VIRGILIO ALQUYMISTA
ENEAS O EL ORO FILOSOFAL
Emmanuel dHooghvorst
En vano gira las clavijas del arpa quién no sabe qué tono tomar.
N. Valois
A propósito de algunos versos de la VI Bucólica, evocábamos
en «Chromis et Mnasylus in antro...» la cara sepultada en el olvido
de un Virgilio alquymista. La Eneida es un canto a la gloria de la Edad de Oro
de Roma y cuyo retorno, además, el autor iba anunciar en su IV Bucólica.
Quizá algún discípulo de Hermes nos proporcionará
un día el comentario de estos poemas, verso por verso, como si de una
biblia alquymica se tratara; un trabajo muy largo, sin duda, pero no desprovisto
de frutos. Nuestro propósito es más modesto. Quisiéramos
presentar al lector algunos grandes rasgos de Hermes figurados en la Eneida,
pero como vistos desde lejos, con los detalles todavía difuminados.
I. LA HISTORIA DE ENEAS
El relato de Virgilio es, por lo general, conocido: son las aventuras de Eneas,
héroe salvado de la matanza en la toma de Troya, su patria. Virgilio
lo llama pius Aeneas, el piadoso Eneas, por su piedad filial, pero
también por su obediencia a los dioses, pues se sometió totalmente
al destino que éstos le habían fijado. Los romanos le llamaron
pater Aeneas, nuestro padre Eneas.
Para el autor de la Ilíada no era un desconocido. Efectivamente, en
sus versos Homero ya celebraba su sabiduría y su valor. Era un semidiós,
pues tenía a una diosa como madre, Afrodita o Venus, y a un mortal
como padre, Anquises. (1) Durante la guerra de Troya se enfrentó valientemente
con los más bravos guerreros, incluso con el propio Aquiles; (2) su madre,
Afrodita, y Apolo le protegían en los combates. Homero le predijo que
reinaría sobre los troyanos, (3) pero sin precisar más el destino
de este héroe.
El poeta griego Estesícoro, 645-560 a. C., es el primero que conocemos
en haber relatado la llegada de Eneas y sus compañeros a Hesperia
(Italia). Sea como fuere, al final de la Primera Guerra Púnica (ca. 240
a. C.), la creencia en su origen troyano ya estaba fuertemente establecida
entre los romanos; las grandes familias presumían de descender de Eneas
o de sus compañeros. (4) El historiador Tito Livio, contemporáneo
de Virgilio, en su historia romana, Ab Urbe condita libri, también reconoce,
en los primeros párrafos del libro I, el origen troyano de los romanos.
Huyendo de su patria, en poder del saqueo y de la matanza, Eneas se embarcó
con su hijo Ascanio y su anciano padre Anquises, ciego y paralítico.
Lo llevaba a cuestas, al igual que los dioses penates de su patria. La desdichada
Creúsa, su esposa, e hija de Príamo, se contó ¡desgraciadamente!
entre las víctimas de la matanza. Con algunos compañeros
troyanos, Eneas, como Ulises, vagabundeó sobre los mares en busca de
una patria. Al cabo de siete años, se encontraba frente al Lacio, cuando
una tempestad suscitada por la irascible Juno, lo rechazó hacia la costa
de Cartago, en África; allí, Eneas y sus troyanos fueron favorablemente
acogidos por Dido, reina del país, denominada infelix Dido, la
amarga Dido. Dido se prendó de Eneas, pero éste pronto la
abandonó. Por orden de Júpiter, se hizo de nuevo a la mar y dejó
a Dido en la ribera africana, donde ésta se suicidó en una hoguera.
