LAS
BODAS CABALÍSTICAS DEL REY
A
propósito del Quijote (II, 19 a 21)
Carlos del Tilo
Introducción
En la segunda parte del Quijote,
Cervantes nos cuenta la historia de «Las Bodas de Camacho el
rico con el suceso de Basilio el pobre» (1), cuyo contenido
tradicional nos ha parecido evidente.
El ensayo que ofrecemos tiene por
objeto proponer al lector un comentario cabalístico de este
episodio a partir del análisis literal del texto.
De entrada se nos plantea una
cuestión que tal vez parecerá absurda y fuera de lugar a la
mayoría de los respetables académicos cervantistas españoles:
¿Es Cervantes un cabalista
enmascarado? ¿Podemos afirmar que, en realidad, aquí nos habla
Cervantes de las bodas cabalísticas del Rey? Intentaremos
comprobarlo.
Según las investigaciones del
profesor Leandro Rodríguez, publicadas en su libro Don
Miguel, judío de Cervantes (2), parece probable que el autor
del Quijote no naciera en Alcalá de Henares, sino en el pueblo
de Cervantes, cerca de Sanabria, en los montes de León. Antes de
la Inquisición, esta región tenía fuerte densidad de
población judía. Cervantes pues, sería de origen judío, hijo
de padres conversos, que escondieron su verdadera identidad bajo
el nombre de su pueblo de nacimiento.
Eso lo confirma la Sra. Ruth
Reichelberg, profesora de la Universidad de Bar-Han, cerca de Tel
Aviv, en un excelente ensayo publicado en francés, en 1989: Don
Quichotte ou le roman d'un juif masqué (3). Gracias a su
formación hebraica, la autora intuye por instinto el sentido
verdadero del mensaje cervantino.
Hace unos años, Dominique Aubier
ya había olfateado lo mismo (4). El desconocimiento de esta
realidad hebraica en la obra de Cervantes ha hecho que los
comentarios de la casi totalidad de los cervantistas desde el
siglo XVIII fueran superficiales, sin lograr penetrar más allá
de la máscara que Cervantes tuvo que imponerse por evidente
prudencia. Estudiar la literatura española de los siglos
XVI-XVII, sin tener en cuenta el hecho judío es ignorar
voluntariamente una parte integrante de España, a la que hay que
añadir las aportaciones de la cultura islámica, sin olvidar
además todo el conjunto de la cultura clásica, propio del
Renacimiento, o sea el hermetismo griego. Pero eso es otro tema.
A pesar de la terrible represión
decretada en 1492, a pesar de todos los esfuerzos de limpieza de
la sangre, la mancha ha quedado, y precisamente, es lo que formó
la peculiar riqueza del genio español: tres religiones hijas de
Abraham, tres culturas, tres lenguas unidas en un mismo pueblo. Y
¿quién puede negar que gran parte de la gloria del siglo de Oro
español fuese debida a esta mancha? ¿No eran conversos la
mayoría de sus representantes más brillantes, empezando por el
maestro Cervantes? Hay que reconocerlo. También es cuando la
lengua castellana alcanzó su perfección.
Pese a los decretos reales y a la
intolerancia inquisitorial, la fusión profunda entre judaísmo y
cristianismo se realizó, como en secreto, gracias a los primeros
cabalistas cristianos y, a partir de España, se difundió en
toda Europa.
Pero esa reforma en profundidad
iniciada dentro de la Iglesia en los siglos XIV y XV por sus
representantes más eruditos e iluminados y en mayoría
conversos, no fue asumida por la jerarquía. Si hubiese
aprovechado la Iglesia esa ocasión de reformarse desde dentro,
tal vez no se hubiera producido la rebelión de los partidarios
de Lutero, desde luego celosos en su lucha contra los abusos del
clero, pero desgraciadamente poco instruidos respecto a los
misterios de su tradición. Y en su Contrarreforma, la Iglesia no
se reformó, sino que al contrario, endureció su acción
represiva y de rechazo a todo lo que hubiera podido enriquecerla.
En el capítulo XXI de la primera
parte, con una punta de picardía, Cervantes hace decir a Sancho:
«Sea por Dios, que yo cristiano
viejo soy, y para ser conde esto me basta. Y aun te sobra, dijo
don Quijote; y cuando no lo fueras, no hacía nada al caso;
porque, siendo yo el rey, bien te puedo dar nobleza sin que la
compres...» (5).
Una nobleza pues, que no se compra
con dinero. Así pues, Sancho es cristiano viejo, pero don
Quijote de la Mancha, simplemente dice: soy el rey (lo que
permite sospechar que no es cristiano viejo). El cristiano es el
criado y el judío es el amo. Es el mundo al revés según la
óptica de la Iglesia oficial. Soy el rey, soy el cabalista, el
que da auténtica nobleza al cristiano; éste no puede despreciar
su fundamento hebraico, ya que depende de él, lo mismo que
Sancho de don Quijote.
