Anónimo
Presentación y traducción: L. Montblanch
La alquimia es un misterio, la revelación cristiana también. Y ambos misterios guardan entre sí una estrecha relación que sólo una lectura reposada, atenta y sin prejuicios de los textos respectivos puede poner de manifiesto. La primera sería como la experimentación de la naturaleza física (es decir, sensible) del secreto de la segunda. Y la Escritura Sagrada ofrecería el acceso a la primera. Recordemos el adagio hermético de la decimocuarta plancha del Mutus Liber: Ora, lege, lege, lege, relege, labora et invenies (‘Ora, lee, lee, lee, relee, trabaja y encontrarás’). Antes ora que labora, pero sólo el labora permite palpar el don celeste obtenido con el ora.
El texto, cuya traducción parcial ofrecemos al lector y cuya lectura íntegra le recomendamos vivamente, es un bello y claro ejemplo de lo que decimos. Concretamente en el cuarto capítulo el autor establece un paralelismo entre la piedra celeste, Jesucristo, y la piedra terrestre, la Piedra Filosofal, entre la obra teológica y la obra filosófica.
El Acuario de los Sabios se atribuye a Johann Ambrosius Siebmacher que vivió a principios del s. XVII en Nuremberg y Augsbourg pero nada permite afirmarlo con seguridad. Apareció por vez primera en alemán (Lucas Jennis, Francfort, 1619) y , posteriormente, traducido al latín, en el Musaeum Hermeticum (Lucas Jennis, Francfort, 1625). Recientemente disponemos de una traducción francesa (ed. La Table d’Emeraude, París, 1989) realizada por Claude Froidebise a partir del texto latino de la 2ª edición del Musaeum Hermeticum (Francfort, 1677) incluyendo las variantes respecto a la edición de 1625.
EL ACUARIO DE LOS SABIOS
Breve explicación del admirable y soberano Acuario de
Los Sabios, también llamado Piedra de los Filósofos.
Prólogo
Desde el principio del mundo, vemos que en cada época se han manifestado entre los paganos numerosos filósofos excepcionales y sabios, iluminados en grado sumo por Dios y de gran experiencia, que han observado con mucha atención la naturaleza y las facultades de las criaturas inferiores y se han esforzado en llevar a cabo un estudio minucioso. Han buscado con un deseo ardiente y un trabajo continuo aquello que, en la naturaleza de las cosas, pudiera proteger el cuerpo terrestre del hombre de la destrucción y de la muerte, conservarle la integridad y mantenerlo en vigor perpetuo.
Entonces, por un particular influjo divino, y por la luz de la naturaleza, vieron y conocieron que debía encontrarse en este mundo un arcano único, una cosa admirable establecida por Dios todopoderoso para provecho del género humano. Así, esta cosa singular y secreta con toda seguridad renovaría y establecería perfectamente en su integridad todo aquello que fuese imperfecto, incompleto y corrupto a lo largo y ancho de la tierra.
Aprendieron por experiencia, en el curso de investigaciones diligentes y muy precisas, que de ningún modo podría encontrarse en este mundo algo aparte de esta cosa única capaz de liberar de la muerte al cuerpo terrestre y corruptible. En efecto, la muerte ha sido establecida e impuesta como castigo a los protoplastos, los primeros seres creados, Adán y Eva, y jamás soportó ser separada de su posteridad. Dios ha dispuesto esta cosa única, en sí misma por naturaleza incorruptible, para provecho del hombre a fin de que hiciese desaparecer la corrupción, pudiese devolver la salud a todos los cuerpos imperfectos, liberarse de la vejez y prolongase esta breve vida como ocurrió con los Patriarcas que permanecieron siempre jóvenes.
Han habido filósofos virtuosos y experimentados que tanto han buscado este sujeto admirable y secreto con la máxima diligencia y aplicación que, finalmente, lo encontraron al igual que su noble uso, gracias a lo cual se han curado y conservado sanos toda su vida. Anteriormente también todos los Santos Patriarcas han conocido y poseído realmente este gran misterio, objeto de toda admiración. Sin duda alguna desde el principio le fue revelado y enseñado a nuestro padre Adán por Dios, tres veces grande y, a continuación, todos los Patriarcas lo recibieron de Adán por derecho de herencia. Gracias a sus propiedades adquirieron la salud del cuerpo, una larga vida y obtuvieron inmensas riquezas. Cuando los paganos de los que hemos hablado se convirtieron en adeptos de esta cosa admirable, aún más, divina, la consideraron como un don singular de Dios y como el mayor arte y el más secreto. Entonces vieron también que la Providencia no la revelaba sino a muy pocos hombres y que permanecía oculta para la mayor parte del mundo. Por ello siempre la ocultaron al hombre con el mayor cuidado.
Pero para que este secreto no cayera en el olvido después de su desaparición sino que, por el contrario, se perpetuase y en lo sucesivo fuera guardado para la posteridad, lo pusieron por escrito. De este modo, gracias a tales libros transmitieron y dejaron numerosas instrucciones y claras enseñanzas a sus más fieles discípulos. No obstante, ocultaron la cosa y la rodearon de palabras alegóricas, de suerte que hasta hoy son muy pocos los que la han encontrado y han podido extraer un fundamento suficiente y cierto. No han actuado así a la ligera sino por buenas razones. Gracias a ello, aquellos que buscan esta sabiduría invocarán pronto y apasionadamente a Dios para obtenerla, ya que en su mano se hallan todas las cosas y, cuando les habrá sido revelada, sólo a él le atribuirán la gloria y el honor, dándole la acción de gracias que le corresponde. También lo han hecho para que estas nobles perlas no sean echadas a los puercos. Ya que si fuese manifestado al mundo impío, éste ya no desearía nada más que esta única cosa a causa de su extrema avaricia y seguiría finalmente una vida disoluta y bestial descuidando cualquier trabajo o actividad.