Por fin, nuestro héroe abordó en las riberas de Italia, en la
dulce Campania amada por el poeta, cerca de Cumas, donde alcanzó
el lago Averno. Allí, acompañado por la Sibila, que fue para él
lo que Virgilio fue para Dante, descendió a los infiernos, de donde volvió
a salir vivo. Allí se encontró nuevamente con su padre Anquises,
que le reveló su destino vinculado con el de Roma. Su valor se afianzó
gracias a esa revelación y Eneas reemprendió la ruta hacia el
norte y desembarcó por fin en el puerto de Ostia. Allí, el rey
del país, Latino, le ofreció la mano de su hija Lavinia, pero
antes de poder desposarla tuvo que afrontar nuevos combates.
Hemos resumido mucho esta piadosa leyenda de los orígenes, conservando
sólo sus rasgos más destacados. No obstante, los antiguos poetas
no escribían para decir futilidades y la profundidad de su inspiración
era a la medida de su propósito. Las ficciones poéticas y los
floreos de estilo no eran más que un lenguaje encubierto. Por ello,
el lector debe despojarse aquí de todos los prejuicios aportados por
el racionalismo y el espíritu moderno. La Eneida es una historia real,
la del oro filosofal que alcanza su perfección a través de los
sufrimientos de la Gran Obra. Dicha hipótesis ya había sido expresada
por Dom Pernety y otros anteriores a él.
II. DOS DIOSAS Y UN SEMIDIÓS
Ya en los primeros versos de la Eneida, (5) Virgilio nos da el sentido de su
poema: el piadoso Eneas perseguido por el odio de Juno:
[...] Multum ille et terris iactatus et alto
vi superum saevae memorem Iunonis ob iram. (I, 3-4)
[...] Batido en tierra y en el mar profundo, aquél es rechazado por
la fuerza de los superiores y la cólera de la cruel Juno.
Y un poco más adelante, leemos:
Musa, mihi causas memora, quo numine laeso
quidve dolens regina deum tot volvere casus
insignem pietate virum, tot adire labores
impulerit. Tantaene animis caelestibus irae? (I, 8-11)
Dime las causas, Musa; por qué ofensa a las potencias, por qué
sufrimiento la madre de los dioses precipitó a un hombre con tanta
piedad en tales peligros, forzándolo a afrontar tantas desgracias. ¿Pueden
tener tanta ira las almas divinas?
He aquí desde el principio el sufrimiento de Eneas y la vindicativa
Juno.
«¿Quidve dolens regina deum?» ¿Qué es lo que
había sufrido, pues, la reina de los dioses? El juicio del troyano Paris
es de sobra conocido: al ser excluida Juno, fue Venus quien recibió la
manzana destinada a la más hermosa.
Y ¿de dónde sabemos que era la más hermosa? De que poseía
un cuerpo. La belleza del cuerpo es la perfección del Arte. ¿Se
concibe el Arte sin cuerpo? Venus, pues, era la más perfecta de las diosas.
Además, en alquymia el cuerpo de la Piedra es llamado Venus cuando
está en su estado primero, es decir, que esta Venus es la madre del oro
filosofal fijo y perfecto.
En cuanto a la volátil Juno, es aquel aire tan rebelde y errante que
los discípulos del Arte tienen tanta dificultad en fijar. La errante
Juno está perpetuamente celosa de lo que no posee. Es también
la razón por la que agrede a todos los cuerpos del mundo para destruirlos
y, con el tiempo, acaba siempre con su tarea, excepto en lo que al oro concierne.
Al ser Eneas este fino grano del oro, posee lo que más falta a Juno,
la calidad tangible y palpable. Es hijo de aquel Anquises vuelto ciego y paralítico
a causa de sus amores con Venus.
Ergo age, care pater, cervici imponere nostrae [...]. (II, 707)
Ea, padre querido, monta sobre nuestro cuello [...].
Desde el fondo de los infiernos, donde pronto deberá encontrarse, Anquises
instruirá a su hijo acerca de su famoso destino.
