Emmanuel d’Hooghvorst
EL HILO DE PENÉLOPE I, REFLEXIONES DOBRE LA ODISEA
HISTORIA JUDÍA. EL JUSTO ENTRE SUS CONTEMPORÁNEOS
«RIQUETE DEL COPETE» DE CHARLES PERRAULT SEGÚN EL SENTIDO CABALÍSTICO
NOTA BIOGRÀFICA DEL AUTOR Y REFERENCIAS DE LA EDICIÓN
1914 – El 30 de abril nace Emmanuel d’Hooghvorst, en Bruselas, es el mayor de seis hijos nacidos del barón Victor d’Hooghvorst y de la condesa Marthe Descantons de Montblanc.
Estudia el bachillerato de letras en el colegio Cardinal Mercier de Braine l’Alleud y, posteriormente en la universidad de Lovaina, la carrera de Filosofía y Letras.
Vive un año en el Congo belga, contratado por la Empresa de unión minera, como prospector de oro. Durante la guerra civil española es corresponsal para el periódico belga «La Libre Belgique»
1939 – Contrae matrimonio con la condesa Elisabeth de Marnix de Sainte Aldegonde con quien tiene cuatro hijos.
Durante la ocupación alemana es encarcelado dos veces por la Gestapo. Entonces es cuando empieza a dedicarse al estudio de las letras antiguas y de los textos tradicionales.
1949 – Gracias a una reseña bibliográfica realizada por René Guénon en la revista Etudes Traditionnelles sobre El Mensaje Reencontrado, entra en contacto con Louis Cattiaux con quien mantiene una relación epistolar continuada hasta la muerte de este último en el año 1953. Le debemos varios escritos realizados sobre El mensaje reencontrado.
Infatigable buscador, estudia con un rabino para aprender hebreo y arameo, también estudia árabe en la universidad de Bruselas. Más tarde se dedica a enseñar hebreo a un grupo de amigos a fin de estudiar con ellos los comentarios de los maestros de la cábala hebraica.
Su fecundidad literaria empieza a manifestarse sobre todo hacia los años 1977, y a partir de entonces no han dejado de aparecer numerosos artículos en las revistas de habla francesa La Tourbe des Philosophes y Le Fil d’Ariane. Estos escritos están reunidos en los distintos volúmenes de El Hilo de Penélope.
NOTA EDITORIAL
Esta obra, publicada por Éditions La Table d’Émeraude, París, 1996, constituye un compendio que reúne los principales artículos escritos por el barón d’Hooghvorst desde 1977 a 1996 y forman por ellos mismos un cuerpo hermético.
Han sido publicados de antemano en las revistas La Tourbe des Philosophes (1), Le Fil d’Ariane (2) y La Puerta (3).
Los demás numerosos trabajos del autor, principalmente introducciones y traducciones de textos herméticos no han sido compilados en la presente edición pero serán quizá el objeto de un volumen posterior.
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(1). La Tourbe des Philosophes, ed. La Table d’Emeraude, rue de la Huchette 21, F-75005 París.
(2). Le Fil d’Ariane, rue des Combattants 27, B-1457 Walhain-St-Paul.
(3). La Puerta, Arola Editors, Tarragona.
ÍNDICE
Entre paréntesis, están indicadas la revista y la fecha de primera publicación de los artículos. TP = La Tourbe des Philosophes; FA = Le Fil d’Ariane; L P = La Puerta).
