «resuelve el oro, con toda la substancia del oro por medio de un corrosivo y ello tantas veces hasta que el oro y el corrosivo sean una misma cosa, en absoluto te sorprendas por este trabajo, ya que el corrosivo es muy necesario al oro y sin corrosivo esté muerto». No obstante debeis saber que nuestro menstruo que añadimos al oro no puede ser llamado propiamente corrosivo, sino mejor ígneo y que la fuerza y la virtud de este gran secreto vence todo lo venenoso, ya que la regia (o dicho de otro modo el mercurio vivo sublimado y seguidamente precipitado y muerto por el elixir solar) llega a una soberana y perfecta tintura. Con nuestro menstruo no se realiza ninguna disolución violenta, como ocurre con las aguas fuertes, aguas regias y demás; sino que como hemos dicho en nuestro capítulo IV se hace dulcemente y sin ruido, conservando siempre su húmedo radical con sus espíritus (tal como dice Ramón Llull en su «Vade Mecum») «la virtud vivificante permanece infusa en nuestras materias».

CAPITULO VIII

De la práctica de la Piedra.

A partir de que, por una precedente putrefacción, has adquirido el alma tingente de nuestro planeta, es decir, la verdadera quintaesencia donde estén ocultos el verdadero mercurio y el verdadero azufre de los Filósofos, has encontrado la natural y verdadera materia con la cual puedes realizar nuestra Piedra bendita. Toma pues «en nombre de aquel que habló y todo fue hecho» la materia purísima q.s. Habiéndola puesto en un vaso fijatorio o en un frasco o huevo filosófico s.h. ponla en el atanor que sabes y con un régimen de fuego conveniente, digestivo y contínuo (ya que si éste cesa, se produce la muerte del sujeto) dulce, sutil, alterador y que no combusta; hablo a la manera del Trevisano; continúa tu obra desde la primera conjunción hasta la perfecta ablución (sobre el régimen preciso del fuego puede consultarse el anónimo Filaleteo, que describe claramente el régimen de cada planeta y la diversidad de colores) coagulando y fijando tu piedra al blanco y al rojo. Pues tal cómo nos advierte Ramón Llull «Quien trabajando en nuestra obra no posee la fuerza y la paciencia, la pierde por su excesivo apresuramiento».

La obra tendrá su línea de perfección si tirando la piedra sobre una lámina de cobre ardiendo, sin que humee funda como la cera, la penetre y la tiña. Entonces nos ha nacido, sentado en su trono, el rey Oriental mas poderoso que todos los reyes de la tierra, por ello el Filósofo exclama: «salid del infierno, del sepulcro, despertad y abandonad las tinieblas, pues habéis sido revestidos de esplendor y de gloria, la voz de la resurrección ha sido escuchada y el espíritu de vida ha sido puesto en vosotros». Sea alabado el Altísimo a causa de los grandes dones que nos ha deparado para gloria de su santo nombre y para beneficio del prójimo.

CAPITULO IX

De la aumentación de la piedra bendita.

Cuando por la gracia de Dios tengas en tu poder el azufre rojo incombustible del cual hemos hablado, te falta conocer el medio de aumentarlo haciendo de nuevo la vuelta de la rueda (como dicen los Filósofos) y ello encierra un secreto, que en el Arte no es de los menores, pues cabe aumentar por la misma vía que la hicimos; y además, nuestro azufre que es nuestra verdadera piedra, siendo regado a menudo y alimentado con su propia leche en un baño tibio se disuelve y seguidamente se coagula tal como lo hizo en la primera obra, así aumentaré más su virtud tingente de modo que si después de acabada l a primera obra una parte de ésta ha podido teñir cien partes de mercurio o de algún otro metal imperfecto, teñiré mil partes después de una segunda solución por la leche de la Virgen que no es otra cosa que su coagulación y fijación; repitiendo siempre esto, nuestra medicina aumentará y multiplicaré en cantidad y cualidad, en virtud y en peso.

Toma pues una parte de nuestra piedra y vierte encima dos partes de leche de la Virgen o dicho de otro modo, aceite mercurial de sal putrificada y pasada por el alambique, disuelve y coagula como hiciste en la primera obra y nuestra agua que antes sólo era un metal en potencia ahora se volverá un metal más precioso que el oro, así la piedra se mortifica por las sublimaciones y se revivifica por las imbibiciones, esto es la soberana via universal.

Habiendo conducido todas estas cosas a su fin deseado, podrás hacer la proyección sobre el metal que te plazca, después de haberlo preparado bien, putrificado y fundido, según hayas conducido tu tintura al blanco o al rojo, cuyo verdadero uso te será enseñado plenamente por tu propia experiencia y por la lectura de los libros de los Filósofos, especialmente nuestro Filaleteo.

CAPITULO X

Del uso de la piedra para la medicina tanto interna como externa.

Debéis saber que nuestra piedra bendita es una medicina universal que contiene en sí misma el remedio perfecto para todas las enfermedades tanto calientes como frías, mientras sean curables por la naturaleza y Dios permita su curación. Si te preguntas cómo esta medicina perfecta o tintura celeste actúa en el cuerpo humano para curar las enfermedades contarias os responderemos que ello ocurre porque calienta e ilumina el «archée» por vía de irradiación, como muy doctamente dice nuestro Filósofo Van Helmont en su tratado que lleva por título «In herbis, verbis, et lapidibus est magna virtus» donde nos muestra «que este tipo de medicinas y demás panaceas introduciéndose y penetrando fácilmente despiertan el «archée» adormecido y lo calientan por la radiación e infiltración de sus virtudes sin perder ni cambiar nada de sus pesos y propiedades». Esto lo confirma aún Joachim Poleman cuando dice que «estas medicinas transmutan los espíritus de las tinieblas, es decir las enfermedades que no son otra cosa que los Precursores de la muerte tenebrosa, en espíritus de luz tal como eran antes cuando el hombre gozaba de salud y por esta renovación de las fuerzas disipadas lo restablece en su vigor primero».

La dosis de esta medicina es de un grano o dos según la edad y fuerzas del paciente, mezclados en vino caliente o disueltos en una cucharada de su propia quintaesencia, debe tomarse uno de cada tres días. Respecto a las enfermedades externas como heridas, úlceras, fístulas, gangrenas, chancros, etc. debe tomarse cada uno o dos días un grano disuelto en vino y con el mismo vino lavar o empapar la parte afectada, colocando sobre la herida una lámina de plomo con un vendaje conveniente.

Este es el uso interno y externo de este gran remedio para cuya adquisición es necesario invocar al padre de las luces, rogándole con un corazón y un amor puros, para que él ilumine tu entendimiento. Entonces trabaja como es debido, asiste a los pobres, en absoluto abuses de los dones de Dios, ten Fe y sé hombre de bien. Así sea.

FINAL