EL IMAM ESCONDIDO (1)

Carlos del Tilo

«El Corán es el Imam silencioso,

el Imam es el Corán que habla.»

Henry Corbin, en su estudio sobre el chiísmo iraní, ha realizado una obra monumental que ofrece el máximo interés para los lectores de lengua francesa. (2) Ha sido el pionero en hacerlo.

Su competencia, objetividad y profundidad causan admiración a todos aquellos que han deseado sumergirse en la riqueza de la enseñanza del Islam Chiíta.

Lamentamos profundamente que sus libros no hayan sido traducidos todavía al castellano. Este modesto y forzosamente breve trabajo sobre el misterio del Imam escondido servirá quizá para dar a conocer el interés que contiene dicha tradición, mucho más próxima a la nuestra de lo que en principio pueda parecer.

Los musulmanes chiítas, que se extendieron principalmente por las provincias de Irán, dicen que, si bien Mahoma fue el último profeta que reveló una ley religiosa (Shariat) -y en esto coinciden con los musulmanes ortodoxos llamados sunnitas o tradicionales-, tuvo, no obstante, doce descendientes llamados Imames. Estos Imames son los guías que inician a sus adeptos y les conducen al sentido escondido (batin) de las revelaciones proféticas (zahir).

Es el Imam quien enseña el sentido esotérico de la «letra» coránica, él guía a los fieles hacia el sentido espiritual, interior de la revelación literal enunciada por el profeta.

El zahir podría compararse a lo que los judíos y cristianos llaman la «letra», mientras que el batin representa el sentido espiritual o mesiánico.

Así, pues, si las revelaciones proféticas contienen algo escondido, alguna cosa que el profeta no tenía la misión de revelar, corresponde al Imam enseñar esta gnosis. «Si el Imam mismo no os ha guiado hacia estas cosas, si no hay en vosotros la aptitud para comprenderlas, todas las palabras que os pudieran dirigir desde el exterior llamarán en vano a vuestro oído». (3)

El primero de estos Imames es Alí, «el Emir de los creyentes», primo del Profeta y esposo de Fátima, su hija; es su heredero espiritual. El segundo y el tercero son hijos de Alí y de Fátima. A partir del cuarto Imam, la línea prosigue de padre a hijo. Todos murieron en el martirio, excepto el último, el duodécimo, que desapareció misteriosamente.

La descendencia de estos doce Imames se encuentra atestiguada por numerosas tradiciones o hadits. (4) Citemos por ejemplo, aquella en que el Profeta Mahoma en persona declara: «Los Imames que vendrán después de mí serán doce». El primero es Alí Ibn Talib; el duodécimo es «el que Resucita» (al-Qaim), al Mahdi (literalmente: «el Guiado», que por esto mismo es al-Hadi, «el Guía»), de «cuya mano Dios hará conquistar los Orientes y los Occidentes de la Tierra». Otro hadit dice: «Su número es el mismo que hizo manar la vara de Moisés golpeando la roca de Horeb; el mismo que el de los jefes de Israel».

Dirigiéndose a su propio wasi, «heredero espiritual» el Profeta declara: «¡Oh, Alí! los Imames guiados y guías, tus descendientes, los Purísimos, serán doce (o sea once más tú mismo). Tú eres el primero; el nombre del último será mi propio nombre (Mahoma); cuando aparezca llenará la Tierra de justicia y armonía, así como está ahora llena de iniquidad y violencia… Luchará para conduciros de nuevo hacia el sentido espiritual, así como yo mismo he luchado por la revelación del sentido literal».

Otra revelación menciona: «una Tabla de Esmeralda entregada al Profeta por el ángel Gabriel y dada por él como obsequio a su hija (acordémonos de la Tabla de Esmeralda de la tradición hermética). Esta tablilla de Esmeralda llevaba en líneas escritas con oro que resplandecía como la luz del sol los nombres del Profeta y de sus doce Imames». (5)

Los grandes profetas, entre los Enviados (o Nabis morsal) son siete; este número, evidentemente, es simbólico, como lo es también el número de Imames.