Y eso es precisamente lo que
hicieron los cristianos cabalistas.
Respecto a este fundamento
hebraico del cristianismo, leamos lo que decía A. de Nebrija:
«No consintáis que las Sagradas
Letras sean profanadas por hombres ignorantes de todas las buenas
artes. Favoreced los ingenios. Y realzad aquellas dos luces de
nuestra religión ya extinguidas, las lenguas griega y hebrea...
Mientras la otra lengua (e.d. el hebreo) está despreciada y, si
se lograre lo que éstos desean, muy en breve esta lengua tan
venerada como antigua, a la que fueron confiados los principios
de nuestra religión, quedará envuelta en tinieblas. Pues si se
prohibe la lectura de los códices hebreos o si los hacen
desaparecer, los disipan, desgarran y queman, si creen que en
modo alguno nos son necesarios los libros de los griegos en los
que fueron echados los cimientos de la Iglesia primitiva,
forzosamente nos veremos envueltos en aquel caos antiguo,
anterior a las Sagradas Escrituras; los hombres, privados de las
dos antorchas de las Sagradas Letras, habremos de estar dando
vueltas en las tinieblas de una noche sin fin» (6).
*
Precisamente, del rey vamos a
hablar a propósito de este episodio de las Bodas de Camacho. El
rey es Basilio, por supuesto, ya que en griego, rey se
dice basileus. Pero antes de intentar comentarlo será
necesario presentar un breve resumen de esta historia del rico y
el pobre.
Resumen
Basilio, que vivía en el mismo
pueblo que los padres de Quiteria,
«se enamoró de ella desde sus
tiernos y primeros años y ella fue correspondiendo a su deseo
con mil honestos favores, [...] Fue creciendo la edad»,
y el padre de Quiteria decidió
casar a su hija con el rico Camacho, ya que Basilio era pobre.
Llega el día de la boda, a la que van a asistir don Quijote y su
escudero. La suntuosidad de la fiesta estaba en relación con la
riqueza del prometido: música, cantos, bailes, representación
teatral y danzas alegóricas; en cuanto a la comida, era «tan
abundante que podía sustentar a un ejército». Al mirar todo
eso y sobre todo al olerlo, Sancho se quedó boquiabierto y
admirado por las riquezas de Camacho.
Aparecen los novios acompañados
por el cura y la parentela de entrambos. Antes de empezar la
ceremonia del matrimonio, se presenta Basilio ante Quiteria, a la
que reprueba su ingratitud, y puesto que estaban prometidos desde
siempre, para que pueda casarse con Camacho, se mata con la punta
de acero de su bastón y cae bañado en su sangre. Moribundo,
pide a Quiteria que le dé la mano de esposa, así podrá morir
en paz y Quiteria casarse con Camacho. Don Quijote apoya la
petición del herido. Finalmente Quiteria dice sí y el cura les
da la bendición.
En este momento se levantó en pie
Basilio y sacó el estoque;
«se halló que la cuchilla había
pasado no por la carne y costillas de Basilio, sino por un
cañón hueco de hierro que, lleno de sangre, en aquel lugar bien
acomodado tenía».
Los acompañantes de Camacho,
burlados por la estratagema de Basilio, quieren vengarse y sacan
sus espadas, pero don Quijote, «a caballo y con la lanza sobre
el brazo» se puso delante y
«a grandes voces decía: Quiteria
era de Basilio y Basilio de Quiteria, por justa y favorable
disposición de los cielos, que a los dos que Dios junta no
podría separar el hombre y el que lo intentare, primero ha de
pasar por la punta desta lanza».
Todos se quedaron sosegados y
convencidos por las razones de don Quijote.
«Camacho quiso que las fiestas
pasasen adelante como si realmente se desposara, pero no
quisieron asistir a ellas Basilio ni su esposa ni secuaces, y
así se fueron a la aldea de Basilio» acompañados por don
Quijote y Sancho al que «se le escureció el alma por verse
imposibilitado de aguardar la espléndida comida y fiestas de
Camacho... y así se dejó atrás las ollas de Egipto.»
Interpretación
«Apenas la blanca aurora había
dado lugar a que el luciente Febo con el ardor de sus calientes
rayos las líquidas perlas de sus cabellos de oro
enjugase...»
Parece que, desde el principio,
Cervantes nos quiera sugerir algo. Dice El Mensaje
Reencontrado: «Cuando hayamos asido al Señor por su
cabellera dorada...» (XIX, 29) Este oro celeste es la clave del
conocimiento y el secreto de la Cábala. El caballero andante que
logra asirlo ha encontrado a la Dama de sus pensamientos y
celebra sus bodas cabalísticas.