- Prefacio
- El Hilo de Penélope I (TP nº 15-16, 1981)
- El Hilo de Penélope II (TP nº 18, 1982)
- El Hilo de Penélope III (TP nº 20, 1982)
- El Hilo de Penélope IV (TP nº 27, 1985)
- El Hilo de Penélope V (TP nº 30, 1987)
- El Hilo de Penélope VI (TP nº 34-35, 1990)
- El Hilo de Penélope VII (TP nº 40, 1996)
- Chromis et Mnasylus in antro (TP nº 11, 1981)
- Virgilio alquymista (TP nº 13, 1981)
- Medusa y el intelecto (TP nº 7, 1979)
- Morir cuerdo y vivir loco (LP «Esoterismo español», 1990)
- Maese Gato o El Gato con Botas (FA nº 17, 1982)
- Riquete del Copete (FA nº 18, 1983)
- Barba Azul (FA nº 24, 1985)
- Piel de Asno (FA nº 36, 1989)
- Los Tarots I (FA nº 8, 1979)
- Los Tarots II (FA nº 9, 1980)
- Ecce Homo (TP nº 9, 1979)
- La Cábala (LP «Cábala», 1989)
- Historia judía I (FA nº 2, 1977)
- Historia judía II (FA nº 3, 1978)
- Historia judía III (FA nº 4, 1978)
- Historia judía IV (FA nº 10, 1980)
- Historia judía V (FA nº 13, 1981)
- Historia judía VI (FA nº 20, 1983)
- Historia judía VII (FA nº 22, 1984)
- Historia judía VIII (FA nº 26, 1985)
- Historia judía IX (FA nº 49, 1993)
- Historia judía X (1996)
- Historia judía XI (1996)
- Sobre el asno filósófo (FA nº 31-32, 1987)
- Rehaz el barro y cuécelo (FA nº 5, 1978)
- Reflexiones sobre el oro de los alquymistas (FA nº 7, 1979)
- A propósito de la Turba Philosophorum (TP nº 23, 1983)
- Aforismos del Nuevo Mundo (1999)
PREFACIO DE C.H.
Pues lo que por naturaleza se hace
Por criatura no se hace
Señora, por vos tanto he sabido
Y de vuestros secretos, percibido
Que el Arte de Alquymia es valedero
Y ciencia muy verdadera.
Perréal (1)
Quizá haya quienes se asombren al leer el sumario de este libro, donde se avecinan los Cuentos de Perrault y la Odisea, la Cábala judaica y la Eneida, los Tarots y la Alquimia; no obstante, la diversidad de temas no significa necesariamente dispersión.
Desde los orígenes, los Maestros de la gran familia de la Gnosis del Hombre se han ido transmitiendo, revelándola a la humanidad exiliada, el idéntico mensaje profético de Hermes. Estos maestros de la Palabra lo han expresado distintamente, cada uno a su manera; pero no debemos engañarnos: sólo nos dicen a qué se parece la cosa, según la fórmula habitual de los rabinos cabalistas, pues «…las palabras dicen la cosa, pero la cosa no es dicha por las palabras» (2). Sólo hablan aludiendo.
Los maestros de la Alquymia no han hablado de otra manera, cuando nos dicen «Coge esto o aquello». Abstengámonos de caer en su trampa, pues siempre es a qué se parece la cosa y recordemos que son «envidiosos» en el sentido «que guardan celosamente su secreto, manteniéndolo oculto, pues todas sus recetas son comúnmente lo que se denomina grano para los necios» dice Pernety en su diccionario (3).
«Erase una vez una reina que dio a luz un hijo tan feo y contrahecho… » (4): «El tema de toda revelación es la gnosis del oro físico, este sol terrestre objeto de todos nuestros deseos.» (5)
A nosotros nos corresponde pues volver a encontrar la huella auténtica, guiados por el perfume de la Rosa quymica. La Tradición única no decepciona a sus amantes estudiosos.
Tal ha sido la paciente búsqueda del Barón d’Hooghvorst, sabio erudito de las Letras Antiguas, al escudriñar las palabras de las Escrituras Santas y Sabias cuales estuches sellados. ¿Acaso ha vuelto a encontrar su llave mágica que desvela el secreto del Hombre sepultado? Pues bien se trata del misterio de la Naturaleza y del Hombre concretamente, y no de una erudición exterior y especulativa.