Siete profetas enviados: Adán, Noé, Abraham, Moisés, David, Jesús y Mahoma, que corresponden a las siete esferas planetarias tradicionales. Cada uno de los siete profetas enviados con un libro, es seguido por doce Imames, del mismo modo que los siete planetas se inscriben en los doce signos del Zodíaco.

La imamología chiíta conoce los nombres de los imames correspondientes a cada profeta. Citemos simplemente a los primeros: Set para Adán; Sem para Noé; Ismael e Isaac para Abraham; para Moisés, Aarón y Josué; para David, Salomón; para Jesús, Simón Pedro y la línea que llega hasta Bohayrá o Bohira, monje cristiano que Mahoma encontró durante un viaje y que le confirmó en su vocación profética.

Los doce Imames de Cristo se presentan aquí sucesiva y no simultáneamente (los doce apóstoles) como en el cristianismo; representan la transmisión del mensaje hasta que se manifiesta otro profeta.

Veamos más detalladamente cuál es la función del Imam en relación con la del Profeta, en la doctrina chiíta.

La distinción fundamental entre el batín (sentido espiritual) y el zahir (sentido literal) está en correlación con las diferentes funciones del Imam y del Profeta.

Se trata de lo esotérico y de lo exotérico, que no pueden existir el uno sin el otro; «el Profeta y el Imam son dos llamas surgidas de una sola y misma luz». Como dijimos antes, la función del Imam es transmitir lo esotérico de la misión del Profeta. El Profeta representa la letra de la Revelación y el Imam representa su espíritu; pero de ningún modo pueden estar separados uno de otro.

La ley religiosa positiva posee un sentido secreto, una verdad gnóstica, pero ésta ha de apoyarse en la escritura profética. No se puede separar el contenido del continente.

Esta afirmación, fundamental en la imamología chiíta, concuerda perfectamente con lo que los judíos enseñan respecto al matrimonio de la tradición escrita y de la tradición oral.

La patrística cristiana también ha insistido en numerosas ocasiones sobre este punto: «El espíritu no está separado de la letra, está contenido y escondido en ella». La letra es buena y necesaria porque conduce al espíritu: «es un instrumento y su servidor» (Hesychius, Comentario sobre el Levítico).

Metafóricamente podría decirse que la transparencia del espíritu no se produce más que por presencia de la letra.

El rechazo de la letra conduce al delirio del sueño místico; pero el rechazo del espíritu mantiene al creyente en la prisión farisaica de la historia, de los ritos y de las prescripciones literales.

No se pueden mantener separados el Cielo y la Tierra.

* * *

El profeta Mahoma tuvo, pues, por sucesores espirituales a los doce Imames. Pero entonces, ¿podría decirse que no ha habido nadie después del duodécimo para guiar al fiel chiíta y para iniciarle en la gnosis del Corán?

Para responder a este pregunta, es necesario comprender lo que representa el doudécimo Imam para la tradición chiíta. No nos es posible explicar aquí la maravillosa historia de amor y encuentro entre la princesa cristiana Narkés, hija del emperador de Bizancio y descendiente de Simón Pedro, con el joven Hasan Askari, undécimo Imam; cómo esta unión fue bendecida por el Señor Cristo y por el Profeta Mahoma; y cómo nació de modo totalmente extraordinario el duodécimo y último Imam: (6) la figura misteriosa, aquel que llaman el que Resucita (Qaim), el Guiado (Mahdi), el Esperado, la Prueba o el Fiador de Dios, el Maestro invisible de este tiempo, el Imam escondido.

Nacido de Samarra, en Irak, en 869, desapareció el mismo día de la muerte de su padre, el 24 de julio de 874. Tenía, pues, 5 años, pero su apariencia era la de un Hombre Perfecto. A partir de este momento empieza el tiempo de la «ocultación» del duodécimo Imam.

