Luisa Vert
Introducción
Fray Luis de León además de ser uno de los más grandes escritores de la lengua castellana, destacó también como matemático, aritmético y geómetra, astrólogo, médico, filósofo, teólogo, escriturista, traductor y poeta. En definitiva, se podría presentar como un perfecto ejemplo del humanismo renacentista al que E.H. califica como: «Aquel maravilloso movimiento del corazón y del espíritu que desde el siglo XIV animaba en Europa a los mejores temperamentos humanos». (1)
También, como tantos otros humanistas de la época, formó parte de una tradición denominada Cábala cristiana, que floreció prácticamente en toda Europa a partir del siglo XV. Pero antes de abordar este tema, veamos brevemente quién era fray Luis de León.
Nació en Belmonte, provincia de Cuenca en 1527. En 1544 profesó como agustino en Salamanca y en 1556 estaba matriculado en la universidad de Alcalá de Henares, fundada por el cardenal Cisneros con el fin de potenciar las lenguas clásicas y semíticas que se hallaban prácticamente sumidas en el olvido, incluso en los círculos cultos de la época. El movimiento originado por Cisneros influenció después a los intelectuales españoles de los siglos XVI y XVII.
En Alcalá empezó su amistad con Benito Arias Montano, quien, según Bataillon, fue el otro gran humanista español. Ambos fueron alumnos del benedictino Cipriano de la Huerga, que seguía una línea de exégesis bíblica directamente relacionada con la Cábala cristiana, puesto que su maestro, Dionisio Vázquez, perteneció al círculo íntimo del Cardenal Egido de Viterbo, general de la orden agustina, y uno de los iniciadores de la Cábala cristiana en Italia. (2)
En 1561 fray Luis ganó la cátedra de Escrituras Sagradas en Salamanca y diez años más tarde la Inquisición empezó a aterrorizar aquella universidad, como explica D. de Zúñiga: «En nuestros tiempos, ciertos hombres indoctos y temerarios, con el menor pretexto alborotan inmediatamente diziendo que judaizan los que, al exponer la Escritura no refieran todos los sentidos a sentidos anagógicos -místicos- o acepten la interpretación llana y manifiesta de algún hebreo».(3)
De este texto de la época se deduce que los comentadores de la Sagrada Escritura, y en general todos los sabios, estaban obligados a emplear un lenguaje «místico» y moralizante, lo que provoca que, a primera vista, no tenga demasiado interés. Tampoco podían citar sus fuentes hebreas, uno de los motivos por los que se dice que en España no hubieron cabalistas cristianos.
Fray Luis de León no escapará a la Inquisición y en 1572 es detenido, procesado y pasó cinco años en prisión. Salió libre de cargos en 1576, volviendo a la enseñanza en Salamanca, en donde siguió hasta su muerte en 1591, cuando acababa de ser elegido Provincial de su Orden.
Nos gustaría ahora volver sobre el tema de la Cábala cristiana en España. Este fue un sistema de pensamiento que surgió a raíz de las traducciones de Hermes Trismegisto y otros textos gnósticos efectuadas por M. Ficino bajo el mecenazgo de los Médicis y también gracias a que los judíos expulsados de España, quisieron transmitir sus secretos exegéticos dentro del cristianismo. Ambos hechos hicieron que se recuperara la sabiduría hermética cristiana originando un sistema de pensamiento al que Pico de la Mirándola denominó Cábala cristiana.
España, al alinearse al lado de la Contrarreforma, quedó aparentemente al margen de cualquier movimiento que no estuviera estrictamente dentro de la ortodoxia católica, pero fue sólo en apariencia, puesto que la Cábala cristiana floreció también en este país gracias a unas figuras tan importantes como fray Luis de León, Arias Montano y el mismo Cipriano de la Huerga, entre otros, aunque bajo unas formas exteriormente más ortodoxas que en Italia o Alemania.
Tomemos como ejemplo a Cipriano de la Huerga, quien trata en sus textos de «los antiguos teólogos llamados cabalistas», también cita al Gerundense Nahmánides y a Reuchlin, uno de cabalistas cristianos de su tiempo. Sobre la relación entre el mundo clásico y la cábala, que constituye el núcleo de la Cábala cristiana, escribe:
«De los libros cabalísticos tomaron platónicos y pitagóricos todo cuanto han escrito sobre cuestiones etimológicas. Y Dionisio sacó de sus mismos nombres divinos -de los hebreos- todo su Tratado de Teología, como si en tales nombres se ocultaran misterios secretos». (4)
Al igual que su maestro, fray Luis estaba versado en ambas tradiciones, la pitagórica y la cabalística. La influencia de esta última puede apreciarse en un fragmento de De los Nombres de Cristo, en donde fray Luis analiza uno de dichos Nombres, el de Verbo o Palabra, que en hebreo se escribe DBR (Dabar):
«Que lo primero, la primera letra, que es -D-, tiene fuerça de artículo (5) y el officio del artículo es reduzir a ser lo común, y como demostrar y señalar lo confuso, y ser guía del nombre, y darle su qualidad y su linage, y levantarle de quilates y añadirle excellencia, que todas ellas son obras de Christo, según que es la palabra de Dios; porque él puso ser a las cosas todas, y nos las sacó a la luz […].
