EL HILO DE PENÉLOPE I REFLEXIONES SOBRE LA «ODISEA»

La Odisea es, como la Ilíada, un romance de caballería análogo a nuestros cantares de gesta, cuyo sentido hermético no se puede negar. Pero los poemas de Homero se remontan al siglo IX a. de C. Los caballeros a los que se refiere son los aqueos.

Al igual que en el ciclo del rey Arturo y la Mesa Redonda, la Odisea es la historia de una búsqueda, la del oro fino. Procuraremos mostrarlo en este estudio.

Nuestros profesores de historia han calumniado mucho a los antiguos caballeros, dedicados, como se decía entonces, al noble oficio de las armas. Se les presenta como guerreros brutales e incultos. Pensar así es ignorar sus escuelas iniciáticas fundadas por el emperador Carlomagno, su código caballeresco y su civilización, expresados en las célebres narraciones de Tristán e Isolda, Merlín el Encantador y el hada Viviana, y tantas otras.

I. LOS ORÍGENES DE LA «ODISEA»

Siete ciudades se han disputado el honor de ser el lugar de nacimiento de Homero (1)

Según Victor Bérard (2),en el cual nos basamos aquí, el autor de la Odisea habría vivido en alguna ciudad jónica de Asia Menor a orillas del mar Egeo, tal vez en Mileto o en Esmirna. Una cierta mezcla de culturas produjo allí, en el siglo IX (3) a. de C., una civilización muy refinada, que, tal vez, se expresó con la perfección jamás igualada del hexámetro homérico. Los pueblos no viven aislados. La XXII dinastía reinaba en Egipto; hacía cien años que Hiram, rey de Tiro, y Salomón habían muerto; era el tiempo de los profetas Elías y Eliseo en Samaria, bajo el rey Acab, y de Jezabel la Tiriana.

Al comienzo de este siglo IX, los aqueos (4), expulsados del Peloponeso por las invasiones dorias, se refugiaron bajo el nombre de jonios en sus dominios de Asia Menor, donde preservaron sus tradiciones y sus recuerdos. Tal vez, en algunas de aquellas ciudades marítimas aún reinaba una monarquía de Antiguo Régimen, que alegaba tener ascendencia neleida, un parentesco con la gloriosa sangre de aquel Néstor, uno de los Argonautas, que vivió durante tres generaciones y que también participó en la guerra de Troya. Ésta era la hipótesis de Victor Bérard y no es insensato imaginarla. (5)

La Odisea nos describe una civilización a la vez ciudadana y caballeresca. En las ciudades se reunían las asambleas de ciudadanos en las que participaban por igual guerreros y príncipes; y en las mansiones, a pesar de su fastuosidad, se practicaba la caridad y la hospitalidad en nombre de Dios:

·  «…Extranjeros y mendigos, todos son de Zeus. Vamos, mujeres: una pequeña limosna es una gran alegría…» (VI, 208 y 209)

Encontramos en la Odisea muchas características de nuestra Edad Media occidental. Era, tal vez en las mansiones de aquellos últimos príncipes aqueos, donde los aedos, troveros y trovadores de la época iban a cantar las gestas de los valerosos antepasados. Pero estos poemas, al menos los de Homero, recitados o cantados, dependían, no obstante, de la escritura. (6) La perfección de estos versos es la de un texto sabiamente elaborado, fijado con precisión por una larga tradición escrita. Por otra parte, parece que este tipo de poemas floreció mucho, aunque sólo se han conservado la Ilíada y la Odisea. (7)

II. DESCRIPCIÓN DE LA «ODISEA»

La Odisea se compone de veinticuatro cantos repartidos del siguiente modo:

Canto I

Invocación a la Musa. Asamblea de los dioses en el Olimpo donde Palas obtiene de Zeus, su padre, el regreso de Ulises a su patria después de la guerra de Troya. En efecto, el héroe estaba retenido por la ninfa Calipso en una isla lejana. Inmediatamente, Palas, disfrazada, se dirige hacia Itaca para reconfortar a Telémaco, el hijo del héroe, y aconsejarle. Penélope, la fiel esposa, al no poder liberarse de los pretendientes que la acucian para que escoja un nuevo esposo, los hace esperar gracias a su célebre ardid.

