ENSAYO SOBRE EL ARTE DE LA ALQUIMIA

(Primera parte)

Emmanuel D’Hooghvorst.

La búsqueda de la Piedra Filosofal no está de moda hoy en día. Un alquimista del siglo XVII, Alejandro Sethon (1), más conocido por el nombre de «El Cosmopolita», escribía ya en su época:

Se considera la Piedra filosofal como una pura quimera y quien la busca es tomado por loco. Este desprecio, dicen los filósofos herméticos, es un efecto del justo juicio de Dios que no permite que secreto tan precioso sea conocido por los malvados y los ignorantes. Antaño era una locura para la mayoría de los hombres; en nuestros días es un absurdo. Esta ciencia ha caído en un descrédito tal, que casi todos ignoramos tanto su finalidad como sus medios.

Si abrimos al azar un viejo libro de Alquimia, el estilo nos parece confuso, las fórmulas extrañas, la química fantasiosa y sin fundamento; nos sorprendemos de que tantos hombres de otros siglos hayan podido pasar su vida en estudio tan quimérico. Este es el juicio somero que hace el hombre del siglo XX a propósito de la enseñanza de los antiguos Sabios. Podemos preguntarnos sin embargo, leyendo estos libros, si se trata de charlatanes que esconden su ignorancia bajo las apariencias de una jerga pretenciosa, o de Sabios que ocultan celosamente su sabiduría tras las espinas de un estilo oscuro con el fin de poner a prueba la sagacidad y la constancia del lector.Las dos hipótesis son ciertas.

La mayoría de los alquimistas no han sido más que usurpadores de este título, sopladores de carbón, como se decía antes. Han errado toda su vida y se han arruinado en la búsqueda de una quimera, porque no conocían la verdadera materia sobre la cual debían trabajar, ni la naturaleza del Fuego de los Filósofos. Los más afortunados han acabado descubriendo alguna sal puritana (2), algún procedimiento para la fabricación de porcelana o de cerillas de azufre. Son los antepasados de la ciencia moderna. Nuestros hombres de ciencia, guardando las distancias, han hecho progresar los conocimientos humanos en el mismo terreno. Pero también ignoran, digan lo que digan, la verdadera materia y la naturaleza del agente universal. Su ciencia no ha dado a los hombres el conocimiento, sino el extravío; no la libertad, sino una esclavitud mayor; no los ha enriquecido tampoco porque sus deseos se extienden cada día más.

Pero hay otros además de los sopladores; no todos han sido charlatanes. Algunos alquimistas de antaño firmaron su paso aquí abajo y atestiguaron la realidad de su ciencia con verdaderas transmutaciones metálicas (3).

Aunque el Arte de los Sabios no tenga que pedir ninguna confirmación a la ciencia moderna, subrayemos que nuestros sabios saludan de pasada las «intuiciones geniales» de los antiguos Alquimistas desde que han descubierto la unidad de la «materia», que, en efecto, el Arte de las transmutaciones postula (4). Un defensor moderno de la Alquimia escribe al respecto estas líneas pertinentes: Puesto que hablamos de la Gran Obra, aprovechémoslo para volver sobre un punto capital ya tratado superficialmente; sobre el abismo que la separa de los intentos de transmutación por la vía físico-química, intentos a los que la disolución atómica da actualidad. De entrada, subrayemos con qué gastos, con qué despilfarro de energía, en qué laboratorios titánicos (que ninguna fortuna privada podría permitirse el lujo de financiar) operan masivamente nuestros modernos Faustos. Todo ello para conseguir «transmutaciones» del orden de una diezmillonésima de gramo.

Es el parto de las montañas alumbrando un ratón.

Comparativamente, la Gran Obra física no necesita más que algunos cuerpos bastante comunes, un poco de carbón, dos o tres vasijas muy simples, ninguna de las fuentes de energía que la ciencia moderna consume como un verdadero ogro, y puede ser realizada enteramente por un solo hombre, con paciencia y tiempo. Esto para obtener transmutaciones eventualmente masivas»(5). Y el autor concluye sus reflexiones con estas palabras: A pesar de una terminología bárbara que aumenta cada día, donde los iones, los electrones, los protones, los neutrones, los deutones y otros ingredientes de la cocina nuclear juegan un papel impresionante, la materia sigue siendo «tierra desconocida».