Y la segunda letra, que es -B-, como Sant Hierónymo enseña, tiene significación de edificio, que es también propiedad de Christo, assí por ser el edificio original y como la traça de todas las cosas […].
La tercera letra de Dabar es la -R- que, conforme al mismo doctor S. Hierónymo, tiene la significación de cabeça o principio, y Christo es principio por propiedad. Y él mismo se llama Principio en el Evangelio, porque en él se dio principio a todo […]. Y también la -R- significa, según el mismo doctor, el espíritu […]». (6)
Además de escritor, fray Luis de León fue también un poeta extraordinario a quien Cervantes en La Galatea dedicó los versos siguientes:
«Quisiera rematar mi dulce canto
en tal sazón, pastores, con loaros
un ingenio que al mundo pone espanto
y que pudiera con éxtasis robaros.
En él cifro y recojo todo cuanto
he mostrado hasta aquí y he de mostraros,
Fray Luis de León es el que digo,
a quien yo reverencio, adoro y sigo».
Tradujo también a poetas clásicos como Virgilio y Horacio, y bíblicos como el Cantar de los Cantares y los Salmos, es decir, que sus raíces se hundían profundamente en la tradición. Este sería quizá el sentido de las palabras de E.H. cuando escribe:
«El olvido nos amenaza, y si no nos ponemos en guardia, nuestros hijos no teniendo herencia, no tendrán tampoco porvenir. Al borrar el estudio de las lenguas clásicas, nos abandonamos a nosotros mismos y al no tener ancestros, no tendremos descendencia verdadera, es decir, herederos. Dentro de unos años nadie leerá a Virgilio [… ni a Virgilio, ni a fray Luis de León …]. Al igual que Egipto que tanto había brillado sobre el mundo, el mensaje antiguo se perderá también en la arena del olvido, es así como los pueblos pierden su alma» (7).
Apliquémonos pues a recordar y para ello qué mejor que releer una de las más hermosas obras de fray Luis de León, la «Oda a Francisco de Salinas».
Oda a Francisco de Salinas
Este poema estaba dedicado a un músico ciego, amigo de fray Luis y catedrático, como él, en Salamanca.
Todos los comentaristas de este poema coinciden en afirmar que presenta una serie de conceptos platónicos y pitagóricos, ya que trata de la armonía musical en afinidad con la armonía del alma. De hecho, fray Luis de León, como todos los auténticos poetas, canta la unión del cielo y la tierra, de la divinidad con el hombre y del hombre con la divinidad.
«El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música estremada,
por vuestra sabia mano gobernada».
Sabemos que «el aire» es uno de los cuatro elementos. Es propiamente el espacio que se encuentra entre fuego y la tierra. Así pues, el aire es un medio. Lo mismo se podría decir del espíritu del hombre, el medio entre el cuerpo y el alma, y también de la naturaleza, el medio entre Dios y el hombre.
Este medio, o espíritu, es lo que «se serena y viste de hermosura y luz no usada». Hermosura proviene del latín formosus, literalmente, ‘aquello hecho con molde’, y de aquí, dar forma a alguna cosa, corporificar; es un aire que toma cuerpo y se ilumina. Los alquimistas afirman que la Naturaleza, posee una luz propia, oculta a nuestros ojos, pero:
«[…] en el momento en que alguien es iluminado por esta maravillosa luz natural, las nubes se deshacen y desaparecen de delante de sus ojos, vence todas las dificultades y todas las cosas son para él claras, presentes y manifiestas». (8)
Fray Luis de León escribió un comentario respecto a esta luz que aparece y deshace las nubes, lo hizo al explicar el versículo de Job XXXVII, 22: «De la parte aquilonar viene el oro»: «Oro llama la escritura a la luz serena, y el sol que resplandezca en cielo puro y desembarazado de nubes porque es como oro […].»
Para fray Luis, serenarse es cuando el aire puro, después de una tormenta se deshace de las nubes y recibe la luz. Continua:
«[…] y dice que viene del Norte, porque el cierzo que de allí nace, hace los días serenos y amables. Y lo mismo que es en el día, es en verdad, en el alma. Y cosa notoria es que en la Sagrada Escritura, el oro es la caridad, y la parte aquilonar todo lo enemigo y adverso. Ansí que del Norte viene el oro y de la calamidad el aprovechamiento y por la misma causa lo que luego se sigue y a Dios temerosa alabanza».
Parece evidente que en esta explicación fray Luis se refiere a la experiencia del temor, que precede a la iluminación. Después el aire se serena y se ilumina como un espejo donde se refleja la luz.
Según Covarrubias (9) la palabra «música» figura como una derivación de Musa del griego mousa, ‘ciencia, arte, canto’. Diodoro de Sicilia explica que la etimología de musa proviene del verbo mueo que significa iniciar a los misterios. Las musas son quienes inician a los hombres. No puede haber música ni creación verdadera sin las musas, o sea sin la iniciación.
A las musas en el sentido alquímico se las toma por las partes volátiles que giran y bailan alrededor de Apolo, la parte ígnea y fija, hacia donde tienden las partes volátiles y en donde finalmente, se reúnen. Por eso se las llama inspiradoras de todas las artes, pues la reunión del fijo y el volátil es el arte verdadero de donde surgen todos las demás.