Cantos II, III, IV y XV (los 300 primeros versos)

Viaje de Telémaco, que parte en busca de noticias aconsejado y protegido por Palas. El relato de Menelao.

Cantos V a XIII (los 184 primeros versos)

Los relatos en casa de Alcínoo. Ulises, liberado de la isla de Calipso, arriba a la de los feacios después de un naufragio. Allí es acogido por la virgen Nausícaa que lo lleva hasta su padre, el rey Alcínoo, a quien Ulises relata sus aventuras.

Cantos XIII (continuación) a XXIII (286 primeros versos)

Ulises regresa a Itaca. Su venganza y la matanza de los pretendientes.

Cantos XXIII y XXIV

El esposo y la esposa. El final.

Así pues, la acción se desarrolla tanto en Itaca o en el Peloponeso, donde el relato de Menelao a Telémaco nos lleva hasta los confines de Egipto, como en la isla de Calipso o, también en la de los feacios, donde Ulises cuenta sus innumerables aventuras al rey Alcínoo; finalmente, volvemos a Itaca para asistir al triunfo de Ulises.

Numerosas partes de la Odisea parecen carecer de vínculo lógico entre sí, por lo que se podría considerar este largo poema, aparentemente inconexo y tan agitado, como compuesto por varios textos diferentes. Pero, por el contrario, desde el punto de vista de la Filosofía Hermética, encontramos en él una notable unidad: esto es lo que aquí desearíamos demostrar.

III. LOS PERSONAJES DE LA «ODISEA»

Son héroes o dioses quymicos; sin embargo, algunos representan a los Adeptos o discípulos del Arte. Veamos, uno por uno, los principales de entre ellos.

Ulises es el personaje central del poema. En griego Odusseus significa el irritado. Este término conviene perfectamente al oro, cuyo dolor se irrita con los sufrimientos de la Gran Obra, que son para él como la pasión necesaria para su resurrección. Pero, para su esposa Penélope, será al final, el dulce esposo que ha regresado en paz.

Aparece por primera vez en el canto V, donde es llamado polutlasque ha sufrido muchopolumetisde numerosos inventos; y polumecanosmuy astuto, lleno de artificios, muy inventivo (V, 203… 214), porque inventa innumerables ficciones bajo las que esconde sus prácticas.

Entre éstas hay que tener en cuenta los famosos relatos hechos a Alcínoo, en cuya casa, este oro, bajo el aspecto de un miserable náufrago, desnudo y repulsivo, es recogido y lavado por la virgen Nausícaa, que lo presenta después al rey Alcínoo, su padre.

Nausícaa, como su nombre indica es la-que-prende-fuego-al-navío. (8)

Estos relatos son como las confidencias del oro al alquimista. Enseña su arte real, que un rey protege y guarda en sí mismo: confidencias de un rey a otro rey, secreto guardado bajo el sello de la ficción. El término artificioso le corresponde perfectamente: enseña con palabras que son como dados trucados, un sentido que engaña a los astutos, quienes toman sus palabras sin el Alma Fina. ¡Oh, sagrado mentiroso en su santa cábala! Alcínoo, cuyo nombre significa el de la inteligencia vigorosa, posee el sentido de las palabras y lo protege de los ignorantes.

A pesar de que, a menudo, los sabios han hablado de forma ingenua, nunca revelaron al exterior su puchero. Sus tratados sólo instruyen a los que están dentro; para los que están fuera, sólo son protrépticos, como dicen los griegos, exhortaciones a la filosofía.

Al principio, este oro se presenta humilde y despreciable. En el canto VI, Ulises llega como náufrago a la isla de los feacios. Es miserable y está desnudo, sucio y horrible de aspecto. Las muchachas huyen al verle.

A su regreso a Itaca, nadie le reconoce al principio, ni siquiera su fiel servidor, el porquero Eumeo, el buen partero, (9) que le introduce, no obstante, en su propia morada. Allí, es recibido como un extranjero necesitado y es objeto de burla por parte de los pretendientes.

