IN MEMORIAM CHARLES D’HOOGHVORST

Emmanuel (derecha) y Charles d’Hooghvorst. 1988

Charles d’Hooghvorst ha sido el fundador y el animador de todas las iniciativas surgidas en torno a LA PUERTA. Ahora y aquí queremos dejar constancia de nuestro reconocimiento hacia su persona reproduciendo el prólogo de su última obra El libro de Adán, en el que R. Arola describe la figura de este autor.

Carlos del Tilo es el seudónimo que utilizó Charles van der Linden d’Hooghvorst en sus escritos; de hecho, no se trata propiamente de un nombre inventado, sino de la castellanización de su apellido, pues en flamenco van der linden significa del tilo . El autor nació en Bruselas en 1924 bajo el signo de Capricornio, en 1955 se instaló en España, cerca de Barcelona, donde todavía reside en la actualidad. Junto a un grupo de amigos interesados en la tradición creó, en 1978, la revista La Puerta [Retorno a la fuentes tradicionales] . A partir de entonces, firmó sus artículos como Carlos del Tilo. El primer escrito lo dedicó a traducir un fragmento del Zohar , el gran libro de la cábala judía, (1) desde ese momento la revista La Puerta no ha dejado de aparecer, ni Carlos del Tilo de escribir. En la obra que el lector tiene entre sus manos se han compendiado los artículos relacionados con las tres grandes religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo e islamismo. (2) La siguiente reflexión introductoria respecto al tema del que trata el libro nos permitirá a su vez presentar al autor.

El judaísmo, el cristianismo y el islamismo tienen una raíz común, pues su fe se fundamenta en un texto revelado; por eso se las denomina las religiones del Libro. Este Libro es para los judíos la Torah , para los cristianismos los Evangelios y para los musulmanes el Corán . Sin embargo, en los tres casos se trata del mismo Libro; las diferencias sólo tienen que ver con las formas externas, que en cada época se han adaptado a la coyuntura. Los tres contienen la misma revelación, el mismo mensaje: Dios es uno ; se trata de las religiones monoteístas, que reconocen a Abraham como patriarca, pues fue el primer hombre que llamó «mi Señor» al Dios universal, al Dios de todas las naciones, nadie lo había hecho antes que él. Abraham invocó a «su Señor» –que en hebreo es Adonai , es decir IAVE , el nombre de cuatro letras– no a los dioses en general, sino al único Dios, tal como reza la profesión de fe de los judíos: «Escucha, Israel, IAVE nuestro Dios, IAVE es uno» ( Deuteronomio VI, 4). Emmanuel d’Hooghvorst explicó el sentido profundo del monoteísmo al afirmar:

Esto no significa que [Dios] esté solo sino que viene a ser como si dijera: Deja a los demás pueblos venerar a un Dios inaccesible en el cielo o prosternarse ante un ídolo terrestre impotente. Tu Dios, el tuyo, Israel, es la unión del cielo y de la tierra, por ello es uno, porque está reunificado. (3)

Así pues, las religiones del Libro son a su vez las religiones que adoran a un solo Dios. Es importante recordar este vínculo, pues implica que el Libro y el Dios reunificado son una misma realidad trascendente.

Las encarnizadas disputas entre las diferentes religiones monoteístas que se han producido a lo largo de los siglos, motivadas por la necesidad de negar los dogmas de las demás tradiciones para reafirmar la propia, han oscurecido la profunda unidad que constituye el fundamento de las tres, pues Jesucristo no vino a abolir la Torah , sino a darle cumplimiento, ni Mahoma pretendió otra cosa que recuperar el sentido primero de la religión de Abraham, sin negar en ningún caso la autenticidad de sus predecesores; así está escrito en el Corán « Y cuando Jesús, hijo de María, dijo: “¡Hijos de Israel! Yo soy el que Dios os ha enviado, en confirmación de la Torah anterior a mí, y como nuncio de un enviado que vendrá después de mí…”» (LXVI, 6).