Si bien con frecuencia los filósofos de los que hablamos han expuesto este arte eminente de diferente manera y lo han descrito, por las susodichas razones, mediante numeroso nombres particulares, parábolas, expresiones sorprendentes en lengua extranjera y sofistas, no obstante hay un acuerdo perfecto entre ellos, con todas esas expresiones diferentes no han querido más que conducir a un único fin y no mostrar sino la única materia necesaria para el arte. No obstante, la mayoría de los buscadores de este arte se han apartado de esta materia secreta y así se han equivocado de vía. En efecto, siempre y aún hoy hay hombres que suspiran tras esta sabiduría, no sólo gente poco instruida sino también muchas personas eminentes y con mucha experiencia en la filosofía. La buscan e intentan obtenerla no sólo mediante un profundo estudio sino también con un trabajo considerable y grandes gastos pero nunca consiguen alcanzarla y aún menos disponer de ella. Pues, ciertamente, la mayoría se dejan capturar por el anzuelo del oro, se precipitan en desgracias irreparables y se ven obligados, ¡con qué vergüenza! a abandonar sus investigaciones. No obstante, para que nadie dude del buen fundamento de este arte sagrado y lo tome por una ficción, según la costumbre y práctica de este mundo, quiero dar a conocer cronológicamente y nominalmente los auténticos filósofos y sus sucesores que han conocido verdaderamente este arte, lo han poseído y practicado, aparte de los enviados de quienes se hace mención en la Sagrada Escritura. Son: Hermes Trismegisto, Pitágoras, Jesús, el bendito, Alejandro Magno, Platón, Teofrasto, Avicena, Galeno, Hipócrates, Lucio, Longanus, Rases, Arquelao, Rupescissa, el Autor del Gran Rosario, María, la profetisa, Denis Zachaire, Haly, Morien, Calid, Constantinus, Serapion, Alberto Magno, Estrod, Arnaldo de Vilanova, Geber, Raimundo Lulio, Roger Bacon, Alanus, Tomás de Aquino, Marcel Palingène; los autores contemporáneos son: Bernardo el Trevisano, el hermano Basilio Valentín, Paracelso y aún otros. En efecto, no hay ninguna duda de que incluso hoy en día podemos encontrar hombres que, por la gracia de Dios, practican el arte y lo disfrutan todos los días de su vida en secreto y en silencio. Pero mientras que los filósofos que he enumerado han descrito este gran misterio con verdad y sin disimulo y que deducen su demostración del verdadero fundamento y de la simple fuente de la naturaleza, encontramos, al contrario, muchos pseudo filósofos e impostores que se vanaglorian sin razón de poseer la ciencia de este arte y que también se esfuerzan en enseñarlo. Para ocultar su fraude tergiversan de manera vergonzosa e impía los escritos de los verdaderos filósofos y ponen un velo ante los ojos de la gente, hacen que la boca se les haga agua y engañan para realizar su propio deseo. Por ello, tanto estos impostores como aquellos que han sido engañados por la mentira, deberían examinar atentamente la advertencia que sigue: «Alfa es un signo para el químico. Pero para ti, ¿qué es beta? Una letra griega. La letra pi enseña y a ella se hace referencia en otra parte. Recuerda y no embauques a nadie con un falso pretexto. Cuídate de encerrar la luz con una voz quejumbrosa».
Asimismo: «No te fíes del químico que pretende destilar el aire con un canasto, si eres prudente ¡ojo avizor! Si no quieres sufrir el penoso perjuicio de la burla, huye entonces de todos los hombres a causa de su desfachatez. Sigue a los de espíritu sencillo, a los modestos y a los piadosos y no a los orgullosos. Es loable poder hacer el bien y disfrutar de ello. ¡Dime al menos dónde encontrar tales hombres! Busca pues los hombres queridos que maravillosamente no han muerto este año. Ellos aventajan a todos los demás por el peso, la obra y la cosa».
Por último, en muchos lugares hemos encontrado artistas fieles y discípulos de este arte filosófico y secreto que de buena gana se esforzaban en ir hacia él por una vía recta y segura, sin tantos rodeos. Pero están tan trastornados y atrapados por el error a causa del griterío y las vanas pretensiones de estos impostores deshonestos y sofísticos de los que hemos hablado, que muchos ignoran completamente si deben ir más allá en este arte o bien hacer marcha atrás. Por esta razón he tomado la decisión de sacar a relucir y explicar de este arte, aunque poco, ciertamente, sí, cosas verdaderas y bien fundadas. Me considero indigno de escribir un tratado sobre semejante misterio pero como he avanzado hasta él por la gracia de Dios, tres veces grande (a fin de hablar aquí sin deseo de gloria) y que son pocos, tan pocos entre millares quienes lo alcanzan y también por temor a que el talento que Dios todopoderoso me ha acordado por su clemencia no quede enterrado tras de mí, como dado a quien no lo mereciera, enseñaré a todos los filósofos químicos, honradamente, tal como convendrá, un compendio o exposición de todo este arte, así como una vía recta certera, infalible, es decir, el método por el que pueden acceder. Pero esto no ocurrirá más que si se abren los ojos de algunos por la gracia divina, si estos filósofos son conducidos desde sus opiniones falsas y preconcebidas al recto camino y si, por fin, se les manifiestan más y más las maravillas de Dios […]
Primera parte
¿Cuál es el hombre que teme al Señor? El le mostrará la vía que debe escoger.
(Sal. XXV, 12)
En primer lugar, que los piadosos químicos que temen a Dios y los filósofos de este arte tomen conciencia de que si ya es necesario guardar secreto respecto al mayor y más elevado arte, cuánto más si éste es un arte santo. En efecto, en él encontramos impreso y representado el bien supremo, celeste y más santo del Todopoderoso. Aquel que concibe el proyecto de alcanzar este misterio supremo e infalible debe saber que este arte no depende del poder del hombre sino de la voluntad clemente de Dios y que lo que permite llegar a él no es nuestro querer o nuestro deseo sino la misericordia del Todopoderoso. Por eso debes ser, ante todo, piadoso. Alza tu corazón únicamente hacia Dios y, sin dudar, pídele este don por medio de una plegaria verdadera y muy ardiente. Tan sólo Dios lo otorga; no se obtiene sino de él. Si Dios Todopoderoso, que escruta y conoce todos los corazones, reconoce en ti un alma recta, fiel y sin malicia, y si ve que te esfuerzas en buscar y estudiar con el único fin de alabarle y glorificarle tan sólo a él, sin duda te lo otorgará, según su promesa.
Te conducirá por su Espíritu Santo de modo que puedas llegar, sin dificultad y gradualmente, a un cierto comienzo en el que jamás habrías podido pensar con tu razón. En ese momento sentirás en tu corazón mismo que Dios misericordioso ha escuchado benévolamente tu plegaria, que te ha llevado hasta un afortunado comienzo y que ya casi te ha dado a conocer la revelación.