La unión del cielo y la tierra provoca que el universo suene alegremente al compás de la armonía que se manifiesta cuando se ordena el caos. Esta imagen está confirmada por la palabra «estremada», utilizada por fray Luis. Por extremado se entiende lo mejor o lo peor por extremo, o también aquello más exterior, lo más alto y lo más bajo. Tocar la música extremada es unir los dos extremos en una sola armonía.
En el Comentario al Sueño de Escipión, Macrobio explica que las esferas celestiales no pueden cumplir sus movimientos en silencio y que la Naturaleza quiere que si los sones agudos proceden de un extremo, los graves sean producidos por el otro: «el mundo estelar es el que produce un sonido agudo mientras que el mundo inferior de la luna solo puede producir un sonido grave y lento». (10)
Así por «música estremada» podremos entender la conjunción de graves y agudos, de lo superior y lo inferior, en una sola composición. «Por vuestra sabia mano gobernada», ya que es gracias a los sabios que la música divina suena, pues por ellos los extremos se unen despertando el alma dormida.
«A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.»
El «son» es lo que percibimos por el sentido del oído. Covarrubias escribe respecto a esta palabra: «El son dice cierta correspondencia a la consonancia música: bailar al son del instrumento ó al son que os hicieren». Es imposible no recordar la queja de Jesús en Mateo XI, 17, cuando dice: «Os tocamos la flauta y no bailasteis». No escuchasteis el son de mi música.
Al hablar del «alma» tendríamos que entenderla como una chispa de oro celeste atrapada en este bajo mundo. Este es también el sentido que se percibe en fray Luis cuando escribe respecto al nacimiento de una niña: «rico don que el cielo les envía» y después «hermoso sol luciente, sal y verás nacido tu traslado […] alma divina en velo, de femeniles miembros encerrada, cuando viniste al suelo» (11) El alma es pues el sol trasladado y prisionero del cuerpo. Se trata del misterio representado por Osiris o Dioniso. (12)
Ambos mitos nos muestran con exactitud el drama de la caída, la separación en dos partes del santo Nombre de Dios y el olvido de esta realidad. Fray Luis lo explica así:
«Cuando nacemos, juntamente con la sustancia de nuestra alma y cuerpo, nace también en nosotros un espíritu, y una infección infernal que se enseñorea de todas las partes del hombre, las daña y destruye. Porque en el entendimiento es tinieblas, en la memoria, olvido, y en la voluntad, culpa». (13)
Pero el alma al percibir el son de la música divina, recordemos su relación con musa «torna a cobrar el tino y la memoria perdida, de su origen primera esclarecida». Estos versos podrían relacionarse con otros de Góngora, bien conocidos por nuestros lectores:
«Descaminado, enfermo, peregrino
en tenebrosa noche, con pie incierto
la confusión pisando del desierto
voces en vano dio pasos sin tino». (14)
Andar «sin tino» tiene que ver con la figura de le Mat, el loco, del Tarot. Aquel que ha olvidado de dónde viene y a dónde va, como explica E.H.:
«Camina desde siempre. ¿A dónde va? A ninguna parte. Tal es su destino heredado de los sueños del vagabundeo, su único bagaje […]. «Un ladrón me ha despojado, dirá este hombre tullido y desde entonces sueño». Este hombre descendía de Jerusalén a Jericó. Cayó en manos de ladrones que lo despojaron, lo cubrieron de heridas y lo abandonaron medio muerto». (15)
Es el Adán primordial que vagabundea sometido a su destino astral, sin saber a dónde va. Su nombre le Mat, nos indica que produce un sonido ahogado, sin vibración ni correspondencia con las esferas celestiales. (16)
El alma del poema de fray Luis sale del destino -sin tino- y recobra la «memoria perdida». Respecto a la memoria, Covarrubias escribe: «Algunas vezes se toma memoria por lo que dexan instituido nuestros mayores por lo que tenemos memoria dellos». Esta definición establece una relación entre la memoria y los mayores, los ancestros. El ancestro es precisamente el tesoro, el oro familiar que pasa de generación en generación y al que nadie hace caso. En hebreo, la palabra utilizada para nombrar varón y recuerdo es la misma, en el sentido que el recuerdo divino que perdura en nosotros, es en realidad nuestro ancestro, la parte del Nombre de Dios que el hombre se llevó en su caída.
«Y, como se conoce,
en suerte y pensamiento se mejora;
el oro desconoce
que el vulgo vil adora,
la belleza caduca engañadora».
«Conocer» es tener la gnosis, palabra griega que procede del verbo gignosko que significa conocer y nacer. La gnosis es pues, haber recibido el conocimiento, o dicho de otra manera, haber nacido una segunda vez. De ello trata fray Luis al estudiar el nombre de Cristo, Padre del Siglo Futuro, o del mundo por venir. Escribe fray Luis:
«Cierta cosa es y averiguada en la Sancta Escriptura, que los hombres, para bivir a Dios, tenemos necessidad de nascer una segunda vez. Y cierto es que todos los fieles (17) nascen este segundo nascimiento, en el qual está el principio y origen de la vida sancta y fiel […] digo que consiste, en que nuestra substancia nazca sin aquel mal espíritu y fuerça primera, y nazca con otro espíritu y fuerça contraria. La qual fuerça y espíritu en que, según decimos, consiste el segundo nascer, es llamado hombre nuevo y Adán nuevo». (18)
Evidentemente aquel que ha nacido una segunda vez, que ha conocido a las musas, en el sentido que ha sido iniciado, «en suerte y pensamiento se mejora».