Los abismos que separan a la ciencia moderna de la Gran Obra, son absolutamente infranqueables y ésta es la razón por la que nuestra época ha perdido su nostalgia y casi su recuerdo. Mientras nos dirijamos hacia la Alquimia con los prejuicios de un hombre del siglo XX, esta ciencia nos estará «herméticamente» cerrada.

Los Adeptos dicen que su ciencia es la de Dios mismo; que sin su inspiración es imposible llegar a la posesión de esta bendita Piedra de los Sabios que confiere a quien la posee la salud, la riqueza, el señorío sobre toda la naturaleza; que les socorre en todas sus necesidades, que les asegura incluso la posesión inalienable de la vida, eternamente fijada en sí mismos (6). Su piedad, fe y amor por Dios Todopoderoso, separan radicalmente a los Sabios de nuestros sabios modernos que no acostumbran a solicitar la inspiración del Espíritu Santo. Todos los libros de los verdaderos Adeptos están llenos de exhortaciones al lector para recomendarle que se vuelva hacia Dios. El Profeta Daniel ya proclamaba: Bendito el nombre de Dios de siglo en siglo; porque suya es la sabiduría y la fuerza. Y él es el que muda los momentos y los tiempos; quita reyes y pone reyes; da la sabiduría a los sabios y el saber a los inteligentes. Revela las cosas profundas y escondidas, conoce lo que está en las tinieblas y mora con él la luz (7). Recurrid a Dios, hijo mío – exclama Alanus-, volved vuestro corazón y vuestro espíritu hacia él más que hacia el Arte; pues esta ciencia es uno de los mayores dones de Dios con el cual favorece a quien le place. Amad pues a Dios con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma y a vuestro prójimo como a vosotros mismos; pedid esta ciencia a Dios con insistencia y con perseverancia y os la acordará.Hojeando los viejos libros de Alquimia, se podrían citar infinidad de textos de este tipo.

También se separan de la ciencia moderna por su amor a lo secreto. La ciencia de nuestros días, múltiple y complicada, está abierta a todo el mundo. Los Sabios estaban celosos de la suya. Si su arte parece arduo a aquel que lo busca, para quien lo conoce es tan fácil como un trabajo de mujeres y un juego de niños. Por ello han tenido tanto cuidado en esconderlo. Querían evitar que cayera en manos de los malvados, de los orgullosos, de los mediocres. Este Arte solamente se revela en la simplicidad, la pureza y el amor.

Sería una locura alimentar a un asno con lechugas u otras hierbas raras, dicen varios Filósofos, puesto que los cardos le bastan. El secreto de la Piedra es lo bastante precioso como para hacer de él un misterio. Todo lo que puede volverse perjudicial para la sociedad, aunque de por sí excelente, no debe ser divulgado y solamente debe hablarse de ello en términos misteriosos (Harmonie Chymique). Los sabios de hoy en día no se inspiran en la misma discreción. Te juro por mi alma, exclama Raimundo Lulio, que si desvelas esto serás condenado. Todo viene de Dios y todo debe regresar a él; así pues conservarás para él solo, un secreto que solamente le pertenece a él. Si, por algunas palabras ligeras, dieras a conocer lo que ha exigido tantos años de cuidados serías condenado sin remisión en el juicio final por esta ofensa a la majestad divina«.

Los Sabios de antaño han recorrido el mundo envueltos en oscuras vestiduras. Poseedores del secreto divino, no se han preocupado sin embargo de parecer sabios. El vulgo solo se fía de las apariencias. Los Adeptos han vivido ignorados casi siempre. Era la prudencia misma: querer descubrirse al mundo, incluso para salvarlo, equivale a condenarse con seguridad a la tortura y a la muerte. Los Adeptos se han ido sin hablar, salvo en algunas ocasiones y aún así en términos enigmáticos, a modo de parábolas. Pocos entre sus contemporáneos han sospechado su secreto. Ahora, ya no se cree en absoluto en él. ¿Tanto se ha alejado nuestro espíritu, que nos hemos vuelto incapaces de dirigirnos hacia este secreto?