En esta escuela de Hermes es donde nacen los poetas. ¿No se dice que este dios los dotó de la cítara de siete cuerdas?
Dejemos a Emmanuel d’Hooghvorst el esmero de decirnos palabras finas en el sentido grávido, y leamos, al perfume de las palabras, el amor del poeta:
«Una bella ha caído, entrampada en gramática de amor. Es la escuela del bello lenguaje tan cara a Virgilio y a Dante (6). Este palacio, es la corte de amor cortés donde, a partir de ahora, nuestra bella «dirá cosas sensatas e infinitamente ingeniosas…» ¡Qué trampa estar ligada en sal de sapiencia! (7)».
«¡Oh cocer el viento en una palabra!
¡Oh VIVE! ¡Texto de Oro! ¡Sexo puro!
¡Rostro de Arte! ¡Quymica grávida!
¡Miel cocida! ¡Eón en sal!
¡Sendero de luz!
¡Sudorosa Escuela!
¡Sangre púrpura que fluye en fusión metálica!» (8)
Los lectores habituales de «Le Fil d’Ariane» y de «La Tourbe des Philosophes» ya habrán reconocido en estos sabios comentarios, el pensamiento conciso y centrado de un verdadero cabalista que Lo ve todo en Todo.
Le debemos haber tenido buen olfato en reconocer la autenticidad del Mensaje profético de Louis Cattiaux, todavía inacabado en 1949 y cuya primera edición parcial había sido publicada en 1946 en medio de la indiferencia general del público de habla francesa (9).
El Mensaje Reencontrado, es ciertamente El Mensaje de los Hijos de Hermes Reencontrado. «¡Oh, qué mensaje reencontrado para leer aquí, en nuestra escuela! (10)».
Louis Cattiaux se marchó discretamente en 1953, ignorado por sus contemporáneos, pero nos ha dejado su prodigiosa herencia. Los escritos de Emmanuel d’Hooghvorst, que ofrecemos para la meditación de los enamorados de la Santa Palabra, son su comentario iluminado.
«Entonces, ¿quién encenderá su linterna con el espíritu del sol para ir al encuentro del Hombre?» (11)
¿No buscaba Diógenes a un hombre con la luz de su linterna?
Adopta sutileza
Entiende bien mi libro y fíate de él:
De lo contrario, tendrás pobreza,
Deja todo; coge filosofía.
Perréal
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(1) J. Perréal, Les Remontrances de Nature à l’Alchymiste errant et la Réponse de l’Alchymiste à Nature, s.l., 1516. Ver J. van Lennep, Alchimie, ed. Crédit Communal, Bruselas, 1984, p. 95.
(2) L. Cattiaux, El Mensaje Reencontrado, ed. Sirio, Málaga, 1987, XXXVIII, 59’.
(3) A.J. Pernety, Dictionnaire Mytho-Hermétique, de. Archè, Milan, 1980, p.137.
(4) Ver infra «Riquete del Copete».
(5) Ver infra «El Hilo de Penélope III».
(6) Ver al respecto, Dante, La Divina Comedia, Infierno I, 79 a 87.
(7) Ver infra «Riquete del Copete».
(8) Ver infra «El Hilo de Penélope VI».
(9) En aquellos tiempos, las excepciones podían contarse con los dedos de la mano; citemos por ejemplo a René Guénon y Lanza del Vasto.
(10) EH, «A modo de Introducción a la segunda edición» in L. Cattiaux, op.cit.
(11) Ver infra «El Hilo de Penélope».
SOBRE EL HILO DE PENÉLOPE O LA TRAMA CON LA QUE ESTÁN TEJIDAS LAS FÁBULAS.
EL LIBRO HERMÉTICO DE LOS TIEMPOS NUEVOS
C. del Tilo
Los niños del mundo, una tarde de invierno, perdieron el camino que va a la escuela, y desde entonces, el lobo los devora. ¡Que los que quieran vivir salgan del cercado donde se guarda el rebaño, y cogiéndose todos de la mano, se unan en fe de Iglesia santa!