Pero, ¿por qué fray Luis utiliza la palabra suerte? Suerte equivale a dicha y buena ventura, términos que corresponden exactamente a la noción del mundo por venir. E.H. lo explica de la manera siguiente:
«La adivinación vulgar ya no es más que la cáscara vacía de la antigua predicción o profecía cuya función no es anunciar lo que acontecerá mañana o pasado mañana, sino decir el mundo por venir o la edad de oro, lo cual es muy distinto […]. Tirar las cartas es decir la suerte o la buena ventura». (19)
La «suerte» es cambiar este mundo caído, por el mundo por venir. Dejar de sufrir el dominio del Príncipe de este mundo, el mal Pastor, para cobijarse bajo la influencia del buen Pastor. Como decía fray Luis:
«Dios con justa causa pone Cristo, que es su Pastor, en medio de las entrañas del hombre, para que poderoso sobre ellas, guíe sus opiniones, sus juicios, sus deseos […] y se cumpla de esta manera lo que el mismo profeta dice: Que serán apacentados en todos los mejores pastos de su tierra propia. Por eso pastor y pasto él solo, y suerte buena». (20)
El alma que por la gnosis conoce el oro puro, no busca «el oro que el vulgo vil adora», ya que como escribe E.H.:
«Los metales filosóficos son metales puros y no vulgares. Aquí el avaro no encontrará provecho. ¿Qué ha podido saber de los metales puros y del oro de los filósofos, aquel que persigue las riquezas de este mundo? ¡La dulce y santa Química no desvela sus encantos ante los astutos!». (21)
«Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es la fuente y la primera.»
Siempre según Covarrubias, «la más alta esfera» es la del fuego, pues «llamamos esferas a todas las orbes celestes y elementales, como la esfera del fuego, de la que dixo el otro: ardo en la más alta esfera».
Antes nos hemos referido al aire como el elemento intermedio entre la tierra y el fuego. E. Filaleteo escribe sobre las sustancias medias:
«Las substancias medias, o lo que está en medio de dos extremos, es lo que comunmente denominamos Naturaleza, ésta es la escalera del gran Caldeo que alcanza a Tartaro ad primum ignem, desde la obscuridad inferior hasta el fuego supra celeste». (22)
El fuego supra celeste es el Eter, un aire extremadamente sutil mezclado con fuego, posee un movimiento circular y es inteligente, es el Alma del Mundo, animada por el Espíritu Santo. Es la parte del Nombre divino que permanece libre, en el cielo, y que tiene que rescatar a la otra parte encerrada en el hombre, como hemos visto en la primera estrofa. Se trata de un misterio que no es exterior al hombre sino todo lo contrario, como explica Cipriano de la Huerga:
«Los cielos narran la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Muchos hombres de la antigüedad, al mirar al cielo, creyeron que cada uno de los astros era un dios; pues si creemos lo que dice Platón, de ahí procede el nombre griego de los dioses apo tou thein, o sea de «correr»; pero hay otra cosa cuya consideración revela con más claridad la majestad de Dios que la obra de la creación, y, aunque el aroma de esta obra es perceptible en la propia naturaleza y pone de manifiesto la bondad y el poder de Dios, quizás, no basta para llevar al conocimiento más profundo de la divina majestad, si no sabes en qué consiste la pureza de tu alma y dónde reside la perfecta inmortalidad». (23)
El fuego celeste que tiene que ser fijado y manifestado en el hombre, entonces, según el Talmud, se convierte en un fuego que habla, esh malal. Recordemos el hashmal, el famoso metal de los alquimistas.
Fray Luis nos habla a continuación de la «música primera». Otro texto de Filaleteo, (24) nos podría instruir sobre este son. Según él, la sustancia más elevada de la Naturaleza es un fuego húmedo y silencioso, que en el monte Horeb está acompañado de un fuerte viento que rompe las rocas, después aparece el fuego y con él, una débil voz.
También en la tradición hebrea, de la que fray Luis era un gran conocedor, se explica que al manifestarse Dios en el Sinaí, el pueblo de Israel «oyó voces». (25) Según la exégesis rabínica, significa que oyó una voz que incluía siete voces, las siete mencionadas en el Salmo XXIX, que empieza diciendo «Bendecid al Señor, hijos de cordero […]». Son las siete voces, las siete notas, de la escala de la Naturaleza que suenan para bendecir al Señor y que están incluidas en una, que es la «fuente y la primera».
«Ve como el gran Maestro,
aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado,
con que este eterno templo es sustentado».
Continuando en la tradición hebrea, referencia obligada al analizar la obra de fray Luis, se llama «Maestro» de los mundos, al Señor que los ha unido. Para los cristianos sería Cristo y en la tradición clásica se representaría por Apolo, todos ellos encarnan al Buen Pastor. Fray Luis lo confirma cuando en la Oda a la Vida en el Cielo, a quien toca la música celestial le llama Buen Pastor.
