SAN AGUSTÍN Y LAS APARICIONES
Athanase Lynxe
Pues el enemigo siempre me encara, triunfante
La mirada de una Virgen o la voz de un niño.
Alfredo de Vigny
Los siglos XIX y XX se han visto marcados por varias apariciones, llamadas
mariales, y por otros fenómenos comparables de los que la Iglesia ha
reconocido el origen divino. Rue du Bac, La Salette, Lourdes, Pontmain, Pellevoisin,
Fátima, Beauraing y Beanneux han hecho historia en el cristianismo contemporáneo.
Presentamos aquí unos extractos de La Ciudad de Dios de san Agustín.
Nos enseña cuánta razón tiene la Iglesia en desconfiar
de las apariciones en general, teniendo en cuenta la posibilidad de su origen
diabólico. Proponemos las citas de este gran doctor, a título
de comparación y como materia de reflexión: «Dejamos, pues,
la cuestión abierta, sin aprobar ni negar en un sentido ni en otro. Queremos
tan sólo advertir contra esta temeridad de afirmar presuntuosamente cualquier
cosa». (XVIII, 52).
I. Los demonios del aire
Según los testigos, las apariciones se elevan en el aire, llevadas por
pequeñas nubes blancas. (Rue du Bac, Fátima, Beauraing, Banneux).
Transparentes, ligeras como soplos, son intangibles (en la Salette «se
deshizo» bajo la mano; en Beauraing alguien «está encima»
sin darse cuenta). Están acompañadas de pequeñas brisas
o de violentas ráfagas de viento (Lourdes, Fátima, Beauraing,
Banneux).
«[...] Efectivamente, los demonios son seres aéreos que no tienen
sangre (III, 18)».
«Los dioses ocupan el lugar más elevado, los hombres el más
bajo, los demonios, el del medio. Pues la morada de los dioses está en
el cielo, la de los hombres en la tierra, la de los demonios en el aire (VIII,
14)».
«Apuleyo define brevemente a los demonios diciendo que pertenecen a la
especie de los seres animados que tienen un espíritu con tendencia pasional
razonable, un cuerpo aéreo y son eternos (VIII, 16)».
«Los demonios son espíritus muy deseosos de perjudicar, profundamente
ajenos a la justicia, hinchados de orgullo, lívidos de envidia, astutos
y falaces, que habitan en nuestro aire, porque han sido expulsados de la sublimidad
del cielo superior, y condenados a causa de una transgresión irreparable,
a permanecer en él como en una cárcel que les conviene (VIII,
22)».
«[...] tienen una característica que les es propia: un cuerpo
aéreo. De la misma manera, los seres de arriba y los de abajo tienen
cada uno unas características propias: los dioses tienen un cuerpo etéreo,
los hombres un cuerpo terrestre (IX,13)».
«También Porfirio condena a todos los demonios. Éstos,
dice, atraen a causa de su necedad un vapor húmedo y es por ello que
no se encuentran en el éter sino en el aire sublunar y sobre el mismo
globo de la luna (X, 11)».
«Nuestros mártires prevalecen sobre Juno, es decir, sobre las
potencias aéreas que envidian a las virtudes de los hombres piadosos
(X, 21)».
«[...]Incluso el demonio más malvado ha sido dotado de un cuerpo
aéreo (XI,23)».
«Este vicio ha tomado tanto posesión del diablo que a causa de
él, ha sido condenado a un suplicio eterno en las cárceles de
nuestro aire brumoso (XIV, 3)».
«Es por el juicio justo y elevado de Dios que, en nuestro cielo aéreo
y en la tierra, los demonios y los hombres llevan una vida muy miserable, llena
de muchos errores y tribulaciones (XX, 1)».
«¿O acaso los demonios tienen también cuerpos que les son
propios, según los hombres sabios lo han pensado? Se dice que estos cuerpos
están formados de este aire espeso y húmedo del que sentimos el
efecto cuando sopla el viento (XXI, 10)».
II. Los ángeles de luz
Las apariciones suelen ser de un ángel, de una virgen o de un niño.
Se producen fuera o dentro de una capilla (rue du Bac) y cambian a menudo de
aspecto. Todas se caracterizan por una luminosidad intensa y deslumbrante, una
belleza radiante, una voz dulce, una sonrisa suave.
«[...] Se relata que estos mismos demonios dan, en sus templos y santuarios
secretos, buenos consejos morales a algunos, por así decirlo, elegidos
que les son consagrados. Si realmente es así, encontramos aquí
justamente una marca y una prueba aún mayores de la malicia y la astucia
de los espíritus nocivos. En efecto, la fuerza de la rectitud y de la
castidad es tan grande, que todo ser humano, o casi, siente el halago sutil
de esta alabanza. Nadie es perverso y corrompido hasta el punto de haber perdido
todo sentido de la virtud. Es por eso que, si la maldad de los demonios no se
transfigura alguna vez en ángeles de luz (sabemos que eso está
escrito así en nuestros libros) no realizaría su negocio de seducción
(II, 26)».