«La Barba Azul, según el sentido cabalístico»(1)
El largo invierno llega a su fin; ¿será el anuncio de la verde Primavera, el santo advenimiento tanto esperado? Que los niños del mundo, «unidos en fe de Iglesia santa», vuelvan a encontrar el camino que va a la escuela.
He aquí el Arte de la hermenéutica reencontrado. Es Hermes, por supuesto, quien preside en esta escuela, puesto que es el Maestro por excelencia de la Palabra, de la Bella Habla. En efecto, de la misma raíz griega procede herma, apoyo, fundamento.
En este camino pues, si la Maestra de escuela está presente, uno vuelve a aprender a leer, quiero decir a buscarse, o sea a leerse en los libros santos; allí se esconde «la luz secreta de las palabras de vida» (2) bajo su vestidura de sombra.
«A Hermes no le faltan astucias para ayudar a sus amigos, todos hombres de bien, según aparece en las Escrituras Santas. Devuelve a los astutos, el cambio de su moneda, puesto que leen con dolo, sin medida de Arte.» (3)
«Sólo les faltó haber aprendido a leer el oro.» (4)
«¿Por qué no han perseguido el olor de la rosa quymica en este sendero de los verdaderos discípulos, en el que el asno de Isis tiene puesta su intención secreta? ¿También hablaremos de este vacío Oculto de Ícaro, no engendrado, donde el ángel sólo vuela en sueños? El olvido total, no obstante, es un peor peligro en este mundo. Si el extraviado, creyendo unir al azur, se pierde en el encanto de este dolo sin duración, son otras las palabras que a su Homero inspiró la Noche, nodriza universal. «La Noche me dio la llave de Pan», dice nuestro poeta, y «el oro me fue revelado en su humilde morada terrestre». De este dulce rocío nocturno, santamente recogido, crece la gnosis de los Filósofos y de los Poetas instructores de los pueblos.» (5)
Por esta razón, el autor nos exhorta:
«A menudo hemos decepcionado a más de un principiante encaprichado de química vulgar, demasiado impaciente por manipular esto o aquello sin verdadero conocimiento de la naturaleza mineral, aconsejándole empezar por la plegaria, la ofrenda de sí mismo, la meditación y el estudio de los libros a fin de percibir la intención de los Filósofos, oculta bajo el dédalo de las palabras. Alguna vez, también, hemos podido decepcionar a los presuntuosos, diciéndoles que, al ser la Gran Obra un don divino, nunca podrá llevarla a cabo sólo el mero talento de los hombres. Para entenderla y realizarla hace falta pues, la ayuda de este genio bienhechor que descubre, para algunos, el texto de los libros sellados. Si de un don divino se trata, el más simple y pobre de los hombres puede esperar obtenerlo; pero, a menudo, esto parece irrisorio a muchos buscadores cuyo cerebro está repleto de complicaciones ajenas a la única levadura de la cábala quymica.» (6)
«Lo esencial, sin embargo, es el Hilo de Penélope, lo demás es el comentario.» (7)
«Penélope es la esposa fiel que espera en casa solariega, la-que-ve-la-trama; dicho nombre es muy apropiado a esta tejedora que desteje. Se ve asediada por la asiduidad de los pretendientes, esos químicos sin genealogía instalados en su casa, cuyas riquezas disipan en continuos banquetes; esos químicos vulgares saquean la casa de Naturaleza con su ciega codicia. Penélope a esos patanes no se entrega, y de su arte exquisito sólo hereda un marido.
Al no poder librarse de estos importunos, burla su espera: «Tomaré un marido», les dice, «cuando haya terminado de tejer el sudario del viejo Laertes, mi suegro». Laertes, cuyo nombre significa el que reúne los pueblos, es, ciertamente, este Arte antiguo, perdido y olvidado.
