El hombre y su ángel

Lluïsa Vert

Del libro de Henry Corbin El hombre y su ángel. Iniciación y caballería espiritual (ed. Destino, Barcelona,1995) quisiéramos destacar y analizar el capítulo titulado «La iniciación ismailí o el esoterismo y el Verbo». Se trata de uno de los últimos trabajos de este autor, en el que analiza un texto del siglo tercero del calendario musulmán llamado El libro del sabio y el discípulo, un relato iniciático tan sorprendente como interesante, cuya autoría es de difícil atribución.

Es importante en el texto al que nos referimos la claridad, tanto conceptual como espiritual, con la que el autor expone los fundamentos de la «tradición hermética», tema sobre el que está centrado el presente número de la puerta. He aquí, a modo de resumen, algunas de las ideas que desarrolla Corbin en relación a la tradición hermética y al Libro santo revelado.

Corbin comienza presentando el problema común a todas las «religiones del Libro», que corresponden a las tres ramas de la tradición abrahámica, es decir Judaísmo, Cristianismo e Islam; escribe sobre ello:

«En efecto, todo el sentido de la vida está centrado para esta comunidad en el fenómeno del Libro santo revelado, en el sentido verdadero de este Libro; ahora bien, el sentido verdadero es el sentido interior, oculto bajo la apariencia literal, y desde el momento mismo en que los hombres desconocen o rechazan este sentido interior mutilan la integridad del Verbo, del Logos, y comienza el drama de la Palabra perdida».(1)

Según nuestro autor, aferrarse a la literalidad o a la ignorancia, rechazando el sentido interior o esotérico que «es el sentido verdadero porque es el espíritu y la vida del Libro Santo revelado»,(2) es privarse uno mismo de dicho espíritu y vida, condenándose, inevitablemente, a una muerte espiritual cierta y lo que es más terrible a la pérdida de la auténtica Tradición por falta de candidatos a la búsqueda de dicha Palabra

En la tradición shiíta, el depositario del sentido oculto y verdadero, es decir, de la gnosis del Libro, es el Imam, él es la «llave» de la revelación porque tiene el poder de abrir el acceso a la comprensión del Libro; así mismo y bajo otro aspecto, también es el «arca de la Alianza», ya que une el cielo con la tierra.

Si no hay un Imam, es decir, un conocedor verdadero de los secretos del cielo y la tierra de los que habla el Libro, éste se vuelve mudo; sin él, la «Palabra está perdida y no hay resurrección de los muertos»,(3) puesto que la Palabra profética es lo que transmite la vida y da acceso a un nuevo nacimiento.

Por eso, tradicionalmente se dice que, al «tiempo de la profecía», le sucede el «tiempo de la walayat» (que en persa significa ‘amistad’), dando a entender que, al tiempo de la Ley promulgada por un profeta, le sucede el tiempo de la iniciación espiritual llevada a cabo por los Amigos de Dios, o los Imames. En el Imam está contenida la ciencia del Libro y por medio de él, el «Libro habla» puesto que él conoce por propia experiencia de qué trata el Libro y además tiene el poder de transmitirlo.

Corbin declara la necesidad de que el carisma profético se perpetúe en el mundo «incluso tras la venida del profeta del Islam, que fue «el Sello» de los profetas enviados para revelar una Ley nueva».(4) Ello es así, porque la actualización del misterio profético es la prueba que manifiesta la equidad divina, siempre presente, como explica uno de los personajes del relato que hemos mencionado al principio:

«Es preciso que la ignorancia del hombre sea compensada, equilibrada por un contrapeso, que no puede ser más que un conocimiento directamente inspirado por Dios. […] Los seres humanos a quienes este conocimiento es inspirado son los llamados Amigos de Dios, y son ellos quienes hacen contrapeso a la carencia de la criatura humana, y en eso consiste la equidad divina: en suscitar los contrapesos que equilibran la ignorancia de los hombres».(5)

Sin embargo, para que la presencia de los Amigos de Dios no desaparezca de este mundo, tiene que producirse una transmisión del espíritu del Libro a través de los tiempos, y para que ésta tenga lugar, es necesaria una «doble demanda»:

«Primero, demanda de la gnosis que es la resurrección espiritual; segundo, demanda de aquél a quien el gnóstico podrá, a su vez resucitar, y que será el heredero legítimo al cual transmitirá lo que le ha sido confiado […] El adepto no es verdaderamente un fiel hasta que ha conseguido que otra persona se convierta en adepto fiel semejante a él».(6)

Con estas afirmaciones, se completan los tres aspectos fundamentales que corresponden a los temas centrales del relato iniciático que se desarrolla en el capítulo que hemos citado, es decir: la resurrección de los muertos por medio de la gnosis, la necesidad de la transmisión del legado confiado y como consecuencia de ello, la actualización del tiempo de los profetas.

A este último punto, Corbin dedica un apartado titulado «El tiempo de los profetas no ha terminado todavía», demostrando que, si bien, debido al fanatismo de los literalistas, la transmisión de la gnosis se ha visto obligada a seguir unas vías ocultas, esta transmisión jamás ha cesado, ya que su permanencia «es condición necesaria para la pervivencia del mundo y del hombre» (7) y, como hemos apuntado antes, prueba de la justicia divina.

Igualmente, es un ineludible deber del hombre, la «demanda» o la búsqueda de estos depositarios de la tradición, al igual que tales depositarios buscan un heredero para transmitirle el legado a ellos confiado, para asegurar así «la pervivencia del mundo y del hombre»

Confiamos que la presentación de estos breves fragmentos del texto de Corbin animen al buscador sincero a la lectura y meditación de su obra.

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(1): El hombre y su ángel. Iniciación y caballería espiritual,p. 85.

(2): Ibídem, p. 88.

(3): Ibídem, p. 91.

(4): Ibídem.

(5): Ibídem, p. 162.

(6): Ibídem, p. 96.

(7): Ibídem, p. 173.