Tantas controversias han creado un sutil velo que esconde el vínculo indisoluble entre el Dios de Abraham y el hombre, llegando a confundirse el Dios reunificado con un Dios solitario alejado del corazón de la humanidad; quizá fuera exagerado afirmar, como hizo Nietzsche, que «Dios ha muerto», pero lo cierto es que en la época de este filósofo, Dios había pasado de ser una realidad viva y palpable a ser una hipótesis que el raciocinio humano debía resolver, casi lo contrario del sentido profundo del monoteísmo. El nihilismo, que directa o indirectamente modeló las convicciones de los hombres del siglo XX fue una consecuencia lógica de la confusión entre el Dios solitario, ajeno al hombre, y el Dios reunificado proclamado por los hijos de Abraham. El Dios de los monoteístas era el Dios revelado, pronunciado y escrito, tal como enseñó san Juan: «En el principio fue la palabra», por lo tanto, el Dios del Libro. Al pensar qué era Dios, la incredulidad y el ateísmo se apoderaron inevitablemente del espíritu del hombre occidental, pues el Dios solitario es intrínsecamente incognoscible. Pero el Dios uno de los antiguos sabios monoteístas era algo muy distinto del desvarío intelectual que pretende pensar qué es Dios. Para los antiguos sabios el Dios uno era el propio misterio del hombre o de Adán, pues, como explica Carlos del Tilo, se trata de Dios en el hombre . Afirma un âhâdit musulmán: «Aquél que se conoce a sí mismo, conoce a su Señor», éste es el Dios de las tradiciones monoteístas.

A mediados del siglo XX Louis Cattiaux escribió el célebre Mensaje Reencontrado , (4) un libro que, como ya ha sido comentado en diversas ocasiones, se escribió para avivar el misterio de las religiones monoteístas.

El Mensaje Reencontrado no se inmiscuye en las especulaciones de los eruditos, sino que se centra en la búsqueda del Dios próximo al hombre de los auténticos monoteístas. Lo que Louis Cattiaux reencontró fue el misterio del Dios de Abraham, de Moisés, de Jesucristo, de Mahoma y de todos los conocedores, por ello afirma: « Quien jura por un libro santo y rechaza los demás escritos de los profe­tas niega a los miembros del Único» ( El Mensaje Reencontrado XIV, 20′), y, también, esta vez citando el Corán : «Los que, rebeldes a Dios y a sus envia­dos, quieren hacer diferencias entre ellos, creyendo en unos y negando la misión de los otros, se hacen una reli­gión arbitraria» ( El Mensaje Reencontrado , hipógrafes libro XXXV ) . En cada página del Mensaje Reencontrado se encuentran enseñanzas que conciernen a esta cuestión, ya que, sin duda, se trata del tema central del libro. Citaremos tan sólo un versículo que Carlos del Tilo acostumbra a repetir: «Muchos están dormidos hasta el punto de olvidarse en ocupaciones vanas o siniestras, y muy pocos están lo sufi­cientemente despiertos como para buscarse en los libros santos y encontrarse bajo el velo de la creación mezclada» ( El Mensaje Reencontrado XVIII, 35′). Así pues, si el hombre se puede buscar y encontrar en los libros revelados es que estos libros hablan de él, o, dicho de otro modo, hablan de «Dios en el hombre».

En el marco de esta presentación no es posible ahondar en El Mensaje Reencontrado , tampoco lo pretendemos, si lo mencionamos es con la intención de situar con precisión la obra de Carlos del Tilo, pues El libro de Adán se compone de una serie de estudios que desarrollan el pensamiento de Cattiaux , confrontándolo y confirmándolo con fragmentos de textos tradicionales. El libro de Adán se relaciona directamente con El Mensaje Reencontrado , no solamente a nivel teórico, sino también a nivel personal, pues el autor conoció a Louis Cattiaux con quien le unió una sincera y profunda amistad.