«Durante setenta años, el Imam será invisible, no sólo para el común de los hombres, sino también para sus adeptos; con éstos, no obstante, se comunicará por medio de cuatro delegados o mandatarios que se sucederán unos a otros. Sus nombres y sus personas eran descritos con detalle en los libros chiítas… Este periodo es llamado «la ocultación menor»». (7)

Al término de setenta años comienza el periodo de «la ocultación mayor», que todavía dura. Es la historia secreta del duodécimo Imam, el Imam escondido.

Después de más de diez siglos, la figura del duodécimo Imam domina toda la conciencia religiosa chiíta, que vive a la espera del momento final de resurrección de todas las cosas, el momento de la Parusia (8) del Imam, llamado por esta razón «el que Resucita». (9)

El mismo Imam afirmó en su último mensaje antes de la «ocultación mayor»: «Se alzarán gentes que pretenderán haberme visto materialmente. ¡Cuidado! El que pretenda haberme visto materialmente antes de estos acontecimientos del final, éste será un mentiroso y un impostor». (10)

Los teólogos chiítas explican que esta advertencia del Imam tiene por objeto desacreditar de antemano toda tentativa de agitadores y aventureros que tiendan a utilizar la persona del Imam con fines políticos.

En cambio, el Imam nunca ha dejado de manifestarse en privado. «Muchos hombres -escribe uno de los teólogos-, han visto la belleza perfecta de ese Elegido, pero sólo le han reconocido cuando él ya se había marchado». (11)

El Imam escondido también es el «el Imam esperado» o «el Imam de este tiempo»; así, pues, está presente en el corazón de sus hijos que de esta manera no están sin guía. Él los ve, pero ellos no le ven. El sentido profundo de la ocultación es que «son los hombres quienes se han velado a sí mismos el Imam, se han vuelto incapaces o indignos de verle». Esperar al Imam significa esperar su Parusia. Por esta razón, cuando el fiel chiíta nombra al Imam escondido, nunca se olvida de añadir: «¡Que Dios apresure para nosotros la alegría de su venida!»

Este es el momento para subrayar la diferencia existente entre el Imam escondido de los chiítas, es decir, el Guía personal «Invisible a los sentidos, pero presente en el corazón», y el maestro que vive en su papel asumido, por ejemplo, por la persona del Shaikh sufí (12) en su Tariqat, o por la persona del gurú en la India.

El Imam escondido representa el Iniciador. El sexto Imam afirmaba: «Nosotros los Imames somos los sabios que instruimos; nuestros chiítas son los iniciados por nosotros; en cuanto al resto, es la espuma arrastrada por el torrente»(Idem, vol. I, p.117).

Algunos tratados chiítas lo identifican con Melquisedeq, y también con el Paracleto, (13) anunciado en el Evangelio de Juan (XIV, 16-26): «Y yo rezaré al Padre y él os dará otro Intercesor (Parakletos) para que esté siempre con vosotros, el Espíritu de Verdad, que el mundo no puede recibir, ya que no lo ve y no lo conoce; pero vosotros lo conocéis porque mora cerca vuestro y está en vosotros. Yo no os dejaré huérfanos: volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros me veréis, ya que viviré y vosotros viviréis. En ese día, sabréis que estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos y los guarda, éste es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre y yo lo amaré y me manifestaré a él…Os he dicho estas cosas mientras permanezco con vosotros. Pero el Intercesor (Parakletos), el Espíritu Santo que mi Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas».

He aquí la manifestación del Imam esperado.

Existe también un versículo del Corán (61-6) que alude a este misterio: «Jesús hijo de Maryam decía: ¡Oh hijos de Israel! he sido enviado por Dios a vosotros, confirmando la Torah que está en vuestras manos y anunciando un Enviado que vendrá después de mí y cuyo nombre será Ahmad (el muy loado; en griego: Periklytos)».