Entonces arrodíllate y da gracias a Dios con corazón humilde y contrito, alábale, glorifícale y hónrale ya que tus plegarias han sido satisfechas. No ceses de pedirle también que se digne derramar por su Espíritu Santo esta gracia que florece y que ya has percibido en tu corazón, y que te guíe. De esta manera, cuando este profundo misterio te habrá sido perfectamente revelado en su totalidad, podrás ponerlo en práctica no empleándolo más que para la gloria y el honor del santísimo nombre de Dios y para el provecho y utilidad de tu prójimo que se encuentra en la necesidad.
Por otro lado, recuerda que no puedes revelar ni siquiera accidentalmente este misterio a un indigno o a un impío bajo pena de perder tu salvación y, menos aún, comunicárselo y compartirlo con él, hacer de un modo u otro mal uso de él no utilizarlo para tu renombre y no para la gloria de Dios como hemos dicho. Recuerda también que si no actuases así y te arriesgases a transgredir estas órdenes, no escaparás del castigo de Dios. En ese caso más te habría valido no haber oído hablar nunca de este arte ni conocer nada de él.
Ahora que has sopesado estas cosas, que te has consagrado a Dios, quien no permite que nadie se ría de Él, y que te has fijado por esta razón una meta y un fin, aprende primero cómo Dios Tri-uno ordenó desde el comienzo la naturaleza universal, en la que ésta se convierte, lo que puede, cómo opera cada día en todas las cosas de una cierta manera invisible y cómo consiste en la única voluntad de Dios y encuentra allí su morada. Sin el verdadero conocimiento de la naturaleza no podrás aprender esta obra sin dificultad y estarás expuesto a riesgos y peligros. Ahora bien, la cualidad y propiedad de la naturaleza es ser única, verdadera, simple, perfecta en su esencia y además posee encerrado en ella un espíritu oculto. Si quieres conocer la naturaleza debes ser hecho semejante a ella, verdadero, paciente, simple y firme además de piadoso y bueno respecto a tu prójimo pero, ante todo, debes ser un hombre regenerado y nuevo.
Si reconoces en ti esta disposición, en breve la naturaleza se adaptará y conformará a la naturaleza y percibirás inmediatamente en ti un inestimable provecho, tanto para el cuerpo como para el alma.
La búsqueda y contemplación de este arte te resultarán altamente provechosas y ventajosas, ya que si aprendes correctamente los principios que lo rigen, te conducirán, podría decirse que violentamente, hasta el conocimiento de los milagros divinos. Entonces carecerán de valor las cosas efímeras que el mundo tanto aprecia. Por el contrario, aquel que aspira a este arte y se esfuerza en obtenerlo para la riqueza y que intenta desviarlo de su objeto hacia el orgullo y la vanidad de este mundo, debe persuadirse de que jamás llegará al fin deseado. También es necesario que tu alma, es más, todos tus pensamientos que se dirigen hacia las cosas terrestres, sean como recreados y que se consagren únicamente a Dios. Se advierte pues que los tres, a saber, cuerpo, alma y espíritu, deben estar en armonía y obrar conjuntamente. Ya que si el corazón y el alma del hombre no son conducidos del mismo modo que es elaborada toda la obra, te equivocas con respecto al arte.
Deberás, pues, conformar todas tus acciones. El artista no hace aquí más que sembrar, plantar y regar y sólo Dios da el crecimiento. Por consiguiente, si Dios se opone a alguien, toda la naturaleza también le es contraria. Pero en cuanto al que se vuelve amigo de Dios, el cielo, la tierra así como todos los elementos son impelidos a ir en su ayuda. Si tienes en cuenta esto y si posees con tus manos el conocimiento de la verdadera primera materia de la que hablaremos a continuación, podrás avanzar hacia la práctica y emprender el comienzo de la obra.
Debes, una vez más, implorar al Todopoderoso para obtener su gracia y la vía a seguir en tu proyecto. De este modo tu obra avanzará y llegará, con toda facilidad, al afortunado y feliz fin deseado.
«Quien permanece en el temor de Dios y queda unido a su verbo, no emplea, mientras espera su ayuda, ni el negro ni el blanco. Prepara la plata y el oro a partir del cobre y del estaño y tendrá el medio de preparar, ayudado por Dios, muchas otras cosas. De este modo, con el favor de Jehová, hará felizmente oro a partir de un fango y de un barro.» (Eccl. II)
Cuarta parte
Abriré la boca en parábolas y diré los secretos.
Ocultos desde el comienzo del mundo.
(Sal. LXXVIII, 2; Mt. XIII, 34)
Cuando Dios Todopoderoso quiso revelar por su voz divina al género humano algún secreto singular relativo a sus misterios admirables, sublimes y celestes, lo hizo las más de las veces alegóricamente. Estas parábolas que conocemos en el curso de esta vida terrestre, son como imágenes propuestas día a día ante nuestros ojos. Por ejemplo, en el capítulo III del Génesis, después de la caída de Adán, cuando Dios quiso indicarle su pena mortal, la muerte corporal, se la manifestó por medio de esta enseñanza: «Si la tierra no tenía vida por sí misma y él, no obstante, fue tomado y formado, por esta razón debía volverse semejante a ella.» (1)
[…] Estos símbolos y similitudes no nos fueron dados sino para facilitarnos la comprensión y la imaginación de las cosas celestes, tan difíciles de asir a causa de la imbecilidad humana. Pero, por encima de todo ¿no debía Dios eterno proponernos en una cierta figura corporal al mayor de sus bienes, su hijo, nuestro Señor y conservador, es decir a Jesucristo, que liberó a todo el género humano de la muerte eterna y que por su obediencia y sus méritos restauró el reino celeste? ¿Acaso no es difícil de comprender este gran misterio de Dios Todopoderoso: «Que los cielos envíen el rocío y que las nubes lluevan al justo, que la tierra se abra, se cubra de vegetación y produzca al Salvador»? (2)
Esto nos ha sido significado en el Antiguo Testamento y en otros lugares mediante ciertos ejemplos como el sacrificio de Isaac, la escalera de Jacob, la venta y el admirable establecimiento de José, la serpiente de bronce, Sansón, David y Jonás. Pero Dios Todopoderoso nos ha mostrado de antemano y con profusión a nosotros, hombres, un bien tan elevado y celeste, mediante una cosa admirable y no obstante oculta en el gran libro de la naturaleza; una cosa que produjo a la luz del día a fin de que pudiésemos, con el resto, tener una representación original e incluso una cierta aprehensión visible y corporal de estos bienes y dones celestes.
