SOBRE
GÓNGORA Y EL ALMA PEREGRINA
Pere Sánchez
Ferré
Tal vez la España barroca fue un
país envuelto en un sueño, una república de hombres originales
que vivían fuera del orden mundano, como lo sugiere la imagen
cervantina apuntada por González de Cellórigo(1). Por esta
razón había poetas extraños, poetas oscuros como Luis de
Góngora y Argote, que se tomaban en serio la idea del poeta como
terapeuta de almas; aún no habían olvidado las enseñanzas de
los antiguos: entienden que la poesía es el lenguaje más
cercano a la divinidad y la inspiración de las Musas es un don
celeste, que el poeta es el "vates" que vaticina, a
través del cual se expresa la profecía. Entienden que la
poesía edifica, como el fuego de Dios, y por eso deifica. El
propio Góngora lo expresa en una conocida carta:
¿Han sido útiles al mundo las
poesías y aún las profecías (que vates se llama al profeta
como al poeta)? Sería error negarlo (2).
El lenguaje profético es oscuro y
pocos pueden descifrarlo; a la poesía de Góngora le ocurre algo
parecido y muchos de sus coetáneos le atacan por ser oscuro; se
le acusa, además, de arcaizante e inútil. Góngora se defiende:
Honra me han causado hacerme oscuro a los ignorantes.. Y
es que don Luis, el "Cisne de Andalucía", pretende
deleitar al entendimiento sólo de aquellos que son capaces de
descubrir lo que está debajo de esos tropos y recuerda a
todos que al entendimiento (y no a la inteligencia vulgar)
no le satisface nada si no es la primera verdad (3).
La oscuridad no era como pudiera
suponerse, un factor estético de moda entre culteranos y
conceptistas (4), sino la mejor manera de acercarse a esa primera
verdad, difícil de definir y fijar por medio del lenguaje
conceptual que hablamos. La gran poesía, como la profecía, son
oscuras porque muestran velando; es así como los ciegos son
instruidos sobre la gama de colores.
Contestará Góngora a sus
detractores que es su propia malicia -y no la oscuridad de sus
versos- lo que les impide atravesar las cortezas y poder
descubrir lo misterioso que encubren (5). Abundancia de
luz, dirá su discípulo Vázquez Siruela (6); porque nunca
tanta oscuridad produjo tal claridad para aquellos que
entendieron y aún hoy entienden de qué hablaba en realidad
nuestro "Homero español".
Góngora es -que duda cabe- hijo
de su tiempo y participa de los valores tradicionales que cierta
elite española había puesto en boga. Vive en un medio cultural
embebido de cultismo, en el que se pretende ennoblecer la lengua
española acercándola al latín, tanto en léxico como en
sintaxis; Góngora dedica grandes esfuerzos a esa tarea. Es
propio de la tradición hacer lo más nuevo de lo más viejo,
expresando de múltiples formas y en épocas diferentes, un mismo
y único mensaje. Y Góngora llena sus poemas de palabras nuevas,
muy viejas; esos cultismos rescatados por nuestro poeta, esas
palabras nuevas/viejas las empleará -además- con su sentido
etimológico intacto. He aquí algunos ejemplos: Usa concluir
como cerrar, del latín concludere, estudio, estudio, como
voluntad, del latín studium; insulso como necio,
estúpido, del latín insulsus; seguro, como sin
preocupación, que es su sentido etimológico latino; voluble,
como el que da vueltas sobre sí mismo, de volúbilis. (7)
¿Deseo de ocultar o voluntad de
que las palabras vuelvan a decir lo que en su origen decían?
Nuestro poeta es un artesano
metódico que minuciosamente urde una trama y, en palabras de J.
L. Borges, laboriosamente elabora una obra secreta (8). En
sus versos habla de lo de siempre con formas nuevas; poesía para
poetas, dicen algunos; decimos nosotros poesía para creyentes,
para soñadores en vilo que andan esperando la voz profética y
son cautivados por esa rara belleza, ese suave aroma que exhala
el resplandor de lo verdadero. La mejor poesía de Góngora no
habla sino de la primera verdad.
