Todos aquellos que han enseñado la ciencia sagrada a lo largo de los tiempos han empleado el lenguaje simbólico para referirse a una realidad oculta a los sentidos carnales del hombre.(1)
El primer gran trabajo de la búsqueda de la verdad perdida consiste en descubrir a qué se refieren estos símbolos y estas imágenes. Entre los primeros, se encuentra muy a menudo el símbolo del libro. Es evidente que las hojas de papel y las letras impresas que sirven de lectura, no son más que la representación de otra cosa que debe ser leída. No queremos decir que los libros sean inútiles —algunos son imprescindibles—, sino simplemente que, en el lenguaje tradicional, el libro representa una realidad escondida.
En el simbolismo onírico, por ejemplo, se puede soñar que un libro es presentado y recibido de manos de un personaje. Si el libro baja del cielo, es un excelente presagio.
Sin duda alguna, todo el mundo habrá oído hablar del célebre alquimista Nicolás Flamel del cual L. Figuier nos cuenta la historia:
«Una noche, pues —cuenta la leyenda […]— Nicolás Flamel dormía profundamente cuando se le apareció un ángel que llevaba un libro en las manos, un libro de una antigüedad venerable y de apariencia magnífica: «Flamel —dijo el ángel— mira este libro, del cual no entiendes nada, ni tú, ni muchos otros; pero un día llegarás a ver en él lo que nadie podría ver». Y mientras Flamel tendía la mano para recibir el don precioso que se le ofrecía, el ángel y el libro desaparecieron envueltos en una nube de oro.
No obstante, la predicción celeste tardaba mucho en cumplirse. Parecía como si el ángel hubiera olvidado su promesa […] cuando, mucho más tarde, cierto día del año 1357, Flamel compró a un desconocido un libro antiguo, que al punto reconoció como el libro de su sueño.»(2)
En El Libro de las figuras jeroglíficas, Flamel lo describe con detalle:
«No era un libro como los demás, de papel o pergamino, sino que estaba hecho de tiernas cortezas de árbol. En el primer folio aparecía escrito en grandes letras mayúsculas de color dorado: Abraham, judío, príncipe, sacerdote, levita, astrólogo y filósofo.»(3)
Una vez en posesión de este libro tan valioso, Flamel pasó días y noches estudiándolo, pero sin poder llegar a entenderlo.
Decidió, pues, ir en peregrinación a Santiago de Compostela con el fin de obtener el favor de descubrir, en las sinagogas de España, a algún docto judío capaz de proporcionarle la verdadera interpretación de las misteriosas figuras del libro de Abraham.
Habiendo obtenido la protección de Santiago, en el viaje de vuelta Flamel encontró, en la ciudad de León, a un médico judío llamado maese Cánchez, cabalista consumado y muy sabio en sublimes ciencias.
Maese Cánchez le explicó todos los emblemas del libro de Abraham el judío, que conocía bien, puesto que se trataba de la obra perdida de uno de los príncipes de la cábala.
Después de la muerte de maese Cánchez, y gracias a él, Flamel, de vuelta a París, pudo al fin realizar la Gran Obra. ¿Cuál es, pues, este misterioso libro que permitió a Flamel hallar el secreto del magisterio de los sabios?
Un comentario respecto a un versículo del Génesis que se halla en el Zohar (4) , parece contestar a esta pregunta. El versículo dice lo siguiente: «Éste es el libro de las generaciones de Adán en el día en que Elohim creó a Adán; Elohim lo hizo a su imagen […]» (Génesis V, 1-2).
En dicho comentario, se empieza diciendo que este libro está relacionado con la imagen de Adán. En él está grabado el misterio de la sabiduría y está explicado el nombre sagrado. En el libro de los Proverbios se dice lo siguiente con respecto a este nombre: «Torre fuerte es el nombre de Adonai(5); a ella se acogerá el justo y estará seguro» (Proverbios XVIII, 10).
Es, pues, el libro de la regeneración del hombre y es también el secreto que Elohim reveló a Adán.
También se explica en el Zohar que Dios había entregado este libro a Adán en el jardín de Edén por medio del ángel Raziel(6). Mientras Adán permaneció en el Edén, lo conservó y lo estudió con mucha atención y devoción. Pero, cuando fue expulsado del jardín, a causa de su transgresión del mandamiento, el libro se volatilizó y desapareció. El hombre, desesperado, lo volvió a pedir —tal es el objeto de la búsqueda del hombre en este mundo— y, ante su insistencia, el Santo-bendito-sea permitió finalmente que el ángel Rafael(7) se lo devolviera. Adán se puso de nuevo a leer el libro, y lo transmitió a su hijo Set, quien lo transmitió a la posterioridad. Así es como el libro de la regeneración llegó a Abraham, quien supo, al igual que Henoc, penetrar la gloria del Santo-bendito-sea.
Vemos pues que, gracias al libro recibido del cielo, Adán, Abraham o Nicolás Flamel lograron realizar la obra de la regeneración.
En el Zohar se continúa diciendo lo siguiente con respecto a dicho libro, que es precisamente el libro de las generaciones de Adán:
«Éste es el libro de las generaciones de Adán en el día en que Elohim creó a Adán; Elohim lo hizo a su imagen macho y hembra. Él los creó y los bendijo, y los llamó con el nombre de Adán cuando los creó» (Génesis V, 1-2). Rabí Simeón dijo: Estos dos versículos descubren grandes misterios: «Macho y hembra Él los creó»; esto nos enseña que el conocimiento de la gloria suprema es el secreto de la fe. De este secreto [es decir, del hombre y la mujer supremos llamados cielo y tierra](8) el hombre fue creado.»(9)
Este secreto de la creación del hombre, parece consistir, según el Zohar, en la unión de dos entes llamados «macho (ich) y hembra (ichah)». Ambos unidos constituyen al Adán. Se trata del Adán primero y también del hombre regenerado, después de haber sufrido el destierro del paraíso a consecuencia de la transgresión; esto es lo que indica el Zohar, puesto que, tal como hemos visto, el libro desapareció de las manos del hombre exiliado; sin embargo, llegó a conseguirlo de nuevo gracias a su insistencia.