Muchos buscadores, ávidos de esoterismo, clasifican a la Alquimia o Arte de las transmutaciones entre las ciencias ocultas, al mismo nivel que la astrología, la magia, las medicina, las artes adivinatorias, etc. En realidad, la Alquimia no es una de las ramas del esoterismo, es su llave o su Piedra angular. Algunos Adeptos (8) han operado públicamente transmutaciones metálicas mientras que otros nunca lo han hecho. Aquel que posee la Piedra angular de los Sabios, descubre sin esfuerzo el medio de metamorfosear en oro los metales vulgares, así como la práctica de todas las artes particulares y el secreto de todas las medicinas propias para mejorar las naturalezas mineral, vegetal y animal; pero esto le es dado por añadidura, como está dicho en los Evangelios (9). Buscar primeramente el oro vulgar (10) es pues un error fatal inspirado por la más sórdida de las codicias: la alquimia ha extraviado a todos los vividores de este mundo para los cuales el polvo de proyección no era sino un medio para adquirir riquezas materiales y el elixir de vida, otro para conservar una juventud licenciosa. Aún actualmente, mucha gente dice: «primero busquemos ganarnos la vida, luego buscaremos la sabiduría». Los desgraciados no se dan cuenta de que aquellos que quieren ganarse la vida, a fin de cuentas la pierden, ya que todo acaba en la fosa. Los avaros no son nunca ricos, los Sabios al contrario, poseen la fuente de todos los bienes, tanto de los «bienes materiales» como de los demás.

Otros consideran la ciencia alquímica o hermetismo como un conjunto de símbolos metafísicos y abstractos. ¡Esta es, en efecto, la tendencia de nuestros espíritus! Desde Descartes sobre todo, el espíritu humano sigue un proceso de desencarnación cada vez más acelerado que tiende a reducir el saber a fórmulas abstractas (11). La creciente influencia de la lujuriosa metafísica hindú, mal comprendida por otra parte por muchos occidentales, no ha hecho sino reforzar esta tendencia. El prejuicio de la abstracción se ha vuelto una enfermedad de nuestro espíritu y el hombre más ignorante de la calle hace «abstracción» (13) como «Mr. Jourdain» hacía prosa sin saberlo, vive en lo abstracto y muere por su causa como un sabio teólogo o metafísico, sin haber visto nunca que es el sol quien lo anima e ilumina. Ahí reside quizás el mayor mal y la más grave vanidad del mundo: en el orgullo del espíritu.

El verdadero conocimiento no es abstracto sino operativo y «encarnado». Los maestros de la Alquimia hablan de la Gran Obra, del Arte operativo y de las manipulaciones a las cuales se han entregado. Hay aquí algo muy diferente de un juego de abstracciones. Por otra parte, ninguna época se proclama tan materialista como la nuestra, y sin embargo ninguna ha estado tan alejada de la verdadera realización material propuesta por la Alquimia: el Arte de las transmutaciones de la materia para llevarla a un estado de fijeza perfecta, excluyendo la alternativa de generación y de corrupción que caracteriza a nuestro mundo sublunar.

Finalmente, algunos no ven en la Alquimia sino un método de realización mística, una especie de yoga occidental y secreto. Se habla fácilmente de una Alquimia mística o espiritual: estos términos son correctos, como máximo en su sentido literal, pero se han vuelto equívocos después del uso abusivo que se ha hecho de ellos (14). Para no aumentar la confusión más vale, a nuestro parecer, no asociarlos a la Alquimia. Estudiando las relaciones entre la mística y la Alquimia, alcanzamos el corazón del problema que nos ocupa; vamos a ver en qué se unen y en qué se separan ambas.