Gracias a la cicatriz de una elocuente herida es reconocido, en primer lugar, por los criados de su casa. La primera en reconocerle fue su nodriza Euriclea, la de gran renombre, cuando le estaba lavando los pies:

«… al frotar con sus manos notóle esta mella la anciana, conocióla en el tacto …» (10) (XIX, 468)

La larga ausencia de Ulises y sus humildes disfraces no son nada sorprendentes, pues aquí se trata del oro vegetable confeccionando la Piedra en su primer grado. Es entonces cuando el fermento aurífico desaparece completamente, como tragado por esta tierra, que parece haberlo engullido para siempre; pero no es más que una pequeña isla donde reina la ninfa Calipso, que significa la que esconde, la que cubre o la que envuelve.

Llega entonces el tiempo de la lenta y suave cocción o fermentación, de la que los Maestros dicen: «¡No te canses de cocer!», por el carácter interminable de esta labor. Es una larga prueba para el discípulo que vela junto a su atanor; no tendrá más consolación que la esperanza y la fe, la fe del carbonero, por supuesto. Le convendrá ser, como Telémaco, reconfortado por el adepto Menelao, el esposo de la bella Helena, antes de acudir a Eumeo, el buen partero, y ver por fin su oro resplandecer sobre la tierra.

Pero primero debemos hablar de Penélope.

Es la esposa fiel que espera en casa, la que ve la trama; ese nombre es muy apropiado a esta tejedora que desteje. Se ve asediada por la asiduidad de los pretendientes, esos químicos sin genealogía instalados en su casa, cuyas riquezas disipan en continuos banquetes; esos químicos vulgares saquean la casa de Naturaleza con su ciega codicia. Penélope a esos patanes no se entrega, y de su arte exquisito sólo hereda un marido.

Al no poder librarse de estos importunos, burla su espera:

«Tomaré un marido», les dice, «cuando haya terminado de tejer el sudario del viejo Laertes, mi suegro».

Laertes, cuyo nombre significa el que reúne los pueblos, es, ciertamente, este Arte antiguo, perdido y olvidado.

De noche, a la luz de las hachas, Penélope deshacía el trabajo del día.

«Ella, en tanto, tejía su gran tela en las horas del día y volvía a destejerla de noche a la luz de las hachas.» (II, 104 y 105)

La tejedora nos da aquí la clave de su arte: «De noche», dice, «deshago el trabajo de día.» ¿Qué representa el día? El tiempo que devora toda savia y agota la vida. En nocturna quymica de Penélope, se descose el sudario fatal del Arte sepultado, reanimando entonces su sol, y he aquí la espera de un dulce marido que ha regresado en paz.

La noche, dicen los cabalistas, es el secreto del Señor.

En cuanto a Telémaco, el hijo de Ulises y Penélope, es el discípulo del Arte, el heredero. ¿Acaso no se dice de los discípulos de nuestra filosofía que son hijos de Hermes? Se trata, sin duda alguna, de una filiación legítima y patriarcal y no de una mera forma de hablar.

Su nombre, Telémaco, significa combate lejano, no que esté destinado a combatir a lo lejos, sino con vistas a una meta lejana. Telémaco es un discípulo aún no realizado. En su edad iniciática inmadura, busca su oro perdido.

Así, su fe es la del carbonero, que calienta su horno con carbón de leña. Dice: «Mi fe me es desafío. Los necios ignoran mi dura labor. ¡Cuán lejana en tiempo está mi esperanza de salir de ello! El camino que conduce a la meta se alarga siempre más. Mis cuidados y mi tan lento estudio en esta pista muda me habrían ya desesperado si no fuera hijo de ciencia. ¡Qué oro lejano de paciente estudio!»

Palas Atenea está siempre presente, unas veces al lado de Ulises expuesto a mil peligros, otras, al lado de Telémaco para aconsejarle e instruirle. También está siempre presente en la obra.

Ya desde este comienzo, del que los filósofos han hablado tan poco por ser el fundamento del Arte, Palas nace, totalmente armada, de la cabeza de Zeus. Su nombre, Palas, la define como una diosa virgen. A esta protectora de las artes se la representa con casco, lanza y escudo, la égida de Atenea.

Nadie podría ser introducido en la escuela quymica sin su protección, sin estar bajo su égida. Su ayuda es todopoderosa. Ella es quien conduce la obra desde el comienzo hasta el fin. Aconseja, instruye y reconforta al discípulo.