Y ¿por qué estos dos entes son llamados «macho y hembra»? Porque siempre buscan unirse por amor. En el Zohar se explica que estos dos, que en su unión participan en la generación del hombre perfecto, no son diferentes de la tierra y el cielo.
Veamos todo el interés de este comentario, que aclara el sentido del texto bíblico, porque relaciona la narración de la creación del mundo, del capítulo primero del Génesis, con la creación del hombre.
«Observa que este secreto designa cielo y tierra, y el Adán fue creado. En cuanto a la creación del cielo y de la tierra, el texto bíblico dice: «Éstas son las generaciones del cielo y de la tierra cuando fueron creados» (Génesis II, 9). En cuanto a Adán, leemos: «Éste es el libro de las generaciones de Adán en el día en que Elohim creó a Adán» (Génesis v, 1-2). En verdad, los dos (10) son equivalentes, significan lo mismo, pues fueron creados en un solo secreto.» (11)
En el Zohar se enseña claramente que la creación del cielo y de la tierra se corresponde con la creación de Adán, «macho y hembra», y no es diferente de ella, y este libro de las generaciones de Adán es también el libro de las generaciones del cielo y de la tierra. Es lo mismo.
Este misterioso libro de Adán, de Set, de Abraham, de Nicolás Flamel y de muchos otros sabios, es el cielo y la tierra y el secreto de su reunión. Los hebreos enseñan que el efecto de la caída del hombre fue precisamente la separación del cielo y de la tierra, o de Adán y Eva. No hay regeneración mientras permanezcan separados.
El comentario del Zohar termina así:
«Por esto se comprende que toda forma, donde no se encuentran el macho y la hembra [entendamos cielo y tierra], no es conforme a la figura suprema […]. En todo lugar donde el macho y la hembra no se encuentren unidos, el Santo-bendito-sea no establece su morada en él y las bendiciones no se hallan sino en el lugar en que se encuentran macho y hembra. Es lo que está escrito: «Y Elohim los bendijo y los llamó con el nombre de Adán en el día en que los creó» (Génesis V, 2). Observa que el texto no dice: «Lo bendijo y lo llamó con el nombre de Adán», [esto para enseñarte] que incluso el [nombre] Adán no es nada, mientras que el macho y la hembra (la tierra y el cielo) no estén unidos.» (12)
No hay bendición sin unión del cielo con la tierra. Sabemos que el símbolo ritual de la bendición (13) es el signo de la cruz.
«El Libro donde Dios ha escrito su secreto es el cielo y la tierra. Por eso, el hombre santo y sabio estudia la ciencia del Señor en la paz del jardín de Edén» (14) ; esta frase, extraída del Mensaje Reencontrado, confirma exactamente la enseñanza del Zohar.
Adán estudia y lee (15)el libro del cielo y de la tierra en el jardín de Edén. Y ¿qué es lo que está escrito en dicho libro? El secreto del Nombre sagrado. Este secreto es la ciencia de las generaciones del mundo o el hombre perfecto.
1. Los sentidos, que permiten al hombre percibir las realidades que lo rodean, se han entorpecido por efecto de la caída original; dicho de otro modo, sus sentidos groseros no le permiten captar más que las aparien-cias del mundo, pero no su realidad sustancial y esencial. Con respecto a ello, véanse en el Libro de los muertos de los egipcios (por ejemplo, caps. XXI a XXIII), los ritos que consisten, por ejemplo, en abrir la boca, los ojos, las orejas, etcétera, es decir, en purificar los sentidos. Elcristianismo posee una enseñanza parecida, en forma de rituales.
2. Véase L. Figuier, L’alchimie et les alchimistes, ed. L. Hachette, París, 1860, p. 199.
3. N. Flamel, Le Livre des figures hiéroglyphiques. Existe una traducción al español: El Libro de las figuras jeroglíficas, ed. Obelisco, Barcelona, 1997.
4.Sefer haZohar, (‘El Libro del esplendor’), edición de I. Lev Achlag, Jerusalén, 1945-1958. Existe una traducción al español: ed. Sigal, Buenos Aires, 1976. Las frases entre corchetes son glosas de rabí Achlag.5. Adonai significa, en hebreo, ‘mi Señor’; en la Escritura expresa el santo nombre IAVE, que no puede pronunciarse sino en su templo. En la literatura rabínica se le designa por medio de la expresión «El Santo-bendito-sea».
6. Raziel significa, en hebreo, ‘secreto del Altísimo’.
7. Rafael significa, en hebreo, ‘curación del Altísimo’.
8. «Cielo y tierra»: la quintaesencia de los elementos; la vida del Universo en dos estados, volátil y fijo, y desde luego no, la tierra, las montañas ni las nubes.9. Zohar (cit. en p. 21, n. 4), I, 55b.
10. Es decir, por una parte cielo y tierra, y por la otra el Adán, macho y hembra.
11. Zohar (cit. en p. 21, n. 4), I, 55b.
12. Ibídem.
13. En hebreo barak, ‘bendecir’ significa también ‘hacer bajar’.
14. El Mensaje Reencontrado X, 64.
15. Observamos que, en hebreo, el verbo karah significa ‘leer’, ‘deletrear’, ‘pronunciar’,
‘llamar’, ‘gritar’. Se trata de la misma raíz que contiene la palabra árabe Corán.