«... cuando don Quijote
sacudiendo la pereza de sus miembros, se puso en pie y llamó a
su escudero Sancho, que aun todavía roncaba; lo cual visto por
don Quijote, antes que le despertase, le dijo:¡Oh tú,
bienaventurado sobre cuantos viven sobre la haz de la tierra pues
sin tener invidia ni ser invidiado, duermes con sosegado
espíritu! [...] Duerme, digo otra vez y lo diré otras
ciento, sin que te tengan en continua vigilia celos de tu
dama... Duerme el criado y está velando el señor, pensando
cómo le ha de sustentar, mejorar y hacer mercedes. La congoja de
ver que el cielo se hace de bronce sin acudir a la tierra con
el conveniente rocío no aflije al criado, sino al señor, que ha
de sustentar en la esterilidad y hambre al que le sirvió en la
fertilidad y abundancia. A todo esto no respondió Sancho,
porque dormía...»
Sancho, el criado, duerme; es el
hombre de este mundo, el hombre carnal; mientras tanto, su señor
está velando y le
«tienen en continua vigilia celos
de su dama».
El criado y su amo parecen
representar como las «dos partes de nuestro compuesto caído y
provisional», de las que habla El Mensaje Reencontrado:
la bestia y el ángel (XXIII, 17).
No es el criado, pues, sino su
señor que está:
«afligido por la congoja de ver
que el cielo se hace de bronce sin acudir a la tierra con el
conveniente rocío».
Está afligido porque el cielo no
derrama la Bendición, y con Isaías, canta: «¡Oh
cielos! derramad desde arriba vuestro rocío; y lluevan las nubes
al justo: ábrase la tierra y brote al salvador, y nazca
con él justicia. Yo, el Señor lo he creado» (XLV, 8).
«Está afligido» pues, porque el
bronce no suena; con bronce se hacen las campanas y su sonido es
el mismo que la voz del Señor que resuena cuando crea el mundo,
o dicho de otra manera, en el momento de las bodas del cielo con
la tierra. Es lo que está esperando don Quijote, mientras duerme
el asno.
El criado sirve a su amo en la
fertilidad y abundancia de este mundo, porque le da el soporte
imprescindible para su manifestación. En cambio, el amo le ha de
sustentar, mejorar y hacer mercedes en la esterilidad y hambre de
los sentidos brutos.
«Despertó, en fin [Sancho]
soñoliento y perezoso, y volviendo el rostro a todas partes,
dijo: De la parte desta enramada, si no me engaño, sale un
tufo y olor harto más de torreznos asados que de juncos y
tomillos: bodas que por tales olores comienzan, para mi
santiguada, que deben de ser abundantes y generosas.»
¿Qué es lo que despierta al
hombre carnal? No es por cierto el perfume del rocío celeste,
sino ¡el olor del tocino asado! ¡Desde luego, éste no es
judío! Antes de contarnos las fiestas y ceremonia de la boda,
Cervantes sólo nos habla de Sancho y de su comportamiento ante
el espléndido banquete que están preparando los cocineros y
cocineras «que pasaban de cincuenta». Esta descripción ocupa
más de dos páginas, lo que parece poner en evidencia el
contraste que existe entre Sancho-Camacho por un lado y don
Quijote-Basilio por otro.
Sancho representa Esaú, pues lo
mismo que Sancho, que no piensa sino llenarse la panza, Esaú
dice a Jacob: «Dame de esa menestra roja que has cocido, pues
estoy sumamente cansado. Por esa causa se le dio después el
apellido de Edom» (Gén. XXV, 30). En cuanto a Camacho
-en hebreo camah significa mucho- de alguna manera
también se identifica con Esaú por su riqueza en el mundo, ya
que dijo Esaú: «Tengo mucho» (Gén. XXXIII, 9); le
contestó Jacob: «Tengo todo». El todo es la unión del cielo y
la tierra de los cabalistas. Lo mismo podrá decir Basilio
después de realizar su boda. Observemos que don Quijote es quien
defendió su causa.
Ahora este rústico Sancho nos va
a dar su opinión sobre los protagonistas de esa boda, una
opinión conforme con su llana razón de hombre profano:
«Mas que haga lo que quisiere: no
fuera él pobre y casarse con Quiteria. ¿No hay más sino no
tener un cuarto y querer casarse (o alzarse) por las nubes?
A la fe, señor yo soy de parecer que el pobre debe de
contentarse con lo que hallare y no pedir cotufas en el golfo
(7)».
«Casarse por las nubes» es
precisamente lo que va a realizar Basilio y lo que Camacho, el
rico en este mundo, no puede hacer: casarse con el cielo.
