ELAKHISTOS, O LA HISTORIA DEL HERMANO MENOR

Louis Quarles van Ufford

Cada vez que se lo hicisteis al menor
(elakhistos) de mis hermanos, a mí

me lo hicisteis.

Mateo XXV, 40

Un adagio bien conocido de los filósofos herméticos afirma que «los Filósofos nunca escriben más engañosamente que cuando parecen escribir demasiado abiertamente, ni con más verdad que cuando ocultan bajo términos oscuros lo que quieren decir.» (1)

De este modo, el pasaje de Mateo que acabamos de citar carecería, aparentemente, de ambigüedad …

¡Y sin embargo!

Nos hemos, pues, preguntado quién podría ser este menor entre mis hermanos.

El término griego utilizado en el texto original es «ELAKHISTOS», superlativo del adjetivo «ELAKHUS», que significa pequeño.

Tanto este término como formas directamente emparentadas con él aparecen varias veces en la Escritura; así el comparativo «ELATTON» (más pequeño, menor), el sustantivo «ELATTOSIS» (rebajamiento, estado bajo) o aún un verbo como «ELATTOIEN» (disminuir, rebajar).

Leemos en Lucas XIX, 11 y sig. El pasaje de la parábola de los talentos. Diez siervos recibieron un talento cada uno de su amo que se iba de viaje, con la orden de multiplicarlo. Al regresar éste, el primero hizo fructificar su talento: le había producido diez. Así, el amo lo felicitó; «Está bien, buen siervo, ya que has sido fiel en la menor cosa (ELAKHISTOS), tendrás mando sobre diez ciudades.» (2) Todos conocemos la continuación y la ira del amo contra aquel que por miedo, había conservado intacto su talento en un pañuelo, sin hacerlo fructificar. Volvemos a encontrar la misma idea en la parábola del sirviente infiel: «Aquel que es fiel en la menor cosa (ELAKHISTOS), es también fiel en la mayor; y aquel que es injusto en la menor cosa (ELAKHISTOS) es también injusto en la mayor.» (3)

¿Cuál es, pues, esta pequeña cosa, tan importante, que ha de hacerse fructificar, objeto también de la fe, de la fidelidad de este siervo calificado, sin embargo, de infiel?

Eclesiástico XX, 11: «Hay un rebajamiento (ELATTOSIS) que procede de la gloria, y hay aquel que, salido de abajo, ha vuelto a levantar la cabeza.» (4)

Mateo XX, 28: «Procedentes de condición modesta, procuráis crecer, procedentes de condición elevada, sois menos (ELATTON).» (5)

Curiosamente, según estos textos, podemos observar que aquel que procede de un estado noble y elevado, de la gloria, ha sido rebajado y colocado en un estado muy bajo (ELATTOSIS, ELATTON). Por el contrario, aquel que por su condición no es casi nada, ha vuelto a levantar la cabeza, se ha alzado, procura crecer. ¿Acaso no se trata de este último, en la misma parábola del servidor infiel, en la cita siguiente? Lo que los hombres tienen por alto es, ante Dios abominación.» (6) También podemos leer en Romanos IX, 12: «El primogénito (el mayor) será avasallado por el cadete (ELATTON) como está escrito: He amado a Jacob (o sea al cadete, al hermano menor) y detestado a Esaú (el primogénito, el mayor).»

Y he aquí de nuevo a nuestro hermano menor del cual hablamos al comienzo de este artículo: «Cada vez que se lo hicisteis al menor (ELAKLHISTOS) de mis hermanos a mí me lo hicisteis.»

La imagen de los dos hermanos, de Esaú y Jacob, se encuentra también en Caín y Abel, mencionada en el mismo libro del Génesis. Blaise de Vigenère, cabalista cristiano del Renacimiento, nos ha dejado una interesante glosa a propósito de estos dos:

« …y así por (Caín) se representaba al hombre exterior, sensual, animal […]; y por Abel al interior, espiritual, de fuego. Este es doble, el material y el esencial; el actual y el potencial […]. San Ambrosio, en el tratado de Isaac y del alma (escribe): “¿Qué es el hombre? ¿Su alma o la carne, o la unión de ambas? Pues una cosa es la vestidura, y otra lo que es revestido.