Un himno órfico dedicado a Apolo, insiste en la unión de los dos mundos:
«[… Apolo] todo lo floreces, y ajustas armónicamente toda la bóveda celeste con tu cítara muy sonora, cuando, encaminándote unas veces a los confines de lo profundo y, otras, a lo más alto, equilibras todo el cielo según el orden dórico». (26)
La «música estremada» de la primera estrofa, no suena si no se produce la unión del cielo y la tierra, entonces la naturaleza baila alrededor de este centro, según su son. Juan Pérez de Moya, un importante tratadista de mitología de la época de fray Luis de León, escribe sobre Apolo, el pastor que toca la cítara:
«Que las Musas bailen al son de la cítara que tañe Apolo en el monte Parnaso, es porque por Apolo se entiende el principio de toda sabiduría o el dador de sabiduría; y por las musas que son muchas, se entiende los que reciben el saber. En otro modo se puede entender que aquel significa el Sol, según el cual los demás planetas o cielos, entendidos por las musas, se mueven en gran proporción, porque aquel tañe como le place y el bailador baila según el son. Tener la lira de siete cuerdas, denota los siete planetas, en medio de los cuales está el sol, y porque, según Pitágoras el movimiento de los cielos causa la música, por eso fue atribuido a Apolo o al Sol, la música». (27)
Las musas, o el Alma del mundo, baila alrededor de Apolo, el sol filosófico, como los faunos y sátiros bailan alrededor del Dioniso.
Respecto a que el mundo está «sustentado» por la música, Pitágoras enseñaba que los cuerpos celestes al moverse generaban unas voces que se correspondían en armónica concordancia, y que esta música celeste era la causa de que el mundo se sustentara, dándole peso número y medida. Dichas cualidades, Arias Montano las opone en sus escritos, a las tres privaciones del principio del Génesis cuando todo era «caos, vacío, y oscuridad, tohu va bohu va hoshej». Es decir que dar medida al caos equivale a sustentar el mundo y es lo que hace Apolo con su cítara al unir lo más alto con lo más bajo, en una composición armónica.
«Y como está compuesta
de números concordes luego envia
consonante respuesta;
y entre ambos a porfía
se mezcla una dulcísima armonía.»
Componer significa poner una cosa juntamente con la otra. El alma después de su paso por las esferas «está compuesta», es decir, ha unido su nombre -sabemos que nombre y número tradicionalmente son conceptos equivalentes- con el nombre de los cielos. Pico de la Mirándola en sus Conclusiones, explica que ninguna palabra tiene virtud en magia, si antes no ha sido vivificada por el nombre de Dios. Este el misterio del alma unida a los nombres divinos El o Iah.
Covarrubias añade que «componerse» significa también mesurarse, darse medida. Recordemos cómo, en la estrofa anterior, la medida provenía de la unión de los dos extremos. Un soneto de Cervantes, en el Quijote, nos habla de esta medida:
«Dadme, Señora, un término que siga
conforme a vuestra voluntad cortado
que será de la mía así estimado
que por jamás un punto del desdiga».
E.H. explica: «El término «cortado» viene muy a propósito para expresar la medida que la Cábala introduce en su obra. Si la dama y su amante deben tener un mismo destino, ninguna unión les será posible sin esta medida común». (28)
Así, entre dos extremos iguales, de la misma naturaleza, insistentemente, «a porfía se mezcla una dulcísima armonía». Para conocer el significado de «armonía» nos hemos valido del Discurso de la Figura Cúbica, de Juan de Herrera, contemporáneo de fray Luis de León, lulista y constructor de El Escorial. Escribe Herrera:
«En la mayor concordancia hay mayor reposo, donde hay más reposo hay mayor igualdad, donde hay mayor igualdad hay mayor perfección. Porque, aunque es sobre las fuerzas de la naturaleza inferior unirse con la superior con quien no tiene proporción, el superior ha de dar la mano al inferior para ser exaltado sobre sí mismo. Y ansí, el acto en que una potencia comunica a la otra se llama de unión, en la graduación de las cuales consiste todo lo que hay que saber». Y continua: «La plenitud en las cosas quiere que se hinchen y abracen los extremos en todas las cosas, porque de negallo se seguirá la destrucción total de toda la armonía y correspondencia plenitudinal de toda la Naturaleza. Porque armonía dice orden y concierto, y plenitud dice totalidad». (29)
Así, según lo que entendemos del texto de Herrera, la concordancia y el reposo vienen de la unión de lo inferior con lo superior y la armonía es el medio que permite la unión de los dos extremos. Como resume fray Luis en este verso extraordinario: «Entre ambos a porfía se mezcla una dulcísima armonía».
