INTRODUCCIÓN AL LIBRO DEL GÉNESIS

Moisés, nuestro maestro, escribió este libro, al igual que toda la Torá, de la boca del Santo bendito sea. Y se acepta que la escribió en el monte Sinaí, pues se le dijo allí: «Sube hacia mí, hacia la montaña y estate allí y te daré las Tablas de piedra y la Torá y el Mandamiento que he escrito para instruirles» (Ex. XXIV, 12).

«Las Tablas de piedra» son las Tablas y lo que está escrito en ellas, es decir las diez Palabras. «El Mandamiento» son todos los mandamientos, tanto positivos (harás) como negativos (no harás) y por último «La Torá», que incluye los relatos desde el principio del Génesis y guía a los hombres en el camino de la verdad.

También se ha dicho: descendiendo de la montaña escribió desde el principio de la Torá hasta el final del relato del Tabernáculo, y el final de la Torá lo escribió al cabo de cuarenta años, cuando dijo: «Coge este libro de la Torá y colocadlo al lado del Arca de la Alianza de YHWH vuestro Dios» (Dt. XXXI, 26). Y esto está de acuerdo con la enseñanza de que «la Torá ha sido dada por secciones» (Talmud, secc. Guittin, 60a).

Otros han dicho: «La Torá fue dada completa» (id.); toda fue escrita en el cuadragésimo año, cuando recibió la siguiente orden: «Escribíos este Cántico, enseñádselo a los hijos de Israel y ponedlo en su boca» (Dt. XXXI, 19). Y también se le ordenó: «Coged este libro de la Torá y colocadlo al lado del Arca de la Alianza de YHWH vuestro Dios». (Dt. XXXI, 26).

De todos modos hubiera sido conveniente que Moisés escribiese al principio del libro del Génesis: «Y Dios dijo todas estas cosas a Moisés en estos términos…» Sin embargo le interesaba escribir anónimamente y por eso lo hizo como si no hablase él mismo, al revés que los Profetas, que se mencionan a sí mismos. Por ejemplo Ezequiel: «Y la palabra de YHWH me fue dirigida diciéndome: ¡Hijo de hombre!» (Ez. III, 16 y 17); o Jeremías: «La Palabra de YHWH me fue dirigida en estos términos…» (Jer. I, 4). Así, nuestro maestro Moisés escribió la historia de las primeras generaciones al igual que su propio origen, historia y aventuras en tercera persona. Dirá por ejemplo: «Dios habló a Moisés en esto términos…» (Ex. VI, 2) como si hablara de otra persona. Por esta razón no es mencionado Moisés en la Torá hasta que nace y se le cita como si fuese otro el que hablara de él.

No obstante, no ha de ser para ti una dificultad al encontrar en el Deuteronomio que Moisés habla en primera persona como por ejemplo: «Y oré a YHWH diciendo…» (Dt. IX, 26) o «E imploré a YHWH » (Dt. III, 26) ya que se lee al principio de dicho libro: «He aquí las palabras que dijo Moisés a todo Israel» (Dt. I, 1); en este caso es como si refiriera las palabras tal como las había dicho él mismo.

La razón por la que toda la Torá ha sido escrita anónimamente es que ha precedido a la creación del mundo y, no es necesario decirlo, al nacimiento de nuestro maestro Moisés. Según lo que nos ha sido transmitido por Cábala: «La Torá ha sido escrita con fuego negro sobre fuego blanco» (Yerushalmi Seqalim, 6, 1), así pues Moisés era como un escriba copiando un texto antiguo. Por esta razón escribía anónimamente. He aquí, con toda claridad, la verdad: toda la Torá, desde el principio del Génesis hasta «A los ojos de todo Israel» (Dt. XXXIV, 12, último versículo del Pentateuco), fue dicha de la boca del Santo bendito sea a las orejas de Moisés, tal como está escrito: «De su boca me llegarán todas las palabras y yo mismo las escribo en el libro con tinta» (Jer. .XXXVI, 18).

El Santo bendito sea le instruyó en primer lugar acerca de la creación de los cielos y de la Tierra y la de todos sus ejércitos, es decir, de la creación de toda criatura, tanto las de lo alto como las de abajo. Le instruyó también acerca de todo lo que ha sido dicho por profecía sobre la obra del Carro Divino (maasé Mercabá) y sobre la obra del Principio (maasé Bereshit), al igual que de lo que ha sido transmitido en ellas a los sabios. Le enseño el origen de las cuatro fuerzas de aquí abajo: la mineral, la vegetal, el alma motriz (nefesh hatenuá) y el alma lógica (nefesh hamadberet). Acerca de cada una de ellas le fue dicho a nuestro Moisés su creación, su esencia, sus propiedades y sus acciones, y la aniquilación de las que son perecederas. Todo está escrito en la Torá, explícitamente o por alusión.