III. LA GRAN CAZA Y LA TORMENTA INICIÁTICA
Después de que la tempestad rechazara a Eneas y a sus compañeros
en las costas de Cartago, la reina Dido los recibió favorablemente y,
prendada de su jefe, les invitó a participar en una cacería donde
se mezclarían amistosamente la juventud troyana y la cartaginense. Pero,
durante aquella jornada, se produjo una tormenta y los cazadores se dispersaron,
cada cual en busca de amparo. En cuanto a Dido y Eneas, se refugiaron en una
misma cueva y allí fue donde tuvo lugar el himeneo.
Toda la naturaleza conspira para rodear de terror el misterio de aquellas nupcias.
Interea magno misceri murmure caelum
incipit, insequitur commixta grandine nimbus. (IV, 160-161)
En tanto, empieza el cielo a estremecerse en confuso zumbido fragoroso. He
aquí la oscura nube mezclada de granizo.
La tormenta es lo que engendra aquel famoso nitro corruscante del que los filósofos
han hablado en sus libros, el agente de toda vitalidad en este mundo.
A partir de entonces, cada cual procura ponerse a cubierto por miedo a que
le caiga el cielo sobre la cabeza:
[...] Et Tyrii comites passim et Troiana iuventus,
Dardaniusque nepos Veneris diversa per agros
tecta metu petiere. (IV, 162-164)
[...] La comitiva tiria y la juventud troyana y el dardanio, descendiente de
Venus, todos desbandados a través de los campos, por temor (al cielo)
buscan un refugio.
[...] Ruont de montibus amnes. (IV, 164)
[...] Los torrentes irrumpen desatados de los montes.
Este nitro, depositándose virgen en la cima de los montes, penetra luego
por los poros de la tierra para engendrar allí los metales, y fluye por
los torrentes para fertilizar los valles.
He aquí las nupcias:
Speluncam Dido dux et Troianus eandem
deveniunt. Prima et Tellus et pronuba Iuno
dant signum; fulsere ignes et conscius aether
conubiis, summoque ulularunt vertice Nymphae. (IV, 165-168)
En una misma cueva bajan Dido y el caudillo troyano. Dan la señal la
Tierra, la primera, y Juno nupcial; entonces brillaron los fuegos y el
éter cómplice de la unión, y en la más alta
cumbre gritaron las Ninfas.
¿Es ésta la descripción de una noche de bodas? Entonces
¿a qué vienen esta Tierra y Juno? ¿De qué señal
se trata? ¿Por qué estos destellos, esta crepitación,
diríamos, siempre y cuando demos también a dicha palabra un sentido
luminoso, de los fuegos y del éter cómplice? ¿Qué
significan aquí los gritos de Ninfas sobre la cumbre? ¿Es realmente
así como se hace el amor en la noche de bodas?
Se trata en realidad de una física completamente distinta. Son las bodas
del cielo y la tierra, operación quymica muy secreta en la que ponen
mano los discípulos de los sabios en el tiempo fijado por la naturaleza.
«Dan la señal la Tierra... y Juno nupcial (favorable a las nupcias)»:
he aquí las bodas del cielo y la tierra, de una tierra filosófica,
por supuesto, y de un aire divino y celeste, en el secreto de una gruta oscura
provista no obstante de un lucernario, como una catedral. Aun siendo Juno un
aire rebelde y errante, la leyenda nos cuenta que Júpiter, su esposo,
logró fijarla: la colgó por las manos en lo alto del cielo y le
fijó los pies en los yunques del oro terrestre de Eneas. Y ¿de
qué señal se trata aquí? Es la crepitación de esta
pura sal nitro, del fuego terrestre y del éter, la porción más
sutil del aire. Y sobre este hermoso nitro fluyen desde lo alto del vaso, cual
gotas de rocío, las partes volátiles de la materia no fijadas
todavía, como lo indican los llantos de las ninfas en tumulto. El verbo
ululare (6) significa en Virgilio, las más de las veces, un tumulto de
mujeres gritando y llorando.