En verdad, hay dos hombres. El alma que es, pues, el hombre interior, espiritual, y el hombre verdadero, aquel que propiamente vive; pues el cuerpo no tiene por sí mismo vida, ni movimiento y no es sino una corteza y un revestimiento de lo interno, según el Zohar, que alega esto a propósito del cap. X del libro de Job: Me has revestido de piel y de carne […]. Y el Apóstol en la 1ª Carta a los Corintios: El hombre exterior decae, he aquí cómo habla más particularmente el Zohar: Si es así, ¿qué es Adán? Si decís que sólo es piel y carne y huesos y nervios, erráis; pues para decir verdad, el hombre no es sino el alma inmortal que está en él. Y la piel, carne, sangre, huesos y nervios son los vestidos con los que está envuelto … »(7)

Precisamente el Génesis refiere que Esaú, el hermano mayor, era peludo. Esto representa al hombre exterior, animal, carnal. Adán, después del pecado, fue revestido de esta misma piel de bestia, este Adán u hombre esencial que se encontraba antaño en un estado edénico: ha caído muy bajo. De él se trata en Hebreos II, 5-8: «No es, en efecto, a Ángeles que Él (Dios) ha sometido la morada venidera de la cual hablamos, y alguien nos da testimonio de esto en alguna parte, cuando dice ¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre, para que te ocupes de él? Por poco lo has rebajado (ELATTOIEN) por debajo de los ángeles y luego lo has coronado de gloria y honor y lo has puesto todo bajo sus pies.» (8)

También la parábola del hijo pródigo nos relata sus hazañas: Después de haber dilapidado la herencia paterna, este hijo menor se ha encontrado en un estado más bajo que el de las bestias, en este caso los cerdos.

En cierto modo, este dios caído, el hombre verdadero que grita socorro, se encuentra en cada individuo. Está desnudo, está en prisión, tiene sed. Como en la parábola de Lázaro y del mal rico, se alimenta de las migajas que caen de la mesa de su dueño.

El Evangelio nos refiere que San Juan Bautista también estaba revestido de una piel de bestia. Otra vez nos encontramos aquí a los dos hombres, el actual y el potencial. ¿No dice el primero, a propósito del último: Ha de crecer y yo he de disminuir (ELATTOIEN)? (9)

Comentando este último versículo, un monje y filósofo irlandés, Juan Escoto de Erígena ha observado con acierto que “en el momento del año en que la luz empieza a crecer (solsticio de invierno) nació (Cristo). En cuanto a mí (San Juan Bautista) nací en el momento del año en que la luz empieza a disminuir y las tinieblas a crecer (solsticio de verano)” (10) Paralelamente, puede leerse en el Mensaje de Nuevo Encontrado, de Louis Cattiaux: « … pues la bestia irá disminuyendo en las tinieblas del mundo y el ángel se irá reforzando en la luz de Dios …» (11)

¿No es acaso el hermano pequeño, otra vez, nuestro prójimo a quien debemos amar como a nosotros mismos y como el buen Samaritano, recoger, curar y consolar? ¿No nos dirá entonces en el Juicio Final: «Venid, benditos de mi padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Pues he tenido hambre y me habéis dado de comer, he tenido sed y me habéis dado de beber, fui extranjero y me recogisteis, estuve desnudo y me cubristeis, estuve enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y vinisteis a verme? Entonces los justos responderán: Señor ¿cuándo te vimos hambriento y te sustentamos? ¿O sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos extranjero y te recogimos, o desnudo y te cubrimos? O ¿cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel y te visitamos? Y el rey responderá: Amén os lo digo, cada vez que lo hicisteis al menor (ELAKHISTOS) de mis hermanos, a mí me lo hicisteis». (12)

El más bello don de amor que pueda hacerse, ¿no es dar nuestra vida por aquél a quien amamos?

¿No es de estos mismos despojos del hombre antiguo que el hombre nuevo, como en una buena tierra fértil y con la ayuda de la lluvia del Cielo, proporcionará la multiplicación de la simiente?

«¡Ay! Henos aquí como un maestro ignorante en medio de los sabios del mundo, y como el hermano más ínfimo entre los creyentes que buscan al Señor y su reino aquí abajo.» (13)

NOTAS:

1. Juan d’Espagnet, L’oeuvre secret de la Philosophie d’Hermes, parag. IX, ed Retz, París, 1972, pág. 116.

2. Lucas, XIX, 17.

3. Lucas, XVI, 10.

4. Hemos utilizado la versión griega de los Setenta, evidentemente.

5. Este pasaje falta en algunos manuscritos.

6. Lucas, XVI, 15.

7. Blaise de Vigenère, Traité du Feu et du Sel, ed. Jobert, París, 1976, págs. 8 a 10.

8. Según el Salmo, VIII, 5-7.

9. Juan, III, 30.

10. Juan Escoto de Erígena, Commentaire de l’Evangilie de Jean, trad. Ed. Jeauneau, ed. Du Cerf, París, 1972, pág. 261.

11. Louis Cattiaux, El Mensaje Reencontrado, XXIII, 16’.

12. Mateo, XXV, 34-40.

13. Louis Cattiaux, op. cit. XXXVIII, 13’.