Al principio, la vemos bajar del Olimpo a Itaca para aconsejar y reconfortar a Telémaco, en su búsqueda del oro perdido:

«…la diosa ligóse a los pies las hermosas sandalias y, lazándose de las cumbres del Olimpo posóse en la tierra de Itaca, bajo el porche de Ulises. Y en el umbral, empuñando la lanza de bronce y en figura de un huésped, cual Mentes, (11) señor de los tafios…» (I, 96 a 105)

Se presenta con el aspecto de un noble viajero, bajo el porche encuentra a los fogosos pretendientes jugando a las fichas en espera del banquete. Estos patanes no se fijan en los visitantes, no reconocen a Palas. Telémaco, por el contrario, se dirige hacia ella y le ofrece la hospitalidad. La hace entrar en casa y le invita al banquete que está preparando. También se lamenta del estado de su casa, expuesta al saqueo de los pretendientes durante la ausencia de su Ulises, de quien ignora si está vivo o muerto.

Palas le da un consejo tan valioso como el oro:

«…Escoge la mejor de tus naves…sal e intenta saber de tu padre…ya te venga a informar algún hombre, ya escuches la fama que venida de Zeus esparce su voz por el mundo; (I, 280 a 283)

Donde primero debe ir es a casa del divino Néstor, antepasado de los príncipes aqueos, en Pilos; luego a Esparta, a casa del rubio Menelao, el feliz esposo de la bella Helena, (12) por quien tantos héroes y dioses han guerreado en el país troyano.

Después de instruir y reconfortar al hijo de la filosofía y engañar a los necios sometidos a la apariencia, Palas regresa a su Olimpo.

«…Tal diciendo, la ojizarca Atenea, marchóse como un ave de mar, escapó en el espacio. Dejó en el corazón de Telémaco fortaleza y valor, y un recuerdo más vivo que antes de su padre. Su alma comprendió y, con el corazón sorprendido, reconoció al dios.» (I, 319 a 323)

Así pues, Telémaco equipa un baje (13), el bajel de la esperanza bendita.

Los necios pretendientes, cerciorándose de la partida del hijo de la casa, meditan su pérdida. Leen en este mar la muerte de Telémaco.

«¿Por qué sale en este mar en búsqueda del oro pesado? -dirán los envidiosos- ¡Qué su sueño le sea fatal destino!»

Pero no hay riesgos en la escuela de Filosofía. Palas, con aspecto de Mentor, acompaña a su discípulo.

«Un tal compañero me garantiza el éxito» -piensa el elegido de los Filósofos. «Con seguridad, seguiré mi pista de oro.»

Telémaco, evitando todas las trampas, regresará sano y salvo a Itaca, donde reencontrará a ese padre tan esperado. Encontrar a ese oro-padre en cuerpo vivo y palpable, como entonces hizo Telémaco, no está al alcance de todo el mundo.

Dejemos ahora a Telémaco en su vía. Encontrará al adepto Menelao a su regreso de Egipto con la hermosa Helena, su esposa reconquistada, cargado de oro y de riquezas.

El asombroso relato de Menelao será objeto de un próximo estudio.

Pero habrá quienes digan que es fácil dar a las palabras tal o cual sentido, según el deseo o los sueños de éste o aquel. Soñar con la Alquimia a propósito de la Odisea no es comentar. Asimismo, se podrían dar explicaciones totalmente distintas, quizá más convincentes; conforme a la moda o las ideas del momento, se podría imaginar en estos poemas, por ejemplo, una presciencia general de la psicología de lo profundo y explicar Ulises o Penélope a través de la libido. En ciertos círculos muy inteligentes, es de buen tono explicar incluso los Evangelios bajo esa óptica, ¿por qué no con Homero?

No hay que hacer decir a los textos lo que no dicen, añadirán ciertos críticos: la Odisea cuenta, simplemente, las maravillosas aventuras de Ulises, producto de la fértil imaginación de un poeta genial, sacadas, tal vez, de las leyendas de la época.

Sin embargo, ¿acaso se ignora que la Ilíada y la Odisea eran la Biblia de los griegos? ¿El código de su saber y de su verdad? ¿Acaso esta Biblia sólo contenía historias sin fundamento? ¿A quién se conseguiría convencer? ¿Habrían atravesado milenios estos poemas sólo para venir a contarnos historias infantiles? Contemporáneo de aquellos egipcios hieráticos, cuya civilización entera tendía hacia el misterio de la regeneración, cien años después de Hiram y Salomón, ¿acaso el autor de la Odisea no tenía nada más que decir que futilidades?