En varias ocasiones Carlos del Tilo ha contado como intimó con el autor del Mensaje Reencontrado , y aunque hayan transcurrido cincuenta y dos años desde su primer encuentro lo relata como si hubiera ocurrido ayer. El 5 de mayo de 1949, al regreso de su primer viaje a España, se detuvo en París para adquirir el libro de Cattiaux que le había sido recomendado por su hermano Emmanuel. Cattiaux le recibió amablemente, vestido con pantalones azules y un cordón anudado al cuello de la camisa. Cuando Carlos del Tilo le contó el motivo de su visita, Cattiaux se dirigió hacía una estantería y le preguntó: «¿Quiere el ejemplar de lujo o el normal?», modestamente él contestó: «El normal», Louis Cattiaux le vendió El Mensaje Reencontrado y se lo dedicó. Durante los meses siguientes leyó El Mensaje Reencontrado y se fue enamorando de él, hasta que, a finales de diciembre del mismo año, escribió una carta a Cattiaux preguntándole por qué la venida de Cristo se había producido en un momento dado. Cattiaux le contestó lo siguiente:

Te puedo decir en secreto que, efectivamente, Cristo vino, viene y vendrá en cada uno de los hijos de Dios. Piensa en Abraham y en Melquisedec. Cristo nos ha visitado a menudo y aún volverá muchas veces, pero lo que conoces de él es público, mientras que lo que desconoces es secreto ¼ (5)

Carlos del Tilo contaba entonces veinticinco años, a punto de cumplir los veintiséis, y estudiaba el último curso de la carrera de Derecho. Tenía un prometedor futuro por delante como abogado, pero el encuentro con Cattiaux cambió completamente su vida; todas las preocupaciones y ambiciones anteriores fueron desapareciendo y empezó a dedicarse al estudio de la tradición. Un año después de la primera carta, la relación entre Cattiaux y Carlos del Tilo era ya muy estrecha y fue creciendo aun más, hasta que, el 16 de julio de 1953, el autor del Mensaje Reencontrado abandonó este mundo. Gracias a su unión con su hermano Emmanuel en la búsqueda, Carlos se dedicó a la difusión de la enseñanza del libro. Ya en el año 1952, Cattiaux escribió respecto a ellos en una carta: «Forman el núcleo primero que cristalizará a los amigos del Mensaje . Su carrera empieza en el mundo y la mía comienza en Dios. Así, habiendo yo escrito el Libro, es inútil que aparezca ».

El libro de Adán intenta reflejar la idea que Louis Cattiaux le transmitió en el sentido de que hay «algo» secreto que el hombre debe buscar y que está escondido en los libros santos y sabios. Quien se sienta satisfecho con lo que tiene o piensa, pocas cosas de interés descubrirá en este libro; sin embargo, a aquél que no se conforma con lo que alcanza su inteligencia, este libro le prestará una ayuda inestimable. Todo el trabajo recopilador de Carlos del Tilo tienen un único objetivo: reconocer, tras la diversidad de los lenguajes, este «algo», pues ninguna duda cabe de que se obtiene aquello que realmente se ha anhelado y esperado.

Los escritos de Carlos del Tilo son el resultado de una búsqueda apasionada y perseverante, y demuestran que, para la realización espiritual del hombre, es fundamental saber que existe algo secreto que debe buscarse y conocerse, pues este «algo» es lo que genera la realización espiritual y no al revés como comúnmente se piensa. Como es lógico, sin el conocimiento de la existencia del secreto, éste nunca podría ser descubierto, aunque se hallase ante nuestros ojos o a nuestros pies.

Louis Cattiaux escribió: «Debemos renunciar a nuestra voluntad ante Dios, pero a condición de saber bien antes lo que deseamos de él» ( El Mensaje Reencontrado XXXI, 46). Para enfocar correctamente el deseo y no errar, sólo existe el camino de escuchar y aprender de los sabios que ya han llegado al final, pues sólo ellos nos pueden inducir a precisar lo que realmente anhela nuestro corazón. En este sentido, los textos que Carlos del Tilo ha seleccionado y comentado tienen una excepcional trascendencia, pues el lector se sentirá acompañado al compartir la búsqueda del autor, en vistas a no desear los residuos de la tradición y desdeñar aquello que realmente tiene valor. Como hemos dicho, sólo las Escrituras pueden enseñarnos acerca de nosotros mismos. Cuando hayamos encontrado nuestro propio secreto habremos encontrado, al mismo tiempo, el secreto del mundo, oculto en la gruta misteriosa de Adán. En El Mensaje Reencontrado está escrito: «Nuestra curiosidad por el Señor es una gracia ignorada, pero nuestro amor por él es una bendición confirmada. La puerta y la llave. “¡Oh, santa luz que brilla en la gruta misteriosa de Adán!”» ( El Mensaje Reencontrado XIII, 19′).