Nos propuso, en su verbo, un cierto objeto terrestre y corporal cuando nos dice por boca del profeta Isaías: «He aquí que pongo en Sión una piedra angular, una piedra probada y bien fundada: quien se apoye en ella no huye.» (3) Y David, el profeta real, nos dijo mediante el Espíritu de Dios: «La piedra rechazada por los arquitectos se ha convertido en piedra angular; es la obra del Señor y una maravilla ante nuestros ojos.» (4) Y el mismo Cristo, llamado ahora Piedra Angular, relaciona consigo esta imagen diciendo: «¿No habéis leído nunca en la Escritura que la piedra rechazada por los arquitectos se ha convertido en piedra angular? Es la obra del Señor y una maravilla ante nuestros ojos; quien caiga sobre ella será quebrado y sobre el que caiga lo aplastará». (5)
Es lo que san Pedro en su Epístola (6) y san Pablo (7) repiten y describen, invariablemente, de la misma manera.
Ya desde el comienzo del mundo los ancestros, los Santos Patriarcas y, después de ellos, todos los hombres iluminados por Dios, esperaron con toda la fuerza de su deseo esa piedra probada, bendita y celeste: Jesucristo; (8) sus más ardientes plegarias iban dirigidas a que Dios se dignara comunicarles, también a ellos, a Cristo, bajo su forma corporal y visible. (9) Si lo conocieron según la justicia, en el Espíritu, y si lo siguieron, ciertamente se deleitaron toda su vida y además, en todos los peligros se apoyaron sobre este pilar invisible.
Esta piedra celeste y bendita ha sido dada por Dios a todo el género humano, tanto a ricos como a pobres, gratuitamente, sin ningún mérito por parte de nadie. (10) Aunque pocos hombres, no obstante, desde el comienzo hasta nuestros días, hayan podido descubrirla y comprenderla en este mundo, subsiste en todos los tiempos, siempre oculta, como pesada piedra de tropiezo y de escándalo para la mayoría de los humanos. ¿Acaso no ha profetizado Isaías respecto a ella diciendo: «Será una piedra de tropiezo y una roca de escándalo, así como una ocasión de caída y una trampa en la que muchos se arrojarán, caerán, se quebrarán y serán cogidos»? (11) También es la que vio en el espíritu el viejo padre Simeón, cuando habló así a María, madre de la piedra celeste angular: «En verdad, en verdad, éste será motivo de caída y de resurrección para muchos de Israel y será un signo de contradicción.» (12) San Pablo rinde este mismo testimonio diciendo: «Han topado con la piedra de tropiezo y con la roca de escándalo, pero quienquiera que crea en Él no será confundido.» (13) Y San Pedro dice lo mismo en su Epístola: «Esta piedra, preciosa para los creyentes, es para los incrédulos una piedra de tropiezo y de caída, y roca de escándalo para los que tropiezan con la palabra y no creen en ella, en la que están». (14)
* * *
Aquel que se esfuerce en llegar por medio de los sentidos externos y corporales y sin el ojo interno ni la luz divina, ciertamente confundirá Saulo y Paulo, eligiendo así un camino erróneo y una comprensión siniestra. De la misma manera que este misterio se oculta a miles de hombres en la descripción de la piedra terrestre, también se nos presenta cada día ante los ojos el conocimiento de la piedra celeste, en lo que tiene de más sublime y poderoso. Sin embargo, no debe atribuirse nuestra ignorancia a la oscuridad de la palabra o de la letra, ya que una y otra están bien fundadas, sino mejor a nuestro ojo, que en el hombre es falso. Cristo mismo ha dicho: «El ojo es la luz del cuerpo; si tu ojo es malo, también tu cuerpo es oscuro y tenebroso, y si esto ocurre, la luz se te convertirá en tinieblas.» (15) Igualmente: «He aquí que el reino de los cielos está en vuestro interior». (16) Parece, pues, claro que en el hombre el conocimiento de la luz no debe proceder del exterior sino del interior, como lo testifica la Sagrada Escritura tan a menudo citada. A causa de nuestra imbecilidad, el objeto exterior, como suele decirse, o la letra escrita, debe considerarse en relación a la luz interior de la gracia implantada y concedida por Dios con miras al testimonio. (17)
Similarmente, el verbo percibido oralmente es una invitación, una ayuda intermedia para promover esta luz. Por ejemplo, si después de haber situado ante ti una mesa blanca y otra negra te preguntase cuál es la blanca y cuál la negra, al ser estas mesas objetos escuetos y mudos, difícilmente podrías responderme si previamente no tuvieses el conocimiento de estos colores. (18) Este conocimiento no tiene su origen en esas mesas que son mudas y muertas y no pueden conocer nada por sí mismas, sino en tus propias ciencias que tienes innatas y ejerces diariamente.
Como hemos dicho antes, los objetos, al poner los sentidos en movimiento, ofrecen un asidero al conocimiento pero, no obstante, no dan de ningún modo el conocimiento mismo; el exterior hace surgir el conocimiento del interior del interior del individuo que conoce y ejerce así su juicio en la ciencia de los colores. Igualmente, si se te pidiera que extrajeses el fuego material y externo, o luz, del pedernal en el que este fuego o luz se halla oculto, no habrías de introducir en la piedra esta luz oculta y secreta sino que deberías provocar y excitar este fuego oculto con un eslabón que tendrías necesariamente que poseer. Debes, pues, hacer que mane y manifestar fuera de la piedra este fuego que, seguidamente, extenderás y soplarás sobre una buena materia inflamable preparada a este efecto, sin lo cual se vería obligado a extinguirse inmediatamente y a desvanecerse de nuevo. Después de esto dispondrás de un fuego brillante con el que te será posible llevar a cabo todo lo que quieras, a tu gusto, tanto tiempo como lo mantengas y conserves. Del mismo modo, esta luz divina y celeste oculta en el hombre debe provenir necesariamente, no de lo extrínseco al interior, sino manifestarse exteriormente fuera de una cierta cosa, tal como hemos dicho antes.
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[…] Dios también es la verdadera magnesia católica o esperma católico del mundo, (19) del cual, por el cual y en el cual todas las criaturas celestes y terrestres reciben la esencia, el movimiento y el origen.(20) Es, finalmente, el alfa y omega, el comienzo y el fin, como dice el Señor que es, que era y que viene, el Todopoderoso. (21)
Pero en verdad, en la obra filosófica no basta únicamente con conocer la materia, saber que es una esencia tri-una y haber aprendido sus cualidades y propiedades. Hay que saber cómo adquirirla y utilizarla.