Nuestros maestros han dicho: «Cincuenta puertas de la inteligencia (biná) han sido creadas en el mundo y todas sus llaves menos una han sido transmitidas a Moisés» (Rosh hashana, 21b), según lo que está escrito: «Tú lo has hecho un poco disminuido con respecto a Dios» (Sal. VIII, 6). Cuando se dice que en la creación del mundo hay cincuenta puertas de la inteligencia, es como si se dijera que hay una puerta de la inteligencia en la creación de los minerales, en su fuerza y en su generación; y en la creación vegetal terrestre hay otra; y lo mismo respecto a la de los árboles, los animales, los pájaros, los reptiles y los peces. Y así hasta la creación de los que poseen el alma lógica (nefesh hamadberet), que contemplará el secreto del alma (nefesh), conocerá su esencia y su fuerza. En su palacio alcanzará aquello de lo que han hablado los sabios: «Si un hombre hubiera robado, lo sabría y le reconocería; si hubiera cometido adulterio, lo sabría y le reconocería; y si fuese sospechoso de impureza, lo sabría y le reconocería (hejalot)» y más aún, reconocería a cada uno de los maestros en magia. Desde allí se elevará hasta las esferas celestes, los cielos y sus ejércitos, pues en cada uno de ellos hay una puerta de la sabiduría (jokhmá) que no es como la sabiduría de los demás. El número de estas puertas ha sido transmitido por Cábala, a saber, cincuenta menos una. Tal vez haya una quincuagésima puerta en el conocimiento (yediá) del Creador bendito sea, pero no ha sido transmitida a ninguna criatura. No tengas en cuenta a aquellos que dicen: «cincuenta puertas han sido creadas en el mundo». La mayoría de los sabios dicen que la quincuagésima puerta no ha sido creada. Se hace alusión a este número en la Torá, en los cómputos del Omer (Lev. XXIII, 15 y 16) y en los del Jubileo (Lev. XXV, 8 a 10).

Expondré el secreto en mi Comentario, cuando por la voluntad del Santo bendito sea llegue al lugar correspondiente.

Y todo lo que ha sido transmitido a Moisés nuestro maestro por las puertas de la inteligencia, está escrito en la Torá, explícitamente o por alusión, en las palabras o en guematría o en la forma de las letras, ya sea que hayan sido trazadas en sus formas habituales o bien que estas formas hayan sido modificadas, como por ejemplo las letras deformadas, inclinadas y demás, o bien que lleven trazos o coronas.

Se ha relatado: «Cuando Moisés subió a las alturas encontró que el Santo bendito sea ataba unas coronas a las letras y le preguntó el porqué; le respondió: «vendrá un hombre que gracias a ellas dará multitud de explicaciones sobre las prácticas (halajá)». ¿Y cómo lo sabemos? Porque ha sido dicho: La regla (halajá) viene a Moisés del Sinaí». (Menajot, 29b). Estas alusiones no pueden ser comprendidas si no es por transmisión oral, como a Moisés, del Sinaí.

Se ha dicho en el Midrash Rabbá sobre el Cantar de los Cantares a propósito de Ezequías: «Él les mostró el libro de las coronas». Este libro es conocido y puede ser encontrado junto a cada hombre. En él se explica cuantas alef con coronas hay en la Torá, cuántas bet y lo mismo respecto a las restantes letras; se hace el cómputo de las coronas que corresponden a cada una de ellas. El elogio que los sabios han hecho de este libro y la revelación que hace Ezequías del secreto, no concierne únicamente a las coronas en sí mismas sino al conocimiento que transmiten y a la explicación que se ha ce gracias a ellas de numerosos secretos muy profundos.

Y también en el Midrash Rabbá sobre el Cantar de los Cantares, se lee: «Está escrito: «Y él os ha mostrado su alianza»» (Dt. IV, 13). También os ha mostrado el libro del Génesis que es el comienzo de su creación del mundo, «en el que se os ordena cumplir las diez Palabras (los diez Mandamientos)», diez para la Escritura y diez para el Talmud.