Covarrubias dice que casar viene de casa (8):Casarse
es hacer casa, el cielo en casa, pues es el cielo terrestre.
(Casar, del hebreo qsr, vincular). En efecto, Quiteria
en hebreo es Keter yah, Keter, la corona, la
primera sefirah; Yah es yod, la segunda sefirah, Hokmah
(Sabiduría) y hé, la tercera, Binah (Inteligencia).
Quiteria representa las tres primeras Sefirot, las del mundo de
la Emanación. Se trata del principio sutil de la cábala, pero
para Sancho eso es pedir una cosa imposible. No olvidemos que
Sancho es cristiano viejo, pues para él la cábala es un sueño
herético de los judaizantes.
Qtr es también el
incienso (y el verbo qtr significa unir, vincular),
el humo del incienso que une el cielo con la tierra. A partir de
la emanación de las tres primeras sefirot empieza el mundo de la
creación, o sea las bodas cabalísticas del Rey (Basilio) cuya
finalización es Malkut, la última sefirot; allí, el Rey
está en su reino.
Quiteria también podría aludir a
la raíz árabe Qtr y significaría la que
llueve, la que desciende por goteo, o sea, el rocío celeste
del que hemos hablado. Qitr, es cobre. Qatr,
es incienso.
Citerea es uno de los nombres de
Venus, porque al nacer, el Céfiro la llevó a aquella isla.
«Yo apostaré un brazo que puede
Camacho envolver en reales a Basilio, y si esto es así, como
debe de ser, bien boba fuera Quiteria en desechar las galas y las
joyas que le debe de haber dado, y le puede dar Camacho, por
escoger el tirar de la barra y el jugar de la negra (espada) de
Basilio [...] Sobre un buen cimiento se puede levantar un buen
edificio y el mejor cimiento y zanja del mundo es el dinero.»
La palabra dinero procede de denario,
cuyo significado es lo que se refiere o contiene el número 10,
o sea la Palabra divina.
Sancho cita aquí un refrán, al
parecer cabalístico, que no es capaz de entender si no es en un
sentido profano; desde luego, las perlas no son para los cerdos.
¿Cómo puede saber este asno que el mejor cimiento del mundo
para levantar el buen Edificio, que es el Templo, es el denario,
o dicho de otra manera, el oro del Templo?
«Por quien Dios es Sancho, dijo a
esta sazón don Quijote, que concluyas con tu arenga...»
Las declaraciones de Sancho
parecen escandalizar a don Quijote, ya que sin duda alguna el
dios de Sancho es el dinero; admira a Camacho por sus riquezas y
desprecia al pobre. «No podéis servir a Dios y a Mamona (9)» (Mt.
6, 24).
Luego empieza la fiesta con
«...danza de artificio y de las
que llaman habladas. Era de ocho ninfas repartidas en dos
hileras: de la una hilera era guía el dios Cupido y de la
otra el Interés. Las ninfas que al Amor seguían... eran Poesía,
Discreción, Buen Linaje y Valentía. Las que al Interés
seguían eran: Liberalidad, Dádiva, Tesoro y Posesión
pacífica...
»Dijo don Quijote: ¡Bien ha
encajado en la danza las habilidades de Basilio y las riquezas de
Camacho!»
Este comentario de don Quijote
pone de relieve el contraste que existe entre la hilera guiada
por Cupido o sea las habilidades de Basilio, y la guiada por
Interés, las riquezas de Camacho.
¿Y cuáles son las habilidades de
Basilio? Cupido guiaba: 1. Poesía, del griego poieo,
crear, engendrar. 2. Discreción, del latín
discernere, separar la verdad del error, lo puro de lo
impuro. 3. Buen linaje, la descendencia de Abraham. 4.
Valentía, fuerza, valor, en latín virtus.
En cambio, las cuatro seguidoras
de Interés están relacionadas con la riqueza. Covarrubias
explica que «Interesal es el que no haze cosa graciosa
[gratuita] sino moviéndose siempre por su interés y provecho.
El interés es la polilla de la virtud. Nuestro Redemptor dixo
que al que atesora en el cielo está seguro de la polilla». El
interés humano pues, es lo opuesto al amor de Dios, o sea
Cupido.
El Amor canta:
«Yo soy el dios
poderoso
en el aire y en la tierra
y en el ancho mar undoso,
y en cuanto al abismo encierra
en su báratro espantoso.
Nunca conocí qué es miedo;
todo cuanto quiero puedo,
aunque quiera lo imposible,
y en todo lo que es posible
mando, quito, pongo y vedo.»
En cambio dijo el Interés: «Soy quien
puede más que Amor,
y es Amor el que me guía;
Soy de la estirpe mejor
que el cielo en la tierra cría,
más conocida y mayor.