No se puede ser alquimista sin ser un santo místico ya que la Piedra es un don de amor del Dios Altísimo, pero todos los místicos y todos los santos no son alquimistas. Podemos decir incluso que, proporcionalmente, entre los santos el número de alquimistas es tan ínfimo como el número de santos entre los hombres vulgares. Solamente se conocen tres alquimistas entre todos los santos (15) que la Iglesia católica ha llevado a los altares: el bienaventurado Raimundo Lulio, san Alberto el Grande y santo Tomás de Aquino (16). Para el hombre caído hay, en efecto, dos caminos que conducen fuera de este mundo mezclado: son el amor y el conocimiento. El amor va a menudo sin el conocimiento, pero este último no va nunca sin el amor.

Digamos en pocas palabras que el santo se preocupa de la salvación de su alma por medio de la unión de amor con Dios. Algunas veces recibe las primicias aquí abajo en el éxtasis, que es un maravillamiento en espíritu, fuera del cuerpo. En efecto, al místico le es imposible (17), mientras se encuentre unido al cuerpo corruptible, liberarse totalmente de las consecuencias de la caída. El éxtasis no es la visión beatífica, es como un gusto anticipado de ella; de todos modos, no es sino un estado pasajero. El santo no se preocupa de su cuerpo (18) carnal más que para intentar liberarse de él como de una prisión. Su verdadera realización es en espíritu, aunque pueda operar milagros en el mundo sensible, por el Espíritu Santo. Su espíritu es un espejo de agua pura en el cual el cielo se refleja aquí abajo; pero el jarro que la contiene permanece frágil, grosero y perecedero. Cuando la muerte lo libera de él, su espíritu y su alma, indisolublemente unidos permanecen en la visión beatífica: el Paraíso (19).

Un famoso maestro yogui recibió un día la visita de un discípulo que le pidió que lo instruyera. El maestro lo condujo a una celda y le pidió que permaneciera allí durante un mes (o un año, poco importa), concentrando su espíritu en la idea de que era un bisonte. El discípulo permaneció obedientemente en la celda de la cual no salía nunca; cada día iban a llevarle su comida. Al cabo de un mes el maestro volvió a verlo y se dio cuenta de que su discípulo había realizado perfectamente el estado de bisonte. Le abrió la puerta y le dijo que saliera. El discípulo no se movió. Como el maestro se extrañaba, el discípulo le dijo: «No puedo pasar por la puerta, mis cuernos son demasiado anchos». Había realizado tan bien el ejercicio que creía, en efecto, haberse vuelto un bisonte, y lo era, pero en espíritu. Su cuerpo seguía siendo el de un hombre.

Por el contrario, el Arte hermético tiene por objeto la metamorfosis completa del ser entero, alma, espíritu y cuerpo, en una indisoluble fusión que hace el milagro de una sola cosa, la Piedra de los Sabios. Provisto desde aquí abajo del cuerpo glorioso de la resurrección (20), el Adepto que ha acabado la Gran Obra puede salir de este mundo cuando le place (21) sin pasar por ninguna muerte, o si muere, resucita al tercer día.

¿ Cómo puede hacerse esto?

Mediante la medicina hermética que no es otra cosa sino el Cristo eterno (22), único capaz de salvar al hombre de la maldición que pesa sobre él desde la Caída de Adán. Esta medicina no cura solamente los espíritus sino también los cuerpos y toda esta parte de la naturaleza que el hombre había arrastrado con él. Es el buen Pelícano realizando plenamente, al derramar su sangre por aquellos que ama, la promesa de redención total que nos libera incluso de las consecuencias físicas de la Caída. San Agustín podía pues escribir con gran verdad en la Ciudad de Dios: «Nuestro muy verdadero y muy poderoso purificador y salvador ha asumido al hombre enteramente» (23).

Pero, ¿quién busca todavía la Medicina de Dios y sus Misterios? ¿Quién cree en ella? Esta indiferencia y este olvido son la mayor maldición que pesa sobre la humanidad en el momento actual.

NOTAS:

(1) Fue torturado durante años por el elector de Sajonia, Christian II que jamás consiguió arrancarle su secreto.

(2) Como Glauber. La sal Glauber es muy conocida en farmacia.