«Debemos más bien guardarnos del engaño de los malvados
demonios y tenerles horror, y escuchar la doctrina de la salvación. En
efecto, si algunos, mediante ritos sacrílegos realizan estas sórdidas
purificaciones y ven como un espíritu purificado imágenes maravillosamente
bellas de ángeles o de dioses, así como lo recuerda Porfirio,
si realmente ven una cosa de este tipo, sucede allá lo que dice el apóstol:
Pues Satán se transforma en ángel de luz (II Cor. XI, 14). De
él proceden estas imágenes fantásticas. Deseando capturar
en sus redes a las almas infelices mediante ceremonias equívocas en honor
a numerosos falsos dioses, y desviarlos del verdadero culto, del verdadero Dios,
el único por el cual se es purificado y curado, Satán hace lo
que se cuenta a propósito de Proteo: adopta todas las formas, persigue
al enemigo, viene en ayuda de una forma engañosa, y en ambos casos es
nocivo (X, 10)».
«Sin embargo, los santos ángeles no se mezclan con nosotros con
la misma familiaridad que los hombres, lo cual precisamente es una de las tribulaciones
de esta vida. A veces ocurre que Satán, así como lo leemos, se
transforma en ángel de luz para tentar a los que deben sacar una lección
de ello o que merecen ser engañados. Por eso es necesaria una gran misericordia
divina para evitar que alguien, pensando que trata con los ángeles buenos
y amigos, en realidad trate con malvados demonios, amigos fingidos, exponiéndose
a su hostilidad tanto más nociva cuanto que ellos son más astutos
y tramposos. ¿Y por qué es necesaria esta gran misericordia de
Dios, si no es a causa de la miseria de los hombres, aplastados por una ignorancia
tan profunda que el engaño de esos demonios los induce fácilmente
al error? (XIX, 9)».
«No obstante, para ser atraídos por los hombres les seducen primero
ellos mismos mediante una trampa y una gran astucia, soplando en sus corazones
un veneno secreto, o incluso apareciendo bajo el disfraz de la amistad. De ese
modo, hacen de algunos de entre ellos sus discípulos y los maestros de
muchos otros. [...] Sin embargo y esta conquista es su triunfo por excelencia-
toman posesión de los corazones de los mortales sobre todo transformándose
en ángeles de luz. Así, pues, realizan muchas cosas de las que
nos debemos guardar tanto más cuidadosamente cuanto que reconocemos su
carácter maravilloso (XXI, 6)».
III. Los soportes
Al parecer, las apariciones tienen a veces necesidad de un soporte para manifestarse.
Puede consistir en palabras, plegarias: en Pontmain, cada «Ave»
hace aumentar las dimensiones y el resplandor de la aparición; en Fátima,
las primeras apariciones se manifiestan en el momento de la recitación
del rosario y se desvanecen al final de la plegaria; en Beauraing, la aparición
suele esbozar un ademán para desaparecer al final de un «Ave»,
y los videntes se apresuran para recitar otro, a fin de «obligarla a quedarse».
El soporte puede ser también una piedra o un árbol: un escaramujo
en Lourdes, una pequeña encina en Fátima, un espino blanco en
Beauraing; el «Paraiso» de La Salette, creado de flores, de tallos
y de coronas que adornan una gran piedra; un pequeño círculo de
rocas también en Fátima; un «altar» en Lourdes, es
decir, una roca donde, según la tradición local, lejanos ancestros
habían ofrecido sacrificios paganos.
«No es por naturaleza, como el mismo Porfirio lo ha supuesto, sino después
de una falta, que estos espíritus son engañosos. Se disfrazan
de dioses y almas de los muertos, y no de demonios, como él afirma, ya
que esto es lo que son, sin más. Piensa también que por medio
de hierbas, piedras, animales, algunos sonidos determinados, algunas palabras,
representaciones y creaciones e incluso por la observación de movimientos
de las estrellas en la revolución del cielo, los hombres producen sobre
la tierra poderes aptos para provocar toda clase de realizaciones. Todo ello
está relacionado pues con estos demonios: engañan a las almas
que les son sumisas y suscitan imágenes deliciosas por las que ellos
se burlan de los errores humanos (X, 11)».
«Los demonios se dejan atraer para ocupar seres, creados no por ellos
sino por Dios. Son atraídos, no como los animales por el alimento, sino
como los espíritus por diferentes signos que les agradan, según
su carácter particular, y que corresponden a la preferencia de cada uno.
Es así como ocupan diferentes clases de piedras, de hierbas, de árboles,
de animales, cantos y rituales (XXI, 6)».
«Estos paganos a quienes o, mejor, contra quienes hablamos, no sólo
creen que hay un Dios que ha hecho el mundo, sino también dioses creados
por él, que Él emplea para gobernar el mundo. No niegan, sino
incluso afirman, que ciertas fuerzas en el mundo realizan milagros, por su propio
movimiento o seducidas por algún culto o ritual, incluso por la magia
[...] (XXI, 7)».