La exégesis islámica corriente prefiere leer periklytos en lugar de parakletos; en el texto del Evangelio de Juan que acabamos de citar; periklytos significa: «el muy loado», cuyo equivalente en árabe es Ahmad ó Mohammad.

Así, pues, según esta exégesis, el Paracleto anunciado por Jesús es el profeta Mohammad

Mas para la exégesis chiíta, la anunciación del Paracleto designa el Imam de la Resurrección, al Imam escondido, que también se llama Mohammad, que viene de la descendencia del Profeta, que, por otra parte, habla de él como de otro sí mismo. (14)

En un hadit, el Profeta habla del primer Imam designándolo como su hermano y habla del duodécimo como si fuera su hijo. El interlocutor le pregunta: «¡Oh Enviado de Dios!, ¿quién es tu hijo?» «Es el Mahdi («el Guiado» que guía hacia Dios, uno de los nombres del Imam escondido), aquél en vistas al cual he sido enviado como anunciador». (15)

En otro hadit el Profeta también declara: «Si no le quedara a este mundo más que un día de duración, Dios alargaría este día para suscitar a un hombre de mi descendencia cuyo nombre será mi nombre y cuyo apodo será mi apodo… Combatirá para volver al sentido espiritual, como yo mismo he combatido para la revelación del sentido literal». (16)

«El Paracleto anunciado no será el que enuncia una nueva ley, sino aquel que revelará el sentido interior, esotérico de todas las leyes antiguas. Ahora bien, el Profeta Mohammad trajo una nueva Ley, mientras la misión que incumbe al duodécimo Imam es la revelación del sentido escondido». (17)

Haydar Amoli, uno de los grandes maestros chiítas (siglo XIV) y discípulo de Ibn Arabi, comenta el hadit del Profeta que acabamos de citar y en el que anuncia al Imam de la Resurrección: «A esto mismo aludió Jesús cuando dijo: Os traemos la letra de la Revelación. En cuanto a su interpretación espiritual, el Paracleto os la traerá al final de este tiempo».

Ahora bien, el Paracleto, en la terminología de los cristianos, es el Imam esperado (el Mahdi) por los musulmanes chiítas. Lo más profundo del pensamiento del Profeta es, pues, que el Paracleto «traerá el sentido espiritual y la verdadera comprensión del Corán, de igual modo que ha traído la revelación de la letra y la exégesis literal, ya que el Corán contiene un sentido exotérico, una exégesis literal y una exégesis espiritual…»

«De este texto resalta pues, con toda claridad, que el Paracleto anunciado por Jesús no es otro que el duodécimo Imam, invisible en el presente, anunciado por el profeta Mohammad; corresponde al Imam-Paracleto, tal y como lo han dicho tanto Jesús como Mohammad, al revelar el sentido escondido de la Revelación». (18)

«Adosado al Templo de la Kaaba, el Imam proclama que cualquiera que desee dialogar con él respecto a Adán, ha de saber que él, el Imam, es de entre todos los humanos, el que está más próximo a Adán. Y repite la misma afirmación respecto a todos los profetas: Yo soy el más próximo a Noé, a Abraham, a Moisés, a Jesús y a Mohammad. Yo soy el más próximo al Corán, el más próximo a la tradición del Profeta. O, todavía con más fuerza, nombrando sucesivamente a la bi-unidad formada por cada profeta y su primer Imam, dice: Que aquel cuya conciencia esté fijada en Adán y Set (hijo e Imam de Adán), sepa que yo soy Adán y Set. Y sigue así: soy Noé y Sem; soy Abraham e Ismael; soy Moisés y Josué; soy Jesús y Shamud (Pedro); soy Mohammad y el Emir de los creyentes (Alí, el primer Imam); soy Hasan (segundo Imam) y Hosayn (tercer Imam); soy todos los Imames. Cualquiera que haya leído los antiguos libros de Dios, los libros de Adán, de Noé y de Abraham, la Torah, los Salmos y el Evangelio, debe reconocerme, ya que todos estos libros hablan de mí…»

«Soy aquel que en el Evangelio es llamado Elías». (19)

«No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros me veréis». (20) He aquí la Parusia de Cristo, su retorno anunciado, la venida del Iniciador, la manifestación del que resucita; él es quien enseña el verdadero Sentido de la Escritura.