¿Y cómo es que puede venir Elihu, hijo de Berajel el Buzita y revelar a Israel los secretos de Behemot y de Leviatán (Job, XXXII, 2 y XL, 15)? ¿Y cómo Ezequiel puede revelarles los secretos del Carro Divino (Ez. I)? La respuesta está en el versículo: «El Rey me ha hecho entrar en su cámara» (Can. I, 4) es decir, todo ha sido enseñado por la Torá.

El rey Salomón, a quien Dios dio la sabiduría y la ciencia, lo obtuvo todo de la Torá. La estudió (lit.: «él ha estudiado de ella») hasta conocer el secreto de todas las generaciones y las fuerzas encerradas en las hierbas y sus tesoros, de suerte que gracias a esto escribió un libro de medicina. En efecto, está escrito: «Disertó acerca de los árboles, desde el cedro del Líbano hasta el hisopo que brota sobre el muro» (I Re. V, 13). Yo he visto este libro traducido al arameo, llamado La gran sabiduría de Salomón, en el que se lee lo siguiente: «No hay diferencia entre la generación de un rey o de un soberano y la de los demás hombres. Cualquier hombre no tiene más que una puerta para entrar en el mundo y, del mismo modo, no hay más que una única salida. Por esta razón, he rogado y la sabiduría me ha sido insuflada, he llamado y el soplo del conocimiento ha venido a mí y lo he preferido al cetro y al trono». También se dice en este libro: «Es Dios quien da el conocimiento (daat), ya que en él no hay engaño. Es él quien enseña el nacimiento del mundo, la obra de las constelaciones, el comienzo, el fin y el medio de los tiempos, la oblicuidad de los solsticios (alajsonut hazenabot), cómo se producen los tiempos por el movimiento de los cielos, la regulación de los astros, la naturaleza húmeda de los animales y el calor de los seres vivos, la fuerza de los vientos y los pensamientos del hombre, el vínculo entre los árboles y las fuerzas de las raíces. He conocido tanto lo oculto como lo manifiesto». Todo esto lo supo por la Torá; en ella lo encontró todo, en sus explicaciones, en sus minucias, en las letras y sus coronas, tal como lo he dicho.

Y añade la Escritura respecto a Salomón: «Y la sabiduría de Salomón era mayor que la de los hijos de Oriente» (I Re. V, 10) es decir, que les sobrepasaba en cuanto a los sortilegios mágicos y la adivinación, pues esta era la sabiduría de estas gentes, tal como está escrito: «Ya que están llenos de las cosas de Oriente, consultando los presagios como los Filisteos» (Is. II, 6). Por esto los maestros han dicho: «¿Cual era la sabiduría de los hijos de Oriente? Conocían el arte de los augurios en el cual eran expertos». E igualmente: «Y que toda la sabiduría de Egipto» (I Re. V, 10). Dominaban la magia, que era su sabiduría, al igual que la naturaleza vegetal ya que por el libro de la agricultura de los egipcios sabemos que eran muy hábiles en la siembra y en el injerto de numerosas variedades.

Y también han dicho: «Salomón plantó incluso pimienta en la tierra de Israel» (Eclesiastés Rabbá I, 5). ¿Cómo pudo plantarla? Salomón con su sabiduría, conocía la raíz del fundamento del mundo. ¿Por qué? Ya que «desde Sión, belleza perfecta, Dios resplandece» (Sal. II, 2). En Sión el mundo entero encuentra su perfección. ¿Porqué se la llama Piedra de Fundación? Porque a partir de esta piedra el mundo ha sido fundado. Salomón también conocía la vena mineral que se extendía hasta Cush (Etiopía) y en ella sembró la pimienta y enseguida produjo fruto, por esto ha dicho: «Y he plantado todo tipo de árboles frutales» (Ecl. II, 5).

Además tenemos en nuestras manos una verdadera tradición cabalística según la cual toda la Torá está compuesta por nombres del Santo bendito sea. En efecto, las letras pueden separarse en nombres según cierta manera, como puedes apreciar en este ejemplo extraído del primer versículo del Génesis en el que las palabras se separan de otro modo, como por ejemplo leyendo BeRoSH iTBaRé Elohim (en la cabeza se creará Elohim) en lugar de BeReSHiT BaRá Elohim (en el principio creó Elohim). Toda la Torá puede leerse así, teniendo en cuenta además, las combinaciones de las palabras y la guematría de los nombres.