Soy el Interés, en quien
pocos suelen obrar bien,
y obrar sin mí es gran milagro;
y cual soy te me consagro,
por siempre jamás, amén.»
«Sancho Panza, que lo escuchaba
todo dijo: El rey es mi gallo: a Camacho me atengo.- En fin, dijo
don Quijote, bien se parece, Sancho, que eres villano y de
aquellos que dicen: ¡Viva quien vence!»
«El rey es mi gallo, a Camacho me
atengo». Dice la nota 23 de L.A. Murillo:
«En las contiendas de gallos, el
que apostaba indicaba su preferencia con la frase: ¡Este es mi
gallo! Sancho quiere decir que el que vence es mi gallo y me
atengo a la riqueza y el poder».
Así, Sancho se equivoca en su
apuesta, ya que el rey y el que vence no es Camacho, sino Basilio
(Basileus). Hay que observar que, tal como lo hemos visto,
don Quijote también se presenta como el rey. Así pues, podemos
deducir de ello que Dulcinea representa para don Quijote lo mismo
que Quiteria para Basilio.
Y cuando vio don Quijote a
Quiteria,
«parecióle que, fuera de su
señora Dulcinea del Toboso, no había visto mujer más hermosa
jamás».
Y más adelante dice don Quijote:
«Mirad, discreto Basilio:
opinión fue de no sé qué sabio que no había en todo el mundo
sino una sola mujer buena...»
Mucho apostaría que este sabio
del que Cervantes no quiere dar el nombre es un rabino cabalista
que canta las alabanzas de la Shekinah.
«...y daba por consejo que cada
uno pensase y creyese que aquella sola buena era la suya, y así
viviría contento».
Esta única mujer buena sabemos
quien es: Shekinah, en hebreo es la Presencia divina en
el hombre, o sea que reúne a los dos que estaban separados,
por eso dijo el Señor: «No es bueno que el hombre esté solo,
le haré una ayuda frente a él». Sin ella, no hay regeneración
posible para el Adán exiliado en este mundo.
«...bien se parece, Sancho, que
eres villano y de aquellos que dicen: ¡Viva quien vence! -No sé
de los que soy, respondió Sancho, pero bien sé que nunca de
ollas de Basilio, sacaré yo tan elegante espuma como es esta que
he sacado de las de Camacho.- Y enseñóle el caldero lleno de
gansos y gallinas y asiendo de una, comenzó a comer con mucho
donaire y gana.»
Ahora llegan los novios
acompañados por el cura que se prepara para la ceremonia de la
bendición nupcial.
También se presentan los
parientes y amigos. En este momento es cuando aparece
«...un hombre vestido al parecer
de un sayo negro».
Basilio viene para morir a este
mundo y renacer en el mundo por venir. Dice Covarrubias: «Sayo:
...los que hazían penitencia pública se vestían destos sacos,
echándose ceniça en la cabeza. En la primitiva Iglesia fué
hábito de penitencia, y se llamó saco benedicto, que oy dezimos
San Benito, insignia de la Santa Inquisición, que echa sobre el
pecho y espaldas del penitente reconciliado.»
Es normal que Basilio lleve el
Sambenito, ya que por ser cabalista habrá tenido problemas con
la Inquisición.
«...jironado de carmesí a
llamas»,
las llamas significan la
purificación por el fuego. Covarrubias: «Carmesí, del
hebreo karmil, púrpura».
«Venía coronado, como se vio
luego, con una corona de funesto ciprés».
Este árbol se planta en los
cementerios, o sea en las cenizas de los antepasados. Ver El
Mensaje Reencontrado: «Recordemos que el culto de los santos
antepasados completa el culto de Dios, que es el Viviente de
eternidad.- Adoremos el sol de vida y no despreciemos las cenizas
de los Antepasados» (XIV, 9).
El culto de los santos
antepasados, que completa el de Dios, es también el culto de su
mensaje escrito, de su Palabra que dice la edad de Oro; nos lo
han dejado en herencia como fieles Servidores de Dios.
Pero esas palabras de los
antepasados han quedado como cenizas, ya que han muerto en el
olvido de los hombres que no saben revivificarlas. El ciprés
simboliza la muerte por la que ha de pasar el rey, lo mismo que
el oro físico, que ha de disolverse en su propia substancia. La
corona de ciprés, desde luego, alude a la corona Keter, que
primero mortifica antes de vivificar; y podemos imaginar que se
levantará este rey con una corona de laurel; dice Covarrubias
que es «árbol de perpetuo verdor en sus hojas, y entiéndase
está, por esta razón, consagrado a Apolo, el cual fingen los
poetas en perpetua juventud y verdor». La Bendición, Keter,
primero cae sobre la raíz del árbol, luego se eleva: entonces
es el Rey con su corona de oro puro.
«En las manos traía un
bastón grande».