Conocer el Sentido de la Escritura supone estar iniciado a una gnosis, a un Conocimiento; por ello los Imames han dicho: «Aquel que nos conoce, conoce a su Señor», haciéndose eco de la sentencia que dice: «Aquel que se conoce a sí mismo, conoce a su Señor», y también: «Aquel que muere sin conocer a su Imam, muere de la muerte de los inconscientes».

Llega en secreto al peregrino que camina en la noche de la búsqueda, y entonces se levanta la aurora.

Esta noche santa es llamada «Noche del Destino» de la que habla en la Sura 97 del Corán: «Son los versículos que fueron recitados en el momento del nacimiento del Imam de este tiempo (el duodécimo), precisamente porque él es esta Noche». (21)

SURA 97

«En el nombre de Dios todo misericordioso, todo compasivo, en verdad, lo hemos revelado en la noche del Destino.

Y ¿qué es lo que te hará saber qué es la noche del Destino? La Noche del Destino vale más que mil meses.

Los Ángeles y el Espíritu (el ángel Gabriel) descienden del cielo con el permiso de su Señor, encargados de todo orden.

Es una noche de paz hasta el amanecer.»

Cuando el Imam se manifiesta, el Libro de las escrituras se abre, entonces el Corán ya no es «silencioso», sino «parlante». Esto es la Parusia del Imam: devuelve el Sentido perdido.

«Entonces les abrió la inteligencia para comprender las Escrituras» (Lucas XXIV, 45)

La Parusia del Imam esperado, es la Presencia divina; para los cabalistas judíos es el Mesías que vuelve y enseña cómo se tienen que leer las Santas Escrituras.

¿Cómo no estar sorprendido por la extraordinaria convergencia que existe entre la Parusia del Imam y la de Cristo después de su resurrección, por ejemplo, en su manifestación a los discípulos de Emaús? (22)

(Lucas, XXIV): «…Mientras hablaban y discutían, el mismo Jesús, habiéndoseles acercado, se puso a caminar con ellos; pero sus ojos no podían reconocerle… Y él les dijo: «¡Oh, hombres sin inteligencia y lentos de corazón para creer en todo lo que han dicho los profetas!…» Y empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que a él concernía en todas las Escrituras… Ahora bien, cuando se hubo sentado con ellos a la mesa, cogió el pan, dijo la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces sus ojos se abrieron y le reconocieron; y desapareció de su vista»

Antes hemos citado ya estas palabras del Imam: «Cualquiera que ha leído los antiguos libros de Dios, los libros de Adán, de Noé y de Abraham, la Torah, los Salmos y el Evangelio, debe reconocerme, ya que todos estos libros hablan de mí».

«¡Que Dios apresure para vosotros la alegría de su venida!»

Hemos traducido, para finalizar, una de las plegarias que los peregrinos dirigen en su búsqueda a la misteriosa persona del doceavo Imam.

LA PLEGARIA DEL PEREGRINO (23)

¡Salve, oh califa de Dios y califa de tus padres los bien guiados (los Mahdis)!¡Salve, heredero de los herederos espirituales de los tiempos pasados…!Taño de la Familia Inmaculada, (24), Manantial de los conocimientos proféticos, Dintel de Dios a quien no se accede más que franqueándolo. Vía de Dios que no se puede abandonar sin extraviarse. Tú que contemplas el Árbol Tubá y el Loto del límite… ¡Salve, Fiador de Dios para los celestiales y terrenales, de aquellos que te reconocen tal y como Dios les ha hecho reconocerte, y que te conceden algunas de las calificaciones que tú mereces, aunque estés por encima de ellas!