El Cosmopolita trata de la armonía en este mismo sentido, equiparando las sustancias medias a los elementos, los cuales por medio de sus cualidades de frío, calor, humedad y sequedad, se unen, siendo los tonos armónicos de la Naturaleza:
«Los elementos son tan contrarios entre ellos como pueda serlo en música, el tono grave en relación al agudo, sino que son diferentes, y como separados por intervalos, o medios que aproximan los dos extremos. Así como por estos tonos intermedios, se compone una bella armonía, igualmente la Naturaleza sabe combinar las cualidades de los elementos, de manera que resulte un temperamento que es el de los mixtos». (30)
«Aquí el alma navega
por un mar de dulzura y finalmente
en él ansí se anega
que ningún accidente
extraño y peregrino oye y siente.»
Cipriano de la Huerga, cuando analiza el pasaje del Cantar de los Cantares V, 14: «Sus manos son esféricas, galgalim, de oro, llenas de jacintos», da el sentido hermético de «mar» al identificarlo con las esferas celestiales,
«Por tener forma circular, galgalim, parecen guardar una gran similitud con los círculos celestes. LLenas de jacintos: yo creo que ha querido incluir todos los cuerpos celestes, ya que en el texto hebreo pone Tarsis, en lugar de jacintos, y en efecto así llamamos muy a menudo al mar a causa de su color».
Continua, Cipriano de la Huerga, identificándolo al cielo sólido, el firmamento:
«Resulta, pues extraordinaria la habilidad de la Esposa para designar la materia celeste, recurriendo a Tarsis como sinónimo de piedra preciosa o jacinto, de manera que el propio significado de la palabra, nos trajera a la mente el admirable complejo celeste, cuya materia fue extraida de las aguas. Pues el cielo se llama firmamento, a causa de su dureza y solidez, ya que el cielo se había formado por la condensación de las aguas». (31)
Sobre la relación entre mar y firmamento es obligado citar el comentario de Nahmánides, bien conocido por Cipriano, respecto al color azul de los hilos del chal de plegaria de los rabinos, el tekhelet:
«Se ha dicho que el color azul se parece al mar y que el mar se parece a la línea del firmamento, y que la línea del firmamento se parece al Trono de Gloria, este color es el fundamento de la visión». (32)
En este mar el alma ve como en un espejo todo lo que necesita saber. Es también la corriente que fluye al unirse el cielo con la tierra, cuando las aguas superiores riegan el Jardín del Edén. En la estrofa del poema, está dicho «un mar de dulzura». Para fray Luis de León, dulzura es un eufemismo de placer (33) como él mismo explica: «Lo que los filósofos denominan placer, la Sagrada Escritura denomina dulzura». (34)
Según fray Luis la corriente que fluye, es un agua que contiene un fuego:
«Las velas llenas, navega el alma justa por un mar de dulçor, y viene, a la fin, a abrasarse en llamas de dulcísimo fuego por parte de las secretas centellas que recibió al principio en sí misma». (35)
«¡Oh desmayo dichoso
¡oh muerte que das vida! ¡oh dulce olvido!
¡durase en tu reposo
sin ser restituido
jamás aqueste bajo y vil sentido!»
En esta estrofa creemos que se halla el resumen de todo el poema, pues es a partir de ella que puede darse lo que fray Luis canta: una experiencia iniciática y no un discurso filosófico.
En todas las tradiciones, la iniciación viene acompañada de una muerte al mundo y de un nuevo nacimiento. En la tradición hebrea se la denomina mors osculi. Acerca de ella se dice en el Talmud:
«La muerte más penosa es la del garrote y la más dulce la del beso. La primera es como separar una rama de espinas de una bola de lana, la del beso es tan fácil como retirar un cabello de la superficie de la leche». (36)
Cipriano de la Huerga escribe sobre este misterio:
«Al hablar del beso en la boca, estamos refiriéndonos a esta transformación e intercambio de las almas. Y, ya que hemos comenzado esta disertación por el intercambio que se produce en el beso, es preciso traer a colación las opiniones de aquellos teólogos antiguos, llamados cabalistas: «la mayoría de los santos -dicen- que adoraron a Dios antes y después del establecimiento de la ley mosaica, tuvieron a menudo la muerte del beso, mors osculi. Opinaban estos teólogos que Abrahám, Noé, Jacob, Isaac, absolutamente todos, saborearon la muerte del beso.
Hay, en efecto, dos clases de muerte: según la primera, el cuerpo se separa sin más del alma; en el segundo caso, el alma se separa del cuerpo, pero el cuerpo no se separa del alma. Esta segunda clase de muerte es la más noble, privilegio de unos pocos que imitan el amor de la Esposa. Porque la primera clase de muerte es ahora un castigo infligido a todos por culpa del pecado. Por la segunda clase de muerte el alma se separa en cierto modo del cuerpo, mientras que el cuerpo nunca se separa del alma. Esta clase de beso supremo le fue concedido a Pablo y a Moisés; pero también se revela fuerte y eficaz en las almas de los santos hasta el punto de transformarse en Dios y ser llamados Dioses». (37)
Impresionante es también la precisión de las palabras de Cervantes en las coplas que Tomás escribía a Costanza, la Ilustre Fregona:
«Quien desespera ¿qué espera?
muerte entera
Pues ¿qué muerte el mal remedia?
la que es media» (38)
Evidentemente el alma que ha pasado por la separación, no desea volver a «este bajo y vil sentido», basto y sin erudición, como el feo Polifemo en su gruta. Sobre él, E.H. escribe:
«[…] es el sentido vulgar del hombre […]. Si ve en su mina el oro de los filósofos, lo lee sin Y». Sin embargo, «por medio de la medida introducida en su ojo, Polifemo ya no yerra […]». (39)
Fray Luis reclama esta medida.