Ille dies primus leti primusque malorum
causa fuit [...]. (IV, 169-170)
Fue aquél día el primero de los males, causa de muerte de Dido
[...].
Dido representa al discípulo que opera en el vaso aquella primera conjunción;
a través del cristal, contempla esta obra admirable de la naturaleza
y del Arte; por ello permanece confundido y prendado de amor para siempre por
este hermoso nitro que crepita, y que después fluye como óleo
santo. Es el Grial de la caballería celestial, untuoso y sabroso, milagro
primero, comienzo de la obra, el disolvente y lo disuelto, la creación
del cielo y la tierra, unidos en uno.
IV. LAS DESVENTURAS DE DIDO
Desgraciadamente, de esta unión ella no esperaba más que el oro
craso; (7) por tanto, no puede seguir a su nitro querido cuando pasa a la otra
orilla. La Naturaleza, dicen, da lecciones y no recibe ninguna. ¡Oh, desdichado
químico que ignora el oro y que muere por él!
Todo el libro IV trata de las desgracias de Dido, víctima del auri caecus
amor. (8) Ya desde el final del primer libro, se va dibujando la pasión
de la reina por la alquymia: su curiosidad no conoce límites acerca de
todo lo que se refiere a la ruina de Troya, leamos: los misterios de la Gran
Obra.
[...] Infelix Dido longumque bibebat amorem,
multa super Priamo rogitans, super Hectore multa;
nunc quibus Aurorae venisset filius armis,
nunc quales Diomedis equi, nunc quantus Achilles. (I, 749-752)
[...] Y la amarga Dido bebía el amor a largos sorbos haciendo mil preguntas
sobre Príamo, tantas sobre Héctor; unas veces preguntaba qué
armadura llevaba el hijo de la Aurora, sobre los caballos de Diómedes,
otras veces por la talla de Aquiles.
El discípulo permanece vinculado para siempre por este milagro del cielo
y la tierra: proseguirá la obra hasta el final, o será su víctima
y morirá quemado por este fuego sobre el que imprudentemente sopló.
Muy pocos alcanzan la meta. ¡Cuántos valientes buscadores han
muerto en camino! Sólo les faltó haber aprendido a leer el oro,
como a la amarga Dido, víctima de un amor sin saber. Los verdaderos buscadores
lo consiguen o mueren en la tarea, por eso la alquymia es una obra sin retorno.
Pero hay dos maneras de no volver de ella: doble o nada, ¡y Dido no tuvo
nada!
Es el dios Mercurio quien revela a Eneas, después de sus bodas, su verdadero
destino deseado por Júpiter. Entonces, el piadoso Eneas ordena que sus
compañeros armen sus naves y se alejen de las orillas de Cartago. El
libro IV termina con la visión de la sangrienta hoguera sobre la cual
se suicida y arde la infortunada reina, en tanto que las velas de los troyanos,
bogando hacia la otra orilla, se despliegan en alta mar.
V. VISITA INTERIORA TERRAE RECTIFICANDO INVENIES OCCULTUM LAPIDEM (9)
Tras contar la muerte de Dido por el fuego, Virgilio orienta entonces su relato
hacia el misterio de la palabra y de la hermenéutica necesaria.
Eneas atraca primero en Sicilia. Allí, su difunto padre Anquises se
le aparece en sueños; le recomienda navegar, por fin, hacia Italia. La
Sibila de Cumas le espera allí y le guiará por los meandros del
mundo subterráneo para su instrucción última. También
es allí donde el viejo Anquises le revelará la edad de oro (V,
724 y sigs.).
La Sibila era el oráculo del pueblo romano; desempeñaba la función
profética para este pueblo. Cuando la Sibila hablaba, como en Delfos,
un dios hablaba por su boca, pero el sentido de las palabras no era claro para
los consultantes, que no siempre las entendían como era debido.
Inconsulti abeunt sedemque odere Sibyllae. (III, 452)
Se van sin respuesta, odiando la sede de la Sibila.
