Algunos textos de utilidad cierta

NOTA INTRODUCTORIA

Lo que se hace por naturaleza
no se hace por criatura.
J. Perréal (1)

Los cuatro textos que ofrecemos a continuación,

I. La plegaria de Nicolas Flamel,
II. La plegaria de un adepto anónimo,
III. Un fragmento de una carta filosófica,
IV. Un fragmento de la obra secreta de Jean d’Espagnet
,

los dedicamos a nuestros amigos conocidos y desconocidos, buscadores y experimentadores de la quymica (2) de los filósofos; no obstante, quymica no bendita no engendra ningún metal: no expresa sino el oro prometido a los soñadores. La clave del Arte quymico no se lee en el sentido vulgar que liga su pote a las palabras mal oídas.

El Gran Arte es una santa aventura conocida en Egipto, tumba de Osiris. Lo que allí se encuentra completamente crudo ha de cocerse en larga paciencia. ¿De dónde se saca el mercurio que enciende la mecha del saber? De una negra nube que yerra perdida.

Esto es lo que leemos en los primeros versículos del Génesis, también llamado «Libro del Principio», principio del Gran Arte ¡desde luego!, pero publicado en este exilio: creación del mundo. Ahí donde encontramos que: «En el principio, Elohim creó […]» (Génesis I, 1), los sabios han leído: «En Sabiduría, Él creó». (3) Y esta sabiduría, ¿de dónde viene? Viene de nada, dicen. (4)

Así pues, se ha enseñado que todo fue creado de nada […], «ya que la tierra estaba vacía y confusa (5) y sobre la faz del abismo había tinieblas » (Génesis I, 2), y cuando «Elohim dijo: Que sea la luz», la luz fue (Génesis I, 3). Tal es el origen de la quymica de los filósofos. ¿Acaso no salió de Egipto el sabio Moisés?

1. J. Perréal, Les Remontrances de Nature à l’Alchymiste errant et la Réponse de l’Alchymiste à Nature, s.l., 1516. Véase J. van Lennep, Alchimie, ed. Crédit Communal (rééd. Dervy), Bruselas, 1984, p. 95.

2. Respecto a la grafía de las palabras «quymica», «alquymia», véase infra, p. 151.

3. Según el Targum Jerushalmi. Los Targumin son traducciones de la Biblia al arameo, ya que a su vuelta de la cautividad de Babilonia, el pueblo judío ya no hablaba hebreo. Los Targumin, que datan del segundo Templo, están considerados como el primer comentario. Se apartan con frecuencia del texto hebreo en cuanto a la elección de las palabras y proponen por tanto otro sentido. Además con frecuencia los versículos aparecen glosados. «En Sabiduría, Él creó», es decir, «con vistas a la Sabiduría», según el sentido más preciso del texto arameo.

4. Véase Job XXVIII, 20 (y también XXVIII, 12): «Y la Sabiduría, ¿de dónde vendrá?». Sabemos que en hebreo las vocales no forman parte del alfabeto. Los sabios han leído «meeyn», de nada, en lugar de «meayn» de donde, de lo que resulta: «La Sabiduría vendrá de nada». Esta lectura respeta la letra, que sigue siendo la misma, pero la vivifica de otra manera.

5. Según el texto hebreo: «La tierra era tohu y bohu»; en hebreo, esto se entiende en escritura defectiva: en Él está. Había pues en esta tierra caótica e informe, algo de Él. Por esta razón L. Cattiaux escribe en El Mensaje Reencontrado XIX, 23, Arola editors, Tarragona, 2000: «El Espíritu de Dios, volviendo sobre sí mismo, produce la luz».

I. PLEGARIA DE NICOLAS FLAMEL (1)

Dios todopoderoso, Eterno, Padre de la luz de quien vienen todos los bienes y todos los dones perfectos, imploro tu misericordia infinita. Déjame conocer tu eterna Sabiduría. Ella es quien rodea tu trono, quien ha creado y hecho, quien conduce y conserva todo. Dígnate enviármela del cielo de tu santuario y del trono de tu gloria para que esté y trabaje en mí, pues ella es dueña de todas las artes celestes y ocultas, es quien posee la ciencia y la inteligencia de todas las cosas.

Haz que me acompañe en todas mis obras, que por su espíritu tenga la verdadera inteligencia, que proceda infaliblemente en el arte noble al cual me he consagrado, en la búsqueda de la milagrosa piedra de los sabios que has ocultado al mundo, pero que tienes por costumbre descubrir por lo menos a tus elegidos. Que esta Gran Obra que he de hacer aquí abajo, la empiece, la prosiga y la termine felizmente, que contento, goce de ella para siempre. Te lo pido por Jesucristo, la piedra celeste angular, milagrosa y fundada de toda eternidad, que manda y reina contigo[…].

[…] Porque después de esto, permanece arrebatado para siempre en la gran gracia y misericordia que ha obtenido de Dios y de la profundidad de sus obras divinas y admirables. Tales son las causas que me han obligado a colocar estas figuras de esta manera y en este lugar que es un cementerio, (2) a fin de que si alguien obtiene el bien inestimable de conquistar este rico vellón, piense como yo en no mantener el talento de Dios escondido en la tierra, comprando tierras y posesiones que son las vanidades de este mundo, sino más bien que piense en socorrer caritativamente a sus hermanos, recordando que ha aprendido este secreto en medio de la osamenta de los muertos, con la que pronto se encontrará, y que después de esta vida pasajera habrá que rendir cuentas ante un juez justo y temible que censurará incluso la palabra ociosa y vana.