No importa que un poema esté
dedicado a una marquesa, a un conde, a una gesta célebre o a un
personajillo de circunstancias, porque en casi todos ellos hay
perlas que esperan ser descubiertas por os buscadores. De uno de
ellos, dedicado a Juan Rufo, jurado de Córdoba, extraemos
algunos fragmentos que sirven de ejemplo a lo que decimos:
...si mi bella
dama,
en cuyo generoso
mortal manto
arde, como en un
cristal de templo santo,
de un limpio
amor la más ilustre llama-
tu musa inspira
(...)
y honrarte ha,
en premio de tu dulce canto,
no de verde
laurel caduca rama,
sino de
estrellas inmortal corona
(...)
siendo tuya la
voz, y el canto de ella. (9)
Otro soneto dedicado a la supuesta
boda entre el príncipe de Gales y la Infanta María, empieza
así:
Undosa tumba da
al farol del día
quien ya cuna le
dio a la hermosura,
el Sol que
admirará la edad futura
el esplendor
augusto de María (10)
Si en este soneto Góngora nos
habla del advenimiento de Cristo y la Edad de Oro, también su
obra Soledades lleva ese nombre porque en ella se trata de
la edad del Sol, es decir, de la Edad de Oro, como el mismo poeta
lo apunta: era del Sol edades ciento...(11)
Nada es gratuito en su obra, su
lectura es difícil y, como es habitual, los grandes
especialistas en Góngora no quieren prestar atención a esa
lectura hermética que su obra encierra. Son capaces de cualquier
interpretación, excepto de aquella que implique reconocer que
nuestro escritor tiene un misterio con que deleitarnos, y que es
el sujeto mayor de su producción poética. Si toma como modelo a
los clásicos es también porque Horacio, Ovidio, Virgilio y
muchos otros se refirieron constantemente a esa añorada Edad de
Oro, al estado del hombre exiliado en este mundo y a su destino
en relación con la divinidad.
Ocurrió tal vez, que un día de
1594, meditando Góngora sobre nuestra precaria condición, duro
destierro, (12) sintió el deseo de plasmar en un poema qué
es lo que nos había ocurrido, por qué habíamos caído en este
mundo, por qué habíamos sido encerrados en esta tierra.
Entonces escribió este soneto magistral:
Descaminado,
enfermo, peregrino
en tenebrosa
noche, con pie incierto
la confusión
pisando del desierto,
voces en vano
dio, pasos sin tino.
Repetido latir,
si no vecino,
distinto oyó de
can siempre despierto,
y en pastoral
albergue mal cubierto
piedad halló,
si no halló camino.
Salió el sol, y
entre armiños escondida,
soñolienta
beldad con dulce saña
salteó al no
bien sano pasajero.
Pagará el
hospedaje con la vida;
más le valiera
errar en la montaña,
que morir de la
suerte que yo muero. (13)
Salcedo Coronel apunta bien cuando
dice que el tema de este soneto le parece casi el mismo de
Soledades (14). Ciertamente, también en esta obra -que comenzó
a escribir diez años después del soneto que nos ocupa- el
personaje central es un peregrino naufragante [...] del
Océano pues antes sorbido, y luego vomitado, que halló
hospitalidad donde halló nido. (15)
Ese protagonista, como veremos a
continuación, es el alma que baja a encarnarse en este mundo con
un objeto elevado, pero que puede quedar atrapada en él y perder
la posibilidad de retornar a su fuente.
Empedocles dice que el alma es escupida
del mar a tierra y habla así de su nacimiento: Yo
también soy ahora [...] exiliado de los dioses y vagabundo (16).