IV. Los milagros
Las apariciones suelen estar acompañadas de lo que llamamos comúnmente
milagros. Citaremos, entre otros, los siguientes ejemplos:
imágenes y visiones coloreadas (inscripciones en el cielo de Pontmain;
visión del infierno en Fátima);
bilocación (la vidente Mechtilde Thaller-von Schönwert conducida
por su ángel de la guarda para curar a los heridos en la frente, y reconocida
posteriormente por ellos mismos a su regreso);
levitación (vidente en Garabandal) y otros fenómenos de
desplazamiento (puerta que se abre, rue du Bac);
inmovilización (varios videntes inmóviles, la mirada fija);
terremotos (sacudidas en Fátima):
el gran milagro solar de Fátima (al parecer se habría vuelto
a producir varias veces en otros lugares); según numerosos testigos,
el sol da vueltas sobre sí mismo, tiembla, cambia de color, de brillo
y se precipita sobre la tierra antes de volver a subir a su lugar.
«Como si dudara, Porfirio pregunta si, en el caso de los que hacen adivinación
o ciertos milagros, son las pasiones del alma o ciertos espíritus venidos
del exterior quienes permiten hacer estas cosas. Se inclina por afirmar que
se trata de espíritus venidos de fuera, puesto que mediante el empleo
de piedras y hierbas, se vinculan a ciertos hombres, abren puertas cerradas,
u operan milagrosamente alguna cosa de esta índole (X, 11)».
«No era, en efecto, difícil para los demonios, a fin de engañar
a estos hombres, hacer ver una vaca en el momento de la fecundación y
de la gestación, la imagen de un toro de este tipo, visible sólo
para ella. A partir de esta imagen, el deseo de la madre atraía lo que
más adelante sería visible corporalmente en su ternero. Jacob
obtuvo de la misma manera, por medio de ramitas de diferente color que le nacieran
corderos y cabras de diferentes colores. Así, lo que los hombres pueden
enseñar, mediante colores y cuerpos verdaderos, los demonios lo pueden
hacer muy fácilmente mediante falsas imágenes en el momento de
la fecundación en los animales (XVIII, 5)».
«[...] El fantasma del hombre es transformado en los pensamientos o en
los sueños por innumerables cosas y, sin ser corpóreo, toma sin
embargo con una rapidez sorprendente formas parecidas a los cuerpos. Cuando
los sentidos corpóreos del hombre están adormecidos o entorpecidos,
puede ser presentado a los sentidos de otros hombres, bajo una forma corpórea
de una manera inexplicable. Esto ocurre del modo siguiente: los cuerpos mismos
de los hombres yacen en algún lugar, vivos por supuesto, pero sus sentidos
están mucho más pesados y bloqueados que durante el sueño.
El fantasma, por el contrario, de alguna manera se vuelve corpóreo y
aparece bajo la forma de un animal con los sentidos de otra persona. El hombre
implicado cree, él también, ser este animal y llevar cargas pesadas,
de la misma manera que podría creerlo durante el sueño. Si estas
cargas son reales, materiales, los demonios las llevan para engañar a
los hombres, pues ellos sí que ven en parte a verdaderos cuerpos (las
cargas) y en parte a falsos (las bestias de carga).
Un tal Prestanio, por ejemplo, explicaba que, mientras estaba en su casa, su
padre se había tragado, con un trozo de queso, este veneno ya citado
y se acostó en la cama como si durmiera, sin que nadie pudiera despertarle
de ninguna manera. Después de unos días, explicaba él,
se despertó, por así decirlo, y explicaba, como si se hubiera
tratado de sueños, lo que había pasado: se había convertido
en caballo y entre otras bestias de carga había transportado para los
soldados unas cargas llamadas recios, ya que se las llevaba a Recia.
Se comprueba que todo sucedió como lo había contado, mientras
que él creía haberlo soñado.
Otra persona contó haber visto de noche, antes de acostarse, venir en
su propia casa a un filósofo al que conocía bien. Recibió
de él una explicación sobre algunas cuestiones platónicas
que en el pasado no había querido exponer, cuando se le había
invitado a hacerlo. Como se le preguntó al filósofo por qué
había hecho en casa de este hombre lo que no había querido hacer
en su propia casa cuando se le había invitado a hacerlo, respondió:
No lo he hecho, pero he soñado que lo he hecho. De esta manera
el uno, despierto, ha percibido mediante una imagen fantasma lo que el otro
ha visto durante el sueño.
Estos relatos no proceden de personas cualesquiera a las que no nos dignaríamos
añadir fe, sino de gente de la que no podríamos pensar que dice
mentiras (XVIII, 18)».
«Incluso aquellos que están despiertos pueden, durante ciertas
enfermedades o bajo la influencia de venenos, ser perturbados de forma aún
más lamentable por estas falsas visiones. Pero es cierto también
que, debido a la enorme variedad de sus engaños, los demonios malévolos
embaucan a veces incluso a los hombres de buena salud. Aunque no pueden, con
sus trampas, ponerlos de su parte, engañan a sus sentidos por el mero
deseo de hacerles creer, de cualquier forma posible, en esta falsedad (XXII,
22)».
«Mediante artimañas humanas que se aprovechan de la creación
de Dios, se hacen tantos milagros tan impresionantes, llamados mhcanhmata, que
los hombres ignorantes los toman por divinos. [...] Los demonios han podido
llevar hasta tal punto las realizaciones de los magos, llamados brujos y encantadores
por nuestra Escritura, que un poeta bien conocido pensaba estar de acuerdo con
las opiniones humanas al escribir a propósito de una mujer versada en
este tipo de arte: Ella promete liberar mediante sus encantamientos a los espíritus
que quiere, pero también enviar a otros grandes preocupaciones: promete
detener el agua de los ríos e invertir el curso de los astros; evoca
a los fantasmas de la noche; verás la tierra bramar bajo tus pies y descender
los fresnos de las montañas. (XXI, 6)».