Esto no se puede hacer, como hemos dicho más arriba, sino disolviendo estas tres cosas, llevándolas a la putrefacción para quitarles su sombra humosa y su esencia grosera que oscurecen esta materia y nos la presenta bajo un aspecto informe e inhumano. A continuación, por una sublimación ulterior y por medio de esta agua marina reluciente de fuego, católica y jovial, debemos extraer de esta materia su corazón y su alma oculta y reducirla a una cierta esencia corporal. Igualmente, no podemos conocer esta divina esencia tri-una llamada «Jehova» si primeramente no la tenemos disuelta y putrificada, si no la hemos despojado de su velo mosaico y de su aspecto de cólera que para nosotros es un impedimento innato y un espantajo. Seguidamente, por una iluminación divina ulterior, debemos extraerle su corazón y su alma interna y escondida, es decir, su hijo que es Cristo (22) y esto se hace por la operación y la ayuda del Espíritu Santo purificando nuestros corazones como lo haría un agua pura, (23) iluminándolos como un fuego divino, (24) llenándolos y recreándolos con un dulce y jovial consuelo. (25) De este modo, el Dios de cólera te aparecerá apaciguado.
En la obra filosófica es necesario disolver la materia en sus tres partes o principios, congelarla seguidamente por su propia sal y reducirla a una esencia única, que entonces se llama Sal de Sabiduría. Del mismo modo, Dios y su propio corazón, que es el hijo del padre, deben ser unidos necesariamente por su sal propia, similarmente implantada en Dios de una manera esencial, pero hay que reconocerlos como un solo Dios y no creer que son dos o tenerlos por tres dioses o esencias diferentes. Si, pues, de esta manera has conocido a Dios por su hijo, si después de haberlos separado los unes de nuevo, si los juntas por el espíritu de divina sabiduría y por el lazo de la divina caridad, entonces, el Dios invisible y desconocido (26) te resultará de ahora en adelante visible, cognoscible e inteligible. Ya no será como antes inhumano y colérico; se te presentará bajo un aspecto muy humano y dulce, dejándose tocar, conocer y ver. Así, Dios, antes de que Cristo, su hijo, sea formado e imaginado en nosotros, (27) es un Dios terrible (28) e incluso un fuego consumidor. Pero no debes considerar este conocimiento de la tri-una esencia divina como suficiente y perfecto si no progresas y no creces en un conocimiento más profundo en lo que a él se refiere, principalmente de su corazón.
Ya hemos dicho que si en la obra filosófica la preparación del sujeto no se lleva más lejos, éste te resultará más perjudicial que provechoso para la medicina corporal. Y ocurre lo mismo con Cristo: (29) si no lo conoces mejor y aún más perfectamente, apenas será útil como medicina espiritual de tu alma, e incluso al contrario, te podría llevar a la condenación. Por ello, si quieres participar de él, de sus dones celestes y de sus tesoros, gozar de ellos y usarlos en la beatitud, debes avanzar antes en su conocimiento personal, no reconocerlo e imaginarlo únicamente como Dios, sino esperar que se cumpla perfectamente el tiempo señalado (30) en el que recibe ese incremento que le hace a la vez Dios y hombre, e incluso, hijo del hombre.
En la obra filosófica, para llevarla a buen puerto y llegar a la tintura que perfecciona a los metales simples, es necesario añadir a la primera materia un cierto cuerpo metálico muy digno y por ello, muy próximo a esta primera materia la cual lo desea y ama mucho, unirlos y reducirlos a un solo cuerpo. También en la obra teológica, si queremos gozar de su fruto y volvernos partícipes de su naturaleza, hay que juntar con la naturaleza divina del hijo de Dios un cuerpo casi metálico, la carne y la sangre, la humanidad o la naturaleza humana, creada a su imagen, la cima más alta en dignidad entre todas las criaturas de Dios, muy próxima a esta naturaleza divina. (31) Hay que unirlas ambas en un cierto cuerpo indisoluble.
Pero en la prefiguración de la obra filosófica, como ya lo hemos notado y observado, el cuerpo vulgar del oro de ningún modo conviene para esta obra. Su imperfección y sus numerosos defectos que lo manchan de culpabilidad, lo vuelven completamente inútil. Hay que considerarlo, pues, como muerto. Se debe coger otro cuerpo, puro, claro, sin mezcla, sin ninguna impureza ni defecto, que nunca haya sido falsificado por el fraude único ni debilitado por su azufre interno. Del mismo modo, tampoco hay que incorporar a la esencia divina del hijo de Dios, ni ésta ha de aceptar, la naturaleza humana vulgar, concebida en los pecados cometidos diariamente y además falseada y contaminada por todo tipo de enfermedades preternaturales que cubren al género humano, sino una naturaleza humana sin mácula, sin pecado y perfecta.
«En efecto, si el Adán terrestre antes de la caída, aunque no fuese más que una criatura, estaba sin pecado al igual que el hombre santo y perfecto, ¿qué pensar entonces de este Adán celeste que lleva en él al hijo único de Dios?»
Jesucristo, piedra celeste eterna, fundamental y angular, se describe pues de la misma manera que la Piedra Filosófica en cuanto a sus dos naturalezas admirables, su concepción y nacimiento, permaneciendo también insondable en cuanto a sus naturalezas y propiedades.
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[…] En estas condiciones y si el hombre deja de pecar cada día para que el pecado ya no le mande, comienza en él la disolución del oro que se ha añadido, como en la obra terrestre; es la putrefacción de la que ya hemos hablado; debe ser completamente disuelto espiritualmente, triturado, destruido y vuelto putrefacto. Esta disolución y putrefacción se produce antes en uno que en el otro, pero necesariamente debe producirse en el curso de esta vida temporal. En otros términos, tal hombre debe ser tan bien digerido, cocido y fundido en el fuego de la tribulación (32) que llegue incluso a desesperar completamente de todas las fuerzas que hay en él y le lleve a buscar, como único socorro, la gracia y la misericordia de Dios.
