Margarita Creus
¡Cuántas veces se oye citar este refrán! E incluso lo habremos mencionado en muchas ocasiones; casi siempre para subrayar el mérito que puede haber en el hecho de levantarse temprano y, de esta manera, hacer cundir más nuestro trabajo cotidiano mediante la ayuda de Dios. Este parece ser el sentido más evidente de esta sentencia. Sin embargo el otro sentido, el oculto, es digno de un examen más atento. A quién madruga…
Siempre nos ha sorprendido el misterio de estos instantes que se sitúan entre la retirada de la noche y la llegada del día. Al rayar el alba, al despuntar la aurora, existen unos momentos en que la naturaleza permanece estática, como si esperara un acontecimiento grandioso, sublime… Marca la fugacidad de este instante, la orquestación triunfal con la que los pájaros rompen el silencio religioso, sí, en un clamoroso himno de acción de gracias al creador de esta naturaleza.
Veamos lo que dice S. Baque de Bufor (1), precisamente respecto a estos instantes:
«Por la mañana, al despuntar la aurora, así como en el momento que sigue después de una tormenta, el aire es más puro, está más despejado de las partículas heterogéneas. La libertad y la sensibilidad de la respiración, el delicioso henchir de los pulmones, demuestran de una manera muy persuasiva, que en estos momentos el hombre aspira el motivo de su vida y el de su conservación, más profusamente que en otro momento cualquiera. Esta es la causa de la serenidad secreta con la que su alma se embriaga con tanta suavidad, es la dilatación interior y la contemplación tierna y respetuosa hacia la cual lo físico atrae siempre a lo moral, es un homenaje y una acción de gracias que el hombre rinde al autor de la naturaleza en el momento en que ella le abre su seno maternal…»
El autor hace hincapié en la rara calidad de estos instantes precisos cuando, al madrugar, podemos contemplar los primeros albores de la aurora y sentir sus efectos. Este bienestar tan pasajero, nos inclina a formular una acción de gracias al recibir, de una manera inconsciente, este influjo misterioso. Pero al rendir un homenaje al autor de esta naturaleza, si es que acertamos a hacerlo, no hacemos ni más ni menos que lo que han realizado los pájaros que, con su atronador himno de acción de gracias, han cumplido su misión.
Quizá ese momento, tan fugaz y desvanecido ya, podría haber sido crucial para nosotros…, pero ya se ha esfumado; los primeros rayos del Sol disipan los últimos velos de este instante misterioso. Y uno, se halla de repente como vacío, con un sentimiento indefinido como de desencanto, porque la acción de gracias no puede efectuarse sin antes haber recibido algo. A menos que se haga de una manera gratuita, que entonces ya nos acerca más a esta ayuda de Dios, de la cual habla nuestro refrán.
Este parece ser el momento más propicio para dar y captar, según nos sugiere esta invocación: «Pues a ti dirijo mi plegaria, Señor, de mañana oirás mi voz, de mañana me expondré delante de ti y estaré al acecho». (Salmos V, 4)
Y al referirse a la Sabiduría se precisa: «Quien madrugue en busca de Ella, no tendrá que fatigarse, pues la hallará sentada a su puerta». (Sabiduría VI, 14)
Evidentemente, el empleo de la palabra madrugar, puede referirse también al hecho de empezar esta búsqueda cuanto más temprano mejor, en el albor de nuestra vida. En definitiva, nos parece de gran importancia esta hora temprana en la que se presiente algo grandioso, indefinible… Veamos Job VII, 17: «¿Qué es el hombre para que tú hagas de él tanto caso o para qué se ocupe de él tu corazón? Visitasle al rayar el alba…».
Y a propósito de la palabra ‘visitar’, existe una curiosa analogía entre este vocablo y el de ‘mañana’. En hebreo rqb (boqer), significa además de ‘mañana’, ‘surgir’, ‘lucir’, ‘brillar’, ‘buscar atentamente’, ‘examinar’, ‘contemplar’, ‘visitar’, ‘visitar a alguien’, ‘frecuentar’, etc… Y el presente de este mismo verbo se traduce literalmente así: ‘el visitante’ o ‘el que visita’… Nos preguntamos ¿quién nos puede visitar a tan temprana hora?
También leeremos con especial atención el versículo XVI, 28 del Libro de la Sabiduría, (traducción de la Vulgata): «A fin de que sea notorio para todos, es necesario anticiparse al Sol para recoger tu bendición y adorarte al Oriente de tu Luz».
Referente a este versículo existe un comentario de H. Khunrath (2) y que transcribimos a continuación:
«Anticiparse al Sol. Adelantarse al Sol; no sólo a este ojo visible (según Hermes) que es la gran luminaria del firmamento, sino también al sol divino; y al levantarse su luz tenemos, oh, Señor, que precederte en nosotros y caminar delante de ti, encontrarte, acercarnos a ti por medio de súplicas, (1 Timoteo II, 2) de oraciones y postulaciones; anticiparte al tiempo y lugar oportunos, por nuestras labores tanto del espíritu como del cuerpo, en acciones de gracias (ya que la acción de gracias es una invitación a dar más) por los rayos de tu bendición benignamente influidos; y, en fin, consultarte santamente en todas nuestras empresas y obrar contigo. Así como el maná, alimento del pueblo judaico en el desierto, tenía que ser recogido antes de salir el Sol, a fin de que no fuera licuado por sus rayos, del mismo modo el maná de la Divina Sapiencia tiene que ser recogido en los vasos de la plegaria de la mañana, y velando de mañana, a las puertas de la Sapiencia. Nuestro Sol, el que está en nosotros, precede al Sol macro-cósmico; que se levanta pues, preferentemente, en el cielo interno micro antes que en el cielo externo macro-cósmico. Es decir, de la madrugada al crepúsculo matinal pues, […] aquel que busca el bien, se levanta gozoso al despuntar el día. (Proverbios XI, 27), a la salida del sol, a la aurora que agrada a las musas…»
Refiriéndonos al mismo tema, podemos citar un precioso consejo que Cervantes nos legó cuando dijo que: «El que no madruga con el Sol no goza del día».
No creemos necesario insistir más sobre el hecho de madrugar. No es, desde luego, en sentido moral que se subraya esta circunstancia pues, nuestro penoso trabajo cotidiano nos obliga a que el cuerpo tome su descanso necesario. Se trata sólo de estar atentos al madrugar y saber captar este influjo imperceptible y sin embargo inmenso, indescriptible y que él sólo, es para el hombre, «el motivo de su vida y de su conservación».
Al despuntar el día sale una pastorcilla,
Con el rebaño, el cayado y el sayo nuevo.
En el pequeño rebaño hay corderos y
Asnos jóvenes; la ternera y el becerro;
La cabra y el cabrito. Ve a un sabio
Sentado sobre la hierba: ¿Qué hacéis?
Señor, ¡venid a jugar conmigo! (3)
NOTAS:
(1): S. Baque de Bufor: Concordancia Mito-Físico-Cábalo-Hermética. Manuscrito del siglo XVIII.
(2): Henry Khunrath: Anfiteatro de la Eterna Sapiencia. Leipzig, 1609.
(3): Esta Cantiga procede de la colección de cantos latinos del monasterio benedictino de Beuren, en Baviera (siglo XI a XII); parece ser de origen francés.