«En la obra de Marco Varrón El origen del pueblo romano, se puede
leer un pasaje que transcribiré aquí literalmente: En el cielo
dice- , se ha producido un milagro sorprendente. Pues Castor escribe que
la famosa estrella Venus Plauto la llama Vesperugo, y Homero, que la denomina
Hespéros, la muy bella ha sido objeto de un gran milagro: cambiaba
de color, de volumen, de forma y de trayecto. Esto no se ha producido ni antes
ni se producirá después. Según Adrasto de Cicico y Dión
de Nápoles, célebres matemáticos, esto sucedió bajo
el reinado de Ogiges. [...] En cuanto a aquellos que hacen conjeturas sobre
estos fenómenos, allá ellos de ver hasta que punto se dejan engañar...
allá ellos de ver cómo, bajo instigación de los espíritus
cuya única preocupación es atrapar en las redes de una culpable
curiosidad a los espíritus de los hombres dignos de ser castigados por
ello, éstos llegan incluso a predecir cosas verdaderas, o bien como,
hablando mucho, a veces encuentran algo cierto (XXI, 8)».
V: Las predicciones
No todas las predicciones de las apariciones se cumplen. Hay algunas que, no
obstante, parecen ser sorprendentemente acertadas: la muerte próxima
de dos de los tres videntes, la Segunda Guerra Mundial, la expansión
del comunismo ruso, el milagro prometido varias veces para una fecha determinada
(Fátima); asimismo algunas de las predicciones de la Rue du Bac; el anuncio
hecho a Berthe Petit de la primera guerra mundial y del asesinato que la desencadenaría.
«Este acontecimiento, para un demonio, era fácil de prever y anunciarlo
con la máxima celeridad (II, 24)».
«Considerado todo esto, no sería injusto creer que, cuando los
astrólogos pronostican hechos sorprendentemente veraces, ello se hace
bajo instigación secreta de malos espíritus [...] (V, 7)».
«Dios ha prestado a los malos espíritus que ha querido, el don
de predecir el futuro [...] (VII, 30)».
«En efecto, los demonios sacan su nombre, en griego, del saber (IX, 20)».
«Los demonios no contemplan en la sabiduría de Dios las causas
eternas de los tiempos, y de alguna manera cardinales. Sin embargo, gracias
a una mayor experiencia de ciertos signos ocultos para nosotros, ven mucho más
que los hombres en el futuro. A veces, anuncian también lo que ellos
mismos proyectan hacer. Y para acabar: se equivocan a menudo, lo que no ocurre
nunca jamás a los ángeles buenos (IX, 22)».
VI. Las imágenes animadas
Mechtilde Thaller-von Schönwert ve a su crucifijo animarse, sonreír,
inclinarse y le oye hablar con voz dulce. La Iglesia ha reconocido el milagro
del retablo de yeso, con la efigie de la Virgen, que ha vertido lágrimas
verdaderas durante cuatro días (Siracusa, 1953).
«No por otro motivo se declaró que el famoso Apolo de Cumas había
llorado durante cuatro días, en el tiempo de las guerras entre el rey
Aristónico y los romanos. Atemorizados por este prodigio, los adivinos
pensaban que se debía arrojar al mar esta imagen, pero los ancianos de
Cumas intervinieron y contaron que un prodigio análogo había ocurrido
con esta misma imagen en el tiempo de la guerra de Antíoco y en la de
Perses. [...] No es, pues, del todo fuera de propósito que los poetas
nos pinten en sus cantos las costumbres de los demonios. Aunque mitológicos,
estos cantos tienen, no obstante, un parecido con la realidad. Es así
que, en Virgilio, Diana se lamenta por Camila y Hércules llora a causa
de la muerte próxima de Palante (III, 11)».
«Ciertamente, atribuyen una tal fuerza a esta, por así decirlo,
deidad que llaman Fortuna, que incluso han conservado el siguiente relato: una
imagen que le había sido consagrada por unas madres de familia y que
habían llamado la Fortuna mujeril, había dicho, no una sola vez
sino dos veces, que las madres la habían consagrado según el rito.
Si esta narración es cierta, no debe extrañarnos. En efecto, incluso
así, para los demonios malvados no es difícil engañar.
Esta gente debería haberse dado cuenta de que es más bien de ellos
que proceden estos artificios y engaños que han hecho hablar a esta deidad
[...] (IV, 19)».
«Así toda ambigüedad puesta de lado, es evidente que por
medio de toda esta teología política, se ha invitado a abominables
demonios, extremadamente impuros, a visitar imágenes estúpidas
y a tomar posesión, por ellas, incluso de los corazones extraviados (VII,
27)».