Así, en el horno de la tribulación y por medio de un fuego continuo, el hombre, como el cuerpo terrestre del oro, participa de la cabeza negra del cuervo, es decir, es vuelto enteramente disforme y convertido en irrisión ante el mundo. (34) Y esto no se hace exactamente durante cuarenta días y cuarenta noches, ni siquiera en cuarenta años sino a menudo durante todo el tiempo de su vida, de suerte que, a lo largo de ella, debe necesariamente tener con más frecuencia la experiencia del dolor que la del consuelo y la alegría, y la del abatimiento que la del regocijo. Finalmente, su alma es completamente liberada por esta muerte espiritual como si fuese conducida haca las alturas, es decir, que a pesar de que su cuerpo aún está en la tierra, él se vuelve con su espíritu y su corazón hacia lo alto, hacia la vida eterna y la patria. Ahora su corazón ya no vive en el mundo sino en Dios no buscando el supremo consuelo en las cosas terrestres sino en las espirituales. (35)
Todos sus actos son orientados de suerte que ya no son terrestres sino celestes, en la medida en que ello es posible en este mundo. Debe vivir según el espíritu y no según la carne, en las obras que soportan la prueba de la luz del día y no las obras estériles de las tinieblas. Esta operación del cuerpo y del alma del hombre debe hacerse muriendo espiritualmente. (36) Esta disolución del cuerpo y del alma tiene lugar en el oro regenerado de modo que el cuerpo y el alma, estando como separados el uno del otro, no por ello dejan de estar fuertemente unidos en el vaso y reunidos; el alma de lo alto va recreando cada día el cuerpo y lo preserva de la destrucción final hasta el tiempo fijado en el que permanecerán juntos e inseparables. (37)
El cuerpo del hombre, sometido a esta languidez y a esta escuela de la cruz, se encuentra como muerto, pero su alma no le abandona del todo: (38) cuando el ardor del fuego de la tribulación sobrepasa la medida, el cuerpo es irrigado, consolado y conservado por el espíritu que mana del rocío del cielo superior y del néctar divino. Es un refrigerio celeste y una recreación del cuerpo terrestre muerto en los hombres. En lo que se refiere a nuestra muerte temporal, que es el salario del pecado, (39) no se trata de una muerte verdadera sino de una disolución natural del cuerpo y del alma y una suerte de ligero sueño; también es una conjunción indisoluble y permanente del Espíritu de Dios y del alma: pero debes entender que hablo de los santos. Se la compara, por otro lado, a este admirable ascenso y descenso que suele hacerse siete veces seguidas en la obra terrestre.
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[…] Debemos notar que los filósofos químicos nos han dado a entender por este carácter al antimonio por el cual (como hemos dicho al tratar de la preparación química) hay que hacer fermentar la materia antes de unirla al elixir o Rey químico o antes de que vaya al baño de sudación con el viejo Saturno de blancos cabellos. En verdad, debemos considerar esto como un milagro y tenerlo por un misterio. También entre nosotros los cristianos se encuentra esta imagen y representación. Se la emplea y pone claramente ante nuestros ojos, aunque de modo igualmente oculto, en la ceremonia en la que se pone entre las manos del jefe supremo, emperador de toda la cristiandad, la bola coronada por una pequeña cruz. Con eso se le da a entender que antes de llegar a una posesión pacífica y tranquila deberá experimentar perfectamente la cruz de este mundo en medio de las aflicciones y otras calamidades; ser por ellas turbado, probado y juzgado digno.
Quizás no sea por azar y sin razón que con ello estos filósofos antiguos han querido darnos una figura y un signo para la misma obra química que también requiere un proceso semejante. Todo eso se puede poner en relación con la escuela de la cruz ya mencionada, pues las tribulaciones y persecuciones de los cristianos nos señalan que, con toda seguridad, que antes de entrar en el reposo y la alegría eternas, se debe primero recorrer el camino pesado y difícil de este mundo, ejercitarse en el combate y sufrir el baño de sudación (40) con el hostil Saturno de blancos cabellos, es decir, el viejo Adán y Satán.
Junto a todas estas tribulaciones y calamidades será necesario observar, considerar y sopesar cuidadosamente todo tipo de signos, milagros y también los grandes cambios que se producirán al mismo tiempo en el mundo. Uno recordará las guerras y rumores bélicos, la multiplicación de las sectas, la peste, la carestía de las cosechas; todos estos signos serán anuncios y verdaderos precursores de la proximidad inminente de nuestra redención. En suma, cuando tenga lugar la resurrección general de los muertos (ya que la primera generación nueva que se hace por medio del santo bautismo no es más que el comienzo de la segunda, la verdadera regeneración, completamente perfecta, en la vida eterna), los hombres que vencerán por la sangre del cordero resucitarán y se enderezarán para una nueva vida, de ahora en adelante permanente; serán unidos de nuevo en alma, cuerpo y espíritu y restablecidos en una unión indisoluble que durará eternamente. Deberemos, pues, ser glorificados de este modo por la pura, espiritualidad y admirable virtud, por la fuerza, la ligereza, la gloria, la excelencia y el vigor de Cristo, rey celeste todopoderoso; más aún, deberemos ser hechos transparentes, bellos y con un estado de beatitud perfectísimo. (41)
Se trata de una admirable copulación o unión del cuerpo, del alma y del espíritu, una divina floración y exaltación de los elegidos. Podemos, ya en esta vida, verla y observarla, pero no sin temor ni temblor, en la obra terrestre. Por ello están arrebatados de admiración los ángeles que se preocupan de ver todas estas cosas y así dominaremos y reinaremos por los siglos de los siglos con Cristo, nuestro príncipe eterno del cielo, con todos los ángeles y espíritus ejecutores, en una gloria sin fin y la gloria de la majestad sobre todas las cosas. (42)
Epílogo
Ahora posees, amigo y benévolo lector, una breve descripción, una exposición simple, un modelo infalible y una comparación alegórica de la piedra terrestre y química y de la verdadera piedra celeste, Jesucristo, gracias a la que podrás alcanzar una beatitud y una perfección seguras, no sólo aquí abajo en esta vida terrestre sino en la vida eterna. Este doble sujeto podría haber sido expuesto con menos rodeos y más detalladamente en la obra teológica precedente, no obstante debes saber que yo no enseño Sagrada Escritura y que no soy un teólogo aristotélico en boga, sino un simple ciudadano sin cargo público. En efecto, no he adquirido esta ciencia que Dios me ha acordado por mis estudios en una célebre academia, sino que la he aprendido en la escuela universal de la naturaleza (43) y en el gran libro de los milagros gracias al que todos los que conocen a Dios han recibido información desde hace siglos. Por esa razón he dado a mi descripción una forma simple, tal como he dicho, y no la de un escrito elegante y de una longitud desmesurada. Por otro lado, mi tarea no consistía en emprender aquí un tratado más completo y extenso sobre la teología. He aquí cuál era mi objetivo: he querido trazar como un rápido bosquejo para aquellos que tal vez no hayan hecho aún suficientes progresos, a fin de permitirles buscar la cosa más profundamente, ya que me parece bien que cada amante de la verdad no omita en ningún caso los milagros de Dios y no los sepulte en un perpetuo silencio sino al contrario, los celebre, magnifique y glorifique. Así, pues, también yo he querido hacer públicamente mi confesión y decir, al mismo tiempo, lo que pienso y creo respecto a los artículos de fe de la religión cristiana en esta época, ¡oh dolor!, en la que hay enfrentamientos donde, en procesos precipitados, los calumniadores más mentirosos (44) denuncian por traición herética y consideran sospechosos a numerosos cristianos piadosos que no piensan como ellos. Pero las impías blasfemias del mundo y los juicios desconsiderados en modo alguno ofenden al verdadero cristiano insultado con esta suerte de calumnias, ya que el diablo y sus escamosos hijos han tenido siempre por costumbre hacer sufrir la misma cosa a Cristo y a sus seguidores y todavía en nuestros días actúan así. (45) Ahora ya no diré nada más pero quiero someter el asunto al supremo Juez de jueces que es la verdadera piedra de Lidia de todos los corazones. (46)
Además, quiero que, en lo que concierne al principio de la obra de la piedra terrestre, el aficionado al arte químico vaya a ver los detalles a la enseñanza que he dado en primer lugar, y que ésta le sea fielmente inculcada de nuevo en este epílogo. En efecto, del mismo modo que en una canción se encuentra repetido más de una vez un buen estribillo, así haremos nosotros respecto a este tema según nuestra costumbre. Con toda seguridad, uno no ha de dirigir su voluntad y sus pensamientos hacia la piedra filosófica terrestre ni debe emprender tal obra sin conocer ni haber preparado exactamente la piedra celeste, gracias a la que Dios da la piedra terrestre o, como mínimo, sin haber empezado de hecho, con gran cuidado, la preparación de ambas piedras a la vez, a saber, la espiritual y corporal. (47) En lo que a mí respecta, estoy de acuerdo con todos los verdaderos filósofos al decir que seguramente es temerario, sobre todo en esta fase, emprender una obra de tal envergadura y trabajar sin el conocimiento de la naturaleza.