«El Arte negado por pereza, se ve
en naturaleza del rústico bastón», dice EH (10). Este bastón
puntiagudo, en el sacrificio de Basilio, va a devolver la medida
a lo desmesurado; este medio natural va a unir lo más alto con
lo más bajo.
«Llegó, en fin cansado, y sin
aliento, y puesto delante de los desposados, hincado el
bastón en el suelo, que tenía el cuento de una punta de
acero.»
«...hincado el bastón en el
suelo»,
podría indicar la naturaleza
fija, corpórea y sensible del Conocimiento o Gnosis.
«...mudada la color, puestos los
ojos en Quiteria, con voz tremente y ronca estas razones dijo:
Bien sabes, desconocida Quiteria, que conforme a la santa ley
que profesamos, que viviendo yo, tú no puedes tomar esposo...
muera, muera el pobre Basilio».
¡Muera el pobre para vivir, y
viva el rico para morir!, pues tengo que morir, o sea
sacrificarme, a fin de poder unirme contigo. Es lo que enseña la
santa Ley que, en secreto, profesamos; la alusión a la Torá es
clara. Basilio, con el Sambenito, todavía profesa su santa
Ley-Torá. Camacho-Esaú no profesa nuestra Ley, y Esaú es Edom,
la Roma cristiana perseguidora de los judíos, que quiere
acaparar a la Torá, pero al encerrarla en sus ritos es incapaz
de hacerla fructificar. Los doctores de la Iglesia están
actuando como los de la ley de Moisés, a los que en su época,
recriminaba Jesús: «¡Ay de vosotros doctores de la ley! porque
habiendo tomado la llave de la gnosis, no habéis entrado
vosotros mismos, y, a los que querían entrar se lo habéis
impedido» (Lucas XI, 52).
Esta llave, desde luego, es el Don
de la Cábala.
Otro perseguidor de los judíos
fue el Faraón, por eso Cervantes, al final de la historia
menciona las ollas de Egipto a propósito de las de Camacho. Así
pues, lo mismo que Moisés, que se apoderó del Elohim del
Faraón -o sea que hizo bajar a Isis, a fin de salir con su
pueblo de la tierra de servidumbre e ir hacia Canaán, la tierra
de abundancia, donde fluye la leche y la miel-, igualmente
Basilio se adueña de la Quiteria de Camacho y, con los suyos, se
va a su aldea, dice Cervantes.
Covarrubias explica que aldea es
nombre griego, del verbo al-dainw, alimentar,
fortificar, crecer, multiplicar. Allí, en esa pura tierra de
promisión es donde va a crecer el Rey, fortificándose y
multiplicándose hasta su perfecta maduración áurea.
El padre de Quiteria había
decidido casar a su hija con Camacho, igualmente Isaac quería
transmitir su bendición a su primogénito Esaú, pero la
bendición era para Jacob. Es lo que dice don Quijote:
«Quiteria era de Basilio, y
Basilio de Quiteria por justa y favorable disposición de los
cielos».
«Y diciendo esto, asió del
bastón que tenía hincado en el suelo, y quedándose la mitad
dél en la tierra, mostró que servía de vaina a un mediano
estoque que en él se ocultaba; y puesta la que se podía llamar
empuñadura en el suelo, con ligero desenfado y determinado
propósito se arrojó sobre él, y en un punto mostró la punta
sangrienta a las espaldas...»
Basilio se sacrifica y, moribundo,
pide la mano de esposa a Quiteria:
«En oyendo don Quijote la
petición del herido, en altas voces dijo que Basilio pedía una
cosa muy justa y puesta en razón, además, muy hacedera, y que
el señor Camacho quedaría tan honrado recibiendo a la señora
Quiteria viuda del valeroso Basilio como si la recibiera del lado
de su padre: Aquí no ha de hacer más de un sí, que no tenga
otro efecto que el pronunciarle, pues el tálamo de estas
bodas ha de ser la sepultura.»
Covarrubias cita un proverbio muy
cabalístico: «Mesurada como novia en tálamo». Allí la novia
encuentra la medida; dar mesura a lo desmesurado es volverlo
conocible: La Gnosis.
Queda claro que don Quijote
profesa la misma Ley que Basilio y Quiteria. Esta es la santa,
única y misteriosa Ley del Señor de Amor. Nuestro hidalgo sabe
que el Rey debe morir, tomar su vida en el cielo y madurarla
sobre la tierra. ¡Muera el pobre para vivir, y viva el rico para
morir!
«Estando pues, asidos de las
manos Basilio y Quiteria, el cura tierno y lloroso, los echó
la bendición».
Acordémonos de Isaac, engañado
por la estratagema de Jacob; éste es quien recibió la
bendición en lugar de Esaú su hermano; aquí ocurre lo mismo:
el cura es engañado y Basilio es quien recibe la bendición en
vez de Camacho.