«Hermes pretende, sin embargo que las imágenes visibles y tangibles
son como los cuerpos de los dioses. Ciertos espíritus habrían
sido invitados a instalarse en ellos, espíritus que tendrían algún
poder, sea para perjudicar, sea para realizar algunos deseos de los hombres
que les rinden con sumisión honores divinos y un culto. Así estos
espíritus invisibles se unen, por efecto de cierto arte, a objetos visibles
de naturaleza material y corpórea. Así, las imágenes consagradas
y sometidas a estos espíritus se vuelven como cuerpos animados. Crear
dioses, es esto, dice, y los hombres han recibido este gran y extraño
poder de crearlos».
«Citaré las palabras del egipcio, tal como han sido traducidas
a nuestra lengua: [...] Hablo de las estatuas animadas, llenas de sentidos y
de espíritus, que hacen cosas tan impresionantes; estatuas que conocen
de antemano lo que sucederá y que lo predicen por la suerte, por un vidente,
por los sueños y de muchas otras maneras, provocando y curando las enfermedades
delos hombres y aportando tristeza y alegría, según sus méritos
[...]. (VIII, 23)».
« [...] Ya que nuestros ancestros, por su incredulidad y su negligencia
en el culto y la divina religión, estando en el error profundo, han inventado
el arte de crear dioses. A esta invención han añadido una fuerza
apropiada que viene de la naturaleza del mundo. Por esta mezcla, y ya que eran
incapaces de crear almas, han evocado a las almas de los demonios o de los ángeles
y las han hecho entrar en las santas imágenes y los divinos misterios.
Por estas almas, los ídolos han podido tener la fuerza de hacer a la
vez el bien y el mal.
No sé si los demonios mismos, si se les conjurara para hacerlo, harían
la confesión que Hermes ha hecho aquí [...] (VIII, 24)».
VII. El culto
Los mensajes de las apariciones casi no suelen variar: piden que se rece mucho
(Fátima, Beauraing), hacer procesiones y peregrinaciones (Lourdes, Beauraing,
Banneux), construir capillas (Lourdes, Fátima, Beauraing, Banneux) y
hacer sacrificios (Fátima). Son el origen de imágenes y estatuas,
a veces porque lo piden explícitamente (rue du Bac). La imagen de la
aparición de Fátima, por ejemplo, tiene reservado su lugar, en
la mayoría de capillas donde se recitan también las plegarias
que ha enseñado.
Indiscutiblemente, las apariciones alientan una forma de devoción.
«Varrón explica también que los antiguos romanos han venerado
dioses sin una imagen durante más de ciento setenta años: Si esta
situación hubiese durado, la veneración de los dioses sería
más pura. Como testigo de su parecer toma, entre otros, al pueblo judío.
No duda en concluir este pasaje diciendo que los primeros en haber erigido las
imágenes de los dioses para los pueblos, fueron también quienes
quitaron a sus conciudadanos el temor y aumentaron a su error. Con sabiduría
piensa que la estupidez de las imágenes puede llevar fácilmente
al desprecio de los dioses (IV, 31)».
«Pero entonces, muy sutil Varrón, ¿acaso has perdido, en
medios de estos misterios de vuestra doctrina, esta sabiduría con la
cual has pensado prudentemente que los primeros en haber erigido imágenes
para los pueblos, han quitado también a sus conciudadanos el temor y
aumentado su error, y que los viejos romanos han venerado a los dioses con más
pureza, sin imágenes? (VII, 5)».
«Hablando de los comportamientos de los demonios, ese mismo platónico
(Apuleyo) ha dicho que están agitados por los mismos desórdenes
de espíritu que los hombres: se irritan por los insultos, apaciguados
por la obsequiosidad y los dones, se alegran de los testimonios de honor, se
deleitan con los diferentes rituales sagrados y se inquietan si se ha descuidado
en ellos alguna cosa (VIII, 16)».
«Si ello fuera así, si los demonios desearan por la penitencia
llegar a la gracia del perdón, no osarían seguramente pedir para
ellos mismos honores divinos (VIII, 19)».
«Hay, pues, en los demonios ciencia sin amor, y es por ello que son tan
engreídos, es decir, tan altivos, que se han propuesto obtener para sí
mismos los honores divinos y el servicio religioso que corresponde, ellos lo
saben, al único Dios verdadero. Es algo que todavía se proponen
y siempre se propondrán, implicando al mayor número de personas
(IX, 20)».
«Los que habrían podido conocer a Dios, no lo han honrado ni agradecido
como Dios, sino que sus pensamientos se han vuelto vanos, y su corazón
sin sabiduría se ha oscurecido; tomándose por sabios (es decir,
dominados por el orgullo y elevándose en su propia sabiduría),
se han vuelto estúpidos y han transformado la gloria de Dios incorruptible
en la imagen de un hombre corruptible [...]. (Rom. I, 21-23) (XIV, 28)».
«Después de todo: los paganos también han construido templos
para los dioses, elevado altares, instituidos sacerdocios, realizado sacrificios
[...] (XXII, 10)».