El místico en el auténtico sentido de la palabra, es decir, el que conoce los misterios, no puede quedarse eternamente en la contemplación celestial sino que tiene que corporificar este cielo, pero se queja, como Jonás, cuando huyó para no ir a predicar a Nínive. San Jerónimo comentando este pasaje, explica que Jonás prefería gozar de la presencia de Dios antes que tomarse la molestia de llevarlo a los hombres. En este sentido, fray Luis se aparta totalmente de la espiritualidad personal y subjetiva, propia de su época. En su obra son fácilmente percibibles rasgos iniciáticos, quizá no muy emotivos y espectaculares, pero totalmente tradicionales.
«A este bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro coro.
amigos (a quien amo
sobre todo tesoro)
que todo lo visible es triste lloro.»
En este verso parece confirmarse lo dicho anteriormente, el sabio no puede quedarse en la contemplación sino que debe acabar su obra recogiendo las chispas de santidad que están escondidas en el barro del mundo. Fray Luis «llama a sus amigos a quien ama sobre todo tesoro», realmente son un tesoro ya que son las pepitas de oro que él viene a recoger. El profeta es el que «llama» a la venida del Mesías, al verdadero Siglo de Oro.
Porque finalmente, ¿qué entiende fray Luis por «bien»? Lo explica en De los Nombres de Cristo:
«Llámase Iesús y Salud, para que por este nombre, entendamos en qué consiste nuestro bien, y lo que havemos de pedirle que nos dé. Porque la salud en el enfermo no está en los refrigerantes que le aplican por defuera sino como dezía bien el Propheta: Regozíjate, hija de Sión, y derrama loores, porque el Sancto de Israel está en medio de ti. (40) Esto es, no alrededor de ti, sino dentro de tus entrañas, en tus tuétanos mismos, en el meollo de tu coraçón, y verdaderamente de tu alma en el centro …». (41)
El bien parece ser pues, la manifestación del Señor en «el meollo de nuestro coraçón». Es a esta experiencia a lo que llama fray Luis y respecto a ella «todo lo visible es triste lloro».
«¡Oh, suene de continuo
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos
quedando a lo demás adormecidos!» (42)
Esta última estrofa nos trae a la memoria la introducción de E.H. a El Mensaje Reencontrado de L. Cattiaux (43):
«Que hermano mate despierte
a la edad creadora …»
En las Bucólicas de Virgilio, Sileno, el hermano mate, al despertar canta y la naturaleza baila siguiendo su canto. Este el son sagrado del que habla fray Luis. Sin este despertar nadie tañe la música y las musas no pueden bailar al compás. La naturaleza se vuelve amarga como la pobre Juno, el aire irritado, que no encuentra un lugar para fijarse. Pero cuando Sileno recobra la elocuencia, entonces canta como vemos en la traducción de fray Luis a la oda de Virgilio:
«Y comenzó. Y del canto la dulzura
los sátiros movió, movió las fieras;
del roble y de la encina misma dura
las cimas menear a compás viera…
Cantaba en que manera en el tendido
vacío, descendiendo, derramadas
las menudas simientes, habían sido,
por acertado caso, en sí ajuntadas;
de do la tierra, el aire, el encendido
fuego, las aguas dulces y saladas
nacían de principio, y cuan de presto
el tierno mundo fuera ansí compuesto».
¡Sileno canta la creación y toda la naturaleza le sigue bailando y riendo!
¡Oh, suene de continuo vuestro son en mis oídos, por quien al bien divino despiertan los sentidos quedando a lo demás adormecidos!
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1. LA PUERTA, «Alquimia», Ed. Obelisco, Barcelona, 1993, p. 50.
2. F. Secret, La kabbala cristiana del Renacimiento, Ed. Taurus, Madrid, 1979.
3. J. Pérez, «El hombre del Renacimiento», en El siglo de fray Luis, Universidad de Salamanca, 1991, p. 20.
4. Cipriano de la Huerga, Obras Completas, Universidad de León, 1991, tomo VI, p. 223.
5. Seguramente, fray Luis se refiere a la partícula aramea -DA- (dalet, alef) que es un pronombre demostrativo femenino y significa: ésta, aquella. Fray Luis traduce -DBR- por «el Hijo» o «éste es el Hijo».
6. Fray Luis de León, De los Nombres de Cristo, Ed. Cátedra, Madrid, 1984, pp. 616-18. Fray Luis viene a decir que en esta casa [Cristo] está el espíritu de Dios, siendo ésta una exégesis absolutamente cabalística referida al punto dentro de la letra -B-.
7. Ver E.H., «Chromis et Mnasylus in Antro», LA PUERTA, nº 23, Barcelona, 1986.
8. El Cosmopolita, Nueva luz química, «Introducción al enigma filosófico del mismo Autor a los hijos de la Verdad», extractos publicados en LA PUERTA, «Alquimia», Ed. Obelisco, Barcelona, 1993, p. 38.