Y ya nuestro maestro Salomón Rashí había escrito en sus comentarios sobre el Talmud cómo el Gran Nombre de setenta y dos letras resulta de tres versículos (Ex. XVI, 19, 20 y 21). Por esta razón, una copia de la Torá en la que hubiera cometido el error de sustraer o añadir una sola letra, ha de ser descalificada. Así, pues, estaríamos obligados a destruir todas copia en la que falte una waw en la palabra otam, que es plena treinta y nueve veces;(1) o cualquier otra copia en la que se hubiera escrito una waw allí donde la palabra es defectiva. Y así en todos los demás casos, incluso si esto no tiene importancia para un pensamiento superficial. He aquí lo que ha llevado a los maestros a contar las palabras defectivas en toda la Torá y la Escritura, y a componer obras sobre la Masorá (tradición escrituraria) que se remontan hasta Ezra, escriba y profeta. Esta es la vía que debemos esforzarnos en seguir como se explica en la sección Nedarím, 37b, del Talmud de Babilonia a propósito del versículo: «Y leyeron en el libro de la Torá de Dios, bien establecido, claramente, a fin de que todos tengan la inteligencia de la Escritura» (Ne. VIII, 8).

Y se ve que la Torá había sido escrita «con fuego negro sobre fuego blanco» tal como hemos dicho, con una escritura continua, sin separación en las palabras, de suerte que era posible leerla según los nombres divinos o bien según nuestra manera de comprender la Torá y los mandamientos. A nuestro Moisés le fue dada según la separación que permitía la lectura de los mandamientos y, al mismo tiempo, le fue transmitida oralmente según la lectura de los nombres. Así nuestros maestros han escrito el Gran Nombre ( de setenta y dos letras ) completo y sin separación en palabras y, a continuación, lo han dividido en palabras de tres en tres letras y de otros modos según la costumbre de los maestros de la Cábala.

Ahora sabrás y verás mi respuesta a aquellos que me interrogan acerca del comentario de la Torá. Seguiré la costumbre de los antiguos maestros, dando reposo al espíritu de los que estudian, fatigados por el exilio y la aflicción y que leen la ordenanza del Sabat y de las fiestas, y cautivaré su corazón hacia el sentido simple por medio de las palabras agradables a los que escuchan y a los que «conocen la gracia» (los cabalistas). «¿Qué Dios tenga piedad de nosotros y nos bendiga!» (Sal. LXVII, 2) y que «encontremos gracia y una buena inteligencia a los ojos de Dios y del hombre» (Prov. III, 4).

Por lo que a mi respecta, aporto aquí una alianza leal dando un buen consejo a todo lector que medite este libro: que no haga interpretaciones ni suposiciones a propósito de cualquiera de las alusiones que he hecho a los secretos de la Torá. Le advierto sinceramente: el sentido de mis palabras no podrá ser alcanzado ni conocido por la razón ni por la inteligencia, sino únicamente de la boca de un sabio cabalista hablando al oído de un cabalista inteligente.

Cualquier otra interpretación de mis palabras sería pura locura, un pensamiento fraudulento que no provocaría más que daño y sería inútil, tal como está escrito: «Que no se fíe de la falsedad pues errará» (Job, XV, 31). A éste sus razonamientos no le traerán más que dolor, como a los que profieren aberraciones acerca de YHWH , y esto no puede ser perdonado, según la frase: «Aquel que se aparta de la vía de la inteligencia reposará en la asamblea de las sombras» (Prov. XXI, 6).

También está dicho: «Que no se irrumpa (rompiendo las barreras) hacia YHWH para ver» (Ex. XIX, 24) y también: «Pues YHWH nuestro Dios es un fuego devorador, es un Dios celoso» (Deut. IV, 24). El mostrará a sus bien amados las maravillas de su Torá.

Se observarán en nuestras explicaciones novedades sobre el sentido simple y el Midrash y aprenderán de la boca de nuestros santos maestros que han dicho: «No busques en lo que es más grande que tú, no escudriñes en lo que es más fuerte que tú, no intentes conocer aquello que es inconcebible y no hagas preguntas sobre lo que te está encubierto. Medita sobre lo que se te ha permitido, pues no tienes nada que hacer respecto a las cosas ocultas» (Sirá III, 21).

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(1) En hebreo las vocales son puntos que se colocan encima o debajo de las consonantes. Tres de ellas, la «e», la «i» y la «u» pueden escribirse también empleando las consonantes waw y yod junto con los puntos vocales correspondientes. En este caso se dice que la palabra es plena, de lo contrario se llama defectiva. Por ejemplo, la palabra otam puede escribirse plena: WoTaM (con waw inicial, dando un sonido de «o» larga) o defectiva OTaM (sin waw).