VIII. Los secretos
Las apariciones comunican a los videntes secretos cuidadosamente guardados
(La Salette, Lourdes, Fátima, Beauring, Banneux). Lucía, la principal
vidente de Fátima, los puso por escrito, sellados en un sobre. Después
de haber tomado conocimiento del contenido, Roma decidió no revelarlo
porque «a pesar de que la Iglesia reconozca las apariciones de Fátima,
no desea tomar la responsabilidad de garantizar la veracidad de las palabras
de los tres pastores, de que la Virgen les había hablado». En cuanto
a los secretos de La Salette, comunicados también al Papa, se ordena
en un decreto a todos los fieles que se abstengan de hablar de ello bajo penas
canónicas muy graves.
«Por otra parte, tal como cuenta ese muy docto Varrón, cuando
las razones de las ceremonias fueron reveladas por los libros de Numa Pompilio,
se las juzgó completamente insoportables e indignas. No sólo no
podían ser reveladas a los creyentes ni leídas por ellos, sino
que ni siquiera se las quería conservar, ocultas en la oscuridad, bajo
su forma escrita... Pues he aquí lo que se lee en el mismísimo
Varrón en su libro sobre el culto de los dioses: Un tal Terencio tenía
una granja cerca del Janículo. Cuando su boyero conducía allí
el arado cerca del sepulcro de Numa Pompilio, desarraigó de la tierra
los libros de ese rey, en que habían sido anotadas las razones de las
inatituciones religiosas. Llevó esos libros a la ciudad, a casa del pretor.
Éste, después de haber recorrido el principio, llevó este
asunto tan importante ante el Senado. Cuando los principales senadores hubieron
leído algunas razones de la institución de las cosas del culto,
el Senado se declaró de acuerdo con el difunto Numa: los Padres decidieron,
por razones religiosas, que el pretor quemaría los libros.
¡Pues bien!, cada uno creerá lo que quiera. Todavía más,
quienquiera que desee defender con brío tanta impiedad sólo tiene
que decir lo que le sugiera su estúpida obstinación. En cuanto
a mí, me basta con subrayar que las razones de las ceremonias, puestas
por escrito por el rey Numa Pompilio, fundador de las ceremonias, no podían
ser reveladas ni al pueblo, ni al Senado, ni incluso a los sacerdotes. Por una
curiosidad ilícita el mismísimo Numa Pompilio había llegado
a conocer los secretos de los demonios.
Los puso, sin duda, por escrito para tener con qué refrescarse la memoria
leyendo. Sin embargo, aunque fue rey y no tuvo que temer a nadie, no se atrevió
a divulgar esos secretos, ni hacerlos desaparecer destruyéndolos o aniquilándolos
de la forma que fuese. Quería, pues, que nadie los conociera, para no
enseñar a los hombres cosas abominables. Temiendo, no obstante, encolerizar
a los demonios, enterró los libros allá donde creyó que
estaban a salvo. No pensó que un carro hubiera podido aproximarse a su
tumba.
En cuanto al Senado, temía condenar las costumbres religiosas de los
ancestros y se vio obligado a ponerse de acuerdo con Numa. Sin embargo, juzgó
esos libros tan perniciosos que ni siquiera ordenó que los volvieran
a enterrar. Quería evitar que la curiosidad humana se pusiera a buscar,
con más frenesí todavía, un asunto ya demasiado divulgado.
Ordenó destruir por el fuego esos abominables escritos. Ya que era necesario,
se pensaba, que esas ceremonias se hicieran, era más tolerable que los
ciudadanos estuvieran en el error ignorando su razón de ser, que vivir
perturbados conociéndolos (VII, 34)».
IX: La fe de las masas
La hipótesis de un origen diabólico, escribe un autor competente
a propósito de las apariciones de Beauring, «parece tener en contra
de ella los hechos y apoyarse únicamente en razones a priori sin verdadera
consistencia». Otro, a propósito de Banneux, escribe: «Para
quien posee los elementos de los hechos es evidente que el origen sobrenatural
diabólico puede ser eliminado de entrada. No tiene (?) nada que ver en
el caso presente.»
«Por ello hay quienes creen, dice Porfirio, que existe cierta especie
de seres capaces de satisfacer a las plegarias: engañosos por naturaleza,
toman todas las formas, se comportan de muchas maneras, se presentan como dioses,
demonios y almas de difuntos. Esos seres realizan todas esas cosas que parecen
buenas o malas. En cuanto a lo que es realmente bueno, no ofrecen ayuda, ni
incluso saben nada de ello. Se ocupan al contrario de sugerencias malvadas,
de falsas acusaciones y enredan a veces a los secuaces asiduos de la virtud.
Están llenos de audacia y de orgullo, se deleitan con olores, se dejan
ganar por palabras aduladoras. Se cuentan también otras historias sobre
este tipo de espíritus que desde fuera vienen dentro del alma y engañan
a los sentidos adormecidos o despiertos del hombre. Porfirio no lo confirma
como si estuviera convencido de ello, sino que los observa con tan poca desconfianza
o duda que afirma que otros creen en ello. Sin duda fue difícil para
ese gran filósofo reconocer toda esa pandilla diabólica y denunciarla
con seguridad, cuando cualquier vieja cristiana no duda de que existe y la odia
con mucha libertad (X, 11)».
«Cuanto mayor es la potencia con que vemos a los demonios ejercer una
influencia sobre las cosas de aquí abajo, más firmemente deberemos
atarnos al Mediador por quien subimos de las regiones más bajas a las
más altas (XVIII, 18)».