(3) Louis FIGUIER, «L’Alchymie et les alchymistes ou Essai historique et critique sur la Philosophie hermetique«, París, Lecou, 1854, (Reeditado en Biblioteca Hermética de Ed. RETZ, París 1972 -N. De T.-)

El autor, historiador concienzudo, muy erudito, pero incrédulo según los prejuicios de la época se encuentra en un aprieto ante el relato que nos hace de ciertas transmutaciones metálicas operadas por Adeptos de antaño; tanto más cuando estas experiencias nos presentan garantías de control que nada tienen que envidiar a nuestros métodos modernos. Figuier aún estaba en el dogma de los cuerpos simples en química. En virtud de un a priori en conformidad con el prejucio científico, consideraba el arte de las transmutaciones imposible, llegando hasta a negar la evidencia de los hechos que relataba.

(4) D. MENDELEIEV (1834-1907) descubre al comienzo del siglo XX la clasificación química de los cuerpos conocida bajo el nombre de Tabla de Mendeleiev que sitúa los cuerpos simples según la gradación constante de su peso atómico. Esta intuición, más que descubrimiento, deja un lugar vacío para varios cuerpos presentidos por el sabio y que fueron efectivamente descubiertos más tarde; echa por los suelos la concepción de la diversidad de la materia que prevaleció durante los siglos XVIII y XIX. La unidad de la «materia» debía ser reconocida oficialmente en estos últimos años debido a las teorías atómicas en las que solamente la variación de elementos intra-atómicos determina tal o cual cuerpo.

(5) A. SAVORET, «Qu’est-ce que l’Alchymie?» Heugel, París, Ed. de Psyché, 7, rue Séguier, París 6º, 1947. (Reeditado en los «Cahiers de l´Hermetisme» en el número dedicado a la Alquimia, Ed. Albin Michel, París 1978, N.de T.)

(6) No hay que confundir la «vida eterna», a la que hay que tomar en el sentido más literal, con la supervivencia del alma después de la muerte. La muerte es la disolución de un compuesto del cual ciertos elementos pueden sobrevivir. Pero no es en esto en lo que consiste para el hombre la vida eterna.

(7) Daniel, cap. II, 20,21,22

(8) Como A.Setton en el siglo XVII que pagó esta imprudencia con su libertad y su vida, y Lascaris en el XVIII que tuvo la habilidad de permanecer en la sombra haciendo realizar las transmutaciones a jóvenes a quienes confiaba un poco de polvo de proyección sin revelarles el secreto.

(9) Lucas XII,31.

(10) Es propiamente la crisopeya.

(11) Esta tendencia ya existía en la Edad Media con la escolástica y el orgulloso edificio de la teología razonadora. Los Adeptos siempre lo han denunciado. Nuestra ciencia «materialista» y ciega ha nacido de una reacción. ¿No hay otra actitud para el espíritu humano que arrastrarse como una oruga sobre la corteza terrestre, o perderse en las nubes del espíritu desencarnado? El dicho célebre sigue siendo verdad: «Quien quiere hacer el ángel, hace la bestia».

(12) Por lo demás el término «metafísica» ha nacido del error de un copista que intituló de esta manera las reflexiones sobre el ser que Aristóteles había escrito al final de su tratado de física; en efecto metafísica significa lo que viene después de la física. Los antiguos, contemporáneos de Aristóteles y de Platón, nunca han conocido ni el nombre, ni la cosa que hoy conocemos bajo este nombre. No nos acordamos lo bastante de ello cuando leemos sus obras y este prejuicio falsea toda nuestra concepción de la antigüedad. Los antiguos no conocían más que la Física, palabra formada de la raíz Phy, lo que crece, o ciencia de la Naturaleza. Su ciencia era un saber verdadero que tenía por objeto la substancia de las cosas. La nuestra es una técnica que solamente se dirige a las apariencias. Para concluir con el monstruo metafísico, notemos también que en el mejor sentido del término, es una meditación que lleva a un conocimiento abstracto de la esencia del Padre. Pero este conocimiento es puramente especulativo y abstracto. El verdadero conocimiento está completo en el misterio de la Encarnación: «Quien ve al Hijo ve al Padre y nadie puede ir al Padre si no es por el Hijo«.