II. PLEGARIA DE UN ADEPTO ANÓNIMO (3)

Alabado sea eternamente el Señor mi Dios que eleva lo humilde del bajo polvo y que regocija el corazón de quienes esperan en él, que abre con benevolencia los manantiales de su benignidad a los creyentes y pone bajo sus pies los círculos mundanos y todas las felicidades terrenas. En él esté siempre nuestra esperanza, en su temor nuestra felicidad, en su misericordia la gloria de la reparación de nuestra naturaleza, y en la plegaria, nuestra seguridad inamovible. En tí, ¡oh Dios todopoderoso!, así como tu benignidad se ha dignado abrir ante mí (tu indigno siervo) en la tierra todos los tesoros de las riquezas del mundo, que plazca a tu gran clemencia, cuando ya no esté entre los vivos, abrirme también los tesoros de los cielos y dejarme contemplar tu divina faz, cuya majestad es una delicia inenarrable y cuyo arrebato nunca ha llegado al corazón de ningún hombre vivo. Te lo pido por el Señor Jesucristo, tu hijo bienamado, que en la unidad del Espíritu Santo vive contigo en el siglo de los siglos. Así sea.

III. FRAGMENTO DE UNA CARTA FILOSÓFICA CONSIDERABLEMENTE APRECIADA ENTRE LOS HIJOS DEL ARTE (4)

[…] Tras unas conversaciones que tuvimos, mi amigo y yo, referentes a las opiniones de ciertos filósofos, me hizo observar en primer lugar el error y la ignorancia de quienes recogen el rocío que cae por la noche sobre el pueblo, para hacer con él la verdadera materia de su piedra.

Luego me hizo ver por la práctica, la industria filosófica de los sabios para coger físicamente el verdadero rocío del cielo que, ciertamente, es la verdadera y única materia de la obra de los filósofos.

Y por esta extracción mágica y oculta que hizo en mi presencia, conocí claramente que aquello que me había dicho en las conversaciones era verdad; que el filósofo que desee hacer la obra debe necesariamente extraer él mismo de la influencia de los astros, sin ninguna labor manual, el verdadero rocío celeste de los sabios; y además, debe extraerlo únicamente del más profundo centro del vientre de Aries, y ello por el instrumento mágico de los sabios.

A continuación me hizo conocer cuál es el vientre mágico de Aries de los filósofos cabalistas, que es ciertamente el verdadero imán y el acero del Cosmopolita.

Sin embargo, de todas estas cosas que acabo de decirte, cuya práctica manual este docto filósofo me ha enseñado, yo ya tenía verdaderamente un conocimiento total y muy perfecto.

No obstante, te confieso sinceramente que no conocía en absoluto el Aries y todavía menos el vientre de Aries que los químicos vulgares pretenden conocer, el cual no les da sino una agua flegmática, en lugar del Aries de los verdaderos filósofos cabalistas, que les atrae una agua ígnea o fuego acuoso.

Luego me enseñó por práctica manual cómo este verdadero rocío que impregna, fomenta, nutre y vivifica toda la naturaleza elemental, se concentra y se congela por lo caliente en el vientre de Aries y se convierte, en un momento, o por lo menos en muy poco tiempo, en la verdadera tierra de los sabios y la única materia de la obra de los filósofos. Éste ciertamente es uno de los mayores y más ocultos secretos de su divina cábala que nunca han querido descubrir claramente en sus libros, contentándose, según ellos, con decirlo solamente al oído de sus hijos o discípulos secretos de la Naturaleza.

IV. LA TIERRA FILOSÓFICA (5)

Se ha buscado la tierra filosófica en la calcinación o en la sublimación, entre los vasos transparentes, en el vitriolo y en la sal, como si éstos fueran sus vasos naturales. Algunos se han precipitado a sublimarla a partir de la cal y del vidrio. Pero nosotros aprendemos del profeta que, «en el principio, Dios creó el cielo y la tierra», pero que «al estar la tierra sin vida y vacía, las tinieblas estaban sobre la faz del abismo y que el Espíritu de Dios era llevado sobre las aguas: y Dios dijo: Que sea la luz y la luz fue hecha y Dios vio que la luz era buena y separó la luz de las tinieblas» (Génesis I, 1 a 4), etc. El sabio se contentará con la bendición anunciada a José por el mismo profeta: «Su tierra provendrá de la bendición del Señor, de los frutos del cielo y del rocío y del abismo subyacente, de las simientes de los frutos del sol y de la luna, de la cima de los antiguos montes, de las simientes de las colinas eternas […]». (6) Hijo mío, adora a Dios en el secreto de tu corazón a fin de que te sea dispensada una porción de esta tierra bendita.

Si no habéis descubierto el arte en vosotros mismos,
nadie os lo hará conocer desde fuera.
L. Cattiaux (7)

1. Nació en París hacia el año 1330. Según su propio testimonio, habría realizado la G.O. en el año 1382.

2. Se trata de las figuras jeroglíficas que N. Flamel colocó en el cementerio de los Inocentes, en París.

3. Este texto, de autor anónimo, está citado por P. Arnauld, sieur de la Chevallerie, Poitevin, Trois Traictez de la Philosophie naturelle, París, 1649, p. 47.

4. Atribuida a un discípulo del Cosmopolita (procedente de un manuscrito en nuestro poder).

5. J. d’Espagnet, L’OEuvre secret de la philosophie hermétique, según se indica en Arcanum hermeticæ philosophiæ opus, publicado en París, 1642, cap. 49.

6. Deuteronomio XXXIII, 13 y sig.

7. Física y metafísica de la pintura, Arola editors, Tarragona, 1998, p. 87.