«... el cual [Basilio] así como
recibió la bendición, con presta ligereza se levantó en pie»,
se endereza; después de morir,
resucita (ver Gén. XXVIII, 18). «Levantándose pues,
Jacob al amanecer, cogió la piedra que se había puesto por
cabecera, y erigióla como una columna y derramó aceite encima»
El Mesías, Mesiah, es el ungido (de Msh, ungir).
«Quedaron todos los circunstantes
admirados, y algunos dellos, más simples que curiosos, en altas
voces comenzaron a decir: ¡Milagro, milagro! Pero Basilio
replicó: ¡No milagro, milagro, sino industria, industria!»
Covarrubias nos dice: «Industria
es hazer una cosa de industria, hazerla a sabiendas y adrede,
para que de allí suceda cosa que para otro sea a caso y para él
de propósito».
Hay que notar que en el curso de
toda la historia, Camacho no pronuncia ni una palabra, como si
fuera mudo.
«Finalmente, el cura y Camacho
con todos los más circunstantes se tuvieron por burlados y
escarnidos... de lo que quedó Camacho y sus valederos tan
corridos, que remitieron su venganza a las manos, y desenvainando
muchas espadas arremetieron a Basilio, en cuyo favor en un
instante se desenvainaron casi otras tantas. Y tomando la
delantera a caballo don Quijote, con la lanza sobre el brazo y
bien cubierto de su escudo, se hacía dar lugar de todos... y a
grandes voces decía: Teneos, señores, teneos... Quiteria era de
Basilio y Basilio de Quiteria, por justa y favorable disposición
de los cielos. Camacho es rico y podrá comprar su gusto cuando,
donde y como quisiere. Basilio no tiene más desta oveja,
y no se la ha de quitar alguno por poderoso que sea; que a los
dos que Dios junta no podrá separar el hombre; y el que lo
intentare, primero ha de pasar por la punta desta lanza.»
Por eso se dice:
«Cada oveja con su pareja».
Si necesitáramos otra prueba o
confirmación de que don Quijote no es sino un cabalista
disfrazado, aquí la tendríamos, ya que con esta arenga bien se
expresa como tal.
La palabra evangélica dice:
«...que el hombre no separe los que Dios unió». Las bodas
cabalísticas vuelven a reunir a los que el hombre exiliado
había separado; se trata del NOMBRE de Dios reunificado.
«Basilio no tiene más desta
oveja».
Una nota de L.A. Murillo nos
remite al capítulo 12 del segundo libro de Samuel, donde
se trata «desta oveja» a la que se refiere don Quijote. Se
cuenta el episodio en el que David hizo matar a Uriah a fin de
poder apoderarse de su mujer Betsabé. Entonces se presenta
el profeta Natán en casa de David y le cuenta la siguiente
parábola:
«Había dos hombres en una
ciudad, el uno rico y el otro pobre. Tenía el rico ovejas y
bueyes en grandísimo número; el pobre no tenía nada más que
una ovejita que había comprado y criado, y que había crecido en
su casa entre sus hijos, comiendo de su pan y bebiendo en su
vaso, y durmiendo en su seno, y la quería como si fuera una hija
suya. Mas habiendo llegado un huésped a casa del rico, ni quiso
éste tocar a sus ovejas, ni a sus bueyes para dar convite al
forastero que le había llegado, sino que quitó la ovejita al
pobre, y aderezóla para dar de comer al huésped que tenía en
casa... Oído esto David se indignó contra aquel hombre. Le dijo
Natán: -Ese hombre eres tú.»
Al referirse a esta oveja que
pertenece al pobre, don Quijote quiere apuntar la similitud que
existe entre Quiteria y la mujer de Uriah, Betsabé; Camacho, el
rico, quería adueñarse de Quiteria lo mismo que David de
Betsabé.
En hebreo es Bat Sheva, Bat
Eliam, Eshet Uriah (II Sam. XI, 3). Bat Sheva
es hija de siete, o sea el Alma del mundo; o Bat Sava,
hija de la abundancia; el Alma del mundo es la que enriquece
al pobre en el mundo porvenir. Bat Eliam es hija del
pueblo de mi Dios: el pueblo de mi Dios es la descendencia de
Abraham, la hija de Abraham. Eshet Uriah es mujer del
Fuego de IAH: el Fuego dulce de los cabalistas; o mujer de
la Revelación de IAH, o sea la del Ángel al visitar a
Sarah. Esta revelación es también la del NOMBRE divino: «Seré
el que seré» (ver Ex. III, 14) o si se cambia de
vocalización hebrea: «Seré el Fuego visitando [al hombre],
IAH». He aquí, confirmado por don Quijote, el sentido
cabalístico de la historia de las bodas de Camacho.