«Existen, dice Porfirio, espíritus terrestres del rango más
bajo, que están sometidos en un cierto lugar a los malvados demonios.
Los sabios hebreos (entre los cuales está Jesús, según
los divinos oráculos de Apolo antes citados), pues, advertían
a los creyentes contra estos demonios tan malvados y espíritus inferiores,
y les prohibían que se ocuparan de ellos. Debían venerar a Dios
el Padre. Esto, añade, nuestros dioses también lo prescriben:
hemos enseñado anteriormente cómo exhortan a volver al espíritu
hacia Dios y ordenan que se venere en todas partes. Sin embargo, a los ignorantes
de naturaleza impía, el destino verdadero no les ha permitido obtener
los dones de los dioses, ni tener conocimiento de Júpiter inmortal, ya
que no escuchan ni a los dioses, ni a los hombres divinos. Sí, han rechazado
a todos los dioses. En cuanto a los demonios que les estaban prohibidos, no
los detestan, sino que los veneran. Mientras pretenden honrar a Dios, omiten
precisamente hacer lo único que permite adorar a Dios (XIX, 23)».
«A propósito de esos signos y milagros engañosos, existe
a menudo cierta incertidumbre. ¿Acaso son llamados así porque
Satán engañará a los sentidos de los mortales mediante
apariciones, hasta el punto que parece hacer lo que no hace en realidad? ¿O
bien es que esos mismos milagros, aunque son verdaderos prodigios, atraerán
hacia el error a quienes crean que esas cosas no han podido producirse más
que por una intervención divina? Es porque ignoran el poder del diablo,
sobre todo cuando haya recibido un poder tal como jamás lo ha tenido
hasta ahora. ¿Por cuál de esas razones, pues, se hablaría
de prodigios y de signos mentirosos? Eso más bien se aclarará
en el mismo momento. Pero, fuere cual fuere la razón, serán seducidos
por esos signos y prodigios aquellos que merezcan ser seducidos por ellos. El
apóstol lo confirma: Porque no han recibido el amor de la verdad, para
ser salvados (II Thes. II, 10). Y no ha dudado en añadir: Por ello Dios
les enviará la obra del error, para que crean en la mentira (ibid. 11).
Dios les enviará, en efecto, permitiendo al diablo hacer esas cosas.
Lo permitirá por un justo juicio, aunque el diablo lo haga con una finalidad
injusta y malvada (XX, 19)».
«Aquel que no quiere, incluso ahora, vivir una vida piadosa, no tiene
más que buscar la vida eterna con ese tipo de ceremonias. Pero aquel
que no quiera encontrarse en compañía de malvados demonios, no
debe temer esta superstición perjudicial con la cual se les honra. ¡Que
reconozca la verdadera religión por la cual son desmarcados y vencidos!
(VII, 35)».
«Pero mucha gente que no es aparentemente digna de tomar parte en la
verdadera religión, está como aprisionada, sometida y dominada
por los demonios. Es lo que han hecho creer a la mayoría de ellos, mediante
signos maravillosos y engañosos, acontecimientos o predicciones, que
ellos son dioses (VIII, 22)».
«¡Oh, cuán religiosas son las orejas de las masas, entre
las que se cuentan hasta las de Roma! (VI, 5)».
X. Dios en nosotros
Hay algo a lo que las apariciones no aluden nunca, que es el misterio de la
Encarnación. Ellas mismas permanecen externas al hombre.
«En cuanto a la verdadera religión: el verdadero Dios, aquel que
da la vida eterna, la insufla DENTRO de sus verdaderos adoradores y se la enseña
(VI, 4)».
« [...] Según Porfirio, no viene un dios bueno o un buen genio
DENTRO del hombre, si el malvado no ha sido previamente apaciguado (X, 21)».
«Es una gran cosa muy poco frecuente que después de haber considerado
toda la creación corpórea e incorpórea, y percibido su
inconstancia, alguien la deje por la tensión de su espíritu para
llegar hasta la sustancia inmutable de Dios y en ella aprender de Él
mismo que toda la naturaleza, que no es lo que Él es, no ha sido creada
más que por Él. Sin embargo, Dios no habla al hombre a través
de una criatura corpórea, provocando un sonido en sus oídos corpóreos,
de tal manera que, entre el que provoca el sonido y el que lo oye, el espacio
aéreo intermedio es golpeado. Tampoco habla por medio de una criatura
espiritual, del tipo que se presenta bajo apariencias corpóreas como
en los sueños o algo similar. Allá también, en efecto,
habla como oídos corpóreos, porque habla como a través
de una cuerpo y de un intervalo en el espacio corpóreo. Pues ese tipo
de cosas se asemeja mucho a los cuerpos. No; Él habla por la verdad misma,
si alguien es capaz de oírlo con el espíritu [mente], no con el
cuerpo. Habla en efecto a esta cosa DENTRO del hombre, que es lo mejor de él,
aquello que no tiene nada por encima de sí, sino únicamente Dios
(XI, 2)».
«Es DENTRO de nosotros mismos, no obstante, donde debemos contemplar
su imagen, y debemos levantarnos y volvernos, como ese hijo menor del Evangelio,
hacia nosotros mismos [...] (XI, 28)».