9. Sebastián de Covarrubias y Horozco fue miembro de una importante familia de humanistas españoles de finales del siglo XVI. Autor de el Tesoro de la Lengua Castellana o Española, ed. Alta Fulla, Barcelona, 1987. Es interesante su consulta ya que señala con precisión el sentido que tenían las palabras para sus contemporáneos, como por ejemplo fray Luis de León.
10. Macrobe, Commentaire du Songe de Scipion, Ed. Archè, Milano, 1979, p. 143.
11. Fray Luis de León, Poesía, «Canción al nacimiento de la hija del Marqués de Alcañices», Ed. Cátedra, Madrid, 1992.
12. Dioniso fue desmembrado y devorado por los titanes. Zeus, enojado, los fulminó con su rayo. De sus cenizas nacieron los hombres, cada uno de ellos poseyendo una ínfima parte de Dioniso. Esta parte, enterrada en el hombre como en una cárcel, tiene que liberarse con la ayuda del Dioniso que ha permanecido libre. Es así que el hombre pasa de la vida titánica a la vida olímpica o vida única.
13. Fray Luis de León, De los Nombres …, op. cit.
14. Ver P. Sánchez, «Sobre Góngora y el alma peregrina», LA PUERTA, «Esoterismo en la España del Siglo de Oro», Ed. Obelisco, Barcelona, 1991, p. 29.
15. Ver E.H., «Los Tarots», LA PUERTA, «Magia», Ed. Obelisco, Barcelona, 1993, p. 114.
16. El tino también tiene que ver con el verbo latino tinnio, tocar, tañer, dar un sonido claro.
17. No todos los hombres.
18. Fray Luis de León, De los Nombres …, op. cit., p. 266 y 277.
19. Ver E.H., «Los Tarots» en LA PUERTA, «Magia», Ed. Obelisco, Barcelona, 1993, pp. 107-108.
20. Fray Luis de León, De los Nombres de Cristo, citado por J. F. Alcina, en Poesía de fray Luis de León, Ed. Cátedra, Madrid, 1992, p. 141.
21. Ver E.H., «Reflexiones sobre el oro de los Alquimistas», LA PUERTA, «Alquimia», Ed. Obelisco, Barcelona, 1993, p. 32.
22. T. Vaughan, L’Art Hermétique à Découvert, Ed. J.C. Bailly, París, 1989, p. 49.
23. Cipriano de la Huerga, Obras Completas, Universidad de León, 1991, tomo V, p. 61, Comentario de Salmos XVIII, 2.
24. E. Filaleteo, Anthroposophie théomagique, ver la revista Le Fil d’Ariane (Rue des Combattants 11, B-1457 Walhain-St.-Paul), nº 29, p. 76.
25. Exodo XIX, 16.
26. Himnos Orficos, Ed. Gredos, Madrid, 1987, p. 196.
27. Juan Pérez de Moya, Filosofía secreta, Ed. Glosa, Barcelona, 1977, p. 223.
28. E.H., «Morir cuerdo y vivir loco», en LA PUERTA, «Esoterismo en la España del Siglo de Oro», Ed. Obelisco, Barcelona, 1991, p. 10.
29. Herrera propone un ejemplo: «Cada principio en razón de unidad es uno, el fuego en sí mismo tiene unas cualidades propias, de sequedad y calor, en razón de diferencia es diferente de los demás, es diferente del agua o de la tierra, y en razón de concordancia ha de tener amistad con los demás para que haya armonía en el Universo, el fuego se fortifica por la rueda de los elementos recibiendo la sequedad de la tierra, también por ella el frío del agua, e igualmente por ella la humedad del aire. Así cada uno de los principios naturales tiene alguna cualidad suya propia que poder comunicar a cada uno de los otros principios. Porque es más honrado el fuego en el elementado donde predomina y es señor de los demás, que no cuando está en sí mismo simple. Porque sin estas mixtiones no podrían haber generaciones ni corrupciones».
30. Dom Pernety, Les Fables Egyptiennes et Grecques, Ed. La Table d’Emeraude, París, 1982, tomo I, p. 121.
31. Cipriano de la Huerga, op. cit., tomo VI, p. 189.
32. Comentario de Nahmánides sobre Números XV, 37 a 41.
33. Edén, en hebreo, también significa placer.
34. Fray Luis de León, De los Nombres de Cristo, Ed. Cátedra, Madrid, 1984, p. 475.
35. Ibídem.
36. Aggadoth du Talmud de Babylone, Berakhot, 8a, Ed. Verdier, Lagrasse, 1982, p. 64.
37. Cipriano de la Huerga, op. cit., tomo V, p. 31.
38. Ver C. del Tilo, «La Ilustre Fregona» en esta misma PUERTA.
39. Ver «El Hilo de Penélope» III, en LA PUERTA «La Tradición Griega», Ed. Obelisco, Barcelona, 1992, p. 34.
40. Isaías XII, 6.Según la Biblia de Ferrara: «que grande entre ti Santo de Israel».
41. Fray Luis de León, De los Nombres …, op. cit., p. 634.
42. Este poema tiene en total diez estrofas de cinco líneas cada una, o sea cincuenta versos.
43. Louis Cattiaux, op. cit.