Aquí, con la discreta alusión a
«esta oveja», sólo por un instante, Cervantes levanta su
máscara: Quiteria es Bat Sheva, el Alma del Mundo, el
Fuego de los cabalistas, el río de oro que secretamente genera,
en este mundo, el siglo de oro de los Bienaventurados.
Después de la arenga de don
Quijote, todos quedaron sosegados:
«Consolado, pues y pacífico
Camacho y los de su mesnada, todos los de Basilio se sosegaron, y
el rico Camacho, por mostrar que no sentía la burla, ni la
estimaba en nada, quiso que las fiestas pasasen adelante como si
realmente se desposara; pero no quisieron asistir a ellas Basilio
ni su esposa ni secuaces, y así se fueron a la aldea de
Basilio...»
Hemos visto el significado de
«aldea».
«[...] Lleváronse consigo a don
Quijote, estimándole por hombre de valor y de pelo en pecho. A
sólo Sancho se le escureció el alma, por verse imposibilitado
de aguardar la espléndida comida y fiestas de Camacho, que
duraron hasta la noche: y así, asenderado y triste siguió a su
señor, que con la cuadrilla de Basilio iba, y así, se dejó
atrás las ollas de Egipto, aunque las llevaba en el alma,
cuya ya casi consumida y acabada espuma, que en el caldero
llevaba, le representaba la gloria y la abundancia del bien que
perdía; y así, congojado y pensativo, aunque sin hambre, sin
apearse del rucio, siguió las huellas de Rocinante.»
«Se dejó atrás las ollas de
Egipto»: (Exodo XVI, 2-3): «Y murmuró en aquel desierto
contra Moisés y Aarón el pueblo de los hijos de Israel. Les
dijeron los hijos de Israel: ¡Ojalá hubiésemos muerto a manos
del Señor en la tierra de Egipto, cuando estábamos sentados
junto a las calderas llenas de carne y comíamos pan cuanto
queríamos! ¿Por qué nos habéis traído a este desierto para
matar de hambre a toda la gente?».
Al igual que Sancho, congojado al
abandonar las ollas de Camacho, sigue a su señor don Quijote,
asimismo, al abandonar las ollas de Egipto los hijos de Israel,
infieles e incrédulos, siguen a Moisés. Ignoraban que para
poseer la abundancia inagotable de la tierra de Canaán tenían
que atravesar el desierto del hambre, después de dejar atrás la
ilusoria abundancia de la tierra de Egipto. Por eso al principio,
mientras duerme Sancho, dice don Quijote:
«La congoja de ver que el cielo
se hace de bronce sin acudir a la tierra con el conveniente
rocío ni aflige al criado, sino al señor, que ha de
sustentar en la esterilidad y hambre [o sea del desierto] al
que le sirvió en la fertilidad y abundancia [o sea de Egipto]».
Y está escrito en El Mensaje
Reencontrado: «Quien haya soportado sin desfallecer la
pobreza y el abandono por la gloria de su Señor, un día será
colmado de las riquezas del Universo y estará encargado
de distribuir el maná de vida a los creyentes caritativos y
fieles» (XVII, 46«). Es Basilio, el Rey Mesías. «Las riquezas
del Universo», o sea las que el Alma del mundo, la Hija de
siete, Bat Sheva, Quiteria o Dulcinea concede a su
amante fiel.
______________________________
1. Cap. XIX, XX, XXI. Hemos
utilizado la edición preparada por L. A. Murillo, Clásicos
Castalia, Madrid, 1978, Vol. II, pp. 178-203.
2. Leandro Rodríguez, Don
Miguel, judío de Cervantes, Ed. Monte Casino, Zamora, 1992.
3. Ruth Reichelberg, Don
Quichotte ou le roman d'un juif masqué, Ed. Entailles,
Bourg-en-Bresse, 1989.
4. Dominique Aubier, Don
Quichotte prophète d'Israel, Ed. Robert Laffont, Paris,
1966. Traducido al castellano como: Don Quijote, profeta y
cabalista, Ed. Obelisco, Barcelona, 1981.
5. Op. cit., cap. XXI, p.
263.
6. Citado por Carlos Carrete, El
judaísmo español y la Inquisición, Ed. Mapfre, Madrid,
1992, p. 135.
7. es decir, pedir algo imposible.
8. S. de Covarrubias, Tesoro de
la Lengua Española, Ed. Altafulla, Barcelona, 1987.
9. S. de Covarrubias, op. cit.,
dice que Mamona es el dios de las riquezas.
10. Ver LA PUERTA, La
Tradición Griega, «Hilo de Penélope III», p. 36. La
estaca puntiaguda de Polifemo, con la cual Ulises le devuelve el
sentido.
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