Igualmente, muchos buscadores, a falta de la santa cábala, que es la
única que permite la comprensión de los textos herméticos,
han odiado la alquymia y considerado imposible la Gran Obra.
En compañía de la Sibila, Eneas bajó pues a este infierno
mineral donde el oro se depura y donde se incuba la edad de oro. No describimos
esta bajada cuyos detalles podrán leerse en el libro VI.
Observemos, sin embargo, lo siguiente: cuando el infierno de Dante tiene forma
de embudo, el de Virgilio tiene la de una Y, cuyo significado se remonta a los
pitagóricos.
La primera parte del infierno virgiliano está poblada de almas errantes
y desgraciadas, pero no juzgadas todavía, es decir, en las que ninguna
discriminación ni elección ha podido operarse. Allí es
donde nuestro héroe se encontró, entre otros, con Dido, que había
regresado a los infiernos junto a «su primer esposo» y moraba en
un «bosque umbroso».
Tandem corripuit sese atque inimica refugit
in nemus umbriferum, coniunx ubi pristinus illi
respondet curis aequatque Sychaeus amorem. (VI, 472-474)
Al final, hostil, se precipita y se acoge en el bosque umbroso donde Siqueo,
su primer esposo, responde a sus cuidados y con el mismo amor le corresponde.
Pero pronto, los visitantes alcanzan una bifurcación:
Hic locus est, partis ubi se via findit in ambas:
dextera quae Ditis magni sub moenia tendit,
hac iter Elysium nobis; at laeva malorum
exercet poenas et ad impia Tartara mittit. (VI, 540-543)
Aquí dice la Sibila la vía se divide en dos. La de
la derecha conduce bajo las murallas del gran Dite. Es el camino de nuestro
Elisio; pero la de la izquierda, la de los males, llama a los tormentos, y conduce
al terrible Tártaro.
La Y es una letra de dos astas, una se inclina hacia la derecha, y la otra
hacia la izquierda. Es la imagen de las dos enseñanzas contenidas en
la misma letra. Por el don del intelecto, los inteligentes escogen la vía
de la derecha, es decir, que siguen el verdadero sentido. También se
la llama vía estrecha porque es poco recorrida. Pero la mayoría
permanece engañada por el sentido vulgar llamado también sentido
siniestro, y guiada sólo por la razón, sigue la vía de
la izquierda que conduce al terrible Tártaro donde conocerá el
furor del tártaro corrosivo.
Era conveniente que fuera la Sibila quien indicase a Eneas la vía de
la derecha, ella, cuyos oráculos ambiguos extravían a unos y enseñan
a otros.
Convendremos que esta Y debía entrar, según la antigua grafía,
(10) en la composición del término alquymia con el fin de avisar
al prudente lector que no hay quymica sin equívoco. Que tenga cuidado
con escoger, si puede, la vía que conduce a las riquezas de la edad
de oro, en vez de extraviarse en el laberinto de los tormentos sin salida de
nuestra edad de hierro.
Respicit Aeneas subito et sub rupe sinistra
moenia lata videt triplici circumdata muro [...]. (VI, 548-549)
[...] Stat ferrea turris ad auras [...]. (VI, 554)
De pronto, Eneas mira al pie de una roca a mano izquierda, y ve un amplio recinto
envuelto en triple muro [...].
[...] Una torre de hierro se alza firme a los aires [...].
Recordaremos el recinto de hierro que rodea la ciudad infernal de Dante;[1]
el hierro indica la helada de los metales.
Ahora dejemos que Eneas vaya hacia su destino bajo la sabia conducta de
la Sibila, depositaria del santo lenguaje. Ella realiza fácilmente lo
que la avara Dido no ha sabido hacer con la violencia de su amor ciego.
«En alquymia todo parece incoherente para el principiante», dicen
los filósofos, «pues encuentran mil palabras para designar una
misma materia y por otra parte, ninguna la designa claramente».