La divinidad -dirá el filósofo presocrático- reviste el alma
con una túnica de carne que le es extraña (17). El tema
del alma que viene a peregrinar a un lugar que no es propiamente
el suyo, pero que necesita de él, es común en todas las
tradiciones espirituales del mundo grecolatino y cristiano.
También tienen ese sentido las peregrinaciones a la Meca,
Jerusalén o Santiago de Compostela.
Escribe Platón en el Faidros que
las almas han estado en medio de un coro bienaventurado, pero que
han caído al mundo de la materia y han sido apresadas por un
cuerpo, a la manera de una ostra. (18)
Synesius explica que el alma que
penetra en esta vida encarnada es presa de una especie de
embriaguez, pues bebe un brebaje (el Leteo) que le hace olvidar
lo que ha visto en su residencia anterior. De igual manera,
cuando deja esta vida recibirá otro brebaje de olvido.(19) En
los mismos términos se expresa Macrobio en El sueño de
Escipión.
Platón dirá que cuando el alma
va camino de la encarnación se hace pesada, débil, lenta y
finalmente pierde las alas, es decir, queda atrapada en el
cuerpo.(20).
Todo ello está expresado también
en la Biblia de diferentes maneras; así en Éx. XV, 13,
Dios dice a Abraham: Ten por cierto que tu simiente
peregrinará en tierra ajena, y será esclava allí, y será
oprimida. Y en II Cor. V, 6 y 7 dice San Pablo: Así
estamos siempre confiados, persuadidos de que, mientras
peregrinamos en este cuerpo, estamos ausentes del Señor, porque
deambulamos por fe y no por visión. (Tomamos la versión de
la Vulgata, que es la que menos altera los textos
originales).
Antes de penetrar en un cuerpo, el
alma peregrina del poema está errando sin lugar: la
confusión pisando del desierto, pero pronto oirá ese repetido
latir... de can siempre despierto. Entonces es seducida por
esa voz animal, que es lo que atrae las almas hacia los cuerpos.
Ese repetido latir distinto al de can siempre despierto
no es ya el de la constelación del Can mayor, donde Sirio,
la estrella más brillante del firmamento -la Sotis de los
egipcios, consagrada a Isis-: No es su proximidad lo que oye,
sino el latir de la encarnación (21).
Afirma Platón en el Fedón que,
como marca de la entrada del alma en la bóveda sublunar, existe
el cráter astral llamado Liber Pater, situado entre
Cáncer y Leo, significando que allí llega la embriaguez por
primera vez a las almas que descienden (22).
Luego, nuestra alma gongorina, en
pastoral albergue [...] piedad halló si no halló camino.
Esa piedad -del latín pius- tenía originalmente el
sentido de sacrificio, de expiación y purificación; y también
cumplir con los deberes para con los dioses. Parece claro, pues,
que Góngora nos está hablando del objetivo de nuestro descenso
a este mundo. Jámblico afirma, como otros autores, que mientras
está en el cuerpo, el alma sufre castigo y nosotros vivimos para
expiar faltas. Recordemos que en la Eneida, Eneas es
llamado pius.
En su descenso, el alma -ese no
bien sano pasajero»- es atraída por una soñolienta
beldad con su piel de armiño, que es la piel animal. Es así
como cae en la trampa del cuerpo y queda atrapada en él. El
alma, que ha bajado para liberarse, cae en la trampa de este
mundo y experimenta los placeres sensibles. Dice Synesius que el
alma baja en la primera vida como mercenaria (a buscar el
botín, las riquezas en la encarnación), pero en realidad acaba
convirtiéndose en esclava. La parábola evangélica del buen
samaritano tiene una estrecha relación con todo ello. Según el
comentario de Orígenes, el hombre que baja de Jerusalén a
Jericó es la vida original, antes de la caída; Jerusalén es el
paraíso y Jericó, este mundo; los salteadores son las potencias
adversas que se le prestan en su bajada; las heridas son la
desobediencia y los pecados. Este hombre ha sido dejado medio
muerto, dice Orígenes, porque la muerte actúa sobre la mitad de
la naturaleza humana, puesto que su alma se mantiene inmortal.
