EPÍSTOLA
DEL FUEGO FILOSÓFICO
Jean Pontanus
Traducción: A.
Ballester
Introducción:
Tenemos el gran placer de ofrecer
a nuestros lectores esta auténtica perla de la literatura
alquímica del s. XV, titulada en latín Epístola de Igne
Philosophorum de Johannes Pontanus.
En la introducción a la
traducción francesa (1), su autor interpreta el seudónimo de
nuestro autor anónimo:
Pontanus procedería de dos
palabra griegas, pontios, que designa la divinidad del mar
y anuo, que significa lo que acaba o realiza una
obra; es el «medio» sin el cual es imposible llevar a
cabo una labor.
Recomendamos encarecidamente a
todos los inquisidores de la ciencia hermética, la atenta y
repetida lectura de esta breve enseñanza de un maestro
verdadero.
Epístola del
fuego filosófico
Yo, Jean Pontanus, he visitado
múltiples regiones y reinos -a fin de conocer verdaderamente
qué es la Piedra de los Filósofos- y después de haber
recorrido los confines del mundo sólo he encontrado falsos
filósofos y farsantes. Sin embargo, por un continuo estudio de
los libros de los Sabios, aumentándose mis dudas, he encontrado
la verdad; pero aún conociendo la materia he errado doscientas
veces antes de poder encontrar la operación práctica de esta
verdadera materia.
Primero, empecé mis operaciones
por las putrefacciones del cuerpo de esta materia durante nueve
meses y no encontré nada. Durante algún tiempo la puse al baño
maría y del mismo modo erré.
La mantuve y puse en un fuego de
calcinación durante tres meses, y operé mal. Intenté y probé
todos los géneros y modos de destilaciones y sublimaciones,
según lo que los Filósofos dicen o parecen decir, por ejemplo
Geber, Arquelaos y casi todos los demás y tampoco encontré
nada.
Por último, intenté alcanzar y
perfeccionar el objeto de todo el Arte de Alquimia, de todas las
maneras imaginables: por el estiércol, el baño, las cenizas y
por otros mil géneros de fuego que los Filósofos mencionan en
sus libros; pero no descubrí nada válido.
Por lo cual, durante tres años
seguidos estudié los libros de los Filósofos, sobre todo el
único Hermes, cuyas breves palabras comprenden todo el
magisterio de la Piedra, aunque hable de un modo muy obscuro de
las cosas superiores e inferiores, del Cielo y de la Tierra.
Por lo tanto, toda nuestra
aplicación y nuestros cuidados sólo deben estar dirigidos hacia
el conocimiento de la verdadera práctica, en la primera, segunda
y tercera Obra .
No se trata del fuego de baño, de
estiércol, de cenizas ni ninguno de los otros fuegos que nos
evocan y describen los filósofos en sus libros.
Entonces, ¿cuál es aquél fuego
que perfecciona y acaba la Obra entera desde el principio hasta
el final? Ciertamente, todos los Filósofos lo han ocultado; pero
yo, con movido por un impulso de misericordia, quiero declararlo
junto con la completa realización de toda la Obra.
La Piedra de los Filósofos es
única y es una, pero oculta y envuelta en la multiplicidad de
distintos nombres y antes de que puedas conocerla pasarás muchas
fatigas; difícilmente la encontrarás por tu propio ingenio. Es
acuosa, aérea, ígnea, terrestre, flemática, colérica,
sanguínea y melancólica. Es un azufre y también plata viva.
Tiene varias superfluidades que,
te lo aseguro por el Dios viviente, se convierten por medio de
nuestro fuego en verdadera y única Esencia. Y quien -creyéndolo
necesario- separe alguna cosa del objeto, seguro que nada sabe de
Filosofía. Ya que lo superfluo, lo sucio, lo inmundo, lo vil, lo
fangoso y por lo general toda la substancia del objeto se
perfecciona por medio de nuestro fuego en un cuerpo espiritual
fijo. Esto, los Sabios nunca lo han revelado, y , como
consecuencia, pocas personas llegan a este Arte, pues imaginan
que algo sucio y vil debe ser separado .