De noche, a la luz de las hachas, Penélope deshacía el trabajo del día.
…La tejedora nos da aquí la clave de su arte: «De noche», dice, «deshago el trabajo de día.» ¿Qué representa el día? El tiempo que devora toda savia y agota la vida. En nocturna quymica de Penélope, se descose el sudario fatal del Arte sepultado, reanimando entonces su sol, y he aquí la espera de un dulce marido que ha regresado en paz.
La noche, dicen los cabalistas, es el secreto del Señor.» (8)
«El tema de toda Revelación es la gnosis del oro físico, este sol terrestre objeto de todos nuestros deseos.» (9)
«La Biblia de los griegos no tiene sentido sin tener en cuenta el hilo dejado por nuestra Penélope. En efecto, sólo ella ve la trama con que están tejidas las fábulas; tal es el genio perdido de los narradores y poetas: una hermosa hada olvidada.» (10)
Tal es el Arte de la hermenéutica, presente en este libro.
«¿Acaso no se dice de los discípulos de nuestra filosofía que son hijos de Hermes? Se trata, sin duda alguna, de una filiación legítima y patriarcal y no de una mera forma de hablar…
Su fe es la del carbonero, que calienta su horno con carbón de leña. Dice: «Mi fe me es desafío. Los necios ignoran mi dura labor. ¡Cuán lejana en tiempo está mi esperanza de salir de ello! El camino que conduce a la meta se alarga siempre más. Mis cuidados y mi tan lento estudio en esta pista muda me habrían ya desesperado si no fuera hijo de ciencia. ¡Qué oro lejano de paciente estudio!»
Palas Atenea está siempre presente, unas veces al lado de Ulises expuesto a mil peligros, otras, al lado de Telémaco para aconsejarle e instruirle. También está siempre presente en la obra.
Ya desde este comienzo, del que los filósofos han hablado tan poco por ser el fundamento del Arte, Palas nace, totalmente armada, de la cabeza de Zeus. Su nombre, Palas, la define como una diosa virgen. A esta protectora de las artes se la representa con casco, lanza y escudo, la égida de Atenea.
Nadie podría ser introducido en la escuela quymica sin su protección, sin estar bajo su égida. Su ayuda es todopoderosa. Ella es quien conduce la obra desde el comienzo hasta el fin. Aconseja, instruye y reconforta al discípulo…
«Un tal compañero me garantiza el éxito» -piensa el elegido de los Filósofos. «Con seguridad, seguiré mi pista de oro.»
Encontrar a ese oro-padre en cuerpo vivo y palpable, como entonces hizo Telémaco, no está al alcance de todo el mundo.» (11)
Ella, pues, es quien llevará a buen término la obra del discípulo, para la manifestación de la Luz. Tal es el signo de los Tiempos Nuevos.
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(1) EH, in La Puerta, La Tradición Popular, ed. Obelisco, Barcelona, 1994, p. 39.
(2) L. Cattiaux, El Mensaje Reencontrado, ed. Sirio, Málaga, 1987, XXXV, 77 y 77’.
(3) EH, «Maese Gato o El Gato con Botas Según el sentido cabalístico y químico de los Cuentos de Ma Mère l’Oye», in La Puerta, La Tradición Popular, ed. Obelisco, Barcelona, 1994, p. 90.
(4) EH, «Virgilio Alquymista», in La Puerta, La Tradición Latina, ed. Obelisco, Barcelona, 1995, p. 29.
(5) EH, «El Hilo de Penélope», in La Puerta, La Tradición griega, ed. Obelisco, Barcelona, 1992, p. 33.
(6) Idem, pp. 31 y 32.
(7) Idem, pp. 29.
(8) Idem, pp. 18.
(9) Idem, pp. 29.
(10) Ibídem.
(11) Idem, pp. 18 y 19.