Además quiero remarcar aquí y declarar expresamente que, en mi opinión, sin el verdadero conocimiento de Cristo, piedra angular celeste, no sólo es difícil sino verdaderamente imposible preparar la piedra filosófica, dado que toda la naturaleza consiste perfectamente en esta piedra celeste. Si no se quiere sufrir un fracaso vergonzoso hay que examinar convenientemente este punto y no aspirar ávida y desconsideradamente a este arte como hacen muchos que, la mayoría de las veces, no están de ningún modo preparados para emprenderlo, no tienen las capacidades necesarias y no se han ejercitado ni siquiera un poco en abordar este conocimiento de la naturaleza tantas veces repetido. En efecto, a menudo el final corresponde al comienzo al igual que la cosa habla por sí misma, desgraciadamente, en lo que a muchos se refiere. No obstante hay que atribuir el fracaso a un proyecto prematuro y a la ignorancia.
Es verdaderamente admirable encontrar todavía hombres que no sólo buscan este arte supremo (48) sino también se esfuerzan en ponerse manos a la obra y en realizarla y que, sin embargo, se preguntan si el arte es natural o mágico, si es preternatural o si se trata de necromancia y si se adquiere a través de un espíritu o por medios ilegítimos y prohibidos. ¡De ningún modo, señor mío! Ni el diablo ni, con más razón, ningún impío puede, sin el permiso divino, hacer nada en este arte y, menos aún, emprenderlo por propia iniciativa ni practicarlo según su capricho. Ni lo más mínimo, ya que este arte permanece en la mano y en el poder de Dios, quien lo otorga y también lo quita a quien quiere. En efecto, este arte, que procede de Dios y por Dios, no admite de ninguna manera un espíritu voluptuoso y, menos aún, espíritus funestos e infernales, sino, por el contrario, el espíritu que es simple, recto, verdadero, constante y de esencia pura y piadoso. Pero el mundo de hoy, indiferente e impío, ya no conoce este espíritu y, por ello, la mayoría de los hombres ignoran también su esencia y su misterio supremo. En efecto, tan pronto como algo de este misterio llega a oídos de esta gente mundana, (49) enseguida quieren ser capaces de comprenderlo y, si no, dicen que es una tontería. También este espíritu les estará perpetuamente oculto a causa de su ceguera y, finalmente, se les quitará en su totalidad.
No obstante, para no ir eventualmente más allá de lo previsto en este recordatorio y para abordar de nuevo el tema y llevarlo en este caso a buen fin, quiero dar a conocer lealmente lo que sigue a los artistas piadosos en forma de amable exhortación: en la medida en que uno oriente hacia Dios su corazón y su alma (50) más aún, toda su vida y sus actos, notará cada día e incluso a cada instante, en el progreso de la piedra y de su obra, esta insigne utilidad. Yo mismo me he conformado a ello todos los días de mi vida con la máxima aplicación y la mayor devoción y de este modo lo he aprendido por experiencia. Por esta razón desde el principio debe regular todas sus acciones y prepararse de tal modo que tenga la fuerza de llevar ambas obras a buen fin.
Quizás se podría objetar aquí que, seguramente, han habido hombres que poseyeron verdaderamente esta piedra filosófica o la tintura y que por medio de ella cambiaron los metales simples en oro y plata. No obstante, eran poco capaces y tampoco tenían un buen conocimiento de la piedra celeste, y además, (51) consagraron su tiempo alas cosas vanas y frívolas de la vida. Respondo a esto que se les deje a su situación y que no entablaré aquí ninguna discusión para saber cómo y dónde se han procurado su tintura. Pero nadie me convencerá completamente de que han preparado y confeccionado la verdadera y exacta tintura de la que he hablado en todo este tratado y creo aún menos que me pueda equivocar al respecto. El trágico fin de estos hombres de espíritu tan superficial hacia el que se han precipitado con su tintura, es una prueba suficiente y, desgraciadamente, ejemplos de esto no faltan hoy en día. ¿Callaré ahora que el arte químico, junto con las cosas que le son necesarias, no es único sino diverso? En efecto, al igual que en las otras disciplinas se encuentran partidarios de diferentes opiniones y de variados colores, (52) lo mismo ocurre en este arte: aunque a todos se les llame químicos en general, no obstante, no todos están instruidos sobre la misma cosa ni actúan con la misma intención.