En la Eneida, la Gran Obra es enseñada varias veces, desde el comienzo
hasta el fin, bajo el velo de la sabia poesía. Las contradicciones
sólo son aparentes; según su propio testimonio, los filósofos
no han escrito para instruir a los ignorantes, tampoco han escrito para los
codiciosos.
Nunca acabaríamos de comentar a Virgilio; es hora, no obstante, de poner
término a este estudio. No hemos podido resistirnos al placer de evocar
mínimamente esta gran figura de Filósofo y Poeta, uno de los prototipos
humanos más logrados de Occidente.
_________________
[1]. Anquises, de la raíz ak, pinchar, ser puntiagudo. Efectivamente,
encontramos egxos, pica egxein, lanza. Según
la leyenda, Anquises, amado por Venus a causa de su belleza, recibió
los rayos de Júpiter y fue paralizado por haberse vanagloriado de sus
relaciones con la diosa.
2. Ilíada XX, 258.
3. Ibídem XX, 302 y sigs.
4. Así, los Julo, de los que descendía el conquistador de las
galias, alardeaban de descender de Eneas por vía de su hijo Ascanio
o Julo. Igualmente, los Memmii pretendían descender de Mnesteo, los Sergii
de Sergesto y los Cluentii de Cloanto, los tres eran compañeros de Eneas.
Véase Eneida V, 114-123.
5. El texto citado es el que fijó H. Goelzer y tradujo A. Bellesort
para la Société Guillaume Budé: Enéide, ed.
Les Belles Lettres, París, 1967. Proponemos nuestra propia traducción.
6. Véase Eneida II, 488. No obstante, en otros lugares este término
significa sencillamente gritos y tumultos de mujer: XI, 190 y XI, 662,
etc.
7. El oro de Cartago, por oposición al oro de Roma.
8. El amor ciego del oro (Eneida I, 349).
9. Visita el interior de la tierra y rectificando encontrarás
la piedra oculta. Las iniciales de la frase en latín forman el
acrónimo vitriol, vitriolo.
10.Quymica, del griego, xumeia, fusión.
11. La Divina Comedia, Infierno VIII, 78.
[1]Anquises, en griego 'Agc
shj, de la raíz ¢k, pinchar,
ser puntiagudo. Efectivamente, encontramos gcoj, pica
y gce
h, lanza. Según la leyenda, Anquises, amado
por Venus a causa de su belleza, recibió los rayos de Júpiter
y fue paralizado por haberse vanagloriado de sus relaciones con la diosa.
[1]Ilíada XX, 258.
[1]Ibídem XX, 302 y sigs.
[1]Así, los Julo, de los que descendía el conquistador de las
galias, alardeaban de descender de Eneas por vía de su hijo Ascanio
o Julo. Igualmente, los Memmii pretendían descender de Mnesteo, los Sergii
de Sergesto y los Cluentii de Cloanto, los tres eran compañeros de Eneas.
Véase Eneida V, 114-123.
[1]El texto citado es el que fijó H. Goelzer y tradujo A. Bellesort
para la Société Guillaume Budé: Enéide, ed.
Les Belles Lettres, París, 1967. Proponemos nuestra propia traducción.
[1]Véase Eneida II, 488. No obstante, en otros lugares este término
significa sencillamente gritos y tumultos de mujer: XI, 190 y XI, 662,
etc.
[1]El oro de Cartago, por oposición al oro de Roma.
[1]El amor ciego del oro (Eneida I, 349).
[1]Visita el interior de la tierra y rectificando encontrarás
la piedra oculta. Las iniciales de la frase en latín forman el
acrónimo VITRIOL, vitriolo.
[1]Quymica, del griego cume
a, fusión.
[1]La Divina Comedia, Infierno VIII, 78.
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[1]La Divina Comedia, Infierno VIII, 78.
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