Yo atestiguo que eres el Fiador de Dios para aquellos de los tiempos pasados y para aquellos de los tiempos futuros; que los triunfadores son tus adeptos, y los frustrados, los que te rechazan. Tú eres aquel que conserva todo el conocimiento, el que hace que se abra todo lo que estaba sellado… ¡Oh mi soberano! Yo te he escogido como Imam y como Guía, como protector y como maestro, y no deseo a nadie en tu lugar.

Yo atestiguo que eres la verdad constante en la que no hay ninguna alteración; es cierta la promesa divina respecto a ti; aunque sea larga tu ocultación y alejado el término, no tengo ninguna duda; no comparto el extravío de los que, por ignorarte, dicen locuras de ti. Permanezco a la espera de tu Día, ya que eres el Intercesor del que no se discute, Tú eres el Amigo del que no reniega… Tomo a Dios por testigo de ello. Tomo a sus ángeles por testigos de ello. Te tomo a ti como testigo de mi deseo; está interiormente tal como está exteriormente, está en el secreto de mi conciencia tal como mi lengua lo profiere. Sé, pues, el testigo de mi promesa, del pacto de fidelidad entre tú y yo…como me lo ordenó el Señor de los Mundos. Por más que los tiempos se prolongaran, que los años de mi vida se sucedieran, sólo yo podría tener hacia ti, para ti y en ti más certeza, más amor y más confianza, y esperaría aún más tu Parusia y estaría aún más preparado para el combate que hay que librar a tu lado.

Pues mi persona, mis bienes, mi familia, todo lo que mi Dios me ha concedido en este mundo, te lo doy a ti para que dispongas de ello, ¡Oh, mi Imam!

Si mi vida dura lo suficiente como para que pueda ver levantarse tu Día resplandeciente y brillar tus estandartes, entonces, heme aquí, yo, tu fiel. ¡Que me sea dado el rendir junto a ti el Testimonio Supremo! Pero si la muerte me asola antes de que tú hayas aparecido, entonces te pido tu intercesión, la tuya y la de tus padres, los Imames Inmaculados, a fin de que Dios me coloque entre el número de aquellos a quienes concederá volver de nuevo en la hora de tu Parusia, cuando tu Día se levante, a fin de que mi devoción por ti me conduzca al término de mi deseo.

Por último ofrecemos un fragmento de Henry Corbin, (25) que alude al «Retorno del Imam escondido»:

«Todo ocurre como si la Resurrección no pudiera ser anunciada de otra forma que alarmando a todos aquellos que se apoderaron de «la causa divina», para avasallar a los hombres, a los objetivos de sus ambiciones y para secuestrar el destino personal de cada ser.

Una tradición que remonta al V Imam, Mohammad al-Baqir, cuenta cómo el último Imam, el Resurrector, se había encaminado hacia la ciudad de Koufa. He aquí que de esta ciudad salió a su encuentro un cortejo de varios millares de hombres; en él, sólo había gente de mucha categoría: lectores profesionales del Corán, doctores de la Ley, etc., en pocas palabras, todo lo que la piedad oficial ha podido constituir socialmente como devotos autoritarios.

Y todos se dirigían al Imam para rechazarle: «No te necesitamos para nada. No necesitamos a un hijo de Fátima».

Cuando leí este texto por primera vez, intuí que ya había leído en otra parte unas palabras con la misma resonancia lejana. Y así fue cómo ello me recondujo al rechazo que el Gran Inquisidor, en una célebre novela de Dostoievsky, (26) opone a Cristo, de vuelta a Sevilla, la noche en que había sido prendido: «¿Por qué viniste a perturbarnos?…¿Acaso tienes derecho a revelar aunque fuera un sólo misterio del mundo de donde vienes?… ¿Acaso habías olvidado que la actitud e incluso la muerte son preferibles para el hombre, que la libertad de discernir el bien y el mal? Vete y no vuelvas más»»

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(1) En lugar de Imán, hemos preferido conservar la pronunciación árabe de la palabra: Imâm. En efecto, puede existir una confusión ya que Imán significa fe; Imâm en cambio, puede traducirse por «el que camina delante de ti», o sea, «el guía».