(13) Incluso las palabras pierden su sentido concreto, no hay más que dogmas cuyo poder es tal que resisten a todos los desmentidos de los hechos. Son las ilusiones colectivas sabiamente mantenidas por todas las propagandas tan poderosas hoy en día. H.TAINE denunciaba ya este mal en los «Orígenes de la France Contemporaine» así como Le Bon. Sobre este tema ver el notable estudio de M.MARCEL DE CORTE, profesor de la Universidad de Lieje: «Incarnation de l’Homme (Psychologie de moeurs contemporaines)». Ed. Universitaires, Bruxelles, 1944. (Librairie de Médicis, París).

(14) El término «mística» procede del griego mystikos, calificando en los misterios antiguos a aquellos que habían sido regenerados comulgando con la Medicina Hermética. Evidentemente, en este sentido se puede hablar correctamente de alquimia mística. Espiritual, de Spiritus, soplo, tenía originalmente el mismo sentido ya que el hombre se vuelve espiritual recibiendo el viento que sopla donde quiere: es la regeneración que Jesús explica a Nicodemo (Juan III-8). Pero estos términos han degenerado tanto de sus sentido original a causa del oscurecimiento de nuestros espíritus que nos parece más prudente no unirlos a la Alquimia. Se habla con excesiva facilidad de espiritualidad o de defensa de los «valores espirituales», los cuales nadie sabe en qué podrían consistir. Es otro ejemplo de esta tendencia moderna a la desencarnación de la que hablábamos más arriba.

(15) Salvo ciertos apóstoles, discípulos directos y contemporáneos de Jesús.

(16) Los dos últimos se han ocupado de la Alquimia, pero no es absolutamente cierto que hayan poseído la Piedra.

(17) Empleamos esta palabra en el sentido edulcorado que se le da hoy en día.

(18) Aunque espera ser revestido al final de los tiempos del cuerpo glorioso de la resurrección, no se preocupa de saber como esto puede producirse.

(19) Es inútil extendernos sobre la triple constitución del hombre en alma, espíritu y cuerpo, herencia de la enseñanza egipcia. Los Griegos decían noûs, psyché, sôma. Estas nociones le son familiares al lector. También se sabe que hay dos muertes: la disolución del cuerpo material que vuelve a la tierra y la del espíritu que vuelve a los astros de los que proviene. Después de la muerte física, el santo atraviesa esta segunda muerte sin daño. Apoc.II,11. En la tradición griega, ver PLUTARCO, «De la cara visible de la Luna«. Un buen resumen de este tratado ha sido hecho por J.MALLINGER, «Les Secrets ésoteriques dans Plutarque«, Niclaus, París, 1946.

(20) Corpus Hermeticum, texto establecido por A. NOCK y traducido por A.FESTUGIERE, Soc. Des Belles Lettres, París 1945, 2 vol. Ver especialmente el tratado XIII: Discurso secreto sobre la montaña. Mateo XVII, 1, 9. Atraemos la atención del lector sobre el hecho de que estas dos revelaciones se hacen sobre una montaña. Recientes descubrimientos arqueológicos han permitido situar la composición de los libros de Hermes varios siglos antes del Cristianismo, lo que indica la perennidad de la inspiración Cristo-Hermética. (Una traducción española de este trabajo apareció en el número 3 de LA PUERTA, revista trimestral de esoterismo y tradición. Gustavo Becquer, 55 bjos. 2ª. Barcelona-23. N. De T.).

(21) Génesis V-21 – 2 Reyes II-1,14 – Juan XI-44 – Apoc. XX-6. Los judíos que nos han transmitido en la Biblia la enseñanza egipcia no han sido más agradecidos con la tierra santa de Egipto de la que salieron, que sus descendientes cristianos y musulmanes. Solamente los Griegos se han acordado de Egipto. Pero la enseñanza hermética se ha oscurecido más rápidamente para la mayoría de ellos bajo un montón de fábulas mitológicas y de sutilezas filosóficas.