Concluimos esta presentación reproduciendo la editorial del primer número de La Puerta que en 1978 escribió Carlos del Tilo , en la que define la intención que le ha movido en la redacción de sus escritos:

La Puerta [Retorno a las fuentes tradicionales] acaba de nacer gracias a la iniciativa de un pequeño grupo de buscadores de la verdad tradicional, quienes la han presentido un día, al leer un texto antiguo caído por casualidad en sus manos; desde entonces han sentido que había «algo» que buscar, y se han puesto en pos de este saber perdido.

Poco a poco han reencontrado su rastro en los libros de los sabios, olvidados por una humanidad enferma a causa de su ciencia exterior, que le hiela el corazón y devora lentamente el espíritu y el cuerpo. Esta ciencia exterior no es ciertamente la de los sabios cuya palabra es liberación, regeneración y vida.

Al fundar nuestra revista, hemos pensado ayudarnos en primer lugar a nosotros mismos (la caridad bien entendida, ¿no comienza por uno mismo?) buscando y traduciendo los textos auténticos de la Tradición y ofreciéndolos luego a todos los buscadores desconocidos, creyentes de buena voluntad y sin prejuicios que, como nosotros, se han puesto en camino para «el gran peregrinaje».

¿Cuántas de estas obras de los grandes maestros del saber son totalmente desconocidas por nuestros contemporáneos en este país, al no haber sido editadas jamás en nuestra lengua la mayor parte de ellas? Por consiguiente, nuestra revista se propone darlas a conocer poco a poco, publicando extractos, en los que nos esforzaremos en ofrecer una traducción lo más fiel posible, acompañada de algunas notas de presentación y referencias.

Nuestro propósito es dejar hablar y escuchar a los verdaderos conocedores que han cantado el único secreto de la gnosis, porque es a la vez de Dios y del hombre, que se ha transmitido idéntico de edad en edad. ¿El amor de esta gnosis no debe calmar su sed en las dos fuentes de la revelación que son las Escrituras y la Tradición? ¿Y la gnosis eterna no se encuentra en la boca de todos aquellos que la han poseído a lo largo de los siglos?

Es hacia su enseñanza que está orientada nuestra búsqueda, sin rechazar a ninguno, ya que es la misma Sabiduría quien habla a través de todos ellos; no se les reconoce ni en la imagen ni en la forma, sino más bien en el perfume y sobre todo en la densidad.

Se les reconoce también porque siempre se han confirmado los unos a los otros, sin jamás oponerse, al contrario de los sabios y filósofos del mundo.

La palabra de los profetas y sabios es pues La Puerta , porque ellos son los únicos guías que pueden hacer que nos acerquemos o penetremos en el Jardín de las Maravillas, con el fin de reencontrar la gracia, el amor y el conocimiento perdidos por el hombre exiliado en este mundo.

«Feliz el hombre que me escucha, que vela cada día a mis puertas y cuyos umbrales vigila» dice la Sabiduría en un célebre libro, «a la entrada de las puertas hace oír su voz».

1. Aquí titulado «Los vestidos de la Torah», véase infra , p. 59.

2. Están previstos otros dos libros que recojan los artículos de Carlos del Tilo , uno dedicado a la tradición hermética y otro que incluya los estudios sobre la obra de Miguel de Cervantes.

3. E. d’Hooghvorst, El Hilo de Penélope, Arola ed., Tarragona, 2000, p 162 .

4. El Mensaje Reeencontrado , Arola ed., Tarragona, 2000.

5. Véase Florilegio epistolar , Arola ed., Tarragona, 1999, p. 131. L. Cattiaux escribió en El Mensaje Reencontrado : «El nuevo Adán, verdadero Hijo de Dios que vino, viene y vendrá, separa de nuevo la luz de las tinieblas por humil­dad, amor y obediencia a la ley del Único» ( XII , 34).