Ahora debemos manifestar y extraer
las propiedades de nuestro fuego; si este conviene a nuestra
materia tal como lo he dicho, es decir, si es transmutado junto
con la materia. Dicho fuego no quema la materia, nada separa de
ella, no divide ni aparta las partes puras de las impuras, tal
como dicen todos los Filósofos, pero convierte todo el objeto en
pureza. No sublima a la manera de Geber, Arnaldo y todos los
demás que han hablado de sublimaciones y destilaciones. En poco
tiempo se realiza y perfecciona .
Este fuego es mineral, invariable
y continuo, no se evapora si no es excitado en exceso; participa
del azufre, es tomado y proviene no de la materia sino de otro
lugar.
Todo lo rompe, disuelve y congela,
igualmente congela y calcina; es difícil de encontrar por la
industria y por el Arte. Dicho fuego es compendio y resumen de
toda la Obra, sin tomar ninguna otra cosa o por lo menos poco,
este mismo fuego se introduce y es de débil ignición; porque
con este pequeño fuego es realizada toda la Obra y juntas son
hechas todas las requeridas y debidas sublimaciones.
Los que lean a Geber y todos los
demás Filósofos, aunque vivieran cien millones de años, no
podrían comprenderlo, pues este fuego sólo se puede descubrir
por la única y profunda meditación del pensamiento, después
será posible comprenderlo en los libros, y no de otra manera.
Por lo tanto, el error en este Arte es no encontrar este fuego,
que convierte la materia en la Piedra de los Filósofos.
Concéntrate, pues, en este fuego,
porque si yo lo hubiese encontrado en primer lugar no hubiese
errado doscientas veces sobre la propia materia.
A causa de ello, ya no me
sorprende que tantas personas no consigan llegar a la
realización de la Obra. Yerran, erraron y errarán siempre, en
cuanto a que los Filósofos sólo han puesto su propio agente en
una sola cosa, que Artefius ha nombrado, pero hablando sólo para
sí mismo. Si no fuese porque he leído a Artefius, lo he oído y
comprendido nunca hubiese llegado a la realización de la Obra.
He aquí cuál es dicha práctica:
se debe tomar la materia con gran diligencia, triturarla
físicamente y colocarla en el fuego, es decir, en el horno; pero
también hay que conocer el grado y la proporción del fuego. A
saber, es preciso que el fuego externo tan sólo excite la
materia; en poco tiempo este fuego, sin manipularlo para nada,
ciertamente realizará toda la Obra. Ya que putrifica, corrompe,
engendra y perfecciona la obra entera, haciendo aparecer los tres
principales colores, el negro, el blanco y el rojo. Y mediante
nuestro fuego la medicina se multiplicará, si está conjunta con
la materia cruda, no sólo en cantidad sino también en virtud.
Busca, pues, este fuego con todas
las fuerzas de tu espíritu y llegarás a la meta que te has
propuesto; pues él es quien hace toda la Obra y es la llave de
todos los Filósofos, y en sus libros nunca la han revelado. Si
piensas muy profundamente en las propiedades de este fuego antes
descrito, lo conocerás, pero de otro modo, no.
Así pues, conmovido por un
impulso de misericordia he escrito esto, pero para quedar
satisfecho debo decir que el fuego no está en absoluto
transmutado con la materia como dije antes. He querido decirlo y
advertir a los prudentes de estas cosas, para que no gasten
inútilmente su dinero y sepan de antemano lo que deben buscar,
por este medio llegarán a la verdad del Arte, de otra manera,
no.
A Dios
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1. Introducción de M. Bernard
Biebel. Ed. de la Maisnie, Paris 1981.
2. El texto original de la Epístola
del fuego del fuego filosófico se encuentra en la Biblioteca
Nacional de París, manuscrito 19969. Una transcripción del
mismo existe en el Theatrum Chimicum, p. 816 del tomo III, en la
edición de 1602.
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