Duro destierro,
ciertamente, y por eso tal vez haya almas que prefieran errar
en la montaña -en las alturas celestes-, antes que bajar a
la encarnación y sus avatares, puesto que ello implica
ineludiblemente pasar por la muerte. Este paso difícil es, por
otra parte, el único camino que conduce a la reintegración en
la vida imperecedera. Y como el alma prisionera no puede
liberarse sin la ayuda de su fuente, que se ha mantenido libre
(arriba), ésta debe ayudarla a salir del círculo de la
generación - la errancia y hacerla respirar lejos del mal, como
afirma Proclo en su comentario sobre el Timeo.
Nuestra esperanza es que la
misericordia de Dios actúa sobre las almas extraviadas cuando
nuestros corazones de piedra se abren a su gracia y su amor trasformante.
Entonces, el alma recobra sus alas y retorna a su origen,
enriquecida por la encarnación, puesto que la caída tiene
una finalidad divinamente elevada, que es la adquisición de un
cuerpo bajo y su glorificación en Dios, como nos recuerda
Louis Cattiaux.
Llevarlo a cabo en esta vida es
posible gracias a la iniciación. El alma, que en el cielo es
única (Nous) y se fracciona -individualiza- al bajar a
este mundo, debe volver a su Unidad, a imagen de la historia de
Dionisios, el dios caído en la generación y dividido, que
retornará al cielo unificado. El mito de Isis y Osiris también
nos instruye claramente sobre este misterio.
Esa es nuestra condición Félix
culpa y éste el enigma. ¿Quién será el primero en
resolverlo? Quien muera y resucite.
______________
* He podido escribir este
artículo gracias a la ayuda de mis amigos.
(1) Citado por J. Beverley, en su
edición de Soledades, Cátedra Madrid, 1980, p.23.
Góngora era el poeta preferido de Cervantes, o uno de sus
preferidos.
(2) Reproducido por J. Beverley,
op.cit.p.171
(3) Ibid., p.172-173. Ese es el
sentido de los versos de Dante: ¡Oh, vosotros que tenéis el
entendimiento sano, considerad la doctrina que se oculta bajo el
velo de los versos extraños: Infierno, 61-63.
(4) Vid. E. Orozco, La
polémica de las Soledades a la luz de los nuevos textos. Las
advertencias de Almansa y Mendoza, «Revista de Filología
Española», XLIV; 1961, pp. 44-47.
(5) J. Beverley, Op. cit. p.172
(6) D. Alonso, Góngora y el
Polifemo, Ed. Gredos, Madrid, 1985. I, p.134.
(7) Vid. B.H. Alemany y Selva, Vocabulario
de las obras de Góngora y Argote, Madrid, 1930, pp. 15 y ss.
Por otra parte debemos tener presente que, hasta entonces, la imitatio
era la regla de oro, aunque la imitación de los modelos
clásicos proporcionaba a los poetas inspirados -y no a los
simples imitadores- infinitas posibilidades creadoras. Véase al
respecto, A. de Colombí, Las visiones de Petrarca en el
Barroco español, «Nueva Revista de Filología Hispánica»,
XXVIII, 1979, pp. 288-305.
(8) J.L. Borges, Otras
Inquisiciones, Alianza Emece, Madrid,1976, p.45.
(9) Góngora, Sonetos
completos, edición de B. Ciplijauskaite, Castalia, Madrid,
1989. Entendemos aquí que el poeta es inspirado por su Musa,
pero a esta la inspira esa bella dama, llama del amor más
puro, velada por un generoso mortal manto, de quien el
poeta ha de recibir el mayor de los premios: el oro celeste
corporificado, pues ese es el significado de la inmortal
corona.
(10) Ibid,52
(11) J. Beberley, Op. cit., pp.
46-47.