Pensar esto, creemos que sería como pasar al lado de la realidad sin verla, como los rústicos pretendientes en presencia del dux de Mentes.

La poesía homérica es un himno a esta radiante humanidad, cuyos hombres formaban con los dioses una comunidad de vida y pensamiento que se dirigía hacia la apoteosis del héroe divinizado. ¿Acaso no es éste el objeto de la tradición que nos viene de nuestro Padre Antiguo?

En este siglo técnico, economicista y productor, muchas luces se han apagado. ¿Acaso ya no hay entre nosotros más que rumiantes y bestias salvajes? Entonces, ¿quién encenderá su linterna con el espíritu del sol para ir al encuentro del Hombre?

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(1) Esmirna, Rodas, Colofón, Salamina, Quío, Argos y Atenas.

(2) No podríamos escribir sobre la Odisea sin rendir homenaje a la memoria de Victor Bérard, cuyas obras sobre este poema encantaron nuestra juventud, curiosa de helenismos. El texto que hemos seguido es el que preparó para la Société Guillaume Budé en 1925. La traducción (la francesa que aparece en Le Fil de Pénélope, ed. La Table d’Emeraude, París, 1996), que citamos es la suya, Librerie Armand Colin, París, 1932. Sus escritos sobre la Odisea constituyen una verdadera enciclopedia desde el punto de vista histórico y literario: Les Navigations d’Ulysse, Librerie Armand Colin, París, 1927-1929, 4 vol. Les Phéniciens et l’Odysséeídem, 1927, 2 vol.; Introduction a l’Odyssée, coll. Les Belles Lettres, ed. Gallimard, París, 1933, 3 vol. Según cuenta la historia, Homero era un ciego a quien «La Musa al darle el canto le quitó la vista.»

(3) Heródoto (484-408) escribía: «Homero vivió cuatrocientos años antes que yo.»

(4) Los aqueos conquistaron Grecia a los pelasgos en el siglo XIII a. de C. Pero a su vez, fueron invadidos por los dorios a comienzos del siglo XI, refugiándose primero en Ática y después en sus posesiones de Asia Menor, bajo el nombre de jonios. Según la cronología del Mármol de Paros, la guerra de Troya habría tenido lugar entre 1218 y 1208.

(5) Ver Bérard, Les Navigations d’Ulyssecit., vol. I, p.12.

(6) ¿Acaso los aqueos ignoraban el alfabeto cien años después de Salomón y sus escribas? Según los griegos, el alfabeto les habría sido dado por Cadmos, rey de Tebas, el cual, según el Mármol de Paros, vivió a finales del siglo XVI. Observemos que la raíz semítica kdm significa el anciano, lo que tal vez, señala su origen fenicio.

(7) En su invocación a la Musa, Homero alude claramente a la existencia de otros poemas del mismo tipo.
«Ven, ¡oh, hija de Zeus!, a decir también a nosotros alguna de sus hazañas» (Odisea I, 10). Véase también en la versión de la Odisea de la ed. Gallimard, coll. Les Belles Lettres, París, 1972, p. 5 en notas, la opinión de Eustato, así como la de Aristóteles: «No sabemos nada acerca de los predecesores de Homero, pero es probable que existieran varios.»

(8) De nausnave y kaio, quemar. N.d.T. en francés vaisseau, es decir, nave, tiene además el sentido de vaso, matraz.

(9) De eunoblemente, bien y maïoô, dar a luz. De aquí proviene la mayéutica socrática o arte de ayudar a los espíritus de la verdad a nacer en el transcurso de una conversación.

(10) Después es reconocido por el porquero y por el vaquero (XXI, 217-221) y, finalmente, por su padre Laertes (XXIV, 331 y sig.). Sobre el origen de esta herida ocasionada durante una cacería en el Parnaso, el Monte de la Poesía, ver Odisea XIX, 440 y sig.

(11) Mentes, jefe de los cicones. Apolo tomó su apariencia para arengar a Hector. Ver la Ilíada, XVII, 73.

(12) Hija de Zeus y Leda. La raíz de su nombre no es evidente. Pensamos ver en ella una alusión al griego als, sal.

( 13) N.d.T.: Bajel en francés vaisseau significa también vaso.