«Y en otra parte, el apóstol dijo: «Que cada uno se pruebe
a sí mismo, así tendrá su gloria solamente EN sí
mismo, y no en el otro» (Gal. IV, 4) (V, 12)».
«Los sufrimientos de este tipo, en efecto, no son comparables, como dice
el apóstol, a la gloria venidera que será revelada DENTRO de nosotros
(Rom. VIII, 18) (V, 18)».
«[...] ¿Qué demuestra con ello, sino que cualquier buena
voluntad quedaría sin efecto y permanecería un mero deseo, si
no fuera Él quien mejorara la buena naturaleza que creó de la
nada, con la capacidad de recibirlo, llenándola de Él mismo, tras
haberla excitado a un mayor deseo de posesión? (XII, 5)».
«Adán, dónde estás?» (Gen. III, 9). No era
evidentemente, la ignorancia lo que hacía formular esta pregunta, sino
un reproche que exhortaba al hombre a darse cuenta de dónde estaba aquel
DENTRO donde Dios ya no estaba (XIII, 15)».
« [...] Es una palabra breve, una palabra del Señor que habita
DENTRO del corazón del creyente (XVII, 5).»
«DENTRO de los hombres buenos, como su templo, Dios será todo
EN todos (XVIII, 49)».
«Las palabras: Y DENTRO de mi carne, veré a Dios (Job XIX, 26),
son sin duda una profecía sobre la resurrección. No está
dicho, sin embargo: por mi carne (XXII, 29)».
«¿A quién debemos creer más, cuando hacen milagros?
¿A aquellos que quieren ser considerados como dioses por aquellos para
quienes los hacen? ¿O aquellos que hacen todo lo milagroso, solamente
para que creamos en Dios, o sea, en Cristo? Creamos, pues, a los que a la vez
dicen la verdad y hacen cosas sorprendentes. Es por haber dicho la verdad, en
efecto, que han sufrido, para poder hacer cosas sorprendentes. Y la primera
de esas verdades, es ésta: Cristo ha resucitado de entre los muertos
y ha mostrado el primero DENTRO de su carne la inmortalidad de la resurrección
que nos ha prometido y que obtendremos al comienzo del siglo nuevo o al final
de éste (XXII, 10)».
«¡Muy tarde era cuando empecé a amaros!, estabais EN EL
INTERIOR de mí; pero yo estaba fuera de mí; y era allá
donde os buscaba»
Et Verbum caro factum est et habitavit IN nobis.
Nota sobre la evolución del sentido de la palabra daimon-demonio
Demonio. Término transcrito del griego daimôn, que designa en
primer lugar a un dios o diosa; además, y particularmente en plural,
a divinidades inferiores o almas de los muertos que se supone dotadas de fuerzas
sobrenaturales. Buenos o malos, los genios del antiguo Oriente son demonios.
Algunos aparecen en la Biblia donde representan las fuerzas del mal; así
Asmodeo, sin duda inspirado del Aechma de los seguidores del Zaratrustra, Lilit,
demonio femenino de la mitología babilonia o Azabel, a los que se unirán
los «sátiros».
Poco a poco todos los «espíritus malignos» sospechosos de
los males que asaltan al hombre en su alma o en su cuerpo serán asimilados
a los demonios.
Así la Fiebre y la Peste son personalizadas y los traductores griegos
a quienes debemos la Setenta no dudan en atribuir al «demonio del sur»
la insolación que golpea al imprudente en la hora cálida.
Esos demonios, «bestias» misteriosas, frecuentan los lugares desiertos
cuya desolación conviene a su siniestra naturaleza. Para los autores
sagrados, es a ellos finalmente a quiénes se dirigen los cultos idólatras,
al no tener los «dioses» paganos ninguna existencia. En la baja
época, el judaísmo identifica a los demonios con los ángeles
caídos, «espíritus impuros» en rebelión contra
Dios. El diablo o Satán es su príncipe, llamado a veces por excelencia
«el Demonio» en la mitología cristiana que adopta con gusto
esta asimilación.
Los textos del Nuevo Testamento lo corroboran: ponen a los malos espíritus
en relación estrecha con Satán, «aquel que extravía
al mundo entero», echado del cielo «con sus ángeles»,
de los que se dice que todavía están sometidos al «fuego
eterno», precipitados a las «fosas oscuras» y «guardados
para el Juicio». Cristo viene para poner fin al reino de Satán,
gran adversario del Reino de Dios, y arruina el poder de los demonios que obran
con él e intentan oponerse a la salvación de los hombres atacando
tanto al espíritu como a la carne. La liberación de los «poseídos»,
practicada por el mismo Cristo, en virtud de su poder divino («Espíritu
de Dios» o «el dedo de Dios»), y cuya misión está
confiada a sus discípulos a fin de que persigan a los demonios «en
su nombre», vuelve esta lucha evidente y designa al vencedor. Se acabará
por un triunfo absoluto sobre las fuerzas del mal después de sus últimos
sobresaltos al final de los tiempos. (A. M. Gérard: Dictionaire de la
Bible, Laffont, 1989; voz: Démon).
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