(12) Góngora, Sonetos
completos, 79.
(13) Op, cit. 80.
(14) García de Salcedo Coronel, Obras
de Don Luis de Góngora, comentadas por García Salcedo Coronel,
Madrid, 1645, p. 300. Esta obra del siglo XVII comenta verso a
verso los poemas de Góngora. Desgraciadamente Salcedo Coronel no
entendió el sentido profundo del soneto y hace de él una
interpretación casi literal, la cual repetirán los estudiosos
de Góngora hasta la actualidad.
(15) Soledades, Soledad
Primera, 27, 34-35.
(16) Empedocles de Agrigento, Los
filósofos presocráticos II, Bib. Clásica Gredos,
Madrid, 1985, pp.239-240.
(17) Ibid. p. 242.
Empedocles llama al nacimiento paseo por fuera.
(18) Citado por V. Magnien, Les
Mystères dÉleusis, Payot, París, 1950, p. 247. Sobre
este tema que nos ocupa, también es de gran utilidad leer el
comentario hecho por Porfirio al Antro de las Ninfas de Homero (Odisea):
«La Puerta», nº 27, 1987, pp. 33-52.
(19) Ibid. p. 248.
(20) El Averno -una de las
entradas del infierno filosófico- significa en griego sin
pájaros. Sobre el Averno, véase Virgilio, La Eneida, VI,
donde se habla también del encuentro de Eneas con las almas,
así como EH.: Virgilio alquimista, «La Puerta», nº 23,
1986, pp. 22-34.
(21) En el siglo XVII la palabra latir
se aplicaba tanto al corazón como al ladrar del perro. Clemente
de Alejandría, al hablar de la estrella de los Magos, emplea el
término aster, que significa estrella o luz, pero
también Sirio la estrella situada en el grado 13 de Cáncer, en
la constelación del Can Mayor: véase al respecto, Ch.
dHooghvorst, Determinismo astrológico y Don del Cielo,
«La Puerta», nº 1, 1981, pp. 46-47. Por otro lado, Quevedo
también dice que la «canícula ladra»: Poesía original
completa, Ed. Planeta, Barcelona, 1990, 314 (edición de J.M.
Blecua).
(22) V. Magnien, Les Mystères
dÉleusis, p. 248. Liber Pater era un dios
asimilado a Dionisios y a Júpiter. Derramaba abundancia,
presidía la fertilidad de los campos y estaba vinculado a la
primavera. Liber significa libre, y uno de los nombres de
Dionisio es Lieo, el liberador o el que desata.
(23) Ibid. p. 249.
(24) Ibid.
(25) Orígenes, Homélies sur
S. Luc, Ed. du Cerf, París, 1962, p. 521.
(26) V. Magnien, Op. cit. p.
251
(27) Louis Cattiaux, El Mensaje
Reencontrado, Ed. Sirio, Málaga, 1978, vers. XV, 7 (el libro
XV se titula La salida).
(28) L. Cattiaux, Op. cit.
XXV, 49. Por esa razón, afirma L. Cattiaux, Los que predican
el rechazo del cuerpo también pierden el espíritu y tienen que
volver a soportar la encarnación en unas tinieblas todavía más
opacas. (XXV, 49). Debemos advertir que la naturaleza
de las reencarnaciones de las que habla L. Cattiaux y la
tradición original no es la divulgada por el ocultismo y el
pseudo esoterismo. Una cosa es el alma y otra muy distinta el
ego, el psiquismo y el mundo astral.
(29) Véase L. Cattiaux, Op
cit., XXII, 50-50. El enigma puede devorarnos, pero
tenemos la primavera, pues como dice Virgilio en las Geórgicas,
es primavera cuando el calor penetra de nuevo en los huesos.
Véase, sobre este tema, Ph. Petit, Ver illud erat. Una
descripción de la primavera en la obra de Virgilio, «La
Puerta», nº 3, 1981 pp. 30-38.
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