Hablo aquí únicamente de la verdadera alquimia, llena de arte y conforme a la naturaleza, que enseña ante todo lo que es necesario discernir y conocer en todas las cosas, la diferencia entre lo bueno y lo malo, lo puro y lo impuro. Por ella puede producirse un justo progreso después de que se haya puesto remedio a la debilidad y a la corrupción de la naturaleza. (53) Esta procede entonces al acrecentamiento de los metales al igual que si tú te esfuerzas en ayudar a un fruto que no pudiese llegar a una exacta madurez a causa de algún acontecimiento fortuito, o bien en obtener mayor cantidad a partir de una semilla o de una simiente, lo que puede emprenderse y realizarse con pocos gastos. En cuanto al otro arte, que es sofístico y pseudo alquímico, no lo comprendo y tampoco quiero aprenderlo (54) porque sus maestros prometen en vano seguir vías no demasiado torcidas y proporcionar montañas de oro puro mientras que en verdad están muy lejos de ello. Por otro lado, este falso arte no aporta absolutamente nada concreto y, además, sólo conlleva gastos enormes, exige trabajos imprudentes y se cobra a menudo el cuerpo mismo y la vida. Por consiguiente, si uno o varios químicos de esta especie salieran a tu encuentro vanagloriándose de poseer el verdadero y natural arte químico y se empeñasen en enseñártelo a cambio de dinero u otra cosa, pretendiendo no poder sufragar los gastos necesarios, quedas finalmente avisado de que de ningún modos debes confiar en ellos. La serpiente está, la mayoría de las veces, oculta junto a ellos en la hierba. Además, puedo verdaderamente afirmar que el gasto a realizar en toda la obra universal no sobrepasa el precio de tres florines en total; exceptuando el alimento cotidiano y el mantenimiento del fuego, la materia es parcialmente vil, como hemos dado a entender más arriba, se encuentra por todas partes en cantidad suficiente y más aún sin gran dificultad y, en cuanto al trabajo, también es fácil y simple. En suma, los hombres piadosos escogidos por Dios para este fin (55) comprenden simple y fácilmente este arte, pero es verdaderamente difícil y casi imposible para los impíos y malvados. (56)
Para terminar mi conclusión, he querido añadir lo que sigue a guisa de despedida: si Dios todopoderoso te prodigase su gracia por la revelación de este arte piadoso y santo, deberás emplearlo rectamente, guardar silencio como te ha sido recomendado y, con este fin, aplicarte en la boca un sólido cerrojo (57) y mantenerlo bien cerrado, por miedo de que la arrogancia y el orgullo, tanto ante Dios como ante los hombres, resulten ser un peligro para ti y te ocasionen un daño y una desgracia temporales y eternos. Por ello debes examinar con circunspección lo que sigue: «Quien busque la riqueza por este arte sagrado debe ser piadoso y simple, probo y discreto. Quien no actúe así contraría su destino. Está obligado a la pobreza, a la indigencia, a la desnudez y a la miseria».
Amigo lector, no he querido mantener todo esto oculto, tanto a modo de advertencia como para despedirme de ti. Tengo, en efecto, la firme convicción de que me has comprendido suficientemente en todo, a menos que Dios no te haya cerrado los ojos y las orejas ya que yo no habría podido mostrárselo ni con más fidelidad ni claridad, ni describirlo más manifiestamente, siempre en la medida en que lo permite una buena conciencia. Por consiguiente, si no has sabido percibir o aprender la cosa por mi enseñanza, me temo mucho que difícilmente la comprenderás por medio de otra instrucción.
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(1): Gén. III, 19.
(2): Is. XLV, 8; Ef. III, 16; Col. I, 6.
(3): Is: XXVIII, 16.
(4): Sal. CXVIII, 22 y 23.
(5): Mt. XXI, 42 a 44
(6): Act. IV, 11.
(7): Rom. IX, 33.
(8): Lc. X, 23 y 24.
(9): Rom. X, 12 y s.
(10): Mt. XI, 5.
(11): Is. VIII, 14 y 15.
(12): Lc. II, 34.
(13): Rom. IX, 32 y 33.
(14): Ipe. II, 6 y 7.
(15): Lc. XI, 34; I Cor. III, 16.
(16): Lc. XVII, 21.
(17): Mt. XXIV, 14.
(18): I Jn. II, 26: «Os he escrito estas cosas acerca de quienes os seducen».
(19): Jn. I, 3.
(20): Gén. I, 1; Jn. I, 1; Act. XVII, 25; Rom. XI, 36; Heb. I, 10.
(21): Ap. I, 8.
(22): Variante: la edición de 1625 añade: «Poner todo nuestro cuidado en convertirla en Dios humano».
(23): Ez. XXXVI, 25; Is. XLIV, 3.
(24): Jer.XXIII, 29; Mt. III, 11.
(25): Jn. XVI, 7; Ef. IV, 30.
(26): Is. XLV, 15.
(27): Gal. IV, 6.
(28): Dt. VII, 4; Dt. XVIII, 16.
(29): I Jn. IV, 2 y 3.
(30): Gal. IV, 4.
(31): Variante: «creada también ella en una tierra una, la cima más elevada en dignidad entre todas las criaturas de Dios, muy próxima a esta naturaleza divina, que ésta desea y ama mucho».
(32): I Pe. IV, 12 y sigs.
(33): 2 Cor. IV, 7 y sigs.
(34): Sab. V, 3; Job, XXX, 1 y sigs.
(35): 2 Cor. IV, 16.
(36): Variante: «[..] debe hacerse, como hemos dicho, por la muerte del pecado y no por la muerte corporal de la carne pecadora».
(37): En lugar de 2 Cor. V, como indica el autor, Ef. I, 10.
(38): 1 Pe. III, 18.
(39): Rom. VI, 23.
(40): En lugar de Jn. XXVI, véase Lc. XXII, 44.
(41): Is. XXVI, 19.
(42): Gal. VI.
(43): Job. XII, 7 y 8.
(44): Sal. CXVI, 11.
(45): Sal. XCIV, 21; Jer. XI, 19.
(46): 1 Cro. XXVIII, 9: «Dios sondea todos los corazones»
(47): Ecle. I, 1 y sigs.
(48): Ecle. VII, 15.
(49): Sab. I, 2 a 5.
(50): Ecle. XVIII, 13; Ecle. XXIX, 1 a 6.
(51): Ecle. XIX, 2; Sab. I, 3.
(52): Gén. XXX, 37 y sigs.: «Jacob cogió unas varas… »
(53): Prov. II, 10 y sigs.
(54): Ecle. III, 24: «Quien ama el peligro… »
(55): Sal. CXII, 1 y sigs.
(56): Prov. III, 35.
(57): Ecle. XXII, 27: «¡Oh, pueda poner una cerradura…!».