(2) Henry Corbin, En Islam Iranien. Aspects spirituels et philosophiques. Ed. Gallimard, Bibliothèque des Idées, 4 vol. París, 1971-72.

(3) Idem. op. cit. vol.I, pag. 7.

(4) La palabra hadit significa: reciente, nuevo, relato; por extensión significa «todo relato referente a la conducta de Mahoma desde el día en que empezó la obra de su predicación, actos o palabras». El-Bokhari: Les Traditions islamiques, tomo I, pag. 2, Maisonneuve, París, 1977.

Los chiítas poseen un corpus de hadits de los Imames. Estos han permanecido prácticamente desconocidos durante mucho tiempo en Occidente.

(5) H.Corbin, op. cit. vol. I, pag. 56-57.

(6) H.Corbin, op. cit. vol. IV, pag. 309 y ss.

(7) Idem, pag. 323

(8) En griego parusia. «presencia».

(9) ¿No viven los judíos a la espera de la venida del Mesías y los cristianos a la espera del segundo advenimiento de Cristo o de su Parusia?

(10) Idem. pag. 333.

(11) Idem. pag. 333

(12) Acerca del origen de la palabra sufí: «…Mientras los otros hijos de Adán se dedican a oficios que les permitirán conquistar este mundo, Set se dedica totalmente al servicio divino. El ángel Gabriel trae del paraíso una vestidura de lana (suf) verde, con la que reviste a Set. Los ángeles vienen a visitarle, y volviendo al cielo anuncian a los otros: «¡Hay uno vestido de lana (sufi) que sobre la tierra se dedica al servicio divino!» Es así que desde el profeta Set, la designación de «vestidos de lana» se da al grupo de los sufies. Esta narración ilustra la explicación más común de la palabra sufí. Biruni ofrece otra, acercando la palabra árabe sufí a la griega sophos (sabio). (idem, vol.IV, pag. 443, nota 91). Así, pues, no puede haber diferencia alguna entre el verdadero sufí y el verdadero chiíta.

(13) Del griego parakletos, «defensor, intercesor»; procedente del verbo parakale, «llamar a sí».

(14) H. Corbin, op. cit. vol. IV, pag. 437.

(15) Idem. vol. IV, pag. 304.

(16) Idem. vol. IV, pag. 305.

(17) Idem. vol. IV, pag. 438.

(18) Idem. vol. IV, pag. 438.

(19) Idem. vol. IV, pag. 440.

(20) Juan, XIV, 18-19.

(21) Idem. vol. IV, pag. 440.

(22) El Cristianismo, en sus orígenes alude claramente a esta Parusia del Señor. Ver por ejemplo, la Epístola de Santiago, V 7 y 8: «Tened paciencia, hermanos míos, hasta la Parusia del Señor. Ved: el labrador, en la esperanza del precioso fruto de la tierra, espera pacientemente hasta que recibe la lluvia de otoño y la de primavera. Vosotros también sed pacientes, afirmad vuestros corazones, ya que la Parusia del Señor está cerca».

Hay que leer también el extraordinario testimonio de Pedro (otro testigo de la Parusia en el Monte Tabor, con Santiago y Juan; Mateo XVII, 1 y 9), en su primera epístola: «No es, en efecto, mediante la fe de las fábulas ingeniosamente imaginadas que os hemos hecho conocer el poder de la Parusia de nuestro Señor Jesucristo, sino como testigos oculares de su Majestad. En efecto…» (leer la continuación del texto en la primera Epístola de Pedro, I, 16 y 12).

(23) H. Corbin, vol. IV, pag. 458 y 459.

(24) La Familia Inmaculada: el profeta Mohammad, su hija Fátima y los doce Imames.

(25) H. Corbin, op. cit. vol. IV.